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La familia del bosque

En lo más intrincado del bosque, allá donde el verdor de los árboles se desdibuja con el  suave azul del cielo y las cumbres acarician las nubes, vivían Marley y Rebeca.

Lobo Foto: Carlos Velasco
Lobo
Foto: Carlos Velasco

Marley era un lobo macho de cuatro años, fuerte, con unas patas musculosas y recias como troncos de roble añejo. Su cabeza estaba poblada con un hermoso y espeso pelo gris que le daba un aspecto regio e insigne como el de un rey, el rey del bosque. Sus ojos tenían un color de miel, cálido y dulce que hipnotizaban hasta a la luna.

Rebeca era una hermosa loba de tres años, con una silueta grácil y atlética como la de una sirena de montaña. Su cuerpo acababa en una hermosa cola peluda que movía muy rápidamente cuando se encontraba feliz. El hocico de Rebeca tenía una forma especialmente alargada con una bolita negra y húmeda en la punta que despertaba la locura de Marley cuando lo acentuaba con sus aullidos.

Marley y Rebeca eran  una pareja emancipada de un clan de lobos que vivía al otro lado del valle. Un lugar que un día fue fértil y con abundancia de vida, pero que en los últimos tiempos, debido a los incendios provocados por el hombre, había empobrecido la zona y obligado a los animales a abandonarlo y con ellos, la comida. Por este motivo  y ante la escasez, de forma natural la pareja de lobos, abandonaron al grupo para comenzar una nueva vida juntos en otra zona del bosque.

La zona del bosque que eligieron era un lugar maravilloso surcado por un rio de aguas transparentes y limpias con guijarros pulidos por los siglos donde vivían una familia de nutrias que andaban todo el día jugando por las orillas, tomando el sol en las piedras y persiguiendo peces de un lado para otro dentro de las pozas.

Lobo Foto: Carlos Velasco
Lobo
Foto: Carlos Velasco

Los árboles del bosque eran gruesos robles con suculentas bellotas, castaños recios y avellanos que proporcionaban alimento a un gran número de animales. También había zonas de pino piñonero que hacían las delicias de las ardillas que de rama en rama y de árbol en árbol curioseaban todas las piñas que podían en busca de los nutritivos piñones.

En los márgenes del rio; líneas de chopos, fresnos, endrinos y zarzamoras conformaban una línea multicolor infinita con matices y pinceladas de la maestra naturaleza. A lo largo del cuadro de este río  vivían multitud de roedores, avecillas y anfibios de todos los tamaños y formas que allí encontraban el refugio perfecto.

La pareja de lobos había elegido como hogar una zona especialmente abrupta y rocosa de la montaña desde la cual se contemplaban los dominios de su nuevo hogar y se podía otear cada rincón del mismo; bosques y montañas, llanos y valles, un espectáculo de vida y color.

Marley y Rebeca comenzaban el día al atardecer, desentumeciendo su cuerpo después de dormir durante buena parte del día recogidos como ovillos de lana. Una vez espabilados a ambos, les encantaba perseguirse, correr entre los árboles, saltar y jugar como lobos felices hasta cansarse, entonces se acercaban al rio y con su lengua rosada le arrebataban un poco de su fresca agua para así poder calmar la sed que la intensidad de sus juegos les provocaba.

Muchas tardes, una vez que el sol se había despedido y desaparecía entre las montañas, salían a recorrer su territorio como una patrulla fronteriza. Se dedicaban a marcar sus límites para indicar que aquel lugar ya tenía dueños y que aquí se podían leer sus derechos de propiedad. Paseaban por senderos y pistas, subían montañas y bajaban valles y una vez terminado el trabajo, volvían a su guarida para juntar sus cálidos cuerpos en una fusión de amor.

Otros días cuando el hambre gritaba dentro de sus estómagos vacíos, batían la montaña en busca de algún animal enfermo o demasiado viejo que el bosque ofrendaba para alimentarles y con ello, se renovaba la vida.

Y así pasaron los días hasta que una mañana de enero Rebeca se levantó distinta, se sentía sensible y muy cariñosa con Marley, buscaba su hocico constantemente para lamérselo, se comportaba especialmente juguetona. Marley se puso muy nervioso y entendió que Rebeca estaba entrando en época de celo, en el momento del amor pleno para el lobo, la luna de miel lobuna para toda su vida…

Pasaron días y días jugando al amor. Andaban juntos por el bosque, juntando sus cuerpos, lamiéndose, brincando como liebres el uno sobre el otro, mirándose profundamente, buscándose dentro del alma de su enamorado, hechizados…, así se encontraban Rebeca y Marley.

Al cabo de días de apasionante amor, se retiraron a su hogar en la montaña y   se produjo el milagro. En el interior de ella se condensaba el amor de ambos en forma de nuevas vidas, Rebeca estaba embarazada.

Marley durante el embarazo de Rebeca, cuidó de ella fervientemente, sin olvidar ni un detalle. Protegiéndola en cuerpo y alma, alimentándola, dándole calor y velando sus sueños.

Después de tres meses ocurrió… Rebeca trajo al mundo tres lobeznos hermosos como el Sol  que dieron luz, calor y una inmensa alegría a sus padres.

Los lobeznos eran dos machos y una hembra.

Ahora eran cinco en la familia, y en aquel rincón de la montaña no existía el aburrimiento. Los cachorros jugaban constantemente con todo lo que encontraban a su paso. Todo les parecía digno de su atención; el salto de una rana, un trozo de pelo, una hoja seca, la sombra de un roble… todo formaba parte de un aprendizaje. Incluso la cola  especialmente peluda de Rebeca era motivo de constantes persecuciones y mordiscos que con sus delgados y menudos dientes sobresaltaban a Rebeca. Pero ésta como madre paciente  lo soportaba con silencio y cariño.

Los padres habían puesto ya los nombres a sus hijos. Los machos se llamaban Furry el más grandullón y peludo; Jumper el más juguetón y saltarín y ella, la delicia de su madre, se llamaba Esmeralda, por sus extraños y hermosos ojos verdes.

En el bosque la vida no era fácil, los padres se esforzaban en cuidar y sacar adelante a sus amados hijos pero existían multitud de peligros y penurias. Ahora eran cinco bocas para alimentar y el bosque no siempre era generoso para proporcionarles comida. La vida del lobo era muy dura y cada día era una prueba de supervivencia

Marley y Rebeca como padres protectores, salían juntos en busca de comida y algunos días, después de recorrer grandes distancias, volvían a la lobera sin nada con lo que apaciguar el hambre de sus pequeños. Los lobeznos los miraban con tristeza y desazón pero siempre tenían lametazos para sus padres aunque el hambre  clavara agujas en sus estómagos.

Los inviernos eran especialmente duros para ellos, la nieve y el frio hacía bajar a las partes bajas de la montaña al resto de animales en busca de forraje y otros alimentos y los afanosos padres, se veían obligados a acercarse peligrosamente a las zonas donde habita el hombre. Allí el olor era metálico y áspero y a ambos les generaba desazón, lo que les empujaba a alejarse lo antes posible.

Además en ese periodo, la familia tenía que andar con cuidado porque durante varios días a la semana subían a la montaña los hombres con bocas de fuego que sembraban terror y muerte entre los animales. Por ese motivo, los padres de los cachorros, no les dejaban abandonar su recóndita cueva durante el tiempo que estaban rondando los humanos. Los lobeznos como portadores de un bagaje ancestral en sus genes, se mantenían inmóviles y en silencio hasta que el olor de los humanos desaparecía de la montaña.

La primavera, era una época de esperanza y resurgimiento de la vida en el bosque, Todo era más fácil entonces y la comida abundaba para todos. Los latidos de la naturaleza se hacían patentes con intensidad, con la fuerza de las aguas de los ríos y el brotar de las flores. Olores, colores y sonidos creaban un paraíso vivo.

El tiempo transcurría y los lobeznos se iban haciendo más mayores. Furry tenía un pelaje más denso que sus hermanos y eso le hacia parecer más grande y torpe. Cuando corría y se tropezaba, daba vueltas por el suelo rodando como una bola lanuda. Jumper aprovechaba esos instantes para correr detrás de su hermano y practicar el arte de la caza, dándole manotazos y pequeños mordiscos que con una mirada benévola aprobaban los papis.

Esmeralda era más introvertida y prefería rastrear y curiosear la zona ella sola en busca de pequeños animales a los que perseguía hasta que se escondían en el interior de los huecos de los árboles o en pequeños agujeros del suelo.

Los tres pequeños, pasaron de lobeznos a lobatos, ya tenían un año de edad y estaban bien desarrollados. Sus padres habían conseguido criarlos a todos hasta esos días a base de mucho esfuerzo y sacrificio porque claro está, los padres hacen todo lo necesario por sus hijos, y Furry, Jumper y Esmeralda eran sus joyas.

En esa época, los tres hijos ya empezaban a acompañar a sus padres en las correrías por el bosque y de esa manera, especialmente Marley, les prodigaba buenas lecciones de caza con estrategias y artimañas aprendidas de generación en generación.

Marley y Rebeca también les conducían por su territorio y les enseñaban los límites de palmo a palmo. Algunas noches, cuando escuchaban los aullidos de su antigua manada, todos juntos y desde lo más alto de la montaña, alzaban sus cabezas hacia la luna y creando un espectacular dibujo de sus siluetas comenzaban a aullar como cabalgando sobre la luna, que al compás de su melodía los acunaba.

Durante varias noches Furry, el más mayor, escuchó un aullido fino y suave, como una melodía dulce y embriagadora que provenía de otra zona de la montaña allende  sus posesiones. En ese momento Furry sintió la fuerza arrebatadora de la naturaleza, la necesidad de crear una familia y de tener un territorio donde emprender una nueva vida.

Furry, una mañana partió para no volver y el resto de la familia aunque sentía un frío vacío en su corazón, comprendió que tenía que ser así. Allí quedaban Esmeralda y Jumper mirándole marchar con los ojos inundados de lágrimas y los recuerdos de sus juegos enmarcados en las paredes de su memoria.

Así la vida continuó para la familia y los cuatro juntos formaban una maravillosa manada, perfectamente compenetrada que compartían juegos, caza y sueño.

Una mañana muy temprano, después de pasado casi medio año desde que Furry se marchó, la familia se encontraba regresando de la parte baja de la montaña, tras   haber rastreado un viejo ejemplar de corzo durante la noche que ya era reclamado por la madre tierra para volver a sus orígenes.

Cuando subían una ladera empinada sobre el lado norte de la montaña, Marley que encabezaba la marcha, de pronto se paró en seco y se quedó helado. Rebeca pudo observar como a Marley le temblaban las patas, esas patas musculosas y firmes ahora  le estaban tiritando como juncos movidos por el aire. Rebeca supo que algo no iba bien y de varias zancadas se puso a la altura de Marley para observar la imagen más horrorosa y terrible que jamás había podido concebir en sus peores pesadillas, su hijo, su Furry, se encontraba con la cabeza metida en un frio y asesino cable de acero que le había arrebatado la vida ahorcándole. Un cable que un ser in-humano había colocado para asesinar a un animal de una forma cruel y agónica.

Furry, aquel lobo peludo y juguetón que había compartido tantos buenos momentos con sus hermanos y padres, ahora, en un suspiro y en plena juventud, había perdido el aliento para no volver a recuperarlo. Su cuerpo estaba tendido, frio, yerto…

Toda la familia junta, aulló de forma desgarradora con un aullido que llenó todo el bosque de dolor, luto y lágrimas.

Como en una extraña liturgia, todos comenzaron a lamer a Furry y así de esa manera parecía que limpiaban y purificaban el alma del hijo y del hermano para que pura y trasparente encontrase en otro mundo más evolucionado la tranquilidad, la comprensión y el derecho que aquí los humanos no le concedían.

Cuando todo terminó, arrastrando sus extremidades  comenzaron a andar hacia su guarida y a unos cientos de metros del cuerpo de Furry, observaron una joven loba desnutrida con las costillas marcadas como surcos en la arena. La loba tenía una actitud huidiza y trataba de esconderse tras unos matorrales.

La familia avanzó hacia ella y poco a poco se fueron acercando hasta que la loba  sumisamente se tumbó en la tierra y dejó que la olieran.

Todos comprendieron que era la pareja de Furry y de esa manera también entendieron que la vida había sido muy difícil para ambos. Su juventud y su inexperiencia no había jugado en su favor y es que el bosque tenía unas reglas muy rígidas que hay que entender y aceptar y entonces las cosas empezaban a mejorar.

Neva, se llamaba la loba.

La delgada y enjuta loba no había podido hacer nada por Furry. Su vista denotaba un miedo intenso y una herida abierta por el terrible espectáculo que unas horas antes había presenciado. Neva contó lo siguiente:

Furry y ella se encontraban campeando por la zona baja de la montaña en busca de alimento y cuando caminaban hacía el interior del bosque, se vieron obligados a entrar por un hueco que había entre la espesura del matorral, entonces Furry que era el primero, fue parado en seco por algo desconocido que le hizo tirar con fuerza para huir, pero en su búsqueda de libertad, Furry encontró la muerte, una muerte que poco a poco se iba cerrando sobre él hasta arrancarle su último suspiro y conducirle al abismo.

Toso fue presenciado por Neva que desesperada e impotente se refugió temblorosa en unos matorrales a unos cientos de metros hasta la llegada de Marley y el resto.

Neva estaba desolada por la pérdida de Furry, su pareja, y comprendió que ya nada podía hacer salvo  seguir adelante, luchar por la vida como siempre había caracterizado a los lobos. Entonces se unió a la manada y comenzó una nueva vida en el bosque.

Durante muchas noches, desde lo alto de la montaña, los cinco lobos aullaron al alma de Furry y llenaron el firmamento con una canción de lamento y a la vez de esperanza para todos los lobos del mundo, que hacían de la supervivencia un modo de vida, un arte.

El tiempo transcurrió. Marley y Rebeca volvieron a tener cachorros, cuatro en esta ocasión, dos machos y dos hembras. Jumper se emparejó con Neva y tal y como mandan las reglas de los lobos, éstos emprendieron un viaje para poder formar una nueva familia, una nueva manada en otro territorio.

Pasado un tiempo, a la manada del bosque se unió un joven lobo errante que había abandonado una manada de un lugar lejano.

Era una manada de siete lobos en la cual cada uno aceptaba su lugar en el grupo. El joven errante mostraba una actitud sumisa hacia el macho alfa que era Marley. Éste le enseñaba al igual que a sus hijos todas las técnicas de caza necesarias para las presas salvajes de la montaña.  Cada día era un aprendizaje, una nueva oportunidad para aprender de aquel gran maestro que mantenía unida y alimentada a la manada.

De la vida del lobo errante nada se sabía, sólo que había permanecido tiempo deambulando por el bosque sin más compañía que su sombra y sin más oportunidades que las que el todopoderoso bosque le quiso dar.

Una noche como era necesario cuando el hambre  acosa, la manada se dispuso para la caza. Recorrieron las zonas de matorral, siguieron rastros aquí y allá hasta que dieron con un ejemplar de ciervo malherido por alguna caída que había dejado de andar hacia un tiempo. Un ejemplar que había completado su ciclo vital y ahora pasaba a convertirse en energía y vida para la manada de lobos.

Ya de madrugada, de vuelta a la lobera,  la manada recorría un viejo sendero de piedra que transcurría por la montaña. Marley como macho alfa encabezaba la comitiva, le seguía Rebeca como hembra alfa y después el resto de los lobos.

Al atravesar un canchal que limitaba los dos lados de la cordillera, se oyó un zumbido seco y amargo que llegó cortando el aire en dos como una navaja  y Marley se desplomó en seco sobre el suelo. El cuerpo fuerte y vigoroso de Marley con un corazón de volcán agitado, ahora era silencio y ausencia.

De forma instintiva el resto de la manada corrió a refugiarse en la zona boscosa de la montaña. Allí donde el bosque protege a sus hijos.

Desde el alto sotobosque, Rebeca, inmóvil, con la respiración entrecortada y el corazón galopando, observó como un humano con una boca de fuego en la mano se acercó hasta donde estaba Marley, se agachó y agarrándolo por el pelo del cuello, le levantó la cabeza y le observó con cara de júbilo, esbozando una sonrisa fría y sucia. En su cara habitaban unos ojos huecos  y negros  como pozos crueles y vacios

Rebeca miraba a su lobo, a su amado, a su pareja para el resto de sus días y veía como un humano jugaba con la cabeza como si de un muñeco de trapo se tratase. Esa cabeza sagrada, la cabeza de un maestro, de un padre y de un líder…

Rebeca sentía un profundo dolor. Una grieta le abría el cuerpo en dos sin poder evitarlo pero era una loba dura y valiente y la vida tenía que seguir sin Marley. Los lobos vivían así desde hace siglos; siendo asesinados, torturados, injuriados, demonizados e incomprendidos. La dignidad del lobo era una utopía pero un sentimiento suyo y Rebeca nunca más giró su cabeza hacia atrás, siempre la llevó hacía adelante.

Con el tiempo se supo que un lobo había estado atacando tiempo atrás al ganado de la parte baja del valle y se llegó a saber que ese lobo, era el lobo errante que fue aceptado por la manada de Marley y Rebeca y que como lobo solitario y joven, no tenía capacidad para alimentarse de presas salvajes y acudía empujado por el hambre a alimentarse de ganado.

Marley había pagado con su vida, los agravios que el hombre consideraba que había cometido el lobo.

El humano no reflexionaba que un lobo había hecho el daño  y culpaba al lobo en general, sin identidad ni individualidad. Toda la especia había cometido la ofensa y en su ofuscación e irreflexión había castigado a un inocente, a Marley.

Ahora, todos los machos de la manada de Rebeca luchaban por obtener la supremacía en la manada, por ser el macho alfa.

La manada se disolvió con el tiempo y quedaron solas Rebeca y Esmeralda. Las luchas, la incompetencia en la caza y  el hambre, generaron una serie de factores que desencadenó en ello.

Les faltaba el maestro y líder que de forma eficaz cohesionaba la manada y la convertía en un grupo perfecto.

En los  pueblos cercanos al bosque se incrementaron los ataques a los rebaños. Matar al lobo, matar a Marley, no mejoró la situación de su ganado, si no que la empeoró ya que lobos que antes formaban una manada disciplinada y dirigida, ahora vagabundeaban errantes y solitarios esperando ser aceptados en otra manada y mientras tanto tenían que sobrevivir como podían y una forma extrema pero necesaria era a base de comer ganado, fácil y posible.

Rebeca y Esmeralda continuaron su vida en el interior del bosque y a lo largo de su camino, vieron muchos cambios; vida y muerte, alegría y sufrimiento.

El humano nunca entendió al lobo: nunca comprendió su vida, su sociedad, su familia…

Arremetió y siguió matando a los  lobos del bosque de una forma visceral. Siguió matando líderes, siguió desestructurando manadas y siguió perdiendo ganado…

Marley simbolizó los padres y líderes de todos los lobos, el equilibrio y la armonía y con su muerte continua, también muere la cultura del lobo y una parte insustituible de la vida.

 

Eduardo Palomo

Esta es mi historia…..

José Alberto López Molina tiene 52 años. Vive en Leganés, Madrid. Es paralítico cerebral desde que nació. Sus dos grandes pasiones son la Naturaleza y los animales. Le encantan especialmente los cánidos, y más concretamente los lobos.

El 4 de febrero de 2008 es una fecha que no se le olvidará jamás. Fue entonces, hace nueve meses, cuando cumplió su gran sueño: conocer al mítico, “sanguinario” y “cruel” lobo. De la mano de Carlos Sanz, uno de los mejores especialistas del mundo en estos animales además de naturalista, fotógrafo, realizador de documentales, etc, Alberto pudo conocer por fin, a la edad de 51 años, la verdadera y noble faz del lobo ibérico, del Canis Lupus Signatus. Se convirtió, de esta manera, en el primer discapacitado del mundo que ha convivido con una manada de lobos.

COMO  Félix Rodríguez de la Fuente hace más de 30 años, nuestro amigo Alberto enseguida se dio cuenta de que todo aquello que había escuchado y leido sobre este cánido, no era cierto. Descubrió en el lobo un buen amigo.

A continuación, tenéis un emocionante relato escrito de primera mano por el propio Alberto, donde nos cuenta su gran aventura con los lobos:

UN SUEÑO HECHO REALIDAD

Eran las 9:40 de la mañana cuando llegamos a nuestro destino, un pequeño pueblo de la Sierra Noroeste de la provincia de Madrid. Cuando llegamos a su pequeña plaza, llamamos a Carlos por el móvil, no tardo mucho en aparecer, en un viejo R5 de color rojo. Tras una cordial presentación, Carlos nos dijo lo que íbamos a hacer, y nos monto en su coche, salimos fuera del pueblo, y tras pasar una gran puerta de hierro nos adentramos en un precioso bosque de robles y encinas, de repente, Carlos paro el coche y nos dijo: “Estamos a treinta metros de ellos, voy a intentar que aúllen para que los oigas”. Bajo del coche y empezó a aullar, como si de un lobo se tratara.

Aulló a intervalos de un minuto, pero no obtuvo respuesta por parte de ellos, los lobos ya sabían que Carlos no venia solo, y se mantuvieron en silencio por precaución. Seguimos el corto trayecto, y enseguida vimos la alambrada. ¡¡Y allí, tras esa alambrada estaban!! Yo lo primero que vi, fueron sus orejas, tiesas como antenas, y cuando vieron a Carlos empezaron a saltar y correr de contentos de verlo, entonces, cogió el cubo lleno de carne y se metió con ellos, y para nuestra gran sorpresa le dijo a mi sobrina y a su novio que se metieran también sin miedo. Yo, todavía tendría que esperar unos minutos para ver cumplido mi sueño, estar cerca, sin ninguna alambrada, con el famoso lobo.

Alberto Lopex
Alberto Lopex

¿Qué sientes cuando estas rodeado de una manada de siete lobos? Primeramente sientes incredulidad, luego admiración y un montón de calificativos difíciles de expresar, pero también sientes seguridad, si amigos, me sentía seguro entre ellos, sabiendo que estaba a mi lado uno de los mejores biólogos especialista en lobos de Europa: mi admirado y desde ayer amigo, Carlos Sanz. Y poco a poco, te das cuenta de que aquel mítico animal que nos enseñaron desde pequeño en el cuento de Caperucita Roja y que han catalogado de mil maneras horribles, como de sanguinario, asesino, y cruel, va perdiendo su mito, para convertirse en todo lo contrario, un ser noble, extremadamente sociable y dócil con el hombre.

Alberto Lopez
Alberto Lopez

El “Canis lupus signatus”, o como se le conoce popularmente, lobo ibérico, es el más grande súper-depredador de la Península Ibérica. Su adaptación a todos los terrenos le llevo antaño a poblar casi toda España, entrando directamente en conflicto con el hombre. Fue casi exterminado y puesto en peligro de extinción hasta los años 70, momento en el que apareció su más firme defensor, Félix Rodríguez de la Fuente, que logro un plan de protección, que evitaría que tan bello animal desapareciera de nuestro paisaje. Hoy en día está en proceso de recuperación y se está extendiendo por todo el Norte de España hasta llegar a los alrededores de Madrid.

En las dos horas que estuvimos con la manada no hubo ni un gruñido, ni un mal gesto, ni una pelea entre ellos pese a que Carlos los dio de comer delante de mí y de los que me acompañaban, sabiendo perfectamente cada uno cual era su lugar y su comida.

Luego Carlos, los saco de su terreno para que yo los viera y los tocara. Ellos olisquearon mi silla, desconfiados, pero aun así se mostraban dóciles y mansos como perritos. Poco a poco fueron cogiendo confianza, y entonces fue cuando pude disfrutar con ellos como nunca lo hubiera soñado. Se acercaban a mí, yo los tocaba y acariciaba como lo hago con mi perro Buster, se me subían encima, me lamian la cara, les tocaba el hocico e incluso me atreví a meterle la mano en su boca y ellos me lamian la mano. ¡¡Era increíble!! Me parecía increíble que un animal así fuera tan maltratado por la gente de tantas y tantas épocas hasta nuestros días.

Alberto Lopez
Alberto Lopez

Cuando llego la hora de dejarlos, me fui con pena, me hubiera gustado quedarme con ellos para siempre, porque siempre me han encantado, y ahora que los conozco de cerca me fascinan mucho más y sé que no son lo que dice la gente. Por eso escribo este artículo, para que los conozcan un poco más, y para rendir homenaje a Carlos Sanz, pues sin él, no hubiera sido posible realizar ese sueño: el sueño de estar con los lobos ibéricos, un sueño hecho realidad.

Quiero agradecer una vez más a Carlos Sanz y a todos los que habéis colaborado en esta mi aventura lobuna.

¡¡Gracias. Nunca lo olvidare!!

 

Alberto López

Yo quiero ser un lobo

Siete de la tarde del jueves, 21 de julio de 2011. Estamos en un pequeño pueblo perdido en la sierra oeste de Madrid, a unos 50 kilómetros de la capital.

Camuflaje Foto: Angel M. Sanchez
Camuflaje
Foto: Angel M. Sanchez

El calor es sofocante. Las estrechas calles están prácticamente desiertas. Las casas, antiguas y empedradas, acogen en su interior a los poco más de 1.000 habitantes de la localidad.

A lo lejos, en el horizonte, cuatro diminutas sombras anuncian la proximidad de la gran ciudad. Son los enormes rascacielos, gigantes de acero y de cristal que alcanzan los 250 metros de altura y que, empequeñecidos por la distancia, pierden el nombre y la dignidad.

Un mar de encinas y alcornoques nos envuelve; 83.000 hectáreas de bosque Mediterráneo asentadas sobre una orografía por lo general poco cambiante y un paisaje tremendamente monótono.

Integrada en Red Natura 2000 bajo la denominación ‘Cuencas y Encinares de los ríos Alberche y Cofio’, esta vasta extensión goza de merecida protección desde que en el año 1990 fuera declarada Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA), y dos décadas más tarde, en 2010, Zona de Especial Conservación (ZEC). Reconocimientos que no le libran de amenazas como la creciente presión urbanística o los grandes incendios forestales.

Aquí encuentran refugio las últimas parejas de buitre negro y de águila imperial. En algunas ocasiones, el esquivo lince deja constancia de su presencia en estos montes.

Mi padre, mi hermano y yo mismo veníamos en busca de otro gran carnívoro; concretamente, de un cánido. Queríamos conocer al mayor depredador de la Península Ibérica (con permiso del ‘Homo Sapiens’, por supuesto). Hace más de medio siglo que no se tienen noticias suyas. Pero nosotros sabíamos dónde encontrarlo.

Tal y como estaba previsto, apareció puntual, en la plaza del Ayuntamiento, Carlos Sanz, biólogo, naturalista y uno de los que más sabe sobre este animal.

Manuel Sobrino - Finca Carlos Sanz
Manuel Sobrino – Finca Carlos Sanz

Tras una breve y amistosa charla, en la que, a modo de introducción, recibimos algunas indicaciones y advertencias, nos subimos a un viejo y destartalado todoterreno inglés.

Conducidos por Carlos —era la primera vez que como copiloto me situaba a la izquierda del conductor— no pasaron más de cinco minutos cuando ya habíamos llegado a nuestro destino: una parcela amurallada de una hectárea, aproximadamente, cubierta por una espesa maleza y salpicada de grandes rocas.

El terreno, aparentemente abandonado, atesoraba un pasado glorioso. Años atrás, había servido de escenario natural para la filmación de algunas de las secuencias más recordadas de la serie documental ‘La España Salvaje’, programa que cosechó gran éxito en los noventa por contar con la colaboración estelar de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias. Pero esa no era la única sorpresa que nos depararía aquel lugar…

Nos bajamos del vehículo, y nos dirigimos con paso firme hacia el portal de entrada. Nervioso, emocionado, recordaba la honda impresión que causó en Félix, a los 11 años de edad, la visión, por primera vez en su vida, de un viejo lobo al que iban a matar a tiros en una batida de caza, en el pueblo burgalés de Poza de la Sal. Acontecimiento que marcaría su futuro para siempre, y que relataría en 1974 de esta apasionada y apasionante manera:

“Lo que vi entonces no se me olvidará jamás. Vi un animal, un animal hermosísimo, un animal grande, de color gris, un animal que estaba perfectamente parado, y que miraba exactamente en mi dirección.

Tenía la cabeza más grande que un perro lobo, la frente más amplia, las orejas quizá más pequeñas y separadas… pero lo que más me llamó la atención fueron sus ojos, sus ojos de un color ambarino, acaramelado, unos ojos que me miraban con nobleza, unos ojos que me miraban con un gran interrogante, unos ojos de los que se desprendía quizá una queja… ¿Porqué me perseguís, por qué queréis acabar conmigo, por qué queréis matarme si yo también necesito la carne para vivir, si yo también tengo la obligación sagrada de sacar adelante a los míos, si yo también tengo mi loba y mis lobeznos… Si puede haber carne para todos, ¿por qué queréis quitarme la vida?

 

Yo me quedé, en los 11 años de mi infancia, anonadado, viendo aquella masa inmóvil, viendo aquel animal, que no tenía nada que ver con la bestia feroz, malvada, singuinolenta y sucia, que me habían descrito los pastores y los cazadores; que era un animal hermosísimo, de mirada noble, profunda, que era quizá la más acabada representación de la fuerza, de la libertad, de la nobleza, del palpitar del corazón de la madre Tierra” […]

¿Cómo reaccionaría yo, al enfrentarme cara a cara con aquel animal mítico, protagonista de cuentos y leyendas, preludio de muerte y desgracias, símbolo de poder y resistencia frente a la adversidad?

Una vez dentro del recinto, se hizo el silencio… Transcurrieron así varios minutos de tensa espera, mientras Carlos nos decía susurrando: “Ella ya os está escuchando, ya os está viendo”.

Manuel Sobrino – Finca Carlos Sanz
Manuel Sobrino – Finca Carlos Sanz

Desde algún punto de su reducido territorio, la loba analizaba detenidamente a aquellos extraños que habían invadido su espacio vital. Pero ella veía sin ser vista.

‘Roma’ nos estaba mostrando ya su esencia salvaje, y desde el primer momento hizo gala de dos de los mejores atributos de su especie: sigilo y cautela. Su timidez y recelo eran tales que finalmente Carlos decidió salir a su encuentro. ¡¡“Roma, Roma”!!, gritaba una y otra vez, con la esperanza de obtener respuesta.

Por fin, desde la distancia, pudimos adivinar por los gestos de Carlos que ya la había localizado. Evidentemente la voz, el olor de aquel humano, le resultaban familiares. Ya no tenía nada que temer. Confiada, guiada por la mano experta del naturalista, se fue acercando poco a poco hacia nosotros. Y nosotros, meros espectadores, aguardábamos pacientemente a que de un momento a otro hiciera acto de presencia.

Y efectivamente. Aquí llega la parte más difícil de mi relato. ¿Cómo expresar con palabras ese instante mágico? ¿Cómo describir en unas líneas un sueño, un sentimiento, una emoción? Es imposible traducir al limitado lenguaje escrito el complejo idioma del corazón, cuando algo que llevas esperando tanto tiempo, llega por fin, y se presenta ante ti.

Allí estaba yo, frente aquella figura grande, esbelta, elegante y perfecta en sus proporciones. Era la belleza de la perfección, era la envidia de los cazadores bípedos, era el amigo traicionero y traicionado, era el devorador de abuelitas desvalidas, era la Bestia de Gevaudan, era el eterno culpable sin presunción de inocencia, juzgado sin justicia, condenado y ejecutado… Para mí, todo eso y mucho más era, y es, el lobo.

He de reconocer, sin embargo, que mi encuentro no fue tan trascendental como aquel de Félix, hace más de 70 años.

Hay que tener en cuenta que ‘El Amigo de los Animales’ era solo un niño, cuando su padre le dio permiso para asistir a la cacería que —ironías de la vida— supondría el inicio de un cambio. Un giro en la historia que permitió rescatar del exterminio a los últimos 500 lobos que quedaban en España por aquel entonces.

La más repugnante de las manifestaciones de odio hacia un ser vivo, transformada en amor innato en la mente abierta y pura de un chiquillo de 11 años… ¿No es increíble?

Por otro lado, a pesar de que las instalaciones distaban mucho de ser precarias, no tenían el encanto de un entorno libre y de horizontes despejados. Sea por la razón que fuere, la experiencia fue menos impactante de lo esperado.

‘Roma’ era una hembra de cuatro años de edad, complexión delgada y no más grande que un pastor alemán. Su juventud y la época del año —no hay que olvidar que los lobos pierden la mayor parte de su pelaje durante el verano— condicionaban en gran medida su aspecto.

Manuel Sobrino – Finca Carlos Sanz
Manuel Sobrino – Finca Carlos Sanz

Pero no tardé en contrarrestar esa sensación un tanto frustrante, admirando otras particularidades de su anatomía realmente fascinantes, como por ejemplo su forma de moverse. Lo que los entendidos llaman el ‘trote lobero’, sistema de locomoción que le permite desplazarse de un sitio a otro sin apenas esfuerzo y con una armonía y elegancia sin parangón, como si bajo sus zarpas se escondieran auténticos muelles.

También llamaron poderosamente mi atención sus grandes orejas, que desprovistas por completo de pelo en su base destacaban sobre su cabeza. Y la franja de color negro que recorre sus patas delanteras, marca distintiva que hace posible diferenciar al ‘Canis lupus signatus’ (lobo ibérico) del resto de ‘Canis lupus’ del planeta.

Todo aquello que había tenido la oportunidad de aprender a través de libros, revistas o de la televisión, lo estaba repasando ahora sobre un ejemplar vivo, de carne y hueso.

Pero, sin ninguna duda, lo que más me impresionó, aquello que jamás se borrará de mi memoria, fueron sus preciosos ojos color miel. Su mirada penetrante, arrebatadora. Una mirada que le daba quizá un aire malvado y temible. Una mirada que reflejaba todas esas virtudes y defectos que, si bien carecen de significado en la naturaleza, han servido de argumento al hombre para escribir el destino de nuestro protagonista, y el de todos los seres vivos que pueblan la Tierra.

Pero yo no me conformaba solamente con observar. “Yo quería ser un lobo”, como rezaba la camiseta que aquel día había escogido ex-profeso para la ocasión. Para ello, debería integrarme y ser aceptado en el grupo. De poco sirvieron los suculentos trozos de pollo que le ofrecí, alargando la mano cuidadosamente.

“Al fin y al cabo no deja de ser un lobo”, comentaba Carlos.

Un pequeño movimiento en falso era suficiente para que la loba diese un paso atrás, asustada. Resignado, tras varios intentos fallidos, asumí que todavía no había llegado el momento de ‘bailar con lobos’.

El vuelo majestuoso de una cigüeña blanca sobre el limpio cielo puso un punto y seguido en esta maravillosa aventura, que no había hecho nada más que comenzar.

Todavía con el ‘subidón’ en el cuerpo, montamos de nuevo en el coche. Despacio, sin prisas, nos adentramos en el corazón del espacio protegido. Corazón aparentemente sano en el que latía con fuerza la vida alimentada con la sangre de los omnipresentes conejillos que nos iban abriendo paso a medida que avanzábamos.

“¡¡Aquí no nos encontraría nadie!!”, bromeaba mi padre, en referencia a lo apartado del lugar, mientas el 4×4 no paraba de tambalearse con violencia, golpeado repetidamente por los baches del camino, que poco a poco íbamos dejando atrás.

Manuel Sobrino – Finca Carlos Sanz
Manuel Sobrino – Finca Carlos Sanz

Ahora entendía perfectamente el porqué del desastroso estado que presentaba el automóvil. Cada tres o cuatros días Carlos se veía obligado a realizar este mismo trayecto para alimentar a sus animales, lo que acarreaba un tremendo desgaste para aquella máquina de metal entrada en años.

Suspiramos aliviados al llegar el final de nuestro accidentado viaje. El molesto ruido del motor, dio paso a la paz más absoluta. Y como para no desentonar en aquel ambiente, recibimos la orden de permanecer callados durante unos minutos, que acatamos a medias, entre risas y gestos divertidos.

Aquí sólo hablaba la naturaleza: el rumor de la suave brisa que soplaba, acariciando nuestros rostros azotados por el sol, el crujido de las ramas y de las hojas de los árboles, y los pájaros… los pájaros más que hablar, cantaban!

En realidad, lo que Carlos pretendía, era atraer sobre si la atención de los verdaderos amos y señores de aquel imperio verde: ‘Rómulo’ y ‘Remo’, dos espléndidos machos que dominaban una amplia zona acotada y vallada, cedida por el Ayuntamiento para el adecuado cuidado de estos lobos.

Podríamos afirmar que vivían en un estado de semilibertad. Aunque esta palabra no deja de resultarme un poco ambigua, máxime cuando estamos hablando de animales capaces de cubrir varias decenas de kilómetros en un sólo día.

Tan inabarcable era el área de campeo de ‘Rómulo’ y ‘Remo’, que para ejercer cierto control sobre sus movimientos, debían ser trasladados a una zona contigua, mucho más reducida. Tarea complicada incluso para un especialista.

Pero tan pronto como fue posible reunir a la “manada”, fuimos invitados a acercarnos. Y una vez más, sin vacilaciones, acudimos al aullido del lobo.

Los dos machos eran sensiblemente mayores que la hembra. Todavía conservaban una frondosa capa de pelo alrededor del cuello, que seguramente pronto perderían.

Uno de ellos, ‘Remo’, padecía una extraña dolencia que limitaba la movilidad en una de sus patas traseras. Tal vez esta incapacidad le había convertido en el ser extremadamente cariñoso y afable que era. En los próximos días sería sometido a diferentes pruebas para determinar con exactitud el alcance de su lesión.

En el extremo opuesto estaba ‘Rómulo’, un animal reservado y huidizo, que sin embargo se dejaba mimar y querer por Carlos.

Sentado sobre la vegetación seca, despojado ya de aquel elemento desconcertante e intimidatorio que para ellos era mi silla de ruedas, me puse a su altura, me entregué a su voluntad sin prejuicios ni presiones.

Inmediatamente, me vi rodeado por aquellas formidables criaturas. No existía el miedo. Solo un profundo respeto y una infinita admiración basada en un conocimiento real y objetivo.

Tras el protocolario reconocimiento olfativo, lobos y hombres estábamos preparados para dar el siguiente paso, y por fin juntos, nos entregamos a los juegos, a las caricias, a los abrazos… Llegué a establecer un contacto tan íntimo que pude incluso sentir su aliento, casi casi su respiración. Pero a pesar de mi insistencia, no hubo “beso con lengua”.

Lo cierto es que ellos parecían disfrutar de nuestra compañía tanto como nosotros de la suya.

Nada comparable, en cualquier caso, a la relación que había entre los animales y su cuidador. Empeñado en demostrar la extraordinaria mansedumbre de sus pupilos, no le tembló el pulso al biólogo cuando, con toda tranquilidad, introdujo sus manos desnudas en el interior de la boca de ‘Remo’, para que pudiéramos ver los tremendos, grandes y afilados colmillos que poseía. Armas blancas y cortantes que él empuñaba con tiento y delicadeza.

Lejos de reaccionar de forma agresiva ante esta atrevida manipulación, la respuesta era siempre la misma: un Ggrrr de satisfacción. Una suerte de rugido que brotaba desde lo más profundo de las entrañas del animal, y que es uno de los sonidos más impresionantes que hayamos escuchado jamás.

Se nos echaba el tiempo encima. Antes de que cayera la noche debíamos coger el autobús que nos llevaría de vuelta a Madrid. Era hora de decir adiós.

No quise apartar la vista de mis dos amigos, hasta que finalmente se perdieron en la inmensidad de su cercado. Y así, con la alegría de lo vivido y la melancolía de lo acabado, nos despedimos también de Carlos.

“¡¡Gracias por dejarme ser lobo por un día!!”, recuerdo que le dije sonriendo, en alusión a la frase de la camiseta.

Me gustaría dejar claro, para terminar, que estos animales no están aquí por capricho. Ellos son los mejores embajadores de su estirpe. Desempeñan una función tan importante como la que llevan a cabo sus congéneres en los diversos ecosistemas que ocupan.

La educación es uno de los pilares sobre los que se sustenta el equilibrio ecológico. Y en la construcción de esa sólida base trabajan, sin saberlo, ‘Roma’, ‘Rómulo’ y ‘Remo’. Pues junto a otros ejemplares criados y manejados por Carlos Sanz, han protagonizado diversos reportajes y documentales en favor de la divulgación y la conservación del lobo ibérico, promoviendo la necesaria coexistencia entre esta emblemática especie y las actividades humanas tradicionales en el mundo rural.

por Manuel Sobrino Senra