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¿VOTAR O IMPONER?

licaones-khwaiEl dilema entre la autoridad o el consenso no es exclusivo de la especie humana. Para muchos animales la toma de decisiones que afectan al grupo es un proceso más complejo de lo que solemos creer. Entre los grandes cánidos sociales la solución parece ser el despotismo, o al menos eso dice la teoría convencional. En una manada de lobos, de cuones o de licaones, el liderazgo de la pareja reproductora (el macho y hembra alfa) se considera incuestionable, y sus decisiones son ley… ¿o no?

 

Una investigación reciente aporta datos que cuestionan esa concepción tradicional. El estudio, titulado “Sneeze to leave” (“Estornuda para salir”) ha sido publicado en la revista “Proceedings B” por Reena Walker y colegas, y se centra en el ritual colectivo que celebran los licaones salvajes cada vez que se disponen a salir de caza. No todas las ceremonias culminan en una salida, y las razones para el éxito o el fracaso de cada iniciativa eran un misterio. El equipo de investigadores del “Botswana Predator Conservation Trust” realizó una serie de observaciones exhaustivas y los resultados fueron soprendentes. Durante las ceremonias previas a la caza, los licaones emiten unos sonidos semejantes a estornudos, cosa que ya se sabía, pero lo que no se sabía es que el número de esas vocalizaciones está directamente relacionado con el éxito o fracaso de la propuesta de salir de caza. Dicho en otras palabras, los “estornudos” equivalen a votos, y sólo si la propuesta cuenta con el apoyo suficiente se producirá la partida. De lo contrario, la manada seguirá echándose la siesta.

 

¿Significa esto que nos encontramos ante un sistema de “un licaón, un voto”? No exactamente. Por ejemplo, si la propuesta de partir proviene de la pareja alfa, entonces no hacen falta tantos “estornudos” para crear el quórum necesario, indicando que en la sociedad canina todavía hay votos y votos. Pero una propuesta proveniente de los subordinados también puede tener éxito si hay suficientes “estornudos”. Las implicaciones de estos hallazgos para nuestra comprensión de la sociedad canina, y de la evolución de los comportamientos sociales en los mamíferos, son incalculables, pero para mí no es menos importante el contexto de la observación. Yo he tenido la suerte de presenciar la ceremonia de preparación a la caza de los licaones en Botswana desplegándose a escasos metros de nuestro vehículo, pero debo confesar que cualquier vocalización que emitiesen los cánidos carecía entonces de significado para mí. Y es que sólo la repetición de las observaciones en condiciones óptimas ha permitido a los científicos acumular datos visuales y auditivos precisos hasta poder sacar conclusiones estadísticamente significativas.

 

¿Existe un mecanismo de decisión colectiva comparable en los lobos ibéricos? Por desgracia es imposible saberlo. La “gestión a tiros” que sufren nuestros lobos incluso en parques nacionales ha modificado su comportamiento convirtiéndolos en seres nocturnos y esquivos, al extremo de hacer imposibles observaciones de la finura necesaria para obtener ese tipo de datos. Lo que llamamos aquí estudio de campo de la biología del lobo consiste primordialmente en contar cacas y huellas y someter las cifras a artificios matemáticos para justificar indefinidamente la susodicha gestión a tiros. Las observaciones directas están lo bastante limitadas en el espacio (distancias astronómicas) y en el tiempo (encuentros fugaces) como para convertir cualquier dato en mera anecdóta. Por esta razón la mayor parte de las observaciones detalladas sobre el comportamiento del lobo ibérico provienen de ejemplares en cautividad, situación en la cual es inimaginable que se desarrollen procesos complejos como los descritos en los licaones de Botswana.

 

Pero la presión a la que sometemos al lobo ibérico no sólo imposibilita la observación de comportamientos complejos; amenaza con destruirlos. La continua matanza de ejemplares acorta el tiempo medio de vida, acelera el recambio generacional, y dificulta el establecimiento de pautas sociales complejas. En la sociedad canina como en la humana, la estabilidad es condición necesaria para la sofisticación. Hay razones para temer que la continua persecución convierta a nuestros lobos de complejos cazadores sociales de presas salvajes en meros depredadores oportunistas de ganado doméstico. Esta presión puede afectar al genoma favoreciendo la selección de ejemplares con pautas etológicas distintas, algo comparable a lo que ocurrió con los elefantes en amplias regiones de África, donde décadas de caza abusiva llevaron a la selección de ejemplares sin colmillos que hoy predominan en esas zonas.

 

Parece pues que las sociedades caninas buscan un equilibrio entre la experiencia y autoridad de los individuos dominantes por un lado y el consenso entre todos los miembros del grupo por otro. Pero los humanos, con nuestra sofisticación mental, hemos encontrado una ingeniosa solución al dilema entre voto e imposición, y se llama demagogia. Consiste en manipular al personal haciendo guiños a sus instintos primarios, y una vez preparado el ambiente convocar al voto, sabiendo de antemano que el resultado va a favorecer al manipulador. Éste es un mecanismo contra el cual todos nos creemos inmunes, pero tan efectivo hoy como el primer día. Y un ejemplo estupendo lo encontramos en las declaraciones recientes de altos cargos del PP asturiano con respecto al lobo, pidiendo que se lo declare especie cinegética “para ayudar al campo”. “Estamos sin matices del lado del ganadero”, dicen los líderes del partido, y esa falta de matices es el signo inequívoco de demagogia, sobre todo refiriéndose a asuntos donde los matices lo son todo. Es fácil percibir la influencia del lobby cinegético detrás de esta toma de posición, que a su vez pone a los demás partidos en una penosa competición por ver quién hace el ofrecimiento más ecocida. Sabemos que disparar a los lobos es el sueño dorado de muchos cazadores, y que su lobby llegará hasta donde haga falta para conseguir ese fin, movilizando toda su considerable influencia política. Si por el camino arrasan nuestra biodiversidad, perpetúan los daños a la ganadería y eliminan la posibilidad de adquirir concimiento científico… qué se le va a hacer. Pero nosotros tenemos un arma para defender nuestro patrimonio y nuestro futuro. Manipulable o no, nuestra arma sigue siendo nuestro estornudo… perdón, quise decir nuestro voto.

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley

¿POR QUÉ LOS HOMBRES MATAN LOBOS?

figura de Biology Letters¿Por qué algunas personas parecen poseídas por un afán irreprimible de matar lobos? Hace años yo pensaba que la respuesta era simple: porque éstos se comen a las ovejas. Pero hoy sabemos que matar lobos es el peor método posible para evitar los ataques al ganado, y que de hecho los aumenta. Y no es lo mismo querer librarse de las molestias que causan los lobos (para lo cual existe un abanico de medidas preventivas) que el deseo de matarlos, para el cual, sobre todo a día de hoy, debe haber otro motivo. Esta cuestión me intriga desde hace mucho, pero hace unos días estuve en el lugar idóneo para ponderarla: el palacio de Riofrío, en Segovia.

 

Esta antigua residencia real, construida en el siglo XVIII, está rodeada de una impresionante finca donde sus majestades gustaban de darle al gatillo, y algunas de sus estancias se reformaron a mediados del siglo XX convirtiéndolas en un “Museo de la Caza”. Su exposición incluye abundantes cadáveres de lobos cuya contemplación puede ser deprimente, pero también instructiva. En una de las paredes palaciegas, por ejemplo, nos encontramos clavada una piel de lobo con las patas extendidas y colgada boca abajo. Parece una suave aunque siniestra alfombra pero, abajo del todo, la cabeza resulta estar “naturalizada” y nos enseña los colmillos en una mueca de ferocidad, como si el lobo desollado estuviese a punto de reptar pared abajo para mordernos los tobillos.

 

Este despojo forma parte de la colección de trofeos de algún aristócrata borbónico, mostrada aquí como punto culminante de la historia de la caza. Desde las paredes de la sala contigua nos contempla una multitud de cabezas de carnívoros, con belfos retraídos que dejan ver más dientes de los que parecerían caber en esas bocas, mientras sus ojos nos siguen con mirada iracunda. Muchos de ellos son, por supuesto, lobos, pero también hay una nutrida muestra de linces ibéricos, cuyos gestos histéricos contrastan con las serenas expresiones faciales que se contemplan cuando se observa al gran felino en libertad. Este aquelarre de cabezas crispadas seguramente responde a los estereotipos de la taxidermia cinegética de su tiempo, pero el museo presume de contar además con una colección de modernos dioramas, que muestran las especies “cazables” en actitudes y ambientes naturales. Así pues, nos dirigimos hacia el diorama de los lobos, que muestra una manada en la penumbra de una noche invernal. La escena está dominada por un gran ejemplar adulto en actitud de aullar. Pero el hocico levantado hacia el cielo no muestra el gesto inconfundible de un lobo que aúlla, sino que (¡de nuevo!) los labios se retraen descubriendo toda la dentición, como si el animal estuviese poseído por algún virus demencial que convierte a los carnívoros de este palacio en furias gesticulantes.

 

¿Es posible que un taxidermista experimentado, perteneciente a la prestigiosa saga de los Benedito, no supiese cómo aúlla un lobo, o ya puestos un pastor alemán? No lo creo. Esta inexactitud no revela desconocimiento, sino el mismo sesgo ideológico que conforma otras taxidermias cinegéticas, y que a su vez nos sugiere una respuesta a la pregunta que abre este artículo… pero no quisiera saltar a conclusiones basándome en impresiones personales.

 

Por suerte, el afán de algunos por cazar grandes carnívoros es algo que interesa y desconcierta a científicos de diversos países, y recientemente, investigadores de universidades de Estados Unidos y Canadá liderados por Chris Darimont han publicado en la revista “Biology Letters” un estudio con el sugerente título de “Why Men Trophy Hunt”, es decir, “¿Por qué los hombres practican la caza de trofeos?”. En la introducción, los autores se preguntan por qué algunos cazadores del mundo “desarrollado” insisten en matar animales escasos y no comestibles como los carnívoros. Tras un estudio de las costumbres venatorias en diversas tribus de cazadores-recolectores, emerge una probable causa evolutiva: estos comportamientos aparentemente absurdos encajan en la teoría de la ostentación costosa (“costly signalling”) según la cual los machos de nuestra especie asumen los costes elevados de cazar presas grandes y peligrosas para luego disfrutar del privilegio que implica esa demostración de superioridad. El cazador presume de su valor al enfrentarse a la fiera… y de poder pagar el coste económico de su caza. Los autores señalan que faltan datos detallados sobre el público potencial de esta ostentación pero sospechan que se dirige a la familia, los amigos, miembros de las asociaciones cinegéticas, y las redes sociales.

 

La teoría del artículo de Darimont y colegas (del cual he tomado prestada la expresiva caricatura adjunta) encaja con el hecho de que el lobo sea el trofeo más caro de la fauna ibérica. Ahora bien, si el cazador desea jactarse de haber matado fieras peligrosas, casi haría mejor disecando el rottweiler del vecino (siempre que el can estuviese entrenado), y por esa razón los taxidermistas exageran las expresiones de ferocidad de sus lobos. Y es que la ostentación del cazador necesita desesperadamente del mito del lobo feroz. A los principescos residentes del palacio de Riofrío no les quitaba el sueño que el lobo matase ovejas, pero sí les agradaba su reputación de ferocidad. Aquellos aristócratas no tenían que rendir cuentas de sus caprichos venatorios ante nadie, pero hoy, cuando la opinión pública es un factor a tener en cuenta, el lobby cinegético sigue fomentando la imagen del lobo feroz incluso mediante elaborados vídeos, para justificar ante el público la perpetuación de un hobby cada vez más impopular. El capricho de unos es el negocio de otros, y ambos enmascaran sus motivaciones, intentando convencernos contra toda evidencia de que matando lobos evitan que éstos se coman las ovejas. Pero en el mismo “publirreportaje” aseguran a los ganaderos que gracias a la caza hay menos lobos y a los conservacionistas que gracias a la caza hay más lobos. Tal incoherencia confirma que sus presuntos motivos son, en realidad, excusas.

 

Siempre es una satisfacción cuando, como en este caso, las piezas del rompecabezas parecen encajar, pero las hipótesis de la ciencia siempre dejan algún cabo suelto. Si la necesidad de presumir de matar fieras es una cualidad masculina, ¿cómo entender el fenómeno de las damas de buena posición que matan lobos? Ellas lo hacen con más discreción, pero también han de tener su público. Tal vez esto sea un recordatorio de que la psicología humana no es sexista y ser “macho” no depende del género con el que se ha nacido, sino que es, al fin y al cabo, una cuestión de actitud.

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley

 

RECTIFICAR ES DE SABIOS COMO EL LOBO

Logo Lobo Marley RetinaCon buena intención y motivos mas que suficientes, LOBO MARLEY aceptó apoyar la concentración en Leciñena del próximo día 6 de agosto para pedir la protección del lobo en Aragón.

 

Dicho acto fue convocado por la asociación Wilderness y al mismo se nos dijo que acudiría todo el movimiento conservacionista y ecologista del territorio aragonés y que la presencia de LOBO MARLEY sería fundamental.

 

Dijimos que sí con el corazón y la cabeza, una vez mas puestos al servicio de una sociedad que quiere proteger honestamente su patrimonio natural.

 

Siempre confiamos en el trabajo en común , en equipo, como los lobos, pero con el paso de las semanas la cosa se ha ido complicando amenazando con desvirtuar nuestro verdadero objetivo que es sumar y no restar.

 

Muchas han sido las voces que nos han alertado de la posible presencia de grupos neonazis y fascistas en dicha concentración revistiendo su inhumana ideología de componentes conservacionistas y ello además de revolvernos el estomago haría un daño irreparable a nuestro interés común.

 

Mantenemos de siempre que al lobo se le persigue por racismo y solo faltaba que los racistas se salieran con la suya en un materia para nosotros tan esencial como es la defensa de la naturaleza desde el respeto a TODAS LAS PERSONAS y a nuestra fauna.

 

Por ello, en el afán de prevenir y no de curar lo incurable, LOBO MARLEY se desvincula totalmente de la concentración del día 6 de agosto y CONVOCA UNA CONCENTRACIÓN en Leciñena para el día 14 de Octubre a las 12 h.

 

Os invitamos a todos a acompañarnos con una única consigna: LOBO VIVO, LOBO PROTEGIDO EN ARAGÓN.

Es el momento, ahora que algunos quieren convertir a esta joya de nuestra naturaleza en especie cinegética en Aragón y presionan al Gobierno para ello. Consideramos imprescindible explicar con claridad nuestra postura desde la movilización cívica y responsable.

 

Ninguna intención de provocar, en todo caso de seducir con argumentos y el peso de una sociedad, en la única dirección posible que es dotar al lobo en Aragón de un MARCO LEGAL inquebrantable y proteccionista.

 

Cualquier ser humano, cualquier entidad, organismo o asociación de Aragón o no, que considere que el Lobo ha de ser incluido en el Catalogo de Especies Amenazadas de Aragón ESTÁ INVITADO EN ESTE MISMO MOMENTO.

Todo ello a favor y de la mano del mundo rural aragonés, sabiendo como sabemos que son los primeros interesados en proteger su naturaleza con el lobo como especie bandera a la cabeza.

 

Huelga decir que este cambio de fecha y de convocatoria nada tiene que ver con los endebles cantos de sirena que algunos grupos oxidados antilobo elevan a los cuatro vientos con la ayuda de una megafonía tan arcaica como inservible.

 

¡Os esperamos felices y certeros en la TIERRA DEL LOBO que siempre fue y será ARAGÓN!

 

 

Luis Miguel Domínguez

Presidente de LOBO MARLEY

DISNEY

Los Lobos No Lloran cartelCuando los enemigos del lobo quieren descalificar a los que proponemos su protección, nos tildan de meros “urbanitas” desconocedores de la dura realidad de la naturaleza. Dicen que por nuestra falta de experiencia en el medio natural vemos al lobo como a un “peluche”, y que por eso nos horroriza que se le acribille. Ellos (los cazadores y otros partidarios de pegar tiros) presumen de conocer ese medio a fondo y aseguran que matar lobos no es otra cosa que seguir las implacables leyes de la vida. Nos acusan, en fin, de vivir instalados en un ilusorio “mundo Disney”.
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Mi reacción inicial al leer comentarios de esa clase es pensar “¡pero qué imbecilidad!”, pero acto seguido tomo distancia y hago examen de conciencia. ¿Y si tuviesen razón? Al fin y al cabo, usar el nombre de Disney para desvalorizar la empatía se está convirtiendo en una práctica común, no sólo entre los cazadores sino también entre biólogos y ecologistas deseosos de marcar distancias frente a otras posturas, especialmente el animalismo. Así pues me pregunto: ¿estaré perdiendo de vista algún aspecto fundamental de la cruel realidad natural?
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Para buscar la respuesta empiezo por repasar mi propia experiencia. Mi profesión me ha llevado a estudiar a los animales desde varias perspectivas diferentes. He pasado mucho tiempo en la sabana africana observando su fauna salvaje, y he visto a los elegantes antílopes exhalar su último aliento entre las garras de los grandes felinos, con sus dulces ojos muy abiertos hacia un cielo inmisericorde. He visto a los ñúes y las cebras morir ahogados o pisoteados por sus propios compañeros de manada en medio del caos de la migración. Pateando las montañas cantábricas, he visto la delicada pezuña de un corzo emergiendo íntegra del excremento de un lobo, como recordatorio de la implacable función depredadora del cánido. He estudiado a los animales en la sala de disección, donde el primate o el felino que casi parecía dulcemente dormido al principio de la sesión va quedando reducido a sus partes constituyentes: músculos, huesos, tendones y un cubo de casquería. Siguiendo humildemente los pasos de Leonardo da Vinci, he aprendido sobre la estructura interna de mis modelos al precio de convertirlos en macabras lecciones de anatomía. Pero mis principales objetos de estudio son los animales prehistóricos, y participar en excavaciones paleontológicas no es otra cosa que enfrentarse a tragedias que tuvieron lugar hace miles o millones de años. Sin esas tragedias no tendríamos objetos de estudio.
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En definitiva, mi estudio de la vida ha tenido siempre el contrapunto de la muerte como compañera inseparable. Por lo tanto, y a expensas de las lecciones que el destino aún me depare, soy consciente de que la naturaleza, sin ser cruel, parece desde luego indiferente al sufrimiento de sus criaturas.
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Y aquí llega al “quid” de la cuestión: una vez reconocida la dureza de la vida natural, ¿debo convertirme en cómplice de esa dureza, y dedicarme a sembrar la muerte y el dolor a mi alrededor, dado que ambas cosas de todas maneras ya existen ahí fuera? En última instancia la respuesta a esta pregunta implica una decisión moral, pero para quienes carecen de ese factor ético lo único que funciona son las prohibiciones o límites externos. Dicho de otro modo, hay personas incompletas, carentes de ese elemento sofisticado llamado empatía, que siempre intentarán sentirse poderosas abusando de cualquier ser que no pueda defenderse, y en un mundo en el que la mujer y las minorías étnicas o culturales hacen valer sus derechos cada vez más, las víctimas más accesibles son los animales. La muerte y sufrimiento evitable impuestos hoy por el hombre a millones de criaturas no son consecuencia de la compleja estructura del universo natural como algunos dicen, sino de la estructura (poco compleja) de muchas mentes humanas.
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Hace ya cuarenta años mi amigo el pintor venezolano Eliseo López me contó como dejó la caza después de ver, ya como adulto, la película “Bambi”. Obviamente él sabía que los animales no hablan ni se comportan como los personajes de ese cuento infantil, pero de todos modos le sirvió como excusa para desarrollar el respeto y la empatía hacia otras formas de vida y convertirse en una persona más plena y sensible. Por mi parte nunca he visto la película y confieso que me suelen irritar las historias de animales que hablan, pero considero que si ha operado en otras personas el mismo cambio que en mi amigo, entonces está más que bien empleada, y sólo por ello estaría dispuesto a verla un día (cuando no tenga tantas cosas urgentes que hacer).
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Por otro lado, la Disney ha producido películas que enriquecen nuestra visión de la naturaleza sin humanizar a los animales, y probablemente el mejor ejemplo sea esa pequeña joya cinematográfica titulada “Los lobos no lloran”. Dirigida en 1983 por Carroll Ballard, esta película cuenta la historia de un biólogo enviado por el gobierno canadiense al ártico para estudiar los lobos y justificar la práctica de matarlos para defender a la población de renos, codiciados a su vez por los cazadores. Una vez instalado en la zona de estudio, el científico descubre que en realidad los lobos mantienen un complejo equilibrio con sus presas, que no sólo incluyen a los renos sino una proporción soprendente de pequeños mamíferos. La historia se basa en el libro autobiográfico “Never Cry Wolf” de Farley Mowat, en el cual se mezclan elementos de realidad y de ficción, y por ello el relato debe tomarse “con un grano de sal”.
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Pero más allá de su variable exactitud documental, la película  de Ballard combina de tal manera la belleza y la sobriedad en el relato que podemos verla tres décadas  después de su estreno como una obra básicamente contemporánea, o atemporal. Es una historia iniciática sobre una persona que descubre la naturaleza, la cultura ancestral y, en última instancia, a sí misma. Así pues, la próxima vez que alguien me acuse de vivir en un mundo “Disney”, me acordaré de “Los lobos no lloran”. Recordaré la escena, dura y maravillosa, donde el protagonista, manchado de la sangre del reno matado por los lobos, le arranca la costilla que mostrará la enfermedad que lo debilitaba y lo convirtió en la víctima a derribar. Recordaré los animales que he visto sufrir y morir como parte del ciclo natural que lleva millones de años funcionando y determinando la adaptación de las especies, un ciclo que nunca podría confundir con el capricho sádico de personas ociosas provistas de armas de fuego. Y si eso significa vivir en un mundo “Disney”, prefiero habitar en él que en un mundo de brutalidad insensible disfrazada de realismo costumbrista.
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Mauricio Antón
Vicepresidente de Lobo Marley

EL CULTO A LA IGNORANCIA Y EL LOBO

lobo saca lenguaHace 37 años el escritor y científico Isaac Asimov escribió en “Newsweek” su demoledor artículo “A Cult of Ignorance” (“Culto a la Ignorancia”), en el que reflexionaba sobre el auténtico talón de Aquiles de la democracia americana. Aunque no sabemos si en sus peores pesadillas llegó a imaginar algo tan extremo como el triunfo del “Trumpismo”, lo cierto es que su artículo desgranaba las causas que finalmente lo han propiciado. Definía la situación con un párrafo lapidario: “En Estados Unidos hay un culto a la ignorancia y siempre lo ha habido. La veta del anti-intelectualismo es como un hilo que recorre nuestra vida política y cultural, mantenido por la falsa noción de que la democracia significa que ‘mi ignorancia vale tanto como tu conocimiento’”.

Es fácil para nosotros ver la paja en el ojo ajeno y pensar “claro, es que los americanos son así”, pero el ascenso de determinadas opciones políticas en Europa nos advierte de que ese culto a la ignorancia, y la manipulación interesada de la misma, son males universales. Al fin y al cabo, negar la evidencia es casi la opción por defecto en nuestros políticos cada vez que la ciencia colisiona con los intereses de los lobbies que les mantienen en el poder.

Todo esto resulta bastante desolador, pero no muy sorprendente. Quien más quien menos tenemos asumido que la ciencia siempre debe luchar para hacerse oír ante el empeño de los políticos por ignorar las verdades incómodas. Y es que para el científico tan importante es averiguar la verdad sobre su tema de investigación como defenderla y darla a conocer. La ciencia es investigación pero también educación… ¿o no? Pues lo cierto es que a veces los científicos se convierten, sorprendentemente, en aliados de la ignorancia.

Un ejemplo de ello lo vemos en el trabajo de algunos investigadores que asesoran a la Unión Europea en temas de conservación de grandes carnívoros. Por encargo de las instituciones europeas han producido publicaciones que éstas utilizan como referencia para tomar decisiones sobre la gestión de la fauna salvaje. Un vistazo a una de estas publicaciones revela el inquietante enfoque que sus autores tienen sobre la transmisión del conocimiento. El estudio, que lleva el intimidatorio título de “Guidelines for Population Level Management Plans for Large Carnivores” (“Directrices para planes de gestión de poblaciones de grandes carnívoros”) se publicó en 2008 y es el resultado de la colaboración de expertos en carnívoros de varios países europeos. El apéndice “Control letal y caza de grandes carnívoros” incluye un listado de los beneficios potenciales que, según este panel de expertos, puede tener el matar carnívoros como el lobo. Encabezan la lista los siguientes:

  • Permitir la continuidad de tradiciones arraigadas en areas rurales donde los grandes carnívoros existen
  • Aumentar la aceptación de la presencia de los grandes carnívoros entre los cazadores si ellos los ven como especies de caza gratificantes más que como competidores
  • Aumentar la sensación de “empoderamiento” entre los paisanos que tienen que vivir en el mismo territorio que los grandes carnívoros.

Lo curioso de esta lista es que ya llevamos tres presuntos “beneficios” y ninguno de ellos se refiere a aspectos biológicos o ecológicos, que constituyen la supuesta especialidad de los autores del estudio. Al contrario, parece que ellos se han quitado la bata del biólogo y se han puesto el traje del sociólogo, haciendo afirmaciones sobre lo que hará sentir bien o mal a la población local y pasando por alto el hecho crucial que realmente afecta a la ecología de los grandes carnívoros, y especialmente del lobo, que es el siguiente: cuando se matan unos cuantos lobos (además de su mortalidad natural) lo que se está consiguiendo es obligar a los cánidos a aumentar su ritmo reproductivo para compensar las bajas artificiales. En vez de una manada estructurada, controlada por una única pareja alfa, se genera una situación donde hay numerosas parejas reproductoras, cada una de las cuales tiene más dificultades para cazar presas salvajes y ataca más al ganado doméstico. Resumiéndolo en una frase, se matan algunos lobos para que el paisano sienta que “se está haciendo algo por él”, y con ello se están agravando indefinidamente sus problemas.

Aquí entra en juego el concepto que estos biólogos tienen del “mundo rural”. Con un paternalismo casi conmovedor, ellos piensan que el habitante del campo no está preparado, por razones estructurales, para entender realidades científicas básicas como la estructura de la pirámide alimenticia, y por lo tanto consideran que sería tiempo perdido intentar explicarle que el “control letal” es tan beneficioso como agitar un avispero en el salón de su casa. Para nuestros biólogos metidos a sociólogos de fin de semana, la divulgación se ha convertido en un imposible y sus interlocutores son como niños a los que, en vez de transmitir información, se les debe manipular emocionalmente hablándoles en el marco de sus “tradiciones arraigadas”. Me recuerdan a esos políticos que opinan que la ablación femenina es intolerable en nuestra civilización pero debe tolerarse en sociedades pastorales africanas porque ellas viven inmersas en la tradición y supuestamente no podrían asimilar la fría realidad médica.

Estos científicos se encuentran incómodamente atrapados entre dos realidades, y miran con un ojo al ganadero, fomentando implícitamente su esperanza de que cada lobo muerto le lleva un poco más cerca del exterminio de la especie, y con el otro ojo a la institución que paga el informe, cuyas normativas dicen que el lobo es especie de interés comunitario y por tanto no sólo debe continuar existitendo, sino que debe alcanzar un estado favorable de conservación en toda su área de distribución, lo que hace que ese exterminio, ansiado por algunos, sea inalcanzable.

Basándose en artículos como ése, la Unión Europea ha intentado por dos veces consecutivas (hasta ahora sin éxito), tumbar la petición de Lobo Marley de proteger integralmente el lobo ibérico, y es previsible que lo volverán a intentar dentro de unos meses. En Bruselas volveremos a oír la misma cantinela: que la conservación del lobo no es un asunto científico sino “social”, y que hay que entregar una cabeza de lobo cada tanto tiempo a los paisanos para mantener la paz… Pero lo cierto es que mientras no se trate a las personas como a adultos sólo se conseguirá prolongar la inadaptación a la realidad natural, y hasta un cierto infantilismo. Es como cuando Trump les dice a sus votantes que no pasa nada por saltarse las normas de París contra el cambio climático porque al final “todo irá bien”. Cargarnos nuestra biodiversidad con mentalidad cortoplacista desde luego es una buena manera de asegurarnos de que nada va a ir bien, ni mucho menos, y tratar a la sociedad como a una gigantesca guardería infantil no convierte a los científicos en maestros ejemplares, si no en ciegos que guían a otros ciegos, con el agravante de que los que guían, en este caso son ciegos “a posta”.

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley

 

EL ATAQUE DE LOS BUITRES ASESINOS

IMG_4903Junto con la expansión apocalíptica de los lobos y los ataques al ganado por meloncillos y cuervos sedientos de sangre, una de las leyendas que más cuerpo está cobrando en la pseudo-zoología ibérica contemporánea es la de los “buitres asesinos”. Se viene argumentando que la escasez de carroñas en el campo a raíz del mal de las “vacas locas” ha llevado a generaciones de buitres a vivir al límite de la inanición, haciéndoles más agresivos que nunca y proclives, en su desesperación, a comportarse como depredadores activos y atacar a reses vivas. Un relato atractivo pero que contraviene conceptos básicos de la ciencia. Para empezar, el buitre es un carroñero especializado, carente de las garras y el pico afilados que permiten a las águilas dar muerte a sus presas, y esa especialización, desde el punto de vista evolutivo, no tiene vuelta atrás. Un buitre no puede matar a una oveja como no quiera hacerlo a besos. Y para continuar, si una población de buitres se enfrenta a una escasez de recursos continuada, el resultado inmediato no será un cambio en el nicho ecológico de esta especie (definido por millones de años de evolución) sino que cada año sobrevivan menos pollos, hasta que la población se ajuste a los recursos disponibles. Sin embargo, existe al menos una publicación científica de prestigio que parece desafiar estos hechos y ha contribuido a propiciar la leyenda de los buitres asesinos.

 

En una carta a “Nature” de 2011 titulada “European vultures’ altered behaviour” (o sea, “El comportamiento alterado de los buitres europeos”), Margalida, Campión y Donázar afirmaban que “los buitres leonados de España y el Sur de Francia se han convertido en matadores de ganado, según las numerosas denuncias recibidas por las autoridades”. Esta primera frase del artículo ya hace saltar las alarmas: ¿un hecho científico queda establecido por la cantidad de denuncias? Según esa lógica, la cantidad de denuncias a la Inquisición demostraría sin duda que las brujas no sólo abundaban en la Europa medieval, sino que además volaban con más maniobrabilidad que los buitres ahora tan temidos. Esto no impide a los autores de la carta hablar de la necesidad urgente de dialogar con los ganaderos para solucionar este “conflicto emergente”.

 

Esta carta significó un espaldarazo para el concepto de los buitres como cazadores de ganado con todas sus implicaciones políticas, pero prácticamente no ofrecía detalles científicos. Para encontrar más datos habría que esperar a la publicación de un estudio más técnico de los mismos autores en la revista “Oryx” en 2014, con el intimidatorio título de “Vultures vs livestock: conservation relationships in an emerging conflict between humans and wildlife”. En dicho estudio encontramos la siguiente frase: “La caza oportunista de pequeños y medianos vertebrados se ha reportado como frecuente en el caso de algunas especies de buitres del Nuevo Mundo pero sólo de manera ocasional en buitres del Viejo Mundo. Los buitres leonados, sin embargo, son carroñeros obligados, especializados en el consumo de carroñas de grandes ungulados” (la traducción y las cursivas son mías). Dicho en otras palabras, no existe ni un solo reporte científico de un buitre leonado cazando presas vivas, y el artículo de Margalida y coautores tampoco lo aporta. Al fin y al cabo, si pudiese incluir un reporte semejante, no sólo publicaría en “Nature” sino que su foto saldría en la portada. ¿En qué datos se basa entonces el artículo en cuestión? Muy sencillo: en la comparación entre la cantidad de denuncias presentadas y las aceptadas, donde aquellas aceptadas por la administración se cuantifican como ejemplos de ataques reales.

 

¿No se les ocurre a los autores pensar que la aceptación por parte de la administración de una denuncia puede obedecer a criterios políticos y sociales tanto o más que a criterios técnicos? Sin duda que se les ocurre, y por ello se apresuran a admitir que la “falta de datos científicos” es un factor agravante de este “conflicto” entre buitres y ganadería. Postular un cambio en el comportamiento de alimentación de los buitres como origen de este conflicto es una hipótesis totalmente gratuita, especialmente si tenemos en cuenta las circunstancias que describen los autores como típicas de los supuestos ataques: éstos coinciden casi siempre con el parto de las reses abandonadas en el campo. ¿No es más razonable entonces pensar que el incremento en las denuncias refleja una combinación de dos factores, a saber, el aumento de la presencia de reses sin custodiar que dan a luz en el monte, y el conocimiento de que la administración está dispuesta a compensar las bajas tras la aportación de simple evidencia circunstancial?

 

El artículo en cuestión dibuja un escenario de conflicto creciente que requeriría complejas estrategias de diálogo entre sectores enfrentados (¡el paraíso para los políticos!), pero lo cierto es que una medida tan elemental como la custodia de las reses a punto de parir acabaría de un plumazo con las correspondientes bajas en la cabaña ganadera, con las denuncias, con el coste de las indemnizaciones, y con la espeluznante amenaza de los venenos a la que también se alude en el artículo. Lo cierto es que tras leer el texto atentamente y de cabo a rabo, queda claro que en él no se describe una realidad biológica, sino una situación sociopolítica en la cual el comportamiento real de los buitres tiene una incidencia mínima y de hecho es una simple excusa. Por desgracia, para llegar a estas conclusiones es necesario leer los artículos completos, mientras que las versiones comprimidas (como la carta a “Nature”) o directamente distorsionadas (como los titulares de prensa que acompañaron a la publicación en su momento) contribuyen a crear una ficción que se va asentando, no ya en contra, sino al menos parcialmente debido a la labor de algunos científicos.

 

En última instancia, la realidad más determinante en toda esta historia es el poder perverso de las compensaciones económicas por daños (y esto se aplica por igual a buitres o lobos) para desfigurar más allá de toda proporción las relaciones entre la sociedad y el patrimonio natural. Lo que es urgente no es tanto el enésimo diálogo entre sectores para retocar los montos y condiciones de las compensaciones, si no la implementación de un modelo alternativo que incentive la convivencia con la fauna sin eliminar, como hace el modelo actual, la motivación para proteger el ganado.

 

Mauricio Antón
Vicepresidente de Lobo Marley

 

Lobo Marley vuelve a Bruselas

LM UE 2017Mañana, 23 de marzo, Lobo Marley defenderá una vez más ante la Comisión Europea la necesidad de proteger el lobo ibérico y denunciará la ilegalidad de las matanzas “excepcionales” de lobos al sur del Duero por parte de las administraciones.

Como ya ocurrió en 2015, la comisión desgraciadamente presta oídos a la información caduca e inexacta que le proporciona el gobierno español, empeñado en seguir matando lobos, y de nuevo intentarán cerrar nuestra petición. La atención al detalle por parte de la Comisión ha sido tan escasa que sólo cabe pensar que la decisión está tomada de antemano. Por ejemplo, en su “comunicación a los miembros”, la comisión dice que la población de lobo ibérico de la región biogeográfica alpina (que en los términos de los informes técnicos equivale a decir del Pirineo) está “en estado favorable de conservación”. Por supuesto, un vistazo a la documentación citada por ellos mismos muestra que esa población es inexistente. Como prueba añadida del buen estado de las poblaciones de lobo ibérico la Comisión dice que en Sierra Morena quedan 42-49 lobos… huelgan los comentarios. Como ya hicimos en 2015, expondremos argumentos contundentes y aportaremos documentación para convencerles de mantener abierta la petición.

Pase lo que pase, se trata tan sólo de una batalla en la larga guerra por poner al lobo ibérico en el lugar que merece entre las joyas de nuestra naturaleza. Una lucha que sólo puede continuar gracias a vuestro apoyo constante.

EN DEFENSA DEL LOBO IBERICO – Manifiesto 2017

Cartel manifestacion en defensa lobo iberico 2017 webEN DEFENSA DEL LOBO IBERICO

 

Un año después de la histórica manifestación en defensa del lobo ibérico, esta especie emblemática se sigue desangrando, y la necesidad de reclamar su protección desde la calle es más urgente si cabe. El lobo es el controlador natural de los herbívoros salvajes, y su presencia garantiza la salud de los ecosistemas, y por ello la Unión Europea lo ha declarado especie de interés comunitario.

 

La ganadería extensiva ha sido históricamente clave en la conservación de los ecosistemas y la sociedad debe valorar sus productos y su trabajo como guardianes de la naturaleza. Durante siglos ha habido una coexistencia entre fauna salvaje y ganadería, que hoy en día, es necesario restablecer. La promoción y defensa desde Europa hacia la protección del lobo y en favor de la coexistencia, contrasta con la gestión cortoplacista de las administraciones públicas españolas.

 

Al norte del Duero, las autoridades fomentan auténticas campañas de exterminio sin ningún criterio científico, mientras el negocio de la muerte del lobo se mantiene para diversión de unos pocos y para enriquecimiento, a menudo ilegal, de los tratantes de la muerte de nuestra fauna. El lobo está protegido en Portugal, pero cada vez que los lobos portugueses entran en España son acribillados a tiros. Incluso en nuestros Parques Nacionales los gestores prestan oídos a intereses privados que piden la muerte de la fauna silvestre. El lobo está protegido al sur del Duero, pero las autoridades favorecen su persecución amparándose en supuestas excepciones.

 

Esta continua matanza impide que el lobo alcance un estado de conservación favorable (exigido por la normativa europea) en la mayor parte del territorio que se le arrebató, pero también impide el cambio en el mundo rural hacia un modelo más moderno, donde actividades tradicionales y otras nuevas como el turismo de naturaleza contribuyan a la diversidad económica necesaria para traer prosperidad y empleo a las nuevas generaciones. Ésas que desean una verdadera convivencia con la fauna y no quieren perpetuar prácticas insostenibles y enemigas del medio ambiente.

 

Los ciudadanos no queremos seguir tolerando esta matanza y estamos a favor de la coexistencia de la ganadería extensiva y el lobo. Y para que nuestra voz se escuche alta y clara nos vamos a manifestar el domingo 12 de Marzo de 2017 en Madrid. Vamos a demostrar una vez más que el lobo no está solo ante los que quieren masacrarlo involucrando a toda la sociedad rural. Somos muchos los que reclamamos el derecho a una naturaleza saludable para nosotros y para nuestros hijos.

 

Con la convocatoria de este acto hacemos una petición muy concreta: solicitamos la declaración del lobo como especie estrictamente protegida por ley en todo el territorio español, y exigimos el fin inmediato de su caza y de los controles letales de su población.

MATAR PARA SABER QUÉ SE SIENTE

a a Gill and deer2¿Cuál es la relación entre la caza “deportiva” y la violencia? ¿Qué efecto tiene sobre la mente el hábito continuado de quitar la vida a otros seres, sobre todo si se hace por placer? “Los placeres violentos tienen finales violentos”, nos advertía Shakespeare, pero esta verdad adquiere un matiz más tenebroso cuando los placeres, además de violentos, son gratuitos. La violencia puede surgir de la represión o de la injusticia, pero también puede ser un divertimento ocioso, y entonces llega a generar una pavorosa indiferencia hacia el sufrimiento. Sorprendentemente, esa condición no es incompatible con la sofisticación mental. Un buen ejemplo lo constituye el escritor escocés recientemente fallecido Adrian Anthony Gill. Experto culinario y crítico de televisión, era uno de los columnistas más leídos -y tal vez el mejor pagado- del Reino Unido.

 

Hasta aquí un perfil que podemos consultar en la Wikipedia, pero lo interesante es el desarrollo del personaje como se revela en sus escritos. Gills fue cazador toda su vida, aunque su modalidad favorita, el rececho al ciervo, requería un nivel de ejercicio físico incompatible con su tabaquismo, y en la disyuntiva escogió el tabaco. Pero años después dejó de fumar y volvió con renovados bríos a la caza del venado en su Escocia natal, retorno que recoge en un relato de un lirismo casi enfermizo. Compara la caída del ciervo herido de muerte con el vuelco de un navío de altos mástiles en la mar, y observa meditabundo como la vida se apaga al dar la puntilla al animal agonizante: “Siempre me asombra que incluso en una muerte tan violenta la partida de la vida sea tan suave y tan frágil. Puedes sentir cómo se retira, evaporándose con el más tenue de los susurros”. Esta “poesía” cinegética va unida a la exaltación de sus orígenes, como escocés afincado en Londres que vuelve a su terruño para experimentar sensaciones primordiales en un entorno salvaje. Este pretendido ennoblecimiento de la caza asimilándole los valores de las raíces culturales y de la naturaleza no es nada nuevo, pero Gill pone a su servicio todo su arsenal literario.

 

Pero entre tanto ocurre algo más en la vida de Gill. Alcanza un éxito inesperado, y vive esa sensación soñada por muchos de hacer y decir lo que se le viene en gana sin preocuparse por las consecuencias, lo que alimenta un ansia renovada de sensaciones, como en un niño caprichoso al que nadie enseña “los límites”. Y de su saciedad cinegética (“he disparado a muchas cosas en muchos sitios”, escribió) surge una nueva curiosidad: “Yo quería hacerme una idea de qué se sentiría matando a alguien, a un desconocido. Lo ves en todas esas películas: armas y cadáveres, sin apenas un primer plano de reflexión o duda. ¿Qué se siente realmente al disparar a alguien, o a un pariente cercano de alguien?”.

 

La ocasión de comprobarlo la tuvo durante un safari de caza en Tanzania en 2009, cuando entre antílope y antílope se vió de repente ante la oportunidad de disparar a un babuino. Tener ante sí a un pariente próximo le despertó el deseo de convertirse, según sus propias palabras, “en un asesino recreativo de primates”, deseo que satisfizo de inmediato. Pero como buen cazador, su hazaña no estaba completa sin la exhibición, y para ello Gill contaba con el mejor escenario: una columna en el “Sunday Times” seguida por millones de lectores cada domingo. Allí escribió: “Sé perfectamente que no hay ninguna justificación para esto: el babuino no es comestible salvo que seas un leopardo. La débil excusa del control por los daños es la misma que usamos para matar zorros: un velo para encubrir nuestra traviesa diversión”. El siguiente golpe de efecto es la descripción puramente técnica de su hazaña: “Le acerté justo debajo de la axila. Se desplomó y resbaló hacia un lado”. Gill escribe como un cronista deportivo que relata un remate a puerta durante un partido de fútbol. “Recorrimos a pie la distancia que nos separaba del animal: 250 yardas. No fue un mal disparo”.

 

Cuando se enfrenta al cadáver de su víctima, su crónica desciende de la fanfarronería al nihilismo: “Como suele ocurrir en la vida, cuando miras a traves del lente de aumento lo que ves es lo prosaico y lo lastimoso. Una vez muerto, el babuino parecía mucho más pequeño”. Pero el mono no es lo único que murió en ese lance; parecería que con él se fue una parte importante de la humanidad de Gill. Tras décadas de embotamiento por el ejercicio repetitivo de la violencia, su capacidad de sentir el impacto de una muerte caprichosa y culpable había desparecido por completo. Pero a nivel fríamente intelectual sabía bien lo que había hecho. En una ocasión describió a los babuinos como “no más estúpidos que Piers Morgan”, en alusión al presentador de un programa matutino de la TV británica. Ese afán por expresarse de manera descarnada y a menudo cruel constituía un claro ejercicio de cinismo, pero para el público desprevenido pasaba por honestidad.

 

Durante las crisis de alcoholismo de su juventud, Gill deseó que le diagnosticasen un cáncer, ya que al menos eso daría “algún sentido” a su profundo odio de sí mismo. Al final, la semilla que había plantado durante 3 décadas de tabaquismo fructificó en 2016, y con su estilo característico Gill escribió que le había tocado el “menú completo del cáncer inglés”. Parecía enfrentarse a sus males con el humor inquebrantable de quien ha relativizado el valor de la vida, pero su último artículo fue para quejarse de que la sanidad británica no le pagaba un tratamiento de inmunoterapia que le habría podido dar más tiempo. Ahora no tenía especial prisa en contemplar la “suave y frágil” partida de la vida, y a falta de una curación quería al menos “un tramo más de vida. Más vida con tus hijos, más vida con tus amigos, más vida cogiendo manos, más vida compartiendo, más vida pasada en la tierra”. No habría de ser. No sabemos si su vida se evaporó “con el más tenue de los susurros”, pero a las puertas de la muerte percibió lo que cualquier animal, humano o no, lleva escrito en su ADN: que si hay algo en este mundo que no es un juego es el impulso a aferrarnos a la existencia. Tal vez se diera cuenta entonces de que por la misma razón nadie tiene derecho a quitar vidas por aburrimiento o “para saber qué se siente”. Pero la mente humana es inagotable en su capacidad de autoexcusarse, así que yo no apostaría por ello. En todo caso, sería difícil encontrar un ejemplo en el que el propio sujeto haya documentado mejor (y con más brillante prosa) su abandono, con ayuda de la caza, de uno de los rasgos que nos hace realmente humanos: la compasión.

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley