Ocho años han transcurrido desde que iniciáramos nuestra andadura como asociación en defensa del lobo ibérico en este país, pero en poco tiempo nuestro mensaje y empuje también ha ido traspasado fronteras. Con vuestro apoyo incondicional en los momentos más difíciles, habéis hecho posible que Lobo Marley continúe adelante e independiente, creciendo en influencia externa. Nuestra vocación internacional, y europea en particular, propició la creación de la Alianza Europea, pero nuestra lucha debe tener proyección global porque el anacronismo que aún machaca al lobo allí donde habita es global.
Por ello estamos empezando también a buscar sinergias en el “nuevo continente”. Desde Oregón en EEUU, nuestro compañero Fernando Moreno, actual enlace de Lobo Marley para ese país, Canadá y México, https://twitter.com/lobomarleyusa comparte con nosotros sus reflexiones e información, comenzando en este boletín sus colaboraciones con el siguiente artículo, ya inmersos en plena campaña electoral donde se juegan mucho también los que defienden la biodiversidad.
“Dimensiones humanas en la gestión del lobo en Norte América”
Pocas especies en norte América han perdurado durante las campañas de furiosa embestida antropogénica y la vez demostrado una resiliencia tan absoluta como el lobo. Lo cierto es que esta afirmación se puede extender al Canis lupus en todo el globo terráqueo, aunque algunas subespecies hayan sucumbido al vitriolo humano más visceral. Pero la relación entre humanos y este emblemático canido no siempre ha sido contenciosa. Es por todos conocido que nuestros ancestros desarrollaron un vinculo de admiración y veneración durante varios milenios, el cual no si vio dañado sino hasta hace unos pocos siglos.
La nación Oneida, una de las seis confederaciones Iroquois, tiene una conocida leyenda oral acerca de cómo esta sociedad nativo-americana resolvió el conflicto con el lobo en la zona de lo que hoy conocemos como el estado de Nueva York y la Pennsylvania occidental. El lobo era un ser hermano para los Oneida de manera que cuando Oneida cantaba la canción ancestral, el lobo contestaba. Con el paso del tiempo, la población Oneida creció hasta el punto de tener que expandir su territorio. Al emprender tal empresa, tanto era el respeto por el hermano lobo que la determinación de donde se establecería dicho nuevo territorio consideraba la coexistencia con él. Las mejores tierras con veranos frescos, protección del duro clima de invierno, cotos de caza y pesca ideales y acceso al rio, resultó no ser del todo compatible con el lobo. La nación Oneida hizo oídos sordos de las recomendaciones de los ancianos y establecieron campamento dentro del territorio de una manada de lobos.
Cuando los cazadores Oneida colgaban el venado recién cazado, éste desaparecía de manera casi inmediata. Al principio se determinó que era un precio justo que pagar: un poco de alimento por un sitio donde vivir. Pero la obviedad no tardó en aparecer y esta manera de vivir no era placentera para el pueblo Oneida. El lobo crecía cada vez menos cauto de sus hermanos humanos y se aventuraba dentro de los confines del campamento. Ante tal conflicto de intereses, los Oneida se llegaron a plantear que la única opción posible seria la caza de su hermano el lobo pues no resultaría difícil de conseguir en poco tiempo. Los sabios y ancianos de la nación Oneida terminaron por determinar que no querían convertirse en ese tipo de gente y le recordaron al resto del poblado que los Oneida hablaban por el lobo. Muchas otras naciones nativas de las Américas tenían una relación similar con el lobo antes de la colonización europea. Dichas naciones incluyen a los Lakota, Blackfeet, Chickasaw, Shoshone y Nez Perce, por mencionar algunas.
Desafortunadamente, las primeras colonias europeas de la costa este de norte América desembarcaron en las costas americanas con una idea ya preconcebida de cómo lidiar con el lobo, pues esta guerra ya la habían ganado en sus países de origen. De manera similar a los Oneida, cuando los europeos tuvieron que expandir las colonias, descubrieron que los grandes carnívoros eran abundantes y se anteponían al progreso del “Destino Manifiesto”, una doctrina religiosa cuya ideología le otorgaba al hombre blanco un mandato divino de expandir su territorio desde la costa del Atlántico hasta las costas del Pacifico sin deber tener en cuenta los habitantes por el camino, humanos o animales. Ya a mitad de los 1630, en la colonia de la Bahía de Massachusetts podemos encontrar los primeros archivos de las primeras cacerías de lobos y con ellas los determinados “loberos” o cazadores especializados en exterminar al lobo. Con la construcción del ferrocarril, vehículo que uniría las costas americanas, se aseguraría la extinción del lobo en casi toda la zona continental de los EE. UU. antes de la primera mitad del siglo veinte.
El lobo has sido parte del paisaje norteamericano durante decenas de miles de años y tal cual evolucionó para establecerse como depredador apical y encontró en este diverso bioma su niche ecológico. Hasta la llegada del hombre blanco, humanos y canidos coexistieron sin mayor conflicto. Esta co-evolución entre Homo sapiens y Canis lupus se vio interrumpida ya que la toma de territorios por los nuevos habitantes europeos estableció una dinámica poco sostenible y sin la menor intención de equilibrio ni armonía. El ganado necesitaría pastos de los cuales los ungulados nativos suponían competición. Al reducir la población de herbívoros para dar paso al ganado, también se redujo la presa natural del lobo, el cual, de manera natural, suplementó con algunas piezas de esta presa fácil que el hombre llevaba consigo. Desafortunadamente, además de presa fácil, los europeos traían consigo algo menos tangible: miedo y odio hacia el lobo y una tradición de exterminación de éste. La Iglesia Católica romana hizo un buen trabajo en simbolizar la exterminación del lobo como su dominación medieval, lo cual, combinado con fabulas, cuentos y demás folklore terminaron de plantar la semilla en la mentalidad colectiva europea y así el lobo pasaría de ser un aliado a ser alimaña en cuestión de un par de siglos.
En resumen, la recuperación del lobo en los EEUU está llena de controversia y conflicto de una forma similar a su exterminación. La reintroducción del lobo en EEUU está saturada de aflicción económica, choques culturales, conflictos de identidad y una miríada de sistemas de valores que ha hecho que la reintroducción del lobo se convierta en una campaña sociopolítica que transciende la biología y la ecología.
Con la modernización de la gestión de la fauna, hemos logrado identificar la miopía con la que se aplicaba el modelo de conservación norteamericano desde su invención. Dicho modelo consideraba especies “buenas” y especies “malas”, lo que viene a significar que las especies con las cuales el hombre se re recrea (industria cinegética) son buenas y todo lo demás es malo. Poco a poco hemos descubierto un valor no solo intrínseco sino a la vez ecológico en las especies tradicionalmente consideradas como malas. Se han hechos muchos avances en la conservación por lo que a los depredadores se refiere. El Dr. Jon A. Shivik ha dedicado las últimas décadas de su carrera a la gestión no letal y a invertir en la prevención y mitigación de depredación del ganado. Investigadores y biólogos han ya demostrado que la coexistencia con quien hace milenio considerábamos nuestro aliado natural es no solo posible sino inevitable. Pero para que esto sea posible, la gestión de los carnívoros americanos ha de incluir todos los intereses involucrados, no solo los hasta ahora privilegiados. El modelo tradicional de gestión de la fauna norteamericana, tradicionalmente, ha significado un sistema institucionalizado de privilegios destinados de manera prioritaria al cazador, ranchero y granjero varón de raza blanca.
Durante mi primer año en la Universidad en mi graduado de bilogía natural, tuve la oportunidad de entrevistar al Dr. Stewart Breck quien trabajó con Dr. Shivik y es el investigador principal en el Centro de Investigación de Fauna Silvestre Nacional en Colorado para el departamento de agricultura (USDA). Dialogando acerca del futuro de la conservación del lobo en norte América, el Dr. Breck me explicó que a raíz de la velocidad de crecimiento de la población humana, ya no hay lugar para mantener al lobo y determinados grupos de interés especial separados y que la creación de sistemas legislativos creativos es ahora más crucial que nunca.
La tenencia de la tierra y valores humanos es un sistema intrincado de necesidades y valores que cualquier biólogo al cargo de gestionar una especie ha de saber equilibrar y donde no sólo ha de estar dotado de experiencia y conocimientos sobre las ciencias naturales y la conservación, sino que también requiere un profundo conocimiento sobre la sociología. La conservación del lobo en EEUU requiere una facilitación activa y un enfoque democrático a la participación en las políticas de gestión. Tradicionalmente hablando, los grupos de la industria cinegética, ganadera y de la agricultura, han llevado la batuta en dicha participación y han dispuesto de un gran megáfono en la gestión de la flora y fauna norteamericana a la vez de un extenso brazo influente político a manos de los lobbies. Si la conservación del lobo tiene posibilidad a continuar con el éxito hasta ahora obtenido, es necesario un cambio de paradigma en el cual se incluye a otros grupos de interés hasta ahora omitidos de la conversación acerca del lobo. Grupos como fotógrafos naturales, entusiastas de los espacios naturales, naturalistas y ciudadanos concienciados sobre la naturaleza por muy distantes que vivan de ella.
Pero esto ha de ocurrir de manera honesta y sin que ninguno de los grupos perciba una pérdida o ganancia de poder, he ahí la parte democrática de la participación. Cuando inicialmente se planteó la reintroducción del lobo en la zona norte de las Montañas Rocosas en EEUU, mucho del rango histórico del lobo había sido privado de su presencia por más de un siglo. Pero un siglo no es tiempo suficiente para borrar de la memoria colectiva de un colectivo que percibe a una especie natural como un ataque a sus estilos de vida y libertades personales. Mientras se preparaba el plan de reintroducción en Idaho y el Parque Nacional de Yellowstone la sociedad americana ya estaba dividida. Por una parte, el público general estaba ilusionado y apoyaba la idea de la restauración de una de las especies más icónicas del paisaje natural de los EE. UU. Por otra parte, el sector ganadero y cinegético envuelto en un furor mezquino ante la idea de la vuelta de su legendario archienemigo, una vuelta a manos del gobierno federal, por si fuera poco, otro de los enemigos imaginarios del cowboy tradicional americano. Una vez más, el gobierno de los EEUU demostraba una extralimitación que infringía en el estilo de vida del gran Oeste Americano y los derechos de las tradiciones vaqueras y cazadoras de los ciudadanos de estas zonas. Según lo veían ellos, era el fin de todos los tiempos.
Tras años de dura lucha política, tácticas de bloqueo, y coalición ciudadana, la reintroducción del lobo en Idaho y Yellowstone se convirtió en realidad en 1995. Este año sería histórico para el lobo. Agencias federales, traperos profesionales, y la nación Nativo-americana de los Nez Perce, colaboraron en un esfuerzo multicultural para restaurar al lobo a parte de sus tierras ancestrales. Pero por cada manada que se dispersaba en el estado de Idaho, las tensiones crecían estrepitosamente. Veinticinco años después y con diversas modificaciones en la política de la gestión del lobo, las agencias responsables por la gestión del lobo se ven en un cruce de fuego entre los diversos y polarizados grupos de interés.
El lobo toca las vidas de millones de ciudadanos cada año. Millones de turistas viajan mundialmente para observar al lobo en su ambiente natural en el valle Lamar o el valle Hayden en Yellowstone y nadie que haya podido ser testigo de este magnífico cazador social vuelve a su lugar de origen sin haber sido afectado de una manera u otra. Yo tuve el privilegio de vivir en el Parque Nacional de Grand Teton (inmediatamente al sur de Yellowstone) durante año y medio. He sido testigo de dicha magia. He observado la emoción, alegría, e incluso lágrimas de excitación de decenas, incluso centenas de observadores en el primer Parque Nacional de la historia. Dicho lo cual, interacciones entre personas y lobos son casi siempre experiencias que cambian la vida. En mi caso, catalizó un cambio de profesión y me inspiro a inscribirme en la Universidad para obtener un graduado en biología natural con enfoque en ecología del lobo y también a inscribirme en la asociación a la cual todavía pertenezco Lobo Marley para abogar por el lobo en mi tierra natal de España, ya que la lucha por la protección del lobo es casi idéntica, por lo menos en cuanto a los obstáculos se refiere.
Desafortunadamente, estas experiencias que cambian la vida no son siempre positivas. Con la asombrosa readaptación del lobo en EEUU vienen depredaciones de ganado. La ganadería es una industria para la que el pequeño ganadero opera con un margen de beneficio delicado. Para uno de estos ganaderos la mera pérdida de una o dos cabezas de ganado puede suponer la ruina. Por lo menos, así me lo aseguran algunos de mis amigos rancheros con los cuales discuto el tema del lobo a menudo. Para comprender el contexto histórico de mucho de los privilegios de los grupos de interés en contra del lobo y el porqué del actual modo de operación de estas industrias, es necesaria cierta memoria histórica. Como mencionaba anteriormente, el Destino Manifiesto disparó un movimiento de migración de ciudadanos de ascendencia europea hacia el oeste. En dicha expansión, los pioneros americanos encontraron conflicto con los habitantes originales del continente americano, ambos bípedos y cuadrúpedos. Tanto el “hombre rojo” como el lobo encontraron una presión militar por parte del gobierno de los EE. UU. que sellaría su desafortunado destino. Generales del ejército como Philip Sheridan animaban la matanza de especies nativas de ungulados, sobre todo el bisonte, lo cual le daría una ventaja estratégica en su lucha contra tribus como la Lakota o la Cheyenne. Para estas naciones nativo-americanas de las praderas, el bisonte suponía toda una economía. Sheridan suplico a la legislación de Texas que se permitiera a los cazadores caucásicos de bisonte campar a sus anchas hasta que el último espécimen de bisonte norte americano fuera exterminado. De tal manera, las praderas serian reemplazadas con el ganado y el cazador de bisontes seria seguido por la visión romántica del vaquero del oeste en esta empresa civilizadora del oeste americano.
Como consecuencia una reducción de las presas naturales del lobo condujo a que semejante especie tan adaptable como es el lobo no tuviera elección mas que incluir al ganado como parte de su dieta. Los primeros colonos del oeste inmediatamente buscaron apoyo del gobierno y soluciones lo cual vino en forma de una total y absoluta guerra en contra el lobo americano. El 20 de septiembre de 1890 representantes de la asociación de ganaderos del condado de Laramie en Wyoming levantaron un impuesto de un centavo por cabeza de ganado para crear un fondo para la recompense de la caza del lobo que aumentaría dicha recompense de tres a ocho dólares por piel de lobo muerto presentada. En 1905, el estado de Montana paso una legislación que consistía en un programa de infección de lobos con sarna a manos del veterinario del estado con la esperanza de que los lobos capturados retornarían a su manada y así infectar de manera más eficaz todos los lobos de la zona. Esta iniciativa se conocería como la ley de sarna del lobo (Wolf Mange Law), la cual fue aprobada por el gobernador el 10 de marzo de 1905.
Como podemos observar, los esfuerzos del poder lobby no son nada nuevo en la gestión del lobo y tiene una raíz histórica importante en este país. Estas recompensas aprobadas por diversos condados, estados y asociaciones de ganaderos en el oeste americano fueron las principales fuerzas motrices en la exterminación del lobo. Sin embargo, dado que dichas misiones no produjeron los resultados con la celeridad deseada, dichas asociaciones ganaderas, tal y como es reportado por S.W. McCLure en noviembre de 1924 en la edición de “The County Gentleman”, comenzaron otra campana de presión al gobierno federal para que aumentaran los esfuerzos de erradicación del lobo. La respuesta fue rauda y el congreso aprobó un presupuesto de $115.000 para un fondo de investigación con el fin de la exterminación del lobo. El congreso de los EEUU apropió un presupuesto aun mayor para la agencia “US Biological Survey” hoy conocida como la US Fish and Wildlife Service (el brazo federal del departamento del interior que gestiona asuntos naturales) para que creara su propio programa de erradicación del lobo en tierras públicas. La involucración del congreso aceleró considerablemente las campañas exterminadoras.
Podemos observar como la influencia de sólo un sector de especial interés ha dado, históricamente, forma no sólo a la gestión del lobo sino también su destino. Pero hay un actor de igual importancia en dicha empresa en otro grupo poderoso: los cazadores. Con anterioridad a su famoso ensayo, “The Sand County Alamanac”, Aldo Leopold, considerado por muchos como uno de los padres del modelo de conservación norteamericano, jugó un importante papel en el control del lobo en el paisaje americano. En 1925, Leopoldo organizo una asociación de cazadores para formar su propio programa de control de depredadores. De tal manera que el lobo fue exterminado, al menos de una manera socialmente aceptable. Durante las décadas posteriores, la controversia del lobo se convirtió en una mera anécdota relatada alrededor de la hoguera del campamento. Y de repente, tal y como el país hora mismo despierta a la ola de racismo que ha plagado esta nación desde su incepción, se despertó ante la desaparición de especies endémicas.
La protección de la fauna tiene raíz en tiempos coloniales, aunque su alcance era estrecho y se enfocaba solo en especies de caza. Para el fin del siglo diecinueve, cuando el bisonte estaba casi extinto y no quedaban nativos por “civilizar” algunos americanos se comenzaron a preguntar si quizás no hubiesen estado enfocando la fauna de manera equivocada. Esto no impidió que se tratara al mundo natural simplemente como una fuente a explotar y dominar: una utilidad que habría que maximizar para nuestro uso. Lo cierto es que, en efecto, fuera un precursor al movimiento de conservación de Norteamérica. La sobre caza catalizó a ciertos científicos incluso cazadores a juntarse y presionar al congreso para que aprobara leyes de protección de la fauna. Por ejemplo, el acto de Lacey (Lacey Act) de 1900, seguido por el Tratado de Aves Migratorias (Migratory Bird Treaty Act) de 1918 y el Acto de Conservación de Aves Migratorios (Migratory Bird Act) de 1929, nos trajo el sistema de refugios de aves migratorias. De manera que, para mitad de los años 60, el enfoque tradicional que se concentraba primordialmente en especies cinegéticas comenzó a ensanchar su enfoque y dio paso a la creación de la lista de especies en peligro de extinción creada por el Departamento del Interior. Esta lista, más conocida como el “libro rojo” carecía de poder legislativo, pero al menos creó una consciencia social acerca del peligro real de la pérdida de más especies nativas. Seguidamente, hubo un cambio significativo por medio de una provisión en el Acto del Fondo de Conservación de Tierras y Agua (Land Water Conservation Fund Act) de 1963, lo cual inició un cambio de lenguaje de gestión de especies cinegéticas a gestión de fauna, y también de un cambio de regulación por la cual la caza se convertiría en la única fuente de fondos para la preservación de hábitats naturales. Actualmente la venta de licencias para la caza y pesca, a la vez de un impuesto sobre armas de fuego y munición (conocido come el Pittman & Robertson Act de 1937) suponen la mayor parte de los presupuestos estatales para la conservación de la fauna y flora locales.
Esta nueva consciencia de managers da la fauna para proteger ecosistemas nos trajo el precursor del actual Endangered Species Act de 1973. Primero, en 1966 se conoció como el Endangered Species Preservation Act (ESPA) el cual se convirtió en Endangered Species Conservation Act (ESCA) de 1969. Finalmente, el presidente Nixon firmó el Endangered Species Act como ley en 1973. Como era de esperar, las asociaciones cinegéticas y ganaderas comenzaron campañas de protestas sobre la excesiva naturaleza prohibitiva de la nueva ley, lo cual trajo una serie de enmiendas que debilitaban la ley para convertirla en algo mas flexible y a la vez aceptable para dichas industrias. En definitiva, estas enmiendas consiguieron que la ley fuera mas difícil de implementar. Lo que al principio se interpretaba como “no” bajo la ley, se enmendó para que se pudiera interpretar como un “quizás”, lo cual era la meta del grupo lobby de los grupos de interés.
Pero, débil cual fuera la ley, en 1978, el USFWS listó al lobo gris y sus subespecies como especie protegida con la excepción de Minnesota, el único santuario de los EEUU continentales donde el lobo no había desaparecido. Conforme la reintroducción del lobo se iniciaba, dichos grupos de interés comenzaron a mostrar su preocupación. El uso de propiedad privada se veía amenazado por la nueva ley ESA a razón de cómo se gestionarían las especies protegidas dentro de propiedades privadas. La ESA se modificó en 1982 para incluir la sección 10(j) para remediar dichos temores. Bajo dicha designación, el USFWS podría designar una población como “experimental” si se reintroducía fuera del actual rango de dicha especie (lo cual seria determinante en el caso del lobo ya que actualmente su rango era básicamente nulo fuera de Minnesota y Alaska). La clasificación de esencial podría ser posteriormente calificada entre esencial y no esencial. Una designación de población esencial considera a una especie como critica para la existencia continuada de una especie en peligro. Una designación no esencial determina a una población como protegida, pero una “toma accidental” es permitida bajo una normativa que de otra manera consideraría cualquier toma de dicha especie como ilegal. Por muy ambigua que esta enmienda resulte en términos reales, sin ella, la reintroducción del lobo hubiera sido imposible, ya que la designación 10(j) fue la única manera de placar la ansiedad del sector cazador y ganadero.
Todos estos hechos históricos combinados nos dotan de un resume sobre las actitudes hacia el lobo en los estados unidos de norte América. Lo que es mas, los cambios recientes de estado de protección del lobo combinados con la percepción de perdida o ganancia de poder y privilegio de determinados sectores ha conseguido que ninguno de los tres sectores mas influenciables en la gestión del lobo, el sector ganadero, cinegético y conservacionista, se sienta satisfecho con la actual gestión del lobo. En cuestión de los grupos en contra del lobo, estas últimas reacciones han causado un alza en las incidencias de conflicto y furtivismo en los últimos años.
La reintroducción de cualquier especie involucra un reto multicultural que transciende la biología del animal siendo protegido. A menudo involucra manejar la actitud pública incluso más que gestionar la especie en si. La recuperación del lobo en América del norte ha sido histórica y actualmente centrada alrededor de profundas raíces de tono moral y ético más allá de los objetivos de la gestión de la fauna. La relación entre los que abogan por la conservación del lobo, cazadores y rancheros está profundamente arraigada en valores culturales que incluyen no solo poder político económico y cultural de los grupos cinegéticos y agricultores, sino también como ellos perciben la ley ESA, extralimitaciones del gobierno federal y legislaciones sobre la protección del lobo. Para entender el núcleo del conflicto del lobo es importante comprender todos los grupos humanos involucrados en la situación, sus valores y sus usos de la tierra y otros recursos naturales y como estos se relacionan entre ellos. Por un lado, vemos una división entre los rural y lo urbanita donde rancheros y, hasta cierto punto, cazadores también perciben que el ciudadano urbano dispone de más capacidad de decisión debido más recursos económicos y electorales. Por otro lado, los conservacionistas que se siente excluidos de la discusión sobre políticas de gestión debido a su distancia física de los espacios protegidos. Rancheros y cazadores tienden a caer en el tópico de que por urbanitas con sus ideologías medioambientales radicales están totalmente desconectados del mundo rural y lo que conlleva convivir con el lobo. De modo que la distancia física sirve como un descalificador automático a tener una voz active en las políticas de gestión. Por otra parte, una clara historia de privilegio y poder sobre la gestión de las tierras públicas y gestiones de la fauna, y, consecuentemente, los recursos naturales, por parte de los grupos ganaderos y cazadores es percibido como un descalificador automática para los grupos conservacionistas. Lo que es cierto es que estos tópicos han resultado en una dinámica en la cual todos los grupos involucrados utilizan el poder político según su agenda.
En mi opinión, el eslabón perdido es que cada vez que surgen estos conflictos la solución de-facto tiende a ser un intento de cambio de actitud del “otro bando” sin dirigirse a la raíz del problema. Sobre todo, teniendo en cuenta que la gestión del lobo en EEEUU ha sido dominada desde su reintroducción por poderes políticos en vez de la mejor ciencia disponible. Las pocas veces que los hechos científicos encuentran un lugar en la mesa, suele ser de manera exclusivamente estratégica para servir la agenda de todos los involucrados.
Como conclusión, la reintroducción del lobo en EEUU ha sido un éxito indudable considerando todas las dificultades. Claramente hay mucho donde mejorar. Pero ya que la conservación del lobo está basada en valores de identidad cultural y a menudo transciende la mera biología de la especie, las ciencias sociológicas han de ser empleadas también en las decisiones de políticas de gestión del lobo. En este artículo me he querido concentrar en tres de los actores, pero claramente existen más grupos involucrados. Pero por la misma razón de que la reintroducción del lobo ha tenido éxitos y fracasos que han polarizado el dominio político, opino que necesitamos un enfoque nuevo y creativo en la gestión del lobo en EE. UU. Una brisa refrescante que además de incluir nuevas perspectivas incluya diferentes posiciones multiculturales, algo solo adquirible desde la diversidad ya que la gestión de los recursos y las ciencias naturales siguen siendo víctimas del sistema patriarcal donde la mayoría de sus componentes son varones blancos.
Discusiones facilitadas y mediadas son de infinito valor ya que algunos casos han demostrado la efectividad de invertir más esfuerzo inicialmente antes de finalizar decisiones lo cual ayuda a evitar litigaciones costosas y bloqueos judiciales más tarde. Proveer de una zona neutral donde cada grupo pueda expresar sus perspectivas y sentir que sus intereses serán tomados en serio puede proveer un nivel de honestidad y compromiso, en mi opinión inalcanzables hasta ahora, que resultaría en una decisión más sostenible. Es de crucial importancia, también, que diversos grupos conservacionistas comprendan que la estrategia de antagonizar al grupo dominante resultará en una menor productividad al no poder así obtener un aliado para un proyecto común, un aliado que, aunque no deseado es imprescindible en la lucha por la conservación del lobo. Considero que ha quedado demostrado que el éxito de la gestión del lobo está directamente unida a la preservación del estilo de vida de los rancheros ya que esto significa espacios abiertos, y espacios no fraccionados abiertos significan mayor cantidad de hábitats para la conservación. Es por ello por lo que personalmente considero que el enfoque de grupos (lo que aquí llamamos “the steakholder approach”) es la única manera de avanzar, por muy difícil que resulte inicialmente para todas las posiciones. Incluir a todos los grupos con interés en el tema de la gestión del lobo evitando la exclusión hasta ahora demostrada y asegurando que ningún grupo resulte sobrerrepresentado es la clave del éxito en el futuro cercano. Sin ello, ningún otro enfoque se puede considerar verdaderamente democrático y, en mi humilde opinión como estudiante de las ciencias naturales y ferviente defensor del lobo, es lo que ha faltado hasta ahora en el proceso: un sentimiento verdaderamente democrático e inclusivo donde todos los participantes realmente sientan que su voto cuenta en la preservación de nuestro patrimonio natural, no solo la de algunos sistemas de privilegios y supremacía blanca. Si cada voz es representada equitativa y honestamente, quizás entonces podamos comenzar a entender las complejas capas multiculturales y dimensiones sociopolíticas de la gestión del lobo.