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Gastronómicamente hablando la historia rayana nace, crece y prevalece gracias a la magnífica y sabrosa «Ternera de Aliste», un buque insignia que en nuestros hogares, asada a la brasa de leña de encina y vides de viña, cautivaba los paladares regada con el buen vino de los «Baldiones». Aunque parezca extraño, fue antaño esta tierra también cuna de buenas uvas y buenos vinos. Baste como ejemplo el de Trabazos, pueblo cercano a San Blas, donde sus condiciones climáticas benignas y suaves, con una especie de microclima, donde los viñedos abundaban. Hubo un tiempo en que en dicho pueblo llegaron a tener viñas familias de otras 27 localidades. Figueruela de Abajo, Villalcampo, Sarracín, Vegalatrave y Ferreruela son históricamente otros cuatro pueblos donde se producen exquisitas uvas y se elaboran magníficos caldos, la mayoría de las veces reservados al consumo familiar. La emigración, primero a Cuba, en tiempos de Alfonso XIII, que se convirtió en éxodo rural camino de Suiza, País Vasco, Francia y Alemania, tras la Guerra Civil, condenó a una muerte anunciada a nuestras viñas. Muchas de las que sobrevivieron bordearon el precipicio de la extinción cuando los abuelos se cansaron de la labranza casi diaria entre parras y racimos, para luego, condenados por el colesterol, no poder beber su medicinal morapio. En estos últimos años, esos jóvenes que un día se fueron o incluso nacieron lejos, han decidido recuperar la esencia de las raíces de sus antepasados y las viñas se vuelven a ver libres de zarzas y carqueisas para poner colorido a los campos y sabor en la cocina. Domingo, Begoña, David y Carmen son un buen ejemplo a seguir de lo que necesita Aliste para preservar sus valores endógenos y resurgir de las cenizas del olvido. Cuando lo más fácil es disfrutar de la ciudad ellos han preferido el pueblo y ahí están, siguiéndole, niños, jóvenes y mayores de San Blas en busca de su futuro cultivando el presente con semillas del pasado. Un pueblo con viñas y niños corriendo por su calles es un pueblo con vida y con futuro.