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POR LA RECUPERACIÓN DEL LOBO EN ANDALUCÍA

Lobo Marley tiene entre sus objetivos el conseguir que le administración andaluza asuma un compromiso creíble con la necesaria recuperación del lobo ibérico en esa comunidad, donde estamos preparando una serie de iniciativas encaminadas a ese fin.

 

La desaparición del lobo en Andalucía en años recientes ha sido un claro ejemplo de los efectos de la desidia y la incapacidad de las administraciones para actuar ante una extinción anunciada. Es incomprensible que ni siquiera se haya declarado al lobo como especie en peligro de extinción en esa comunidad autónoma cuando se estaba presenciando el declive imparable de sus poblaciones y finalmente la ausencia de evidencias creíbles de su supervivencia desde principios de la década pasada. Y todo esto ha ocurrido a pesar de tratarse de una especie de interés comunitario a nivel europeo, protegida estrictamente en España al sur del Duero.

 

Las razones de la extinción del lobo en Andalucía son diversas, pero tal vez la más importante sea el sistema de explotación cinegética imperante en esa comunidad, donde las grandes fincas privadas cubren la mayor parte de las áreas naturales, restringiendo el movimiento natural de la fauna mediante vallados y convirtiendo los cotos en explotaciones más cercanas a la ganadería que a una gestión cinegética racional. Lógicamente este sistema es incompatible con la presencia del lobo, impidiendo no sólo sus movimientos naturales sino también la dinamización que el lobo causa en las poblaciones de ungulados salvajes. Ese efecto dinamizador del lobo es fundamental para mantener la salud de esos ungulados, minimizar su impacto local sobre la vegetación autóctona y mantener a raya las zoonosis y su transmisión al ganado doméstico. A pesar de los mensajes alarmistas de algunos sindicatos agroganaderos, el impacto del lobo sobre la ganadería en Andalucía es mínimo, y los potenciales daños, fácilmente evitables con las más elementales medidas preventivas. En este caso, más que velar por los intereses de sus afiliados, esos sindicatos se están convirtiendo en altavoces del lobby de la caza de trofeos, blanqueando sus reivindicaciones al asimilarlas a las del sector agropecuario.

 

Ante este panorama, no queda ninguna excusa para seguir postponiendo la declaración del lobo como especie en peligro en Andalucía, que debe ir acompañada de la redacción del correspondiente plan de recuperación para esta especie que se ha desvanecido ante la mirada impávida de los sucesivos gobiernos regionales.

 

Por todo esto, desde Lobo Marley hemos enviado una carta al Defensor del Pueblo en Andalucía, cuyo texto podéis leer al final de este artículo, solicitándole que reclame al gobierno regional la toma de las medidas oportunas. Como no podemos quedarnos de brazos cruzados esperando una respuesta, en este momento los miembros de nuestra asociación en Andalucía trabajan en la preparación de diversas iniciativas para presionar a las administraciones y concienciar a la población sobre la necesidad de restaurar al lobo ibérico en su papel dentro de la fauna autóctona de esta comunidad, como parte de la inaplazable transición hacia un modelo de convivencia con la naturaleza y de recuperación de la biodiversidad. Una iniciativa en la que podéis participar todos desde ya es nuestra petición de firmas, que utilizaremos oportunamente para presionar a la Junta de Andalucía. Aquí tenéis el enlace:

 

https://www.peticion.es/el_lobo_tiene_que_volver_a_andalucia

 

 

Sr. Defensor del Pueblo Andaluz

El sur de la Península Ibérica, debido a la conservación de enormes masas forestales, fue históricamente un inmenso territorio de caza para el Lobo Ibérico (Canis lupus signatus), donde estos cánidos depredaban sobre ciervos, corzos o jabalíes. Desde finales del siglo XIX se produjo un dramático proceso de deforestación para dedicar al cultivo grandes superficies antes cubiertas por bosques y otros tipos de vegetación natural.  El resultado no fue otro que la disminución de las grandes poblaciones de ungulados silvestres, comenzando a escasear y permaneciendo de manera estable únicamente en los terrenos acotados para la caza mayor, generalmente administrados por manos privadas. Algunas especies (las más exigentes ecológicamente) se extinguieron o se volvieron muy escasas. Esto trajo como consecuencia que el lobo depredara sobre la ganadería,  desatándose la persecución no solamente por cazadores sino también por los ganaderos.

La pérdida de ejemplares de lobo arrancó desde mediados del pasado siglo, pero el declive de las poblaciones se disparó a finales de ese mismo siglo, con escasas manadas y problemas de endogamia y de hibridaciones con canidos domésticos. En 1999 había documentados tan sólos ocho grupos familiares que se habían reproducido. Pero, diez años después, ya solo había constancia de un grupo.

En 1986, bajo el DECRETO 4/1986, se incluyó al lobo en el listado de  especies protegidas y se dictaron normas para su protección en el territorio de la Comunidad Autónoma de Andalucía.

Desde el año 2012 no se han encontrado rastros o indicios algunos de la existencia de este animal en tierras andaluzas.

En el año 2003 se creó el Programa de seguimiento y Conservación del lobo en Andalucía, que no era más que un simple sucedáneo para acallar las voces que ya se escuchaban en favor de la protección del lobo. Este programa de “Seguimiento y Conservación” se basaba en el control de la distribución del lobo, minimización y compensación de daños y asesoramiento y concienciación a la población rural, pero nunca hizo nada para proteger las poblaciones loberas debido a la presión de distintas Organizaciones Agrarias y Ganaderas. Este plan ya se veía como un futuro fracaso para la conservación del lobo, fracaso que queda confirmado a día de hoy.

Después de todo esto la administración andaluza, en cumplimiento de lo establecido en la Ley 8/2003 de Flora y Fauna Silvestres y la Ley 42/2007 de Patrimonio Natural, y atendiendo a las exigencias y objetivos en materia de conservación de especies amenazadas y hábitats protegidos en la Comunidad Autónoma Andaluza, debería haber declarado al Lobo Ibérico como especie en Peligro de Extinción, y aprobar y ejecutar un plan de recuperación de esta especie, plan que a día de hoy ni existe ni se le espera.Cabe destacar que en la Península Ibérica la Directiva Hábitats de la Unión Europea, establece que el lobo ibérico es una especie estrictamente protegida al sur del Río Duero.

Es por todo lo anteriormente expuesto, por lo que desde este asociación, solicitamos a este Defensor del Pueblo de Andalucía que realice las gestiones oportunas ante la Junta de Andalucía para que ponga en marcha elnecesario plan de recuperación de este magnífico animal que tan sólo habita nuestra península Ibérica.

MUERTE DE UN LOBEZNO

Este verano ha sido noticia la muerte de un lobezno rescatado por la guardia civil en el municipio leonés de Abelgas de Luna. Sin duda cada año mueren decenas de cachorros de lobo ibérico, y aunque cada una de esa muertes constituya una pequeña tragedia, forman parte del ciclo natural y desde luego no son noticia. Pero el caso del lobezno de Abelgas es diferente porque revela complejos factores humanos tan lamentables como evitables que inciden en la supervivencia de nuestros lobos.

 

El pasado 24 de agosto, a raíz del aviso de un vecino de Abelgas, el Seprona rescató al lobezno, que aparentemente vagaba en las inmediaciones del pueblo. Hasta donde se podía juzgar por los datos publicados, el rescate discurrió sin problemas, y el animal estaba en buen estado. Pero algo ocurrió durante el transporte del cachorro hacia el CRAS de Valladolid por parte de los funcionarios de la Junta, y cuando el animal llega a destino se encuentra en condiciones lamentables, con una grave deshidratación y heridas en las patas, muriendo al poco tiempo. Ya al conocerse la noticia, señalábamos desde Lobo Marley que, más allá de las sospechas de negligencia que pudieran cernirse sobre el caso, existían otras interrogantes: ¿mostraba el lobezno comportamientos propios de un animal habituado al cautiverio en el vídeo que se publicaba al poco tiempo de su rescate? ¿Por qué un animal tan joven no se encontraba con su manada, y qué destino podían haber corrido sus padres? En ese momento anunciamos ya nuestra intención de iniciar acciones legales para depurar posibles responsabilidades por parte de la Junta de Castilla y León.

 

La respuesta de la Junta ante el revuelo mediático que generó el caso fue ponerse a la defensiva y realizar declaraciones a medio camino entre el ridículo y el surrealismo, dando a entender que preocuparse por la muerte de un lobezno en tiempos de pandemia era desproporcionado, como si la emergencia sanitaria fuese una excusa para tolerar negligencias en la gestión del patrimonio natural.

Con el paso de los días, se confirmó lo que sospechábamos desde Lobo Marley: el lobezno de Abegas de Luna había estado en cautividad largo tiempo antes de su rescate, y parece que fue maltratado durante ese período. Además se encontró otro cachorro (una hembra) en estado crítico en un domicilio de esa localidad, lo que podría confirmar nuestros peores presagios respecto al destino de los padres del lobezno.

 

Día tras día iban surgiendo nuevos e inquietantes datos, y a medida que se producían las informaciones, desde Lobo Marley nos veíamos obligados a modificar los términos de la denuncia que estábamos preparando, de manera que estuviese acorde a la actualidad. A finales de septiembre hemos sabido que nuestra denuncia ha dado lugar a la incoación de diligencias previas en el Juzgado de Instrucción 3 de Valladolid.

 

Las autoridades han identificado entre tanto a un vecino de Abelgas de Luna como responsable de haber mantenido en cautividad a los lobeznos, y están investigando los detalles del caso. Está claro que matar lobos y apropiarse de las camadas es una costumbre propia de una España anacrónica que no tiene ninguna conciencia de su patrimonio natural, y una razón más por la que urge la protección estricta de esta especie. Al fin y al cabo es impensable que algo así se hiciera con una camada de linces ibéricos u osos cantábricos. Cuando la ciudadanía perciba que desde la administración se valora al más emblemático de nuestros carnívoros, estos hábitos arcaicos irán desapareciendo de manera natural.

DE CUPOS Y ENCUESTAS

Si algo se aprende cuando uno se interesa por la conservación del lobo es a convivir con un flujo permanente de malas noticias. Entre las más recientes se encuentra la aprobación, desde el gobierno de Cantabria, de un cupo de caza de 34 lobos, una medida contraria a la legislación europea y encaminada a contentar al lobby de la caza de trofeos, pero justificada con el viejo argumento demagógico de la defensa de la ganadería. Nuestra primera reacción ante estos abusos es recordar lo obvio: que las estimaciones sobre la población de lobos que usa la administración para calcular esos cupos están infladas intencionadamente; que el concepto de “controlar la población del lobo” es absurdo al tratarse de un depredador social, territorial y jerárquico que, si se le deja en paz, controla su propio número; que la matanza indiscriminada de lobos no resuelve el problema de los ataques al ganado si no que lo perpetúa; que, peor todavía, la matanza sesgada de ejemplares espectaculares practicada por la caza de trofeos elimina los adultos reproductores que lideran las manadas, causando la mayor desestabilización en la sociedad lobuna y el perjuicio más profundo tanto a los ecosistemas como a la ganadería; que si realmente queremos acabar con los daños a la ganadería la solución está en implementar medidas preventivas…

 

Pero este rosario de realidades sólo contesta a las preguntas prácticas que nos planteamos ante el absurdo continuado de la “gestión a tiros” del lobo. Son argumentos que surgen de la buena intención de solucionar los problemas, pero que nos anclan en una dialéctica sin salida, porque asumimos que la otra parte comparte esa voluntad de solucionar los problemas, y esa asunción puede ser demasiado ingenua.

 

La realidad es que se está produciendo, a nivel de política regional, un experimento sociológico perverso: se fomenta en algunas minorías una actitud regresiva y contraria a la conservación de la naturaleza, enfrentando sectores y sacando partido de esa conflictividad. La defensa del medio ambiente, que es una necesidad urgente para el bien común de la sociedad, es presentada por algunos líderes como un lujo para élites, y así se crea un victimismo tan falso como peligroso por parte de los que se creen en el derecho a dañar indiscriminadamente a la fauna. El lobo, con su capacidad de generar reacciones emocionales, es un chivo expiatorio ideal para frustraciones y descontentos sociales que tienen orígenes muy distintos y que nada tienen que ver con el cánido, y que desde luego no se solucionarían ni con su “control” ni siquiera con su desaparación total.

 

Sin embargo, este afán de los políticos por hacer demagogia con el lobo (o más bien contra el lobo), se opone a la tendencia de la mayoría social hacia una creciente sensibilidad ambiental. Y esto no sólo es cierto para España sino para el resto de Europa, como demuestra una encuesta llevada a cabo este año en 6 países europeos en los que aún quedan poblaciones salvajes de lobos. La encuesta, realizada de acuerdo a los criterios estadísticos más exigentes y encargada por el “Eurogroup for Animals” arroja unos resultados abrumadores: el 93% de los ciudadanos encuestados consideran que los lobos tienen derecho a vivir en estado salvaje en su ambiente; el 86% aceptan que el lobo debe vivir en sus respectivos países; el 81% opina que el lobo debe estar estrictamente protegido; el 84% está de acuerdo en que sólo se deben utilizar métodos no letales para proteger al ganado del lobo; y el 78% considera que los ganaderos y la población rural en su conjunto pueden convivir con los lobos sin hacerles daño.

 

Estos resultados son elocuentes a nivel numérico pero también deben leerse en términos de los valores que reflejan: demuestran que existe una conciencia de la importancia del respeto, la tolerancia y la capacidad de convivencia frente a los retos ambientales. Confirman la obviedad de que la política va a remolque de la sociedad, y nos recuerdan que aún hay lugar para la esperanza de un cambio a mejor. Pero si miramos al mismo tiempo a la encuesta y a los cupos del lobo en Cantabria, vemos dos fuerzas actuando en direcciones antagónicas: por un lado, una ciudadanía en la que va calando la conciencia de realidades tales como la emergencia climática y la crisis de biodiversidad, y que tiene una percepción positiva de la naturaleza como un todo del que formamos parte y al que no tiene sentido agredir; por otro lado, una gestión miope, egoista e interesada, que para satisfacer un afán de poder y una búsqueda de intereses a corto plazo, mete varas en las ruedas del proceso más importante de la actualidad, que es la transición hacia un modelo de vida compatible con la supervivencia de la humanidad a largo plazo.

 

Sin duda es una simplificación reducir la democracia a una cuestión de mayorías, y sería ingenuo o insensible pretender que cualquier mayoría vale lo mismo que otra. Si, por ejemplo, la mayor parte de la población defendiese valores esclavistas, su condición de mayoría no podría legitimar sus puntos de vista. En el caso de la protección del lobo, la mayoría social es doblemente válida porque muestra la clase de evolución en las percepciones necesaria para evitar, o al menos aminorar, las consecuencias de décadas de irresponsabiliad ambiental.

 

Las políticas de caza y control letal del lobo implican mucho más que un estilo de gestión de una especie puntual: son parte de un modelo reduccionista de relación con el medio ambiente, que pone el patrimonio natural en manos de intereses privados y para colmo instiga a los titulares de esos intereses a percibir la defensa del bien común como una amenaza a su propiedad e incluso a su supervivencia. Es como si en pleno siglo XXI se cuestionasen las leyes de protección de la calidad del aire pintándolas como agresiones contra los trabajadores de las empresas contaminantes. A todo esto se añade el acto de prestidigitación más efectivo por parte de los sectores retrógradas: convertir cualquier conflicto relacionado con la defensa del medio ambiente en un “enfrentamiento de intereses”, poniendo en igualdad de condiciones a unos y otros. Y los medios de comunicación a menudo se hacen cómplices de esa reducción al absurdo. “Cazadores frente a ecologistas”, se dice, invitando al público a adoptar una posición neutral como si estuviesen presenciando una disputa entre clanes. Pero en estos temas no hay neutralidad posible: es como pedirle a un paciente que vea a los agentes patógenos y a los médicos como equipos rivales que se enfrentan con igual legitimidad. Desde un punto de vista cósmico esto podría ser así, pero desde el punto de vista del hipotético paciente, o en este caso de los habitantes de este planeta, no hay equidistancia posible. Por suerte, la mayoría social percibe esta realidad, pero el talento de los políticos a menudo se vuelca en usar la democracia en contra de las mayorías legítimas. O dicho de otro modo, en gobernar contra la sociedad.

LAS POLÍTICAS DE GESTIÓN LETAL EN NORTEAMÉRICA

Ocho años han transcurrido desde que iniciáramos nuestra andadura como asociación en defensa del lobo ibérico en este país, pero en poco tiempo nuestro mensaje y empuje también ha ido traspasado fronteras. Con vuestro apoyo incondicional en los momentos más difíciles, habéis hecho posible que Lobo Marley continúe adelante e independiente, creciendo en influencia externa. Nuestra vocación internacional, y europea en particular, propició la creación de la Alianza Europea, pero nuestra lucha debe tener proyección global porque el anacronismo que aún machaca al lobo allí donde habita es global.

Por ello estamos empezando también a buscar sinergias en el “nuevo continente”. Desde Oregón en EEUU, nuestro compañero Fernando Moreno, actual enlace de Lobo Marley para ese país, Canadá y México, https://twitter.com/lobomarleyusa comparte con nosotros sus reflexiones e información, comenzando en este boletín sus colaboraciones con el siguiente artículo, ya inmersos en plena campaña electoral donde se juegan mucho también los que defienden la biodiversidad.

 

“Dimensiones humanas en la gestión del lobo en Norte América”

Pocas especies en norte América han perdurado durante las campañas de furiosa embestida antropogénica y la vez demostrado una resiliencia tan absoluta como el lobo. Lo cierto es que esta afirmación se puede extender al Canis lupus en todo el globo terráqueo, aunque algunas subespecies hayan sucumbido al vitriolo humano más visceral. Pero la relación entre humanos y este emblemático canido no siempre ha sido contenciosa. Es por todos conocido que nuestros ancestros desarrollaron un vinculo de admiración y veneración durante varios milenios, el cual no si vio dañado sino hasta hace unos pocos siglos.

La nación Oneida, una de las seis confederaciones Iroquois, tiene una conocida leyenda oral acerca de cómo esta sociedad nativo-americana resolvió el conflicto con el lobo en la zona de lo que hoy conocemos como el estado de Nueva York y la Pennsylvania occidental. El lobo era un ser hermano para los Oneida de manera que cuando Oneida cantaba la canción ancestral, el lobo contestaba. Con el paso del tiempo, la población Oneida creció hasta el punto de tener que expandir su territorio. Al emprender tal empresa, tanto era el respeto por el hermano lobo que la determinación de donde se establecería dicho nuevo territorio consideraba la coexistencia con él. Las mejores tierras con veranos frescos, protección del duro clima de invierno, cotos de caza y pesca ideales y acceso al rio, resultó no ser del todo compatible con el lobo. La nación Oneida hizo oídos sordos de las recomendaciones de los ancianos y establecieron campamento dentro del territorio de una manada de lobos.

Cuando los cazadores Oneida colgaban el venado recién cazado, éste desaparecía de manera casi inmediata. Al principio se determinó que era un precio justo que pagar: un poco de alimento por un sitio donde vivir. Pero la obviedad no tardó en aparecer y esta manera de vivir no era placentera para el pueblo Oneida. El lobo crecía cada vez menos cauto de sus hermanos humanos y se aventuraba dentro de los confines del campamento. Ante tal conflicto de intereses, los Oneida se llegaron a plantear que la única opción posible seria la caza de su hermano el lobo pues no resultaría difícil de conseguir en poco tiempo. Los sabios y ancianos de la nación Oneida terminaron por determinar que no querían convertirse en ese tipo de gente y le recordaron al resto del poblado que los Oneida hablaban por el lobo. Muchas otras naciones nativas de las Américas tenían una relación similar con el lobo antes de la colonización europea. Dichas naciones incluyen a los Lakota, Blackfeet, Chickasaw, Shoshone y Nez Perce, por mencionar algunas.

Desafortunadamente, las primeras colonias europeas de la costa este de norte América desembarcaron en las costas americanas con una idea ya preconcebida de cómo lidiar con el lobo, pues esta guerra ya la habían ganado en sus países de origen. De manera similar a los Oneida, cuando los europeos tuvieron que expandir las colonias, descubrieron que los grandes carnívoros eran abundantes y se anteponían al progreso del “Destino Manifiesto”, una doctrina religiosa cuya ideología le otorgaba al hombre blanco un mandato divino de expandir su territorio desde la costa del Atlántico hasta las costas del Pacifico sin deber tener en cuenta los habitantes por el camino, humanos o animales. Ya a mitad de los 1630, en la colonia de la Bahía de Massachusetts podemos encontrar los primeros archivos de las primeras cacerías de lobos y con ellas los determinados “loberos” o cazadores especializados en exterminar al lobo. Con la construcción del ferrocarril, vehículo que uniría las costas americanas, se aseguraría la extinción del lobo en casi toda la zona continental de los EE. UU. antes de la primera mitad del siglo veinte.

El lobo has sido parte del paisaje norteamericano durante decenas de miles de años y tal cual evolucionó para establecerse como depredador apical y encontró en este diverso bioma su niche ecológico. Hasta la llegada del hombre blanco, humanos y canidos coexistieron sin mayor conflicto. Esta co-evolución entre Homo sapiens y Canis lupus se vio interrumpida ya que la toma de territorios por los nuevos habitantes europeos estableció una dinámica poco sostenible y sin la menor intención de equilibrio ni armonía. El ganado necesitaría pastos de los cuales los ungulados nativos suponían competición. Al reducir la población de herbívoros para dar paso al ganado, también se redujo la presa natural del lobo, el cual, de manera natural, suplementó con algunas piezas de esta presa fácil que el hombre llevaba consigo. Desafortunadamente, además de presa fácil, los europeos traían consigo algo menos tangible: miedo y odio hacia el lobo y una tradición de exterminación de éste. La Iglesia Católica romana hizo un buen trabajo en simbolizar la exterminación del lobo como su dominación medieval, lo cual, combinado con fabulas, cuentos y demás folklore terminaron de plantar la semilla en la mentalidad colectiva europea y así el lobo pasaría de ser un aliado a ser alimaña en cuestión de un par de siglos.

En resumen, la recuperación del lobo en los EEUU está llena de controversia y conflicto de una forma similar a su exterminación. La reintroducción del lobo en EEUU está saturada de aflicción económica, choques culturales, conflictos de identidad y una miríada de sistemas de valores que ha hecho que la reintroducción del lobo se convierta en una campaña sociopolítica que transciende la biología y la ecología.

Con la modernización de la gestión de la fauna, hemos logrado identificar la miopía con la que se aplicaba el modelo de conservación norteamericano desde su invención. Dicho modelo consideraba especies “buenas” y especies “malas”, lo que viene a significar que las especies con las cuales el hombre se re recrea (industria cinegética) son buenas y todo lo demás es malo. Poco a poco hemos descubierto un valor no solo intrínseco sino a la vez ecológico en las especies tradicionalmente consideradas como malas. Se han hechos muchos avances en la conservación por lo que a los depredadores se refiere. El Dr. Jon A. Shivik ha dedicado las últimas décadas de su carrera a la gestión no letal y a invertir en la prevención y mitigación de depredación del ganado. Investigadores y biólogos han ya demostrado que la coexistencia con quien hace milenio considerábamos nuestro aliado natural es no solo posible sino inevitable. Pero para que esto sea posible, la gestión de los carnívoros americanos ha de incluir todos los intereses involucrados, no solo los hasta ahora privilegiados. El modelo tradicional de gestión de la fauna norteamericana, tradicionalmente, ha significado un sistema institucionalizado de privilegios destinados de manera prioritaria al cazador, ranchero y granjero varón de raza blanca.

Durante mi primer año en la Universidad en mi graduado de bilogía natural, tuve la oportunidad de entrevistar al Dr. Stewart Breck quien trabajó con Dr. Shivik y es el investigador principal en el Centro de Investigación de Fauna Silvestre Nacional en Colorado para el departamento de agricultura (USDA). Dialogando acerca del futuro de la conservación del lobo en norte América, el Dr. Breck me explicó que a raíz de la velocidad de crecimiento de la población humana, ya no hay lugar para mantener al lobo y determinados grupos de interés especial separados y que la creación de sistemas legislativos creativos es ahora más crucial que nunca.

La tenencia de la tierra y valores humanos es un sistema intrincado de necesidades y valores que cualquier biólogo al cargo de gestionar una especie ha de saber equilibrar y donde no sólo ha de estar dotado de experiencia y conocimientos sobre las ciencias naturales y la conservación, sino que también requiere un profundo conocimiento sobre la sociología. La conservación del lobo en EEUU requiere una facilitación activa y un enfoque democrático a la participación en las políticas de gestión. Tradicionalmente hablando, los grupos de la industria cinegética, ganadera y de la agricultura, han llevado la batuta en dicha participación y han dispuesto de un gran megáfono en la gestión de la flora y fauna norteamericana a la vez de un extenso brazo influente político a manos de los lobbies. Si la conservación del lobo tiene posibilidad a continuar con el éxito hasta ahora obtenido, es necesario un cambio de paradigma en el cual se incluye a otros grupos de interés hasta ahora omitidos de la conversación acerca del lobo. Grupos como fotógrafos naturales, entusiastas de los espacios naturales, naturalistas y ciudadanos concienciados sobre la naturaleza por muy distantes que vivan de ella.

Pero esto ha de ocurrir de manera honesta y sin que ninguno de los grupos perciba una pérdida o ganancia de poder, he ahí la parte democrática de la participación. Cuando inicialmente se planteó la reintroducción del lobo en la zona norte de las Montañas Rocosas en EEUU, mucho del rango histórico del lobo había sido privado de su presencia por más de un siglo. Pero un siglo no es tiempo suficiente para borrar de la memoria colectiva de un colectivo que percibe a una especie natural como un ataque a sus estilos de vida y libertades personales. Mientras se preparaba el plan de reintroducción en Idaho y el Parque Nacional de Yellowstone la sociedad americana ya estaba dividida. Por una parte, el público general estaba ilusionado y apoyaba la idea de la restauración de una de las especies más icónicas del paisaje natural de los EE. UU. Por otra parte, el sector ganadero y cinegético envuelto en un furor mezquino ante la idea de la vuelta de su legendario archienemigo, una vuelta a manos del gobierno federal, por si fuera poco, otro de los enemigos imaginarios del cowboy tradicional americano. Una vez más, el gobierno de los EEUU demostraba una extralimitación que infringía en el estilo de vida del gran Oeste Americano y los derechos de las tradiciones vaqueras y cazadoras de los ciudadanos de estas zonas. Según lo veían ellos, era el fin de todos los tiempos.

Tras años de dura lucha política, tácticas de bloqueo, y coalición ciudadana, la reintroducción del lobo en Idaho y Yellowstone se convirtió en realidad en 1995. Este año sería histórico para el lobo. Agencias federales, traperos profesionales, y la nación Nativo-americana de los Nez Perce, colaboraron en un esfuerzo multicultural para restaurar al lobo a parte de sus tierras ancestrales. Pero por cada manada que se dispersaba en el estado de Idaho, las tensiones crecían estrepitosamente. Veinticinco años después y con diversas modificaciones en la política de la gestión del lobo, las agencias responsables por la gestión del lobo se ven en un cruce de fuego entre los diversos y polarizados grupos de interés.

El lobo toca las vidas de millones de ciudadanos cada año. Millones de turistas viajan mundialmente para observar al lobo en su ambiente natural en el valle Lamar o el valle Hayden en Yellowstone y nadie que haya podido ser testigo de este magnífico cazador social vuelve a su lugar de origen sin haber sido afectado de una manera u otra. Yo tuve el privilegio de vivir en el Parque Nacional de Grand Teton (inmediatamente al sur de Yellowstone) durante año y medio. He sido testigo de dicha magia. He observado la emoción, alegría, e incluso lágrimas de excitación de decenas, incluso centenas de observadores en el primer Parque Nacional de la historia. Dicho lo cual, interacciones entre personas y lobos son casi siempre experiencias que cambian la vida. En mi caso, catalizó un cambio de profesión y me inspiro a inscribirme en la Universidad para obtener un graduado en biología natural con enfoque en ecología del lobo y también a inscribirme en la asociación a la cual todavía pertenezco Lobo Marley para abogar por el lobo en mi tierra natal de España, ya que la lucha por la protección del lobo es casi idéntica, por lo menos en cuanto a los obstáculos se refiere.

Desafortunadamente, estas experiencias que cambian la vida no son siempre positivas. Con la asombrosa readaptación del lobo en EEUU vienen depredaciones de ganado. La ganadería es una industria para la que el pequeño ganadero opera con un margen de beneficio delicado. Para uno de estos ganaderos la mera pérdida de una o dos cabezas de ganado puede suponer la ruina. Por lo menos, así me lo aseguran algunos de mis amigos rancheros con los cuales discuto el tema del lobo a menudo. Para comprender el contexto histórico de mucho de los privilegios de los grupos de interés en contra del lobo y el porqué del actual modo de operación de estas industrias, es necesaria cierta memoria histórica. Como mencionaba anteriormente, el Destino Manifiesto disparó un movimiento de migración de ciudadanos de ascendencia europea hacia el oeste. En dicha expansión, los pioneros americanos encontraron conflicto con los habitantes originales del continente americano, ambos bípedos y cuadrúpedos. Tanto el “hombre rojo” como el lobo encontraron una presión militar por parte del gobierno de los EE. UU. que sellaría su desafortunado destino. Generales del ejército como Philip Sheridan animaban la matanza de especies nativas de ungulados, sobre todo el bisonte, lo cual le daría una ventaja estratégica en su lucha contra tribus como la Lakota o la Cheyenne. Para estas naciones nativo-americanas de las praderas, el bisonte suponía toda una economía. Sheridan suplico a la legislación de Texas que se permitiera a los cazadores caucásicos de bisonte campar a sus anchas hasta que el último espécimen de bisonte norte americano fuera exterminado. De tal manera, las praderas serian reemplazadas con el ganado y el cazador de bisontes seria seguido por la visión romántica del vaquero del oeste en esta empresa civilizadora del oeste americano.

Como consecuencia una reducción de las presas naturales del lobo condujo a que semejante especie tan adaptable como es el lobo no tuviera elección mas que incluir al ganado como parte de su dieta. Los primeros colonos del oeste inmediatamente buscaron apoyo del gobierno y soluciones lo cual vino en forma de una total y absoluta guerra en contra el lobo americano. El 20 de septiembre de 1890 representantes de la asociación de ganaderos del condado de Laramie en Wyoming levantaron un impuesto de un centavo por cabeza de ganado para crear un fondo para la recompense de la caza del lobo que aumentaría dicha recompense de tres a ocho dólares por piel de lobo muerto presentada. En 1905, el estado de Montana paso una legislación que consistía en un programa de infección de lobos con sarna a manos del veterinario del estado con la esperanza de que los lobos capturados retornarían a su manada y así infectar de manera más eficaz todos los lobos de la zona. Esta iniciativa se conocería como la ley de sarna del lobo (Wolf Mange Law), la cual fue aprobada por el gobernador el 10 de marzo de 1905.

Como podemos observar, los esfuerzos del poder lobby no son nada nuevo en la gestión del lobo y tiene una raíz histórica importante en este país. Estas recompensas aprobadas por diversos condados, estados y asociaciones de ganaderos en el oeste americano fueron las principales fuerzas motrices en la exterminación del lobo. Sin embargo, dado que dichas misiones no produjeron los resultados con la celeridad deseada, dichas asociaciones ganaderas, tal y como es reportado por S.W. McCLure en noviembre de 1924 en la edición de “The County Gentleman”, comenzaron otra campana de presión al gobierno federal para que aumentaran los esfuerzos de erradicación del lobo. La respuesta fue rauda y el congreso aprobó un presupuesto de $115.000 para un fondo de investigación con el fin de la exterminación del lobo. El congreso de los EEUU apropió un presupuesto aun mayor para la agencia “US Biological Survey” hoy conocida como la US Fish and Wildlife Service (el brazo federal del departamento del interior que gestiona asuntos naturales) para que creara su propio programa de erradicación del lobo en tierras públicas. La involucración del congreso aceleró considerablemente las campañas exterminadoras.

Podemos observar como la influencia de sólo un sector de especial interés ha dado, históricamente, forma no sólo a la gestión del lobo sino también su destino. Pero hay un actor de igual importancia en dicha empresa en otro grupo poderoso: los cazadores. Con anterioridad a su famoso ensayo, “The Sand County Alamanac”, Aldo Leopold, considerado por muchos como uno de los padres del modelo de conservación norteamericano, jugó un importante papel en el control del lobo en el paisaje americano. En 1925, Leopoldo organizo una asociación de cazadores para formar su propio programa de control de depredadores. De tal manera que el lobo fue exterminado, al menos de una manera socialmente aceptable. Durante las décadas posteriores, la controversia del lobo se convirtió en una mera anécdota relatada alrededor de la hoguera del campamento. Y de repente, tal y como el país hora mismo despierta a la ola de racismo que ha plagado esta nación desde su incepción, se despertó ante la desaparición de especies endémicas.

La protección de la fauna tiene raíz en tiempos coloniales, aunque su alcance era estrecho y se enfocaba solo en especies de caza. Para el fin del siglo diecinueve, cuando el bisonte estaba casi extinto y no quedaban nativos por “civilizar” algunos americanos se comenzaron a preguntar si quizás no hubiesen estado enfocando la fauna de manera equivocada. Esto no impidió que se tratara al mundo natural simplemente como una fuente a explotar y dominar: una utilidad que habría que maximizar para nuestro uso. Lo cierto es que, en efecto, fuera un precursor al movimiento de conservación de Norteamérica. La sobre caza catalizó a ciertos científicos incluso cazadores a juntarse y presionar al congreso para que aprobara leyes de protección de la fauna. Por ejemplo, el acto de Lacey (Lacey Act) de 1900, seguido por el Tratado de Aves Migratorias (Migratory Bird Treaty Act) de 1918 y el Acto de Conservación de Aves Migratorios (Migratory Bird Act) de 1929, nos trajo el sistema de refugios de aves migratorias. De manera que, para mitad de los años 60, el enfoque tradicional que se concentraba primordialmente en especies cinegéticas comenzó a ensanchar su enfoque y dio paso a la creación de la lista de especies en peligro de extinción creada por el Departamento del Interior. Esta lista, más conocida como el “libro rojo” carecía de poder legislativo, pero al menos creó una consciencia social acerca del peligro real de la pérdida de más especies nativas. Seguidamente, hubo un cambio significativo por medio de una provisión en el Acto del Fondo de Conservación de Tierras y Agua (Land Water Conservation Fund Act) de 1963, lo cual inició un cambio de lenguaje de gestión de especies cinegéticas a gestión de fauna, y también de un cambio de regulación por la cual la caza se convertiría en la única fuente de fondos para la preservación de hábitats naturales. Actualmente la venta de licencias para la caza y pesca, a la vez de un impuesto sobre armas de fuego y munición (conocido come el Pittman & Robertson Act de 1937) suponen la mayor parte de los presupuestos estatales para la conservación de la fauna y flora locales.

Esta nueva consciencia de managers da la fauna para proteger ecosistemas nos trajo el precursor del actual Endangered Species Act de 1973. Primero, en 1966 se conoció como el Endangered Species Preservation Act (ESPA) el cual se convirtió en Endangered Species Conservation Act (ESCA) de 1969. Finalmente, el presidente Nixon firmó el Endangered Species Act como ley en 1973. Como era de esperar, las asociaciones cinegéticas y ganaderas comenzaron campañas de protestas sobre la excesiva naturaleza prohibitiva de la nueva ley, lo cual trajo una serie de enmiendas que debilitaban la ley para convertirla en algo mas flexible y a la vez aceptable para dichas industrias. En definitiva, estas enmiendas consiguieron que la ley fuera mas difícil de implementar. Lo que al principio se interpretaba como “no” bajo la ley, se enmendó para que se pudiera interpretar como un “quizás”, lo cual era la meta del grupo lobby de los grupos de interés.

Pero, débil cual fuera la ley, en 1978, el USFWS listó al lobo gris y sus subespecies como especie protegida con la excepción de Minnesota, el único santuario de los EEUU continentales donde el lobo no había desaparecido. Conforme la reintroducción del lobo se iniciaba, dichos grupos de interés comenzaron a mostrar su preocupación. El uso de propiedad privada se veía amenazado por la nueva ley ESA a razón de cómo se gestionarían las especies protegidas dentro de propiedades privadas. La ESA se modificó en 1982 para incluir la sección 10(j) para remediar dichos temores. Bajo dicha designación, el USFWS podría designar una población como “experimental” si se reintroducía fuera del actual rango de dicha especie (lo cual seria determinante en el caso del lobo ya que actualmente su rango era básicamente nulo fuera de Minnesota y Alaska). La clasificación de esencial podría ser posteriormente calificada entre esencial y no esencial. Una designación de población esencial considera a una especie como critica para la existencia continuada de una especie en peligro. Una designación no esencial determina a una población como protegida, pero una “toma accidental” es permitida bajo una normativa que de otra manera consideraría cualquier toma de dicha especie como ilegal. Por muy ambigua que esta enmienda resulte en términos reales, sin ella, la reintroducción del lobo hubiera sido imposible, ya que la designación 10(j) fue la única manera de placar la ansiedad del sector cazador y ganadero.

Todos estos hechos históricos combinados nos dotan de un resume sobre las actitudes hacia el lobo en los estados unidos de norte América. Lo que es mas, los cambios recientes de estado de protección del lobo combinados con la percepción de perdida o ganancia de poder y privilegio de determinados sectores ha conseguido que ninguno de los tres sectores mas influenciables en la gestión del lobo, el sector ganadero, cinegético y conservacionista, se sienta satisfecho con la actual gestión del lobo. En cuestión de los grupos en contra del lobo, estas últimas reacciones han causado un alza en las incidencias de conflicto y furtivismo en los últimos años.

La reintroducción de cualquier especie involucra un reto multicultural que transciende la biología del animal siendo protegido. A menudo involucra manejar la actitud pública incluso más que gestionar la especie en si. La recuperación del lobo en América del norte ha sido histórica y actualmente centrada alrededor de profundas raíces de tono moral y ético más allá de los objetivos de la gestión de la fauna. La relación entre los que abogan por la conservación del lobo, cazadores y rancheros está profundamente arraigada en valores culturales que incluyen no solo poder político económico y cultural de los grupos cinegéticos y agricultores, sino también como ellos perciben la ley ESA, extralimitaciones del gobierno federal y legislaciones sobre la protección del lobo. Para entender el núcleo del conflicto del lobo es importante comprender todos los grupos humanos involucrados en la situación, sus valores y sus usos de la tierra y otros recursos naturales y como estos se relacionan entre ellos. Por un lado, vemos una división entre los rural y lo urbanita donde rancheros y, hasta cierto punto, cazadores también perciben que el ciudadano urbano dispone de más capacidad de decisión debido más recursos económicos y electorales. Por otro lado, los conservacionistas que se siente excluidos de la discusión sobre políticas de gestión debido a su distancia física de los espacios protegidos. Rancheros y cazadores tienden a caer en el tópico de que por urbanitas con sus ideologías medioambientales radicales están totalmente desconectados del mundo rural y lo que conlleva convivir con el lobo. De modo que la distancia física sirve como un descalificador automático a tener una voz active en las políticas de gestión. Por otra parte, una clara historia de privilegio y poder sobre la gestión de las tierras públicas y gestiones de la fauna, y, consecuentemente, los recursos naturales, por parte de los grupos ganaderos y cazadores es percibido como un descalificador automática para los grupos conservacionistas. Lo que es cierto es que estos tópicos han resultado en una dinámica en la cual todos los grupos involucrados utilizan el poder político según su agenda.

En mi opinión, el eslabón perdido es que cada vez que surgen estos conflictos la solución de-facto tiende a ser un intento de cambio de actitud del “otro bando” sin dirigirse a la raíz del problema. Sobre todo, teniendo en cuenta que la gestión del lobo en EEEUU ha sido dominada desde su reintroducción por poderes políticos en vez de la mejor ciencia disponible. Las pocas veces que los hechos científicos encuentran un lugar en la mesa, suele ser de manera exclusivamente estratégica para servir la agenda de todos los involucrados.

Como conclusión, la reintroducción del lobo en EEUU ha sido un éxito indudable considerando todas las dificultades. Claramente hay mucho donde mejorar. Pero ya que la conservación del lobo está basada en valores de identidad cultural y a menudo transciende la mera biología de la especie, las ciencias sociológicas han de ser empleadas también en las decisiones de políticas de gestión del lobo. En este artículo me he querido concentrar en tres de los actores, pero claramente existen más grupos involucrados. Pero por la misma razón de que la reintroducción del lobo ha tenido éxitos y fracasos que han polarizado el dominio político, opino que necesitamos un enfoque nuevo y creativo en la gestión del lobo en EE. UU. Una brisa refrescante que además de incluir nuevas perspectivas incluya diferentes posiciones multiculturales, algo solo adquirible desde la diversidad ya que la gestión de los recursos y las ciencias naturales siguen siendo víctimas del sistema patriarcal donde la mayoría de sus componentes son varones blancos.

Discusiones facilitadas y mediadas son de infinito valor ya que algunos casos han demostrado la efectividad de invertir más esfuerzo inicialmente antes de finalizar decisiones lo cual ayuda a evitar litigaciones costosas y bloqueos judiciales más tarde. Proveer de una zona neutral donde cada grupo pueda expresar sus perspectivas y sentir que sus intereses serán tomados en serio puede proveer un nivel de honestidad y compromiso, en mi opinión inalcanzables hasta ahora, que resultaría en una decisión más sostenible. Es de crucial importancia, también, que diversos grupos conservacionistas comprendan que la estrategia de antagonizar al grupo dominante resultará en una menor productividad al no poder así obtener un aliado para un proyecto común, un aliado que, aunque no deseado es imprescindible en la lucha por la conservación del lobo. Considero que ha quedado demostrado que el éxito de la gestión del lobo está directamente unida a la preservación del estilo de vida de los rancheros ya que esto significa espacios abiertos, y espacios no fraccionados abiertos significan mayor cantidad de hábitats para la conservación.  Es por ello por lo que personalmente considero que el enfoque de grupos (lo que aquí llamamos “the steakholder approach”) es la única manera de avanzar, por muy difícil que resulte inicialmente para todas las posiciones. Incluir a todos los grupos con interés en el tema de la gestión del lobo evitando la exclusión hasta ahora demostrada y asegurando que ningún grupo resulte sobrerrepresentado es la clave del éxito en el futuro cercano. Sin ello, ningún otro enfoque se puede considerar verdaderamente democrático y, en mi humilde opinión como estudiante de las ciencias naturales y ferviente defensor del lobo, es lo que ha faltado hasta ahora en el proceso: un sentimiento verdaderamente democrático e inclusivo donde todos los participantes realmente sientan que su voto cuenta en la preservación de nuestro patrimonio natural, no solo la de algunos sistemas de privilegios y supremacía blanca. Si cada voz es representada equitativa y honestamente, quizás entonces podamos comenzar a entender las complejas capas multiculturales y dimensiones sociopolíticas de la gestión del lobo.

VIDA Y MUERTE DEL LOBO MARLEY

Han pasado ya siete años desde que murió un joven lobo al que los biólogos que lo radiomarcaron bautizaron como Marley. Su asesinato constituyó un punto de inflexión para la paciencia de los conservacionistas de toda España. Fue la gota que colmó un vaso lleno de indignación por la persecución a la que la especie estaba sometida desde siempre. 

El Parque Nacional de Picos de Europa pagó en 2010-2011 más de medio millón de euros, mediante adjudicación directa (es decir, sin concurso público), a las empresas ARENA S.L. y Grupo TRAGSA, para realizar diversos estudios sobre el lobo en el Parque Nacional. Los biólogos de esta empresa, confirmaron la presencia de un grupo reproductor de lobos que crió en 2011 en la zona de Cabrales-Tresviso. En 2010, este grupo no pudo criar debido a que las diferentes administraciones de la zona (Principado de Asturias y Gobierno de Cantabria) hacían sus propios controles, incidiendo ambos mortalmente sobre esta misma manada. En 2009, además, ya habían matado en Cabrales una hembra reproductora. Aquella primavera de 2011 nacía, al fin, una camada en la manada de Cabrales-Tresviso. Había venido al mundo el lobo Marley.

 

«Sólo en el Parque Nacional se mataron oficialmente 16 lobos de los diferentes grupos en el periodo 2011-2012.
A estos habría que añadir los matados furtivamente»

 


 

LOS DÍAS FELICES DE MARLEY… Y LA CAPTURA

El cachorro estaba echado, en silencio, entre el denso verdor de los helechos, muy cerca de la confortable cama de tierra y hoja donde había nacido tres meses atrás, escuchando los sonidos de la naturaleza, aquellos con los que había crecido y que formaban parte de su único mundo, en el macizo oriental de Picos de Europa. Pronto caería la tarde e iniciarían una noche más de correrías por los bosques. Cerca del crepúsculo, todo el grupo comenzó a activarse y a saludarse amistosamente. Bajo el cielo estrellado, aullaron juntos. Él también lo hizo, feliz, intentando emitir, sin conseguirlo, los hondos y prolongados aullidos de sus padres.

Los biólogos de la empresa ARENA, a través del estudio de aquellos aullidos, que detectaban a larga distancia y grababan con tecnología punta, identificaron cinco lobos en este grupo en agosto de 2011, de los que, al menos uno, era un cachorro.

Tras muchas noches de intentos, la del 29 de septiembre fue capturado un cachorro mediante trampeo. El lazo atrapó su pata y, aunque luchó por liberarse durante toda la noche, no lo consiguió. Fue entonces cuando vio por vez primera al hombre. Estaba aterrado pero enseguida cayó dormido en un sueño profundo. Había sido anestesiado.

Se le asignó el número 519 y el código PNPE03 y se le bautizó como Marley robándole así su identidad salvaje que es la de lo imaginario y enigmático. Tenía entonces 4 o 5 meses (en la foto, anestesiado, se aprecian los colmillos de leche). Había nacido esa primavera en la montaña y estaba saboreando la vida. Posiblemente, el que aullaba con voz infantil en las noches del macizo de Ándara, era Marley. En su primer encuentro con los humanos, quedó marcado para siempre con un incómodo y pesado collar GPS-GSM, con el que pudieron seguirle hasta que acabaron con su fugaz vida. El collar de Marley sirvió para saber siempre dónde se encontraba y cuáles eran los movimientos de su familia, lo que fue utilizado después para su asesinato. Al menos, así descubrieron que los movimientos de los lobos son tan amplios que llevaban a la confusión haciendo creer que había varios grupos en vez de uno y más lobos de los que realmente eran.

El 27 octubre, un mes después de la captura y radiomarcaje de Marley, el Parque Nacional mató dos lobos de este mismo grupo familiar en un «control poblacional» -uno de los cuales no pudo ser “cobrado” (término de la jerga cazadora y aún utilizado por la Administración y que significa que fue herido de muerte pero que huyó, tras lo cual no encontraron su cadáver), y el otro era un cachorro muy sano. Sospechamos que ambos eran hermanos de camada de Marley que, en esta ocasión, debió librar por los pelos, ya que la Dirección del Parque Nacional intentaba impedir que este grupo de Cabrales se llegase a asentar reduciéndolo al máximo de forma completamente arbitraria y sin tomar precauciones ni siquiera para abatir al ejemplar radiomarcado, como más adelante se demostró.

 

 

NACIDO EN UN PARAÍSO INFERNAL

Marley, en los meses siguientes, convertido en un joven en pre-dispersión, se movió por el macizo de Ándara, dentro y fuera de los límites del Parque Nacional, en el Principado de Asturias y en Cantabria, explorando un área de 200 km2. Resignado a portar aquél collar como un perro que llevase un grillete de hierro, al menos disfrutó en aquellos meses juveniles de las carreras por las laderas, del olor de los corzos a los que persiguió por los bosques, de los juegos con su hermana, de los silencios de la noche, de los aires de las montañas, del susurro de los arroyos… como todos los lobos, saboreó la vida cuando pudo.

Se daba una situación inaudita para la familia de Marley: cada vez que cruzaban una frontera regional o política, su estatus cambiaba. Por la mañana, podían ser especie teóricamente «protegida» y sujeta a matanza con la excusa de lo que erróneamente se denomina «control poblacional» en Asturias y, por la tarde, podían convertirse directamente en especie cinegética y ejecutable por cazadores vulgares en Cantabria. Sufría la triple presión de los controles llevados a cabo por el Parque Nacional, por el Principado de Asturias fuera de dicho Parque, y por el Gobierno de Cantabria y la ley de Caza de Cantabria en esos territorios. Cabrales (Asturias) y Cillorigo de Liébana (Cantabria) están ocupados por una fuerte carga ganadera, con mucho ganado pastando libre sin protección. La presión que los ganaderos ejercen sobre la dirección del Parque y los políticos autonómicos, hace que los lobos sufran una persecución constante en forma de controles autorizados anualmente por los directores del Parque.

Cuatro equipos de guardería de diferentes lugares (Principado de Asturias, Gobierno de Cantabria, Parque Nacional de ambas comunidades, dirigidos por ARENA…) realizaban seguimientos paralelos de forma descoordinada, y se contabilizaba este grupo, por lo visto, como si fueran tres grupos diferentes. Ajenos a las cosas humanas, la familia de lobos hacía su vida normal recorriendo, como se pudo determinar, muchísimos kilómetros diarios por estos parajes.

 

CON EL HOMBRE A LOS TALONES

Los biólogos de ARENA identificaron a Marley a partir de ADN en Cabrales en el mes de abril de 2012. El bueno de Marley seguía moviéndose por aquellos territorios donde los ganaderos, y gran parte de la población local aún hoy sienten odio cultural y acérrimo hacia el lobo. Su collar GPS envió más de 5.000 posiciones que dieron valiosa información sobre lo que los lobos hacían a pesar de pasar bastantes días en zonas sin cobertura para la emisión de datos del collar.

El 17 de mayo de 2012, el Gobierno cántabro organizó una batida multitudinaria junto con el Parque Nacional para matar lobos al estilo medieval. Estas batidas son muy frecuentes y se celebran periódicamente en primavera y otoño de forma clandestina para ocultar a la opinión pública la matanza de lobos en un Parque Nacional. En aquella batida participaron como cazadores vecinos de Bejes y Cillorigo de Liébana, guardas del Parque y del Gobierno de Cantabria ajenos al Parque y un número indeterminado de voluntarios como batidores para espantar a la fauna y dirigirla a los tiradores. En esa batida, fue asesinado un lobo adulto de la manada de Cabrales-Tresviso, fuera de los límites del Parque. Aquél lobo probablemente era el padre de Marley.

El 9 de julio parece ser que los técnicos de ARENA dejaron de recibir posiciones del collar GPS. Ese mismo día, casualmente, emitieron un informe, al parecer a petición del Parque Nacional, sobre posibles actuaciones de control poblacional. En dicho informe, los responsables de esta empresa dicen que los controles son una herramienta de gestión para atenuar la tensión social por los daños al ganadopara mantener la población de lobos a unos niveles establecidos según las directrices de gestión que se consideren oportunas, recomendando que no se realicen antes de agosto para evitar matar una hembra reproductora. También dice que se puede estimar necesario un control en este grupo pero recuerdan que en 2011 ya se habían matado tres lobos. Y que si se toma la decisión, que se haga de inmediato para evitar daños al ganado y/o que aumente el malestar entre los ganaderos.

Al día siguiente, 10 julio, el director del Parque Nacional, Rodrigo Suárez Robledano, impaciente, lo comunicaba a los gobiernos de Cantabria y Principado de Asturias: ¡Los controles mediante caza de lobos son inminentes!.

 

 

LA INJUSTIFICACIÓN

El 24 de julio, la Dirección del Parque Nacional presentaba los datos oficiales de todo el Parque durante 2012. Decía el informe que había habido tan solo 40 bajas por lobo (11 ovejas, 5 corderos, 7 cabras, 4 cabritos, 7 terneras y 6 potros). No eran daños significativos y correspondían a las 67.455 hectáreas de todo el Parque Nacional, que sufre una tremenda carga ganadera de miles de reses pastando en extensivo y sin vigilancia. En ese año 2011, sólo en la parte asturiana del Parque había casi 10.000 vacas, 2500 ovejas y más de 3200 cabras.

En el Parque, 25.000 cabezas de ganado subvencionado pastaba en extensivo, de donde salen las carnes y quesos como los de Gamonéu, de Liébana, Picón, Cabrales, Valdeón, Peñamellera, Los Beyos y otros. Para evitar daños, se donaron cercados electrificados a los ganaderos de Cabrales-Tresviso, pero sólo un ganadero lo usaba regularmente según informe. Y ello, a pesar de que dentro de los cercados no se produjeron daños en ningún caso.

También dejaron constancia de que el 75,8% de las presas del grupo de lobos de Cabrales-Tresviso eran jabalí y corzo, y sólo el 34,2% era ganado a pesar de su amplísima disponibilidad por todo el territorio. El collar de Marley evidenció que, de hecho, el grupo buscaba permanecer sobre todo en el interior de los bosques, justamente donde, según el informe, no había ganado puesto que buscaba los pastos. Tampoco había aumentado la población de lobos del Parque como consta en los propios informes técnicos del Parque Nacional (los de ARENA), en los que consta literalmente:

 

«El hecho de que en una zona como el Parque Nacional de Picos de Europa se reproduzcan varias manadas de lobos de forma continuada en el tiempo, no implica, obviamente, un aumento ilimitado del número de lobos en el Parque. Como ya hemos visto, dentro del Parque Nacional se han localizado entre 4 y 5 manadas de lobos en los últimos años, con 6 en los últimos seguimientos. Es muy improbable que en años siguientes se detecten más manadas de lobos, además de las conocidas. La organización social de los lobos y su marcado carácter territorial hacen que el número de manadas que pueden existir en una zona concreta sea limitado«.

Y más aún, añade: «sus poblaciones se regulan de modo intraespecífico por medio de la territorialidad, produciéndose la muerte por luchas con lobos de otros grupos, enfermedades o por falta de comida» o «se ha descrito que la mortalidad de lobos puede tener efectos en la organización social de las manadas, tamaños de territorios, reproducción de las manadas, etc»

 

El 25 de julio se celebró en Lagos el Día del Pastor, una fiesta anual a la que acuden alcaldes, políticos, ganaderos y aquellos que autorizan las muertes de lobos. Lo que no hay, irónicamente, son pastores. Allí, un «tribunal» ganadero culpó al lobo de todas las calamidades de la industria ganadera, reeligieron al Regidor de Pastos, que con tremenda virulencia exigió el exterminio del lobo, y los responsables del Parque Nacional dieron su confianza al grupo de «Con lobos no hay paraíso», que fueron el centro de atención y corearon su grito de guerra: «Cero lobos». Esto sucedía en un Parque Nacional.

El 26 de julio, los técnicos de ARENA confirmaron que la batería del collar de Marley se había agotado y que, por ese motivo, no recibían posiciones desde el día 9. Activaron el mecanismo de suelta del collar para recuperarlo pero no funcionó. Durante varias semanas intentaron recuperar el collar sin éxito. ¿Seguiría siendo valioso para los gestores del Parque Nacional o, por el contrario, la vida “útil” de este joven lobo había terminado?

 

 

SENTENCIA DE MUERTE

En el informe de ARENA ponía literalmente:

«Se ha detectado una correlación significativa entre los controles realizados entre otoño, invierno y primavera y los daños que se producen en el verano tras la realización de los controles. Sin embargo, esta correlación es positiva, es decir, a la vista de los datos, los años en los que se hacen más controles en el Parque Nacional antes de la época de subir el ganado a los pastos, se producen más daños en ese verano siguiente«.

 

Pero no importaba, porque, en realidad, los lobos se matan principalmente para obtener votos. Desoyendo las recomendaciones técnicas, los datos del informe, y para obtener réditos electorales ante las presiones de una parte importante del sector ganadero, que pedía la desaparición del lobo de “su” zona de Picos de Europa (a pesar de recibir subvenciones con compromisos medioambientales), el 1 de agosto de 2012 el codirector del Parque Nacional por Asturias, Rodrigo Suárez Robledano, firmó una Resolución para matar seis lobos de dos grupos familiares con método de rececho: la sentencia de muerte para Marley.

La Resolución no se hizo pública (al igual que todas las emitidas por el Parque Nacional para matar lobos u otra fauna),con la finalidad de ocultar estos controles a la opinión pública y para que no pudiera ser recurrida (lo cual es ilegal). Todo un ejemplo de prevaricación. Además, la ejecución de los lobos se comenzó a los pocos días sin respetar el plazo legal de recurso de un mes (otra ilegalidad impune), tiempo en el que, de haber sido publicada acorde a la legalidad, podría haber sido recurrida.

El director del Parque justificó los controles en base a «la evolución de la población de lobos», «la evolución de los daños» y «el contenido del informe de ARENA del 9/julio sobre conveniencia de los controles» y fundamentó su derecho a autorizarlos porque, dijo que la Ley de Parques Nacionales cuenta con excepciones para realizar controles de acuerdo con objetivos determinados por el PRUG o Plan Rector de Uso y Gestión (aunque curiosamente el Parque no tenía dicho PRUG y sigue sin contar con este instrumento fundamental de gestión que debería sentar la normativa de lo que se puede o no autorizar en el Parque). También justificó su decisión porque, según la guardería (que a menudo son también ganaderos y cazadores) han detectado anormalidades del comportamiento en los lobos como ataques en interiores de núcleos urbanos (no comprobado y sospechosamente falso), y singulares enfrentamientos con mastines en actitud no habitual (sin datos y sospechosamente falso), etc (el etcétera no sabemos qué significa).

Días después de firmarse la sentencia de muerte, las grabaciones de aullidos de los técnicos de ARENA identificaron al menos tres lobos y un cachorro en el grupo de Cabrales-Tresviso. El collar GPS había servido para tener localizado al grupo y conocer sus movimientos y hábitos. Esta información sería fundamental para la Dirección del Parque Nacional, quien iba a organizar el día, la hora y el lugar de la ejecución. Sabían dónde se encontraban Marley y su familia, y también por dónde podían moverse. El collar y el estudio fue, para Marley y toda su familia, una traición letal.

El 20 de agosto, el director del Parque Nacional, Rodrigo Suárez Robledano, firmaba otra autorización -complementaria a la Resolución anterior- para la muerte de dos lobos de este grupo con la posibilidad de un tercero si pertenecía a otro grupo. La autorización no sólo no fue publicada sino que se ejecutó con urgencia -al día siguiente- y con un salvaje y dañino método que recuerda a hace más de un siglo: la batida multitudinaria con gente de los pueblos (algo que es ilegal). Además, el director del Parque Nacional autorizaba métodos de caza prohibidos, como el uso de cebaderos e iluminación nocturna. Excepcionalmente, decía, autorizaba la batida, pero, al día siguiente, la batida estaba perfectamente organizada (otro claro ejemplo de prevaricación). Ocho guardas del Parque Nacional, tres guardas del Gobierno de Cantabria y ocho cazadores locales de Liébana hicieron de tiradores. Aunque petardos, cohetes  y bocinas estaban prohibidos, algo se usó por parte de los batidores, que eran vecinos de la zona junto con guardas y personal del Parque Nacional y del Gobierno de Cantabria.

 

 

DESENLACE FINAL

Las correrías arriba y abajo por las laderas del monte, los olores a bosque y brezo, los aullidos en las noches silenciosas de la montaña… toda esta vida que Marley estaba empezando a saborear y su futuro de aventuras en libertad como lobo dispersante, se terminó de un disparo el día 21 de agosto de 2012, cuando apenas tenía poco más de un año de edad. Aquella mañana estaba encamado, tras una noche más de correrías por la montaña en las cercanías de la Sierra de la Corta, en el macizo de Ándara de los Picos de Europa, junto a su hermana de camada, disfrutando del silencio de los hayedos, ambos ajenos a la muerte.

Aunque la Resolución expresaba que los controles se harían principalmente mediante rececho, se montó una batida multitudinaria, al estilo Medievo. Al amanecer estaba todo preparado. Bien sabían dónde estaban los lobos. La dirección del Parque conocía cada uno de sus movimientos. Había muchos hombres armados y otros muchos que iban a batir el monte público, en el que cualquiera de nosotros podría haber estado paseando con todo el derecho. Cazadores locales armados montaron una «línea de fuego» cerrando la sierra. Los guardas armados montaron otra línea de muerte cerrando otra zona. Hacia ambas iba a ser empujado todo animal que saliera huyendo de la línea de batidores formada por personal del Parque, mas vecinos relacionados con la ganadería y la caza, y guardas cántabros (todo ello ilegal). Nada sabíamos porque nos lo ocultaron todo.

Comenzaron a batir el monte, gritando y armando jaleo. Durante la mañana no tuvieron éxito, pero al llegar a los pies de la Sierra de la Corta levantaron al lobo, que era Marley que, aterrado, huyó por el monte como un fantasma. Lo fueron empujando, con sus vociferíos, avanzando implacables, hacia las líneas de los tiradores locales, colocados en los montes de la sierra. A las 13.30, un vecino de Pendes, ganadero y cazador habitual, disparó y quitó la vida a Marley, que cayó fulminado. Poco importó que llevara un collar de radiomarcaje. Tampoco esto importó a los agentes de la autoridad que participaban en esta salvajada, ni al director del Parque que lo coordinaba y no detuvo la cacería en ese momento.

Con Marley iba una loba, su hermana de camada -posiblemente la única que le quedaba puesto que otros dos hermanos habían sido abatidos en octubre 2011- que minutos después fue avistada por otro cazador de Bejes, que la apuntó con su rifle y le descerrajó un disparo que la hirió terriblemente, quedando su pata trasera totalmente destrozada y con el fémur fuera del cuerpo. Impasible, le debió asestar otro tiro en las costillas. La loba, cuyo hermano acababa de caer fulminado, siguió huyendo a duras penas, con terrible dolor, luchando por la poca vida que le habían dejado, y fue encontrada muerta diez minutos después por sus verdugos de aquellas zonas queseras, ganaderas, aún hoy ahítas de odio…

Terrible final para aquellos dos lobos subadultos llenos de vida, aquellas dos joyas inocentes de nuestra naturaleza que murieron por el odio de los vecinos, la falta de profesionalidad de los empleados públicos que pagamos para que protejan nuestra fauna y por el miserable voto de los políticos codiciosos.

 

El cuerpo del lobo Marley yace sin vida en el Centro de Visitantes 

 

Aún aquellos verdugos iban a cometer una abominable atrocidad. Los dos cuerpos inertes, sin la vida de la que estuvieron llenos hasta un rato antes, sin futuro, esas dos joyas que fueron vivientes para la Biodiversidad de los que la amamos y de las generaciones futuras, fueron llevados al Centro de Visitantes del Parque Nacional en Sotama, en Cillórigo de Liébana, donde quedaron depositados. Aunque la opinión pública creería que este centro es para educación ambiental y que los guardas son para cuidar de la vida salvaje, en Picos de Europa los guardas bajan con los dos lobos recién asesinados para colgar sus cuerpos nada menos que en el Centro de Visitantes, donde serían medidos y pesados por los técnicos de ARENA.

Dantesco y horrendo espectáculo el de unos guardas y unos técnicos, biólogos, pesando y midiendo estos lobos recién ejecutados a tiros, en un Centro de “sensibilización” ambiental y sabiendo que la dirección del Parque Nacional iba a organizarles de nuevo para repetir la matanza.

La noticia trascendió únicamente por el hecho de que Marley portaba su collar.  Seguramente no hubiéramos sabido nada de sus muertes si no hubiera sido por esa circunstancia; esto mismo pasa con otros muchos lobos… que mueren silenciosa e impunemente mientras los máximos responsables de la administración en materia de conservación de la naturaleza, algunos de los que trabajan para dicha administración y muchos ganaderos y cazadores… hacen creer a la gente que «hay muchos lobos» o que «los controles son necesarios».

Pesan a la hermana de Marley. Obsérvese las dos heridas de su lado izquierdo. La pata destrozada, con el hueso que se salió del cuerpo. Imagínese el terrible dolor y la agonía que sufrió en aquellos diez minutos hasta su muerte. Y la herida a la altura de las costillas.

 

Pesan al lobo Marley mientras introducen en una bolsa a su hermana.

 

La vida de estos dos preciosos lobos ibéricos que corrían por los bosques de montaña de Picos terminó así para siempre.

 

 

Nos negamos a que su vida terminara así para siempre. Acogimos a Marley como un símbolo por todos los cientos de lobos que mueren anualmente en España ejecutados por cazadores, ganaderos y personal de la Administración. Nos cansamos de que, tras tres décadas intentándolo con el diálogo, nuestros lobos siguieran cayendo de esta inmunda forma. Dimos un puño sobre la mesa. Marley fue la gota que colmó el vaso.

 

OTRA LOBA RADIOMARCADA CAYÓ PRONTO

En octubre 2012, la dirección del Parque Nacional se vio obligada a suspender la ejecución de las resoluciones del 1 de agosto en las que autorizaba la muerte de seis lobos en el Parque Nacional, aunque ya había matado a tres (Marley y su hermana entre ellos). No obstante, a pesar de estar impugnadas las resoluciones, en noviembre, el director del Parque Nacional volvió a ordenar la muerte de otros dos lobos en Los Lagos. Esta orden fue paralizada también por un juez tras las denuncias de asociaciones ecologistas.

Inmediatamente después, era enero 2013, tan sólo tres meses después de morir Marley, cayó asesinada en el Portillo de la Reina una loba de apenas 8 meses de edad, también radiomarcada por ARENA. Se llamaba Naule y había sido radiomarcada poco después de muerto Marley. Digamos que fue la sustituta.

 

Como si la trágica ejecución de Marley no hubiera sido suficiente, la nefasta gestión del lobo en Picos de Europa, en Asturias, en Cantabria, en Castilla y León, continuó sacrificando lobos.

 

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Referencias para complementar:

 

Asturias, infierno natural del lobo. Abril 2014

La ciencia habla. Razones por las que matar lobos es contraproducente. Nov 2018

La ciencia habla. Matar lobos aumenta los daños en explotaciones cercanas. Nov 2018

Reflexiones de ecología. Los controles de lobos conllevan consecuencias graves. Oct 2018

Infierno en el paraíso… Asturias, vergüenza mundial. Mayo 2013

Los controles de lobos aumentan los daños y el furtivismo. Sept 2016

 

Equipo de Lobo Marley
21 de agosto de 2019

¿POR QUÉ LOS HOMBRES MATAN LOBOS?

figura de Biology Letters¿Por qué algunas personas parecen poseídas por un afán irreprimible de matar lobos? Hace años yo pensaba que la respuesta era simple: porque éstos se comen a las ovejas. Pero hoy sabemos que matar lobos es el peor método posible para evitar los ataques al ganado, y que de hecho los aumenta. Y no es lo mismo querer librarse de las molestias que causan los lobos (para lo cual existe un abanico de medidas preventivas) que el deseo de matarlos, para el cual, sobre todo a día de hoy, debe haber otro motivo. Esta cuestión me intriga desde hace mucho, pero hace unos días estuve en el lugar idóneo para ponderarla: el palacio de Riofrío, en Segovia.

 

Esta antigua residencia real, construida en el siglo XVIII, está rodeada de una impresionante finca donde sus majestades gustaban de darle al gatillo, y algunas de sus estancias se reformaron a mediados del siglo XX convirtiéndolas en un “Museo de la Caza”. Su exposición incluye abundantes cadáveres de lobos cuya contemplación puede ser deprimente, pero también instructiva. En una de las paredes palaciegas, por ejemplo, nos encontramos clavada una piel de lobo con las patas extendidas y colgada boca abajo. Parece una suave aunque siniestra alfombra pero, abajo del todo, la cabeza resulta estar “naturalizada” y nos enseña los colmillos en una mueca de ferocidad, como si el lobo desollado estuviese a punto de reptar pared abajo para mordernos los tobillos.

 

Este despojo forma parte de la colección de trofeos de algún aristócrata borbónico, mostrada aquí como punto culminante de la historia de la caza. Desde las paredes de la sala contigua nos contempla una multitud de cabezas de carnívoros, con belfos retraídos que dejan ver más dientes de los que parecerían caber en esas bocas, mientras sus ojos nos siguen con mirada iracunda. Muchos de ellos son, por supuesto, lobos, pero también hay una nutrida muestra de linces ibéricos, cuyos gestos histéricos contrastan con las serenas expresiones faciales que se contemplan cuando se observa al gran felino en libertad. Este aquelarre de cabezas crispadas seguramente responde a los estereotipos de la taxidermia cinegética de su tiempo, pero el museo presume de contar además con una colección de modernos dioramas, que muestran las especies “cazables” en actitudes y ambientes naturales. Así pues, nos dirigimos hacia el diorama de los lobos, que muestra una manada en la penumbra de una noche invernal. La escena está dominada por un gran ejemplar adulto en actitud de aullar. Pero el hocico levantado hacia el cielo no muestra el gesto inconfundible de un lobo que aúlla, sino que (¡de nuevo!) los labios se retraen descubriendo toda la dentición, como si el animal estuviese poseído por algún virus demencial que convierte a los carnívoros de este palacio en furias gesticulantes.

 

¿Es posible que un taxidermista experimentado, perteneciente a la prestigiosa saga de los Benedito, no supiese cómo aúlla un lobo, o ya puestos un pastor alemán? No lo creo. Esta inexactitud no revela desconocimiento, sino el mismo sesgo ideológico que conforma otras taxidermias cinegéticas, y que a su vez nos sugiere una respuesta a la pregunta que abre este artículo… pero no quisiera saltar a conclusiones basándome en impresiones personales.

 

Por suerte, el afán de algunos por cazar grandes carnívoros es algo que interesa y desconcierta a científicos de diversos países, y recientemente, investigadores de universidades de Estados Unidos y Canadá liderados por Chris Darimont han publicado en la revista “Biology Letters” un estudio con el sugerente título de “Why Men Trophy Hunt”, es decir, “¿Por qué los hombres practican la caza de trofeos?”. En la introducción, los autores se preguntan por qué algunos cazadores del mundo “desarrollado” insisten en matar animales escasos y no comestibles como los carnívoros. Tras un estudio de las costumbres venatorias en diversas tribus de cazadores-recolectores, emerge una probable causa evolutiva: estos comportamientos aparentemente absurdos encajan en la teoría de la ostentación costosa (“costly signalling”) según la cual los machos de nuestra especie asumen los costes elevados de cazar presas grandes y peligrosas para luego disfrutar del privilegio que implica esa demostración de superioridad. El cazador presume de su valor al enfrentarse a la fiera… y de poder pagar el coste económico de su caza. Los autores señalan que faltan datos detallados sobre el público potencial de esta ostentación pero sospechan que se dirige a la familia, los amigos, miembros de las asociaciones cinegéticas, y las redes sociales.

 

La teoría del artículo de Darimont y colegas (del cual he tomado prestada la expresiva caricatura adjunta) encaja con el hecho de que el lobo sea el trofeo más caro de la fauna ibérica. Ahora bien, si el cazador desea jactarse de haber matado fieras peligrosas, casi haría mejor disecando el rottweiler del vecino (siempre que el can estuviese entrenado), y por esa razón los taxidermistas exageran las expresiones de ferocidad de sus lobos. Y es que la ostentación del cazador necesita desesperadamente del mito del lobo feroz. A los principescos residentes del palacio de Riofrío no les quitaba el sueño que el lobo matase ovejas, pero sí les agradaba su reputación de ferocidad. Aquellos aristócratas no tenían que rendir cuentas de sus caprichos venatorios ante nadie, pero hoy, cuando la opinión pública es un factor a tener en cuenta, el lobby cinegético sigue fomentando la imagen del lobo feroz incluso mediante elaborados vídeos, para justificar ante el público la perpetuación de un hobby cada vez más impopular. El capricho de unos es el negocio de otros, y ambos enmascaran sus motivaciones, intentando convencernos contra toda evidencia de que matando lobos evitan que éstos se coman las ovejas. Pero en el mismo “publirreportaje” aseguran a los ganaderos que gracias a la caza hay menos lobos y a los conservacionistas que gracias a la caza hay más lobos. Tal incoherencia confirma que sus presuntos motivos son, en realidad, excusas.

 

Siempre es una satisfacción cuando, como en este caso, las piezas del rompecabezas parecen encajar, pero las hipótesis de la ciencia siempre dejan algún cabo suelto. Si la necesidad de presumir de matar fieras es una cualidad masculina, ¿cómo entender el fenómeno de las damas de buena posición que matan lobos? Ellas lo hacen con más discreción, pero también han de tener su público. Tal vez esto sea un recordatorio de que la psicología humana no es sexista y ser “macho” no depende del género con el que se ha nacido, sino que es, al fin y al cabo, una cuestión de actitud.

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley

 

DISNEY

Los Lobos No Lloran cartelCuando los enemigos del lobo quieren descalificar a los que proponemos su protección, nos tildan de meros “urbanitas” desconocedores de la dura realidad de la naturaleza. Dicen que por nuestra falta de experiencia en el medio natural vemos al lobo como a un “peluche”, y que por eso nos horroriza que se le acribille. Ellos (los cazadores y otros partidarios de pegar tiros) presumen de conocer ese medio a fondo y aseguran que matar lobos no es otra cosa que seguir las implacables leyes de la vida. Nos acusan, en fin, de vivir instalados en un ilusorio “mundo Disney”.
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Mi reacción inicial al leer comentarios de esa clase es pensar “¡pero qué imbecilidad!”, pero acto seguido tomo distancia y hago examen de conciencia. ¿Y si tuviesen razón? Al fin y al cabo, usar el nombre de Disney para desvalorizar la empatía se está convirtiendo en una práctica común, no sólo entre los cazadores sino también entre biólogos y ecologistas deseosos de marcar distancias frente a otras posturas, especialmente el animalismo. Así pues me pregunto: ¿estaré perdiendo de vista algún aspecto fundamental de la cruel realidad natural?
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Para buscar la respuesta empiezo por repasar mi propia experiencia. Mi profesión me ha llevado a estudiar a los animales desde varias perspectivas diferentes. He pasado mucho tiempo en la sabana africana observando su fauna salvaje, y he visto a los elegantes antílopes exhalar su último aliento entre las garras de los grandes felinos, con sus dulces ojos muy abiertos hacia un cielo inmisericorde. He visto a los ñúes y las cebras morir ahogados o pisoteados por sus propios compañeros de manada en medio del caos de la migración. Pateando las montañas cantábricas, he visto la delicada pezuña de un corzo emergiendo íntegra del excremento de un lobo, como recordatorio de la implacable función depredadora del cánido. He estudiado a los animales en la sala de disección, donde el primate o el felino que casi parecía dulcemente dormido al principio de la sesión va quedando reducido a sus partes constituyentes: músculos, huesos, tendones y un cubo de casquería. Siguiendo humildemente los pasos de Leonardo da Vinci, he aprendido sobre la estructura interna de mis modelos al precio de convertirlos en macabras lecciones de anatomía. Pero mis principales objetos de estudio son los animales prehistóricos, y participar en excavaciones paleontológicas no es otra cosa que enfrentarse a tragedias que tuvieron lugar hace miles o millones de años. Sin esas tragedias no tendríamos objetos de estudio.
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En definitiva, mi estudio de la vida ha tenido siempre el contrapunto de la muerte como compañera inseparable. Por lo tanto, y a expensas de las lecciones que el destino aún me depare, soy consciente de que la naturaleza, sin ser cruel, parece desde luego indiferente al sufrimiento de sus criaturas.
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Y aquí llega al “quid” de la cuestión: una vez reconocida la dureza de la vida natural, ¿debo convertirme en cómplice de esa dureza, y dedicarme a sembrar la muerte y el dolor a mi alrededor, dado que ambas cosas de todas maneras ya existen ahí fuera? En última instancia la respuesta a esta pregunta implica una decisión moral, pero para quienes carecen de ese factor ético lo único que funciona son las prohibiciones o límites externos. Dicho de otro modo, hay personas incompletas, carentes de ese elemento sofisticado llamado empatía, que siempre intentarán sentirse poderosas abusando de cualquier ser que no pueda defenderse, y en un mundo en el que la mujer y las minorías étnicas o culturales hacen valer sus derechos cada vez más, las víctimas más accesibles son los animales. La muerte y sufrimiento evitable impuestos hoy por el hombre a millones de criaturas no son consecuencia de la compleja estructura del universo natural como algunos dicen, sino de la estructura (poco compleja) de muchas mentes humanas.
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Hace ya cuarenta años mi amigo el pintor venezolano Eliseo López me contó como dejó la caza después de ver, ya como adulto, la película “Bambi”. Obviamente él sabía que los animales no hablan ni se comportan como los personajes de ese cuento infantil, pero de todos modos le sirvió como excusa para desarrollar el respeto y la empatía hacia otras formas de vida y convertirse en una persona más plena y sensible. Por mi parte nunca he visto la película y confieso que me suelen irritar las historias de animales que hablan, pero considero que si ha operado en otras personas el mismo cambio que en mi amigo, entonces está más que bien empleada, y sólo por ello estaría dispuesto a verla un día (cuando no tenga tantas cosas urgentes que hacer).
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Por otro lado, la Disney ha producido películas que enriquecen nuestra visión de la naturaleza sin humanizar a los animales, y probablemente el mejor ejemplo sea esa pequeña joya cinematográfica titulada “Los lobos no lloran”. Dirigida en 1983 por Carroll Ballard, esta película cuenta la historia de un biólogo enviado por el gobierno canadiense al ártico para estudiar los lobos y justificar la práctica de matarlos para defender a la población de renos, codiciados a su vez por los cazadores. Una vez instalado en la zona de estudio, el científico descubre que en realidad los lobos mantienen un complejo equilibrio con sus presas, que no sólo incluyen a los renos sino una proporción soprendente de pequeños mamíferos. La historia se basa en el libro autobiográfico “Never Cry Wolf” de Farley Mowat, en el cual se mezclan elementos de realidad y de ficción, y por ello el relato debe tomarse “con un grano de sal”.
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Pero más allá de su variable exactitud documental, la película  de Ballard combina de tal manera la belleza y la sobriedad en el relato que podemos verla tres décadas  después de su estreno como una obra básicamente contemporánea, o atemporal. Es una historia iniciática sobre una persona que descubre la naturaleza, la cultura ancestral y, en última instancia, a sí misma. Así pues, la próxima vez que alguien me acuse de vivir en un mundo “Disney”, me acordaré de “Los lobos no lloran”. Recordaré la escena, dura y maravillosa, donde el protagonista, manchado de la sangre del reno matado por los lobos, le arranca la costilla que mostrará la enfermedad que lo debilitaba y lo convirtió en la víctima a derribar. Recordaré los animales que he visto sufrir y morir como parte del ciclo natural que lleva millones de años funcionando y determinando la adaptación de las especies, un ciclo que nunca podría confundir con el capricho sádico de personas ociosas provistas de armas de fuego. Y si eso significa vivir en un mundo “Disney”, prefiero habitar en él que en un mundo de brutalidad insensible disfrazada de realismo costumbrista.
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Mauricio Antón
Vicepresidente de Lobo Marley

EL CULTO A LA IGNORANCIA Y EL LOBO

lobo saca lenguaHace 37 años el escritor y científico Isaac Asimov escribió en “Newsweek” su demoledor artículo “A Cult of Ignorance” (“Culto a la Ignorancia”), en el que reflexionaba sobre el auténtico talón de Aquiles de la democracia americana. Aunque no sabemos si en sus peores pesadillas llegó a imaginar algo tan extremo como el triunfo del “Trumpismo”, lo cierto es que su artículo desgranaba las causas que finalmente lo han propiciado. Definía la situación con un párrafo lapidario: “En Estados Unidos hay un culto a la ignorancia y siempre lo ha habido. La veta del anti-intelectualismo es como un hilo que recorre nuestra vida política y cultural, mantenido por la falsa noción de que la democracia significa que ‘mi ignorancia vale tanto como tu conocimiento’”.

Es fácil para nosotros ver la paja en el ojo ajeno y pensar “claro, es que los americanos son así”, pero el ascenso de determinadas opciones políticas en Europa nos advierte de que ese culto a la ignorancia, y la manipulación interesada de la misma, son males universales. Al fin y al cabo, negar la evidencia es casi la opción por defecto en nuestros políticos cada vez que la ciencia colisiona con los intereses de los lobbies que les mantienen en el poder.

Todo esto resulta bastante desolador, pero no muy sorprendente. Quien más quien menos tenemos asumido que la ciencia siempre debe luchar para hacerse oír ante el empeño de los políticos por ignorar las verdades incómodas. Y es que para el científico tan importante es averiguar la verdad sobre su tema de investigación como defenderla y darla a conocer. La ciencia es investigación pero también educación… ¿o no? Pues lo cierto es que a veces los científicos se convierten, sorprendentemente, en aliados de la ignorancia.

Un ejemplo de ello lo vemos en el trabajo de algunos investigadores que asesoran a la Unión Europea en temas de conservación de grandes carnívoros. Por encargo de las instituciones europeas han producido publicaciones que éstas utilizan como referencia para tomar decisiones sobre la gestión de la fauna salvaje. Un vistazo a una de estas publicaciones revela el inquietante enfoque que sus autores tienen sobre la transmisión del conocimiento. El estudio, que lleva el intimidatorio título de “Guidelines for Population Level Management Plans for Large Carnivores” (“Directrices para planes de gestión de poblaciones de grandes carnívoros”) se publicó en 2008 y es el resultado de la colaboración de expertos en carnívoros de varios países europeos. El apéndice “Control letal y caza de grandes carnívoros” incluye un listado de los beneficios potenciales que, según este panel de expertos, puede tener el matar carnívoros como el lobo. Encabezan la lista los siguientes:

  • Permitir la continuidad de tradiciones arraigadas en areas rurales donde los grandes carnívoros existen
  • Aumentar la aceptación de la presencia de los grandes carnívoros entre los cazadores si ellos los ven como especies de caza gratificantes más que como competidores
  • Aumentar la sensación de “empoderamiento” entre los paisanos que tienen que vivir en el mismo territorio que los grandes carnívoros.

Lo curioso de esta lista es que ya llevamos tres presuntos “beneficios” y ninguno de ellos se refiere a aspectos biológicos o ecológicos, que constituyen la supuesta especialidad de los autores del estudio. Al contrario, parece que ellos se han quitado la bata del biólogo y se han puesto el traje del sociólogo, haciendo afirmaciones sobre lo que hará sentir bien o mal a la población local y pasando por alto el hecho crucial que realmente afecta a la ecología de los grandes carnívoros, y especialmente del lobo, que es el siguiente: cuando se matan unos cuantos lobos (además de su mortalidad natural) lo que se está consiguiendo es obligar a los cánidos a aumentar su ritmo reproductivo para compensar las bajas artificiales. En vez de una manada estructurada, controlada por una única pareja alfa, se genera una situación donde hay numerosas parejas reproductoras, cada una de las cuales tiene más dificultades para cazar presas salvajes y ataca más al ganado doméstico. Resumiéndolo en una frase, se matan algunos lobos para que el paisano sienta que “se está haciendo algo por él”, y con ello se están agravando indefinidamente sus problemas.

Aquí entra en juego el concepto que estos biólogos tienen del “mundo rural”. Con un paternalismo casi conmovedor, ellos piensan que el habitante del campo no está preparado, por razones estructurales, para entender realidades científicas básicas como la estructura de la pirámide alimenticia, y por lo tanto consideran que sería tiempo perdido intentar explicarle que el “control letal” es tan beneficioso como agitar un avispero en el salón de su casa. Para nuestros biólogos metidos a sociólogos de fin de semana, la divulgación se ha convertido en un imposible y sus interlocutores son como niños a los que, en vez de transmitir información, se les debe manipular emocionalmente hablándoles en el marco de sus “tradiciones arraigadas”. Me recuerdan a esos políticos que opinan que la ablación femenina es intolerable en nuestra civilización pero debe tolerarse en sociedades pastorales africanas porque ellas viven inmersas en la tradición y supuestamente no podrían asimilar la fría realidad médica.

Estos científicos se encuentran incómodamente atrapados entre dos realidades, y miran con un ojo al ganadero, fomentando implícitamente su esperanza de que cada lobo muerto le lleva un poco más cerca del exterminio de la especie, y con el otro ojo a la institución que paga el informe, cuyas normativas dicen que el lobo es especie de interés comunitario y por tanto no sólo debe continuar existitendo, sino que debe alcanzar un estado favorable de conservación en toda su área de distribución, lo que hace que ese exterminio, ansiado por algunos, sea inalcanzable.

Basándose en artículos como ése, la Unión Europea ha intentado por dos veces consecutivas (hasta ahora sin éxito), tumbar la petición de Lobo Marley de proteger integralmente el lobo ibérico, y es previsible que lo volverán a intentar dentro de unos meses. En Bruselas volveremos a oír la misma cantinela: que la conservación del lobo no es un asunto científico sino “social”, y que hay que entregar una cabeza de lobo cada tanto tiempo a los paisanos para mantener la paz… Pero lo cierto es que mientras no se trate a las personas como a adultos sólo se conseguirá prolongar la inadaptación a la realidad natural, y hasta un cierto infantilismo. Es como cuando Trump les dice a sus votantes que no pasa nada por saltarse las normas de París contra el cambio climático porque al final “todo irá bien”. Cargarnos nuestra biodiversidad con mentalidad cortoplacista desde luego es una buena manera de asegurarnos de que nada va a ir bien, ni mucho menos, y tratar a la sociedad como a una gigantesca guardería infantil no convierte a los científicos en maestros ejemplares, si no en ciegos que guían a otros ciegos, con el agravante de que los que guían, en este caso son ciegos “a posta”.

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley

 

EL ATAQUE DE LOS BUITRES ASESINOS

IMG_4903Junto con la expansión apocalíptica de los lobos y los ataques al ganado por meloncillos y cuervos sedientos de sangre, una de las leyendas que más cuerpo está cobrando en la pseudo-zoología ibérica contemporánea es la de los “buitres asesinos”. Se viene argumentando que la escasez de carroñas en el campo a raíz del mal de las “vacas locas” ha llevado a generaciones de buitres a vivir al límite de la inanición, haciéndoles más agresivos que nunca y proclives, en su desesperación, a comportarse como depredadores activos y atacar a reses vivas. Un relato atractivo pero que contraviene conceptos básicos de la ciencia. Para empezar, el buitre es un carroñero especializado, carente de las garras y el pico afilados que permiten a las águilas dar muerte a sus presas, y esa especialización, desde el punto de vista evolutivo, no tiene vuelta atrás. Un buitre no puede matar a una oveja como no quiera hacerlo a besos. Y para continuar, si una población de buitres se enfrenta a una escasez de recursos continuada, el resultado inmediato no será un cambio en el nicho ecológico de esta especie (definido por millones de años de evolución) sino que cada año sobrevivan menos pollos, hasta que la población se ajuste a los recursos disponibles. Sin embargo, existe al menos una publicación científica de prestigio que parece desafiar estos hechos y ha contribuido a propiciar la leyenda de los buitres asesinos.

 

En una carta a “Nature” de 2011 titulada “European vultures’ altered behaviour” (o sea, “El comportamiento alterado de los buitres europeos”), Margalida, Campión y Donázar afirmaban que “los buitres leonados de España y el Sur de Francia se han convertido en matadores de ganado, según las numerosas denuncias recibidas por las autoridades”. Esta primera frase del artículo ya hace saltar las alarmas: ¿un hecho científico queda establecido por la cantidad de denuncias? Según esa lógica, la cantidad de denuncias a la Inquisición demostraría sin duda que las brujas no sólo abundaban en la Europa medieval, sino que además volaban con más maniobrabilidad que los buitres ahora tan temidos. Esto no impide a los autores de la carta hablar de la necesidad urgente de dialogar con los ganaderos para solucionar este “conflicto emergente”.

 

Esta carta significó un espaldarazo para el concepto de los buitres como cazadores de ganado con todas sus implicaciones políticas, pero prácticamente no ofrecía detalles científicos. Para encontrar más datos habría que esperar a la publicación de un estudio más técnico de los mismos autores en la revista “Oryx” en 2014, con el intimidatorio título de “Vultures vs livestock: conservation relationships in an emerging conflict between humans and wildlife”. En dicho estudio encontramos la siguiente frase: “La caza oportunista de pequeños y medianos vertebrados se ha reportado como frecuente en el caso de algunas especies de buitres del Nuevo Mundo pero sólo de manera ocasional en buitres del Viejo Mundo. Los buitres leonados, sin embargo, son carroñeros obligados, especializados en el consumo de carroñas de grandes ungulados” (la traducción y las cursivas son mías). Dicho en otras palabras, no existe ni un solo reporte científico de un buitre leonado cazando presas vivas, y el artículo de Margalida y coautores tampoco lo aporta. Al fin y al cabo, si pudiese incluir un reporte semejante, no sólo publicaría en “Nature” sino que su foto saldría en la portada. ¿En qué datos se basa entonces el artículo en cuestión? Muy sencillo: en la comparación entre la cantidad de denuncias presentadas y las aceptadas, donde aquellas aceptadas por la administración se cuantifican como ejemplos de ataques reales.

 

¿No se les ocurre a los autores pensar que la aceptación por parte de la administración de una denuncia puede obedecer a criterios políticos y sociales tanto o más que a criterios técnicos? Sin duda que se les ocurre, y por ello se apresuran a admitir que la “falta de datos científicos” es un factor agravante de este “conflicto” entre buitres y ganadería. Postular un cambio en el comportamiento de alimentación de los buitres como origen de este conflicto es una hipótesis totalmente gratuita, especialmente si tenemos en cuenta las circunstancias que describen los autores como típicas de los supuestos ataques: éstos coinciden casi siempre con el parto de las reses abandonadas en el campo. ¿No es más razonable entonces pensar que el incremento en las denuncias refleja una combinación de dos factores, a saber, el aumento de la presencia de reses sin custodiar que dan a luz en el monte, y el conocimiento de que la administración está dispuesta a compensar las bajas tras la aportación de simple evidencia circunstancial?

 

El artículo en cuestión dibuja un escenario de conflicto creciente que requeriría complejas estrategias de diálogo entre sectores enfrentados (¡el paraíso para los políticos!), pero lo cierto es que una medida tan elemental como la custodia de las reses a punto de parir acabaría de un plumazo con las correspondientes bajas en la cabaña ganadera, con las denuncias, con el coste de las indemnizaciones, y con la espeluznante amenaza de los venenos a la que también se alude en el artículo. Lo cierto es que tras leer el texto atentamente y de cabo a rabo, queda claro que en él no se describe una realidad biológica, sino una situación sociopolítica en la cual el comportamiento real de los buitres tiene una incidencia mínima y de hecho es una simple excusa. Por desgracia, para llegar a estas conclusiones es necesario leer los artículos completos, mientras que las versiones comprimidas (como la carta a “Nature”) o directamente distorsionadas (como los titulares de prensa que acompañaron a la publicación en su momento) contribuyen a crear una ficción que se va asentando, no ya en contra, sino al menos parcialmente debido a la labor de algunos científicos.

 

En última instancia, la realidad más determinante en toda esta historia es el poder perverso de las compensaciones económicas por daños (y esto se aplica por igual a buitres o lobos) para desfigurar más allá de toda proporción las relaciones entre la sociedad y el patrimonio natural. Lo que es urgente no es tanto el enésimo diálogo entre sectores para retocar los montos y condiciones de las compensaciones, si no la implementación de un modelo alternativo que incentive la convivencia con la fauna sin eliminar, como hace el modelo actual, la motivación para proteger el ganado.

 

Mauricio Antón
Vicepresidente de Lobo Marley

 

MATAR LOBOS PARA NADA

Esta semana se ha producido una noticia pésima para la conservación de la naturaleza en nuestro país. En un nuevo ejercicio de irresponsabilidad y demagogia, la Junta de Castilla y León ha autorizado la muerte de un cuarto ejemplar de lobo ibérico en la provincia de Zamora al sur del Duero.

Las razones aducidas por la Consejería de Medio Ambiente y por la Delegación de Zamora demuestran la ignorancia o la voluntad de ignorar las razones por las cuales el lobo goza de protección estricta en esa zona. El delegado territorial de Zamora, Alberto Castro, del PP, se congratulaba este jueves de que habiendo recibido la autorización de la junta, ahora podrían “continuar con este control de la densidad de población de lobo” para minimizar los daños a las explotaciones ganaderas.

La matanza de cuatro ejemplares en Zamora sin duda implicaría un daño grave a la ya mermada variabilidad genética de la población de lobo al sur del Duero, donde de producirse esta nueva muerte se sumaría un total de ocho en lo que va de año, contando con las ocurridas en las provincias de Salamanca (dos) y Ávila (otras dos). Pero además la condición arbitraria y no selectiva de estas muertes tiene una consecuencia inmediata sobre las explotaciones ganaderas y es precisamente el aumento del riesgo de ataques, al sumir las manadas en el caos y menguar su capacidad para la caza de sus presas salvajes naturales. No olvidemos que uno de los ejemplares abatidos en Zamora este año fue precisamente la hembra reproductora de su manada, un individuo cuya desaparición tiene el efecto más desestabilizador en la manada. Éstos son hechos demostrados, pero por si hiciese falta alguna prueba adicional basta con comprobar la nula efectividad de las muertes de lobo previas, que de hecho han resultado directamente contraproducentes.

Aparte de conseguir exactamente lo contrario de lo que pretenden, estas autorizaciones van contra el espíritu y la letra de la legislación europea, pero las autoridades regionales parecen confiar en que el curso de cualquier denuncia ante Bruselas sea lo bastante lento y obstaculizado como para entre tanto cosechar los beneficios en forma de votos locales. Es un ejemplo más de la mentalidad cortoplacista de nuestras administraciones, pero en este caso destruyendo de manera ciega un elemento único de nuestro patrimonio natural.

Entre tanto, Lobo Marley ha tenido acceso a un documento revelador en relación con este tema. Una reportera ha llevado a cabo en fechas recientes un reportaje sobre la ganadería en Zamora, centrado en la explotación de ovino de San Miguel de la Ribera, que precisamente fue la causante de dos de las autorizaciones previas de muertes de lobos al sur del Duero.

Se trata de un reportaje neutral que da voz a los propietarios de la explotación para que cuenten libremente sus puntos de vista, pero después de visionarlo nos hemos quedado boquiabiertos ante el nivel de desconocimiento de los criterios básicos de convivencia con la fauna silvestre y la indolencia absoluta ante la necesidad de tomar medidas preventivas. Pero tal vez lo más estremecedor de todo sea comprobar cómo la Junta de Castilla y León se ha convertido en cómplice de esta negligencia y de hecho ha agravado sus consecuencias con sus intervenciones. Os invitamos a ver este vídeo de manera desprejuiciada y sacar vuestras propias conclusiones. Creemos que las evidencias hablan por sí mismas.

El equipo de Lobo Marley.