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De Toros, Lobos y Voto Local

lobo con lanza color

 

Un año más hemos asistido desolados al espectáculo denigrante del toro de la Vega, a pesar de las promesas de que algo así no se volvería a repetir. De nada han valido las declaraciones del líder del partido que gobierna en Tordesillas, frente al empecinamiento del alcalde en mantener un “festejo” que nos hace avergonzarnos de la especie humana. Y tal vez lo peor es que, más allá de la anécdota, estos sucesos delatan un patrón general en nuestro país: la relación perversa entre el voto local y los comportamientos más delezables en relación con los animales.

Cualquiera puede darse cuenta de que el alcalde de Tordesillas teme no ser reelegido si prohibe ese aquelarre siniestro, que divierte a los más simples de sus vecinos y horroriza a medio mundo. Pero cuando ponemos el telediario y vemos a un vecino irritado quejándose de que los animalistas “vienen a nuestra casa para echarnos”, entonces nos asomamos a un nivel más profundo y más universal de este conflicto. Y es que, por muy divertido que pueda ser participar de un ritual sangriento y liberar adrenalina correteando alrededor de un animal aterrorizado, este festejo se ha convertido también en un enfrentamiento de “los del pueblo contra todos los demás”. La justificación es algo tan simple como “¿que los defensores de los animales dicen que lo que hacemos aquí es una salvajada? ¡Pues que no vengan, porque en nuestro pueblo hacemos lo que nos da la gana!”. Individualmente, estoy seguro de que ningún lector querría identificarse con semejante actitud. Pero en medio del contagio colectivo, argumentos tan rudimentarios resultan sorprendentemente válidos, y por desgracia los políticos locales más oportunistas tienen un fino olfato para este tipo de fenómenos psicológicos.

Por mucho que nos ofenda al gusto, al menos el Toro de la Vega es tan sólo uno al año. Pero nuestros lobos ibéricos están siendo masacrados a centenares, tanto legal como ilegalmente, y cada vez que se cuestiona este desangramiento de nuestro patrimonio natural, el argumento local vuelve a aparecer. Los políticos más ladinos dicen a sus votantes “no dejes que los ecologistas te digan lo que tienes que hacer con los lobos en tu comarca”, y les ofrecen la cabeza del lobo, un precio barato a pagar por la posibilidad de corromperse durante otra legislatura. Si se les permite un momento de reflexión, los paisanos se darán cuenta de que la caza del lobo perpetúa un sistema anacrónico de señoritos, propinas, sobornos y amenazas, que dificulta a estas zonas salir de la edad media. Las comarcas loberas necesitan como el comer un cambio de sistema, donde sus valores naturales se conviertan en garantía de calidad de vida y reclamo para un turismo de calidad. Incluso aquellos paisanos que más encono muestran hacia el lobo (y aún más hacia sus defensores) tienen hijos o sobrinos que se están planteando abandonar el pueblo por falta de oportunidades. Un modelo más moderno de relación con la naturaleza permitiría crear esas oportunidades, pero los defensores del antiguo sistema no están por permitir que cunda esa idea. En fechas recientes hemos leído las declaraciones del director de la reserva de caza de Riaño diciendo que no puede haber ninguna actividad alernativa a la caza en esos montes, porque de ella viven los pueblos de la zona. Esto lo dice al día siguiente de que un celador a sus órdenes se pusiese a tirotear lobos ante el horror de los turistas que constituyen una de las pocas opciones económicas con futuro para esa zona. Con semejante declaración este personaje busca crear el miedo entre los paisanos, poniéndoles en contra de cualquiera que plantee actividades alternativas. Pero no se puede subestimar la inteligencia del personal indefinidamente.

Por suerte, los que hacen más ruido no representan a todos, ni mucho menos. Una multitud silenciosa contempla con horror los desmanes cotidianos y se prepara para un cambio, como un resorte que se comprime, listo para dispararse. Y este cambio se fragua especialmente a nivel local. Hay alcaldes valientes en zonas loberas que ya están preparando la transición hacia un futuro más civilizado, así como hay ganaderos que ya han visto las orejas de un lobo mucho más peligroso que nuestro lobo ibérico, a saber: el peligro de extinción de la actividad ganadera por aferrarse a prácticas incompatibles con el medio ambiente. Esos alcaldes y esos ganaderos son los adelantados que marcan la dirección a seguir para la sociedad. Un día miraremos atrás y nos preguntaremos cómo se podían alancear toros y acribillar lobos de manera tan zafia como se hace hoy en día. Y ese día tendremos que recordar que los cambios no ocurren sólos. Alguien tiene que romper una lanza, valga la expresión, por los valores más elementales de una sociedad civilizada e ilustrada. Desde aquí mi admiración para los adelantados de esos cambios, y especialmente a los animalistas que han arriesgado su integridad física para oponerse a este esperpéntico, y ojalá postrer, Toro de la Vega.

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley