
Os dejo aquí alguna reflexión sobre la gestión del lobo en Cantabria, pero creo que es un caso que bien se podría generalizar a toda España. Es un artículo de opinión que me pidieron en el Diario Montañes a raíz de la matanza de 9 lobos en Liebana
Como siempre, los pastores se mostraron como personas hermanadas con la naturaleza. Sus posturas no eran extremas, ni pedían el exterminio del lobo. Su postura era lógica y pausada. No eran pastores analfabetos. Hablaban del lobo con pasión, con miedo, con respeto, pero, ante todo, con lógica.
Quiero aclarar que cuando hablo de ganaderos me refiero a los que viven en exclusiva o de manera principal de la ganadería. No doy ese título a esos vecinos de pueblos o ciudades que tienen ganado, pero se dedican una vez a la semana –como mucho– a visitarlo en los puertos o fincas.
Curiosamente, lo que acaba de pasar ahora con la eliminación de un grupo no conflictivo –con daños denunciados al ganado por 65 animales este año para una cabaña ganadera en este municipio de más de 6.000 animales –, puede traer un aumento espectacular de esos daños. El hueco que deja este grupo lo cubrirán ejemplares jóvenes inexpertos. Esta manada estable conocía su territorio al dedillo: cada paso de fauna, cada fuente de verano en la que beben los ungulados, cada lugar donde están los brotes tiernos de primavera que pastarán sus presas, cada espacio donde berrean los ciervos. Sabían hacer esperas para cazar animales silvestres, reduciendo los daños a las cabañas ganaderas.
Precisamente en los territorios que se quedan sin manadas estables es donde se concentra mayor número de ataques al ganado. En una manada no estable los ejemplares jóvenes se juntan en grupos divagantes a los que se añaden machos adultos errantes, sin territorio. Se asemejan a los chavales que salen de copas con el eterno soltero juerguista, que les guía en la noche y les enseña trucos malsanos. En Liébana llaman «lobadas» a los ataques de las manadas y a las salidas de juerga de nuestros jóvenes. Nos parecemos más de lo que pensamos.
Pero esta execrable matanza que acaba de tener lugar no es más que la punta del iceberg de lo que ocurre en el monte. Hoy en día, la escasa guardería de caza es incapaz de controlar a los cazadores. Es fácil esconder piezas en el monte y declarar la caza de un solo lobo o de seis jabalíes. Pero después aparecen, en el bar del pueblo o en fotos de internet, corzos, zorros, venados, y ¡nueve lobos!
Son los verdaderos cazadores quienes tienen que denunciar estas tropelías, y las declaraciones realizadas por el presidente de la Federación, Ignacio Valle, calificando de delincuentes a estos furtivos, no hacen más que dignificar su cargo y su afición. Sé de cuadrillas que regulan los desmanes de algún miembro, pero conozco otras que miran hacia otro lado.
Desde hace años, los miembros de la Asociación Tudanca y el grupo ortros repartimos mastines entre los ganaderos. El triángulo que forman el pastor a tiempo completo, el lobo y el mastín es el único que permite conservar la naturaleza y asegurar el trabajo de los ganaderos extensivos. Los mastines no eliminan los daños, pero disminuyen su frecuencia y el número muertes por ataque. Quizá fuera una buena manera de ayudar al pastor pagarle el pienso de los perros, o sus seguros. No debe el ganadero ser el pagano de la demanda social por conservar al lobo.
El lobo, pues, debe ser controlado mediante un Plan de Gestión del Lobo, algo que no existe en nuestra región. La guardería y los agentes del Seprona deben ser apoyados en su labor de vigilancia. Y, lo más importante, los ganaderos tienen que recibir apoyo suficiente con ayudas indirectas a la protección de su ganado, la rapidez en la gestión de los daños y el control de los ejemplares lobunos problemáticos.
Nuestros políticos se lo deberían pensar. Ahora mismo en la página change.org, que aglutina las mayores peticiones sociales en internet, hay más de 80.000 firmas pidiendo que se deje de matar lobos en Cantabria. Muy mala imagen para una región que vende el turismo de naturaleza.