La trashumancia, una tradición que lleva en Asturias desde el siglo XIII

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La tecnología ha cambiado mucho la vida, pero hay costumbres que sobreviven como en sus orígenes. Es el caso de la trashumancia de las vacas, una tradición que en Asturias arranca en el siglo XIII. Un equipo de TPA Noticias ha acompañado esta semana a uno de los mayores rebaños de la raza Asturiana de la Montaña en el ascenso a los pastos comunales de Picos de Europa.

En las laderas de Cuerres de Llenín, muy cerca de donde Cangas de Onís se confunde con Onís y con Llanes, pastan los elegidos: 150 ejemplares de vacuno casín de la ganadería Remis. Son la auténtica ‘Asturiana de la Montaña’, una de las dos razas vacunas originarias de estas tierras.
Sólo a los más pequeños se les escapa lo que está a punto de ocurrir. La apertura de cercados y el inicio de un viaje hasta ahora aplazado por un abril demasiado fresco y lluvioso.
Lo primero es bajar de sus fincas de invierno. Vacas, novillas y toros caminan con soltura mientras la  carretera serpentea entre montañas y pueblos. Si algún ternero se despista, su madre vuelve enseguida a por él.
Aunque quienes cuidan de todo el rebaño son la veintena de familiares y amigos que han acudido a la llamada al pastoreo que hizo el ganadero-
Alguno se da cuenta solo, reacciona y consigue reincorporarse a la manada, que enfila ya la Montaña de Covadonga.
No falta ninguna, y no hay tiempo que perder. Las vacas pastan con ganas, los xatos curiosean y los sementales optan por la calma. Su premio será pacer aquí más de lo previsto.
Tres días después, la finca parece otra. Segada al modo más natural, y habitada por uno más. Un ternero parido al alba. Uno de los 90 que cada año nacen de estas reproductoras.
Los toros apuran la oportunidad al tiempo que la cuadrilla reúne y encamina a las reses porque ha llegado la hora de completar la subida.
Como han madrugado, la niebla amortigua el calor y el sonido de sus cencerros. Las expertas suben ágiles. A sus crías les cuesta un poco más, pero un día tomarán el relevo, como lo hará el biznieto de quien fundó esta ganadería
En La Frecha se incorporan a la carretera a Los Lagos y la llenan del tránsito más pausado y ecológico.
Y unos metros más arriba, en Dúa, con el Santuario de Covadonga asomando ya entre las nubes del fondo, los pastores reagrupan al pelotón y reanudan la marcha entre atajos, para evitar los coches.
Los perderán de vista muy pronto, cuando alcancen el lago Enol y crucen la penúltima vega. Aquí estas asturianas van a demostrar que son, de verdad, de la montaña. Las mejores, porque ése es el objetivo del ganadero.
Su misión es criar y en los próximos meses lo harán en este paraíso recién alcanzado: la Vega de Bricial, a los pies de Peñasanta. La recompensa a veintitantos kilómetros de esfuerzo.
Se quedarán hasta bien entrado el otoño, aunque los ganaderos vendrán cada uno o dos días para comprobar que el malo de esta tradición, el lobo, no destruye el final feliz.