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LOBOS NO, MATORRAL NO, TODO NO

Lobo
Días atrás se realizó una manifestación en Oviedo bajo los dos primeros lemas: lobos no y matorral no.
Los asistentes, ha de suponerse, eran ATP, entiéndase, Agricultores a Título Principal, pero…a saber: en esto del lobo (y la novedad de matorral) hay mucho forofo.
Lo del matorral, que es un proceso perfectamente conocido pero que aún se entrecomilla, se llama «matorralización», y no es otra cosa más que la regeneración de terrenos degradados. Esta degradación ha de entenderse ausente de conceptos peyorativos, se refiere a la trasformación de un estado primigenio, sin intervención humana, a otro cuyo objetivo es servir al Hombre, no a la Naturaleza. Un prado rodeado de sebes (setos formados por zarzas, generalmente) es un espacio muy bonito y sugerente, sin duda, pero quienes cortaron los árboles y roturaron el suelo no lo hicieron para ajardinar nada, lo hicieron para aprovechar los pastos. Si, como ocurre en muchísimos casos en todo el Norte, que es donde prolificaban estas explotaciones, se abandonan, el matorral, primero, y el arbolado, después, lo recolonizarán.
Exactamente lo mismo ocurre con los terrenos en abertal, a los que comúnmente nos referimos todos como monte. El abandono de una serie de actividades derivada de la vida rural hasta hace unas pocas décadas, conlleva que el matorral ocupe estos terrenos.
¿Hay menos ganado que antes? Pues no. Si se buscan los datos históricos, observaremos que, desde hace siglos, el número de cabezas de ganado, sobre todo vacuno, ha variado muy poco. Donde sí ha habido cambios es en el régimen de propiedad y en el manejo. Ese «antes», al que se refieren los fantasiosos, más que los nostálgicos, era un antes de pobreza, en el que una familia podía tener dos, tres o cuatro vacas. Eso sí, habría que multiplicar esas reses por el número de familias que ocupaban los pueblos. Este «ahora», que tanto parece disgustar a quien más parece amargado que perjudicado, es un ahora en el que, con facilidad, se encuentra a ganaderos con cien, doscientas o hasta cuatrocientas cabezas, atendidas no ya con la hierba del pajar, sino con pienso, silo y, sí, durante unos meses, en extensivo en los puertos.
Súmese a este cambio, todo el matorral o arbolado arbustivo que ha dejado de cortarse para las cocinas y para los hornos, para cama en las cuadras, etc. El proceso es normal, imparable, y sin culpable.
El resto, pues ídem. Asociadas a la «matorralización» hay especies que proliferan, otras que escasean y otras que ni fu ni fa. Los pajarillos de matorral están encantados, claro; las liebres, pues no; y, el lobo… ah, lo del lobo sigue sin convencer a quien tiene un mínimo interés en el tema.
Pese a los censos intermitentes y parciales, además de los distintos métodos aplicados, parece que la población lobuna no ha experimentado ningún bombazo. Sigue en unas circunstancias parecidas a las de años atrás. Los motivos no están claros, pero lo que sí lo está es que no hay ninguna invasión.
No obstante, la imagen trasladada por quienes se manifiestan con unos eslóganes tan simplistas como «lobos no, matorral no», a los cuales se podría añadir sin ningún problema «lluvias no, sequías no» o «brucelosis no, lengua azul no», es una imagen de un paletismo vergonzante. Está más que claro que el sistema educativo quizá ahora falle, pero antes, cuando esta gente iba a la escuela, también.
Afortunadamente, y pese a ser también muy próximos a estas ideas, los principales sindicatos agrarios no se han sumado al acto. Ojalá sea un síntoma de que todavía hay con quién hablar