
Eran los primeros días de la primavera pasada y poco tiempo llevaba el ganado en el monte. Las noticias de ataques del lobo eran ya cotidianas a diario en la prensa local, con una clarísima y diferenciada zona oriental asturiana que se hacía notar. Según los testimonios de algunos ganaderos de esta reivindicativa zona asturiana, existía una auténtica plaga lobuna, testimonios que difieren totalmente de las declaraciones y estudios de reconocidos profesionales y entendidos del cánido y de otras especies salvajes de nuestra región.
Como decía aquel día primaveral, con el equipo a cuestas y al amanecer ya estaba posicionado en una buena zona lobera que llevaba tiempo controlando y donde había conseguido grabar al escurridizo cánido meses antes, en el invierno.En esta zona de alta montaña de la parte central asturiana, donde a pesar de albergar la presencia de lobo y soportar algún ataque que otro, los profesionales de ganadería de aquí no son tan ruidosos como los de la zona oriente, mi opinión es que viven acostumbrados a él y asumen ciertas bajas que los grandes y abundantes mastines del lugar con sus carrancas o ellos mismos no pueden evitar.
El cielo ya se intuía completamente despejado y los primeros rayos de sol me permitían moverme con cierta agilidad entre las peñas. Subía el «collao» con la intención de crestear por una zona con una buenísima visual dejando el sol a la espalda. El equipo a esas horas pesaba más si cabe y el aparatoso telescopio cada cierto tiempo me obligaba al descanso, fue en una de esas pausas cuando divisé la escena… Vi al cánido con su hocico pegado al «xato» que yacía tendido en el suelo y soltando lastre me paré, solté telescopio y saqué la cámara de su funda y pensé ; «Ahí lo tengo es el lobo, la zona es frecuentada por ellos, está comiendo ganado y mi subconsciente contaminado con todas las noticias de aquellos días me hizo equivocarme… Con los prismáticos recién colocados en mis ojos ya pude ver con total claridad el collar y la carranca de aquel indisciplinado cachorro de mastín …
Fui rápido por si podía hacer algo por el «xatu» y confiado me acerqué al perro sin dudar ni un momento que se apartaría a mi llegada, pero no fue así, el hambriento can me hizo frente y no me permitió acercarme, el ternero estaba muerto, no se movía ante las arremetidas de aquel otro animal que un día fue su protector. El cadáver parecía fresco, sangraba y no estaba rígido, observaba a distancia la escena cuando apareció otra protagonista que aportaba más dramatismo al suceso, seguramente su madre…