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¿VOTAR O IMPONER?

licaones-khwaiEl dilema entre la autoridad o el consenso no es exclusivo de la especie humana. Para muchos animales la toma de decisiones que afectan al grupo es un proceso más complejo de lo que solemos creer. Entre los grandes cánidos sociales la solución parece ser el despotismo, o al menos eso dice la teoría convencional. En una manada de lobos, de cuones o de licaones, el liderazgo de la pareja reproductora (el macho y hembra alfa) se considera incuestionable, y sus decisiones son ley… ¿o no?

 

Una investigación reciente aporta datos que cuestionan esa concepción tradicional. El estudio, titulado “Sneeze to leave” (“Estornuda para salir”) ha sido publicado en la revista “Proceedings B” por Reena Walker y colegas, y se centra en el ritual colectivo que celebran los licaones salvajes cada vez que se disponen a salir de caza. No todas las ceremonias culminan en una salida, y las razones para el éxito o el fracaso de cada iniciativa eran un misterio. El equipo de investigadores del “Botswana Predator Conservation Trust” realizó una serie de observaciones exhaustivas y los resultados fueron soprendentes. Durante las ceremonias previas a la caza, los licaones emiten unos sonidos semejantes a estornudos, cosa que ya se sabía, pero lo que no se sabía es que el número de esas vocalizaciones está directamente relacionado con el éxito o fracaso de la propuesta de salir de caza. Dicho en otras palabras, los “estornudos” equivalen a votos, y sólo si la propuesta cuenta con el apoyo suficiente se producirá la partida. De lo contrario, la manada seguirá echándose la siesta.

 

¿Significa esto que nos encontramos ante un sistema de “un licaón, un voto”? No exactamente. Por ejemplo, si la propuesta de partir proviene de la pareja alfa, entonces no hacen falta tantos “estornudos” para crear el quórum necesario, indicando que en la sociedad canina todavía hay votos y votos. Pero una propuesta proveniente de los subordinados también puede tener éxito si hay suficientes “estornudos”. Las implicaciones de estos hallazgos para nuestra comprensión de la sociedad canina, y de la evolución de los comportamientos sociales en los mamíferos, son incalculables, pero para mí no es menos importante el contexto de la observación. Yo he tenido la suerte de presenciar la ceremonia de preparación a la caza de los licaones en Botswana desplegándose a escasos metros de nuestro vehículo, pero debo confesar que cualquier vocalización que emitiesen los cánidos carecía entonces de significado para mí. Y es que sólo la repetición de las observaciones en condiciones óptimas ha permitido a los científicos acumular datos visuales y auditivos precisos hasta poder sacar conclusiones estadísticamente significativas.

 

¿Existe un mecanismo de decisión colectiva comparable en los lobos ibéricos? Por desgracia es imposible saberlo. La “gestión a tiros” que sufren nuestros lobos incluso en parques nacionales ha modificado su comportamiento convirtiéndolos en seres nocturnos y esquivos, al extremo de hacer imposibles observaciones de la finura necesaria para obtener ese tipo de datos. Lo que llamamos aquí estudio de campo de la biología del lobo consiste primordialmente en contar cacas y huellas y someter las cifras a artificios matemáticos para justificar indefinidamente la susodicha gestión a tiros. Las observaciones directas están lo bastante limitadas en el espacio (distancias astronómicas) y en el tiempo (encuentros fugaces) como para convertir cualquier dato en mera anecdóta. Por esta razón la mayor parte de las observaciones detalladas sobre el comportamiento del lobo ibérico provienen de ejemplares en cautividad, situación en la cual es inimaginable que se desarrollen procesos complejos como los descritos en los licaones de Botswana.

 

Pero la presión a la que sometemos al lobo ibérico no sólo imposibilita la observación de comportamientos complejos; amenaza con destruirlos. La continua matanza de ejemplares acorta el tiempo medio de vida, acelera el recambio generacional, y dificulta el establecimiento de pautas sociales complejas. En la sociedad canina como en la humana, la estabilidad es condición necesaria para la sofisticación. Hay razones para temer que la continua persecución convierta a nuestros lobos de complejos cazadores sociales de presas salvajes en meros depredadores oportunistas de ganado doméstico. Esta presión puede afectar al genoma favoreciendo la selección de ejemplares con pautas etológicas distintas, algo comparable a lo que ocurrió con los elefantes en amplias regiones de África, donde décadas de caza abusiva llevaron a la selección de ejemplares sin colmillos que hoy predominan en esas zonas.

 

Parece pues que las sociedades caninas buscan un equilibrio entre la experiencia y autoridad de los individuos dominantes por un lado y el consenso entre todos los miembros del grupo por otro. Pero los humanos, con nuestra sofisticación mental, hemos encontrado una ingeniosa solución al dilema entre voto e imposición, y se llama demagogia. Consiste en manipular al personal haciendo guiños a sus instintos primarios, y una vez preparado el ambiente convocar al voto, sabiendo de antemano que el resultado va a favorecer al manipulador. Éste es un mecanismo contra el cual todos nos creemos inmunes, pero tan efectivo hoy como el primer día. Y un ejemplo estupendo lo encontramos en las declaraciones recientes de altos cargos del PP asturiano con respecto al lobo, pidiendo que se lo declare especie cinegética “para ayudar al campo”. “Estamos sin matices del lado del ganadero”, dicen los líderes del partido, y esa falta de matices es el signo inequívoco de demagogia, sobre todo refiriéndose a asuntos donde los matices lo son todo. Es fácil percibir la influencia del lobby cinegético detrás de esta toma de posición, que a su vez pone a los demás partidos en una penosa competición por ver quién hace el ofrecimiento más ecocida. Sabemos que disparar a los lobos es el sueño dorado de muchos cazadores, y que su lobby llegará hasta donde haga falta para conseguir ese fin, movilizando toda su considerable influencia política. Si por el camino arrasan nuestra biodiversidad, perpetúan los daños a la ganadería y eliminan la posibilidad de adquirir concimiento científico… qué se le va a hacer. Pero nosotros tenemos un arma para defender nuestro patrimonio y nuestro futuro. Manipulable o no, nuestra arma sigue siendo nuestro estornudo… perdón, quise decir nuestro voto.

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley