2015 EL AÑO DEL AULLIDO

Ilustracion de lobo iberico de Mauricio Antón

Ilustracion de lobo iberico de Mauricio Antón

 

Nada más consustancial al lobo que su aullido, y sin embargo los lobos ibéricos han aprendido a ser sorprendentemente silenciosos, por la cuenta que les tiene. Pero no sólo los lobos, sino también sus defensores humanos, hemos adquirido en estos largos años de persecución el hábito de andar de puntillas. ¿Por qué? Se ha extendido la creencia de que cuanto menos se hable del lobo mejor, porque al contrario que nosotros, sus enemigos no se quedan en las palabras, sino que su lenguaje es el de la acción en el peor sentido de la palabra. Campañas furtivas de exterminio, uso indiscriminado de veneno, o incluso quemar sin contemplaciones el monte que sirve de refugio al gran cánido, son elementos del vocabulario de los detractores del lobo, que han tenido el efecto de amordazar a aquellos que buscan la protección del patrimonio natural de todos.

Ese miedo ha empapado al conservacionismo español durante décadas, sembrando una duda atenazadora: si pedimos una mayor protección para el lobo, o incluso si tan sólo pedimos que se cumplan las leyes que definen su mejorable estatus de gestión, ¿estaremos desencadenando una mayor destrucción por parte de quienes se sienten impunes en sus agresiones a la naturaleza?

Por mi parte, las dudas que me pudiesen quedar se han despejado por una razón muy concreta. Desde que me integré en el equipo de Lobo Marley he podido acceder a información que desconocía. Viendo la televisión, leyendo la prensa nacional, o navegando al azar por internet, sólo recibimos una visión incompleta y sesgada de la situación del lobo. Pero cuando vemos lo que se publica en la prensa local, lo que se comparte en foros de internet, o lo que nos cuentan nuestros informadores desde el corazón de las zonas loberas, descubrimos una realidad estremecedora. Y es que al amparo de este silencio temeroso, la guerra contra el lobo llevaba mucho tiempo en marcha y sin ningún tipo de contemplaciones. El efecto combinado de la caza “deportiva”, los “controles” de la administración y el furtivismo está resultando en una matanza inexorable de nuestros lobos. Esta continua siega lleva a la desestructuración de la sociedad lobuna, porque se matan los ejemplares dominantes que en condiciones normales mantendrían el orden en las manadas y transmitirían los concimientos sobre la caza. En lugar de manadas nutridas y estables que cazan presas salvajes y mantienen la densidad de su propia población controlada mediante la jerarquía, lo que tenemos es una serie de parejas reproductoras aisladas que se ven obligadas a atacar con más frecuencia al ganado doméstico. Y mientras tanto, la administración vende la persitencia de los lobos en el territorio como un triunfo de su “gestión” de la especie, sin importar el deterioro en la calidad ecológica de las poblaciones y la dificultad para cumplir su papel de control en el hábitat.

¿Debemos seguir en silencio? Cada día que pasa, el silencio alrededor del lobo es menos protector y más cómplice. Señalar las matanzas ilegales, e incluso las legales, hace que las personas sensibles tomen conciencia y los verdugos se sonrojen. Nuestra voz es como un foco que ilumina las zonas de conflicto y hace que la impunidad cada vez resulte más difícil. No es casualidad, por ejemplo,que los participantes en las subastas para la caza del lobo busquen el amparo del anonimato. Saben que, incluso siendo a veces legal, su actuación es moralmente objetable y socialmente rechazable. Saben que una parte creciente de la sociedad busca la protección del lobo, no como objetivo aislado, sino como parte de un manejo más moderno y sostenible de nuestro patrimonio natural.

Ahora bien, ¿es extremista, o tal vez utópico pedir esa protección? La situación en el vecino Portugal nos indica que, al contrario, buscamos un objetivo razonable y ya cumplido en una sociedad casi gemela de la nuestra. ¿Rompen nuestras reclamaciones la paz entre los sectores implicados en la gestión del lobo? ¿dificultamos el diálogo? En realidad, la “pax romana” existente, donde una parte domina sobre la otra, no es más que un soterramiento del conflicto, mientras que el diálogo sobre la situación del lobo aún está por comenzar. Hasta ahora, simplemente se han acatado los criterios de los sectores partidarios del “control” y la explotación cinegética de una especie que por su naturaleza no admite ni requiere ni lo uno ni lo otro.

Este año 2015 se va a caracterizar porque nuestra voz se oirá cada vez con más claridad. Y ojalá que poco a poco el aullido de nuestros lobos también se oiga cada vez más, sustituyendo a ese silencio temeroso que sigue al retumbar de los disparos.

Se acaban los años del silencio, ¡Feliz año del aullido!

 

Mauricio Antón.