CAZA, TAXIDERMIA Y NORMAN BATES

huntress-and-leopardRecientemente hemos leído una instructiva entrevista al presidente de la Federación de Caza de Castilla y León en relación con la prohibición de cazar en los Parques Nacionales, que se hará efectiva al inicio del 2021. Como cabía prever, este señor profetiza que si dicha prohibición se lleva a cabo será poco menos que el apocalipsis del mundo rural. Le duele especialmente que le impidan cazar lobos, y dice: «No sé por qué hay que dejar de cazar lobos cuando las ganaderías extensivas en Castilla y León han pasado de 14.000 a solo 3.000 en diez años. Se ha condenado a mucha gente a la ruina y a que no vivan en zonas rurales o se conviertan en desiertos por no haber sistemas de vida”. Más allá de este solapado intento de culpar al lobo del declive de la ganadería regional, la entrevista se convierte en una exposición de las virtudes de la actividad cinegética para la conservación de la naturaleza, donde el cazador es el mejor aliado de la sabiduría ancestral del campo, etc. Esto no es nuevo: los cazadores no pierden ocasión de decirnos que ellos son los verdaderos conservacionistas, y que además aman profundamente a los animales, aunque añaden que este amor es una emoción tan compleja que nadie que no sea cazador puede entenderla. Pero con un poquito de sutileza psicológica sí que es posible entender esa pasión, como veremos.

 

Hay que admitir que, a menudo, el cazador siente verdadera fascinación por algunos animales, pero se trata de una atracción profundamente posesiva, y por lo tanto incompatible con la libertad de esos seres. Por eso necesita acabar con esa libertad, y sólo en el momento en que los ha reducido a meros cadáveres puede sentirse satisfecho. Una vez abatidos por su escopeta, por fin puede “amarlos” sin que se le escapen. Esta contradicción perversa es el origen de tantas fotos como vemos en internet en las que el cazador posa con su presa como si ésta estuviese dulcemente dormida en vez de ser la víctima de una muerte violenta. La cazadora rubia que posa con su leopardo a hombros parece casi una pastorcilla que lleva a su tierno corderito de acá para allá.

 

Los cazadores suelen asegurar que los conservacionistas vemos a los animales como ositos de peluche porque no conocemos tan bien como ellos las duras verdades de la naturaleza. Sin embargo, son precisamente ellos los que convierten a sus víctimas en siniestros peluches eternos exhibidos en su salón. ¿Por qué? Muy sencillo. Una vez que han matado al lobo o al leopardo, pueden por fin acariciarlo a placer, pero el problema de que el bicho esté muerto es que con el tiempo se termina por pudrir. Pero la taxidermia ofrece la solución definitiva a ese inconveniente, y es precisamente la taxidermia como destino de las víctimas del cazador de trofeos lo que nos permite entender su complejo “amor” por los animales.

 

Una genial exposición literaria de la taxidermia como apropiación posesiva la encontramos en la película “Psicosis”, de Hitchcock. Cuando la joven Marion llega al funesto motel de Norman Bates (donde será apuñalada en la clásica secuencia de la ducha) y se interesa por las numerosas aves disecadas, Norman le dice: “no vaya a creer que entiendo de pájaros vivos… mi pasatiempo es rellenarlos”. Y luego dice que lo hace porque los pájaros “adquieren cierta pasividad cuando están disecados”. Esa pasividad ante el dominio de Bates es la clave de la taxidermia como acto necrófilo, pero, por si el simbolismo no quedaba lo bastante claro, Hitckock lo recalca con el gran giro argumental de su película. Al final descubrimos horrorizados cómo el pequeño Norman Bates se sentía celoso cuando su madre se echó un amante, por lo cual los envenenó a ambos. Pero él pensaba que su afán posesivo hacia su madre era “amor”, y no quería perderla, sobre todo ahora que, ya cadáver, no tenía voluntad propia y era un mero juguete en sus manos. Por eso la disecó, en un acto que en cierto modo resume el significado profundo de la taxidermia cinegética. La próxima vez que un cazador le diga que él ama a los animales de una manera que usted no puede entender, le invito a pensar en Norman Bates y en su madre disecada. Podríamos decir que el cazador diseca a la Madre Naturaleza de una manera igual de “amorosa”.

 

Obviamente no olvido que Norman Bates es un personaje de ficción, que traigo a colación aquí sólo como recurso dialéctico. Tampoco pretendo equiparar los crímenes de un asesino en serie con la actividad cinegética, simplemente utilizo estas figuras literarias como ejemplos de actitudes generales, ya sea de posesividad o de afectividad mal entendida. En su disertación “War within Man”, el gran Erich Fromm definía dos orientaciones opuestas en las personas, la biofilia, positiva y creativa, y la necrofilia, destructiva y negativa. En esa obra escribe: “La persona necrófila sólo se puede relacionar con un objeto, ya sea una persona o una flor, si lo posee; por lo tanto, cualquier amenaza a esa posesión es una amenaza contra él mismo, porque si pierde la posesión pierde el contacto con el mundo”. Desde el punto de vista psicológico, la pataleta de los cazadores ante la futura prohibición de cazar en los Parques Nacionales es una muestra más de esa posesividad que tan claramente define la actitud necrófila.

 

El grito de “Viva la Caza” que circula acá y allá por las redes sociales nos trae un eco inquietante de aquél otro eslógan que hizo estremecer a Miguel de Unamuno en 1936, durante la tristemente célebre alocución de Millán-Astray en la Universidad de Salamanca. En aquella ocasión el filósofo dijo “Acabo de oir el necrófilo e insensato grito de Viva la Muerte”, y al final terminó con las contundentes palabras “Venceréis pero no convenceréis”. Salvando las obvias distancias, no quisiera uno creer que en pleno siglo XXI los defensores de un pasatiempo perverso y antieducativo puedan vencer a la larga, pero tal vez lo más triste es que haya personas de bien que todavía se dejen convencer por una manojo de sofismas y engañifas que no aguantan el más elemental escrutinio crítico. Bajo cualquier circunstancia las pretensiones de los cazadores de “gestionar” la fauna son cuestionables, pero en el caso de los Parques Nacionales, y refiriéndose para colmo a la caza de predadores apicales como el lobo ibérico, resultan simplemente ridículas, y deben entenderse como lo que son: meras excusas para mantener un hobby minoritario cada vez más rechazado por la sociedad. La prohibición de la caza en los Parques Nacionales no es más que una consecuencia lógica de la finalidad de esos espacios protegidos, y si hay algo escandaloso es que se esté concediendo tanto tiempo al sector cinegético para renunciar a una actividad tan dañina como injustificable en las joyas de la corona de nuestra naturaleza.

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley