De abuelos a nietos

Los mayores de la residencia de El Puente protagonizan una clase de cuentacuentos con relatos de su infancia para los niños del CEIP Monte Gándara

04.03.2014 | 00:43

Una mujer enseña a los pequeños uno de los juegos con los que se entretenía en su niñez.

Una mujer enseña a los pequeños uno de los juegos con los que se entretenía en su niñez. Foto A. S.

ARACELI SAAVEDRA.

Alumnos y profesores del CEIP Monte Gándara de El Puente rescataron por unos días la memoria de niño de los más mayores, residentes del Centro Virgen del Rosario de El Puente de Sanabria, dentro de las actividades del plan de fomento de la lectura.
Los abuelos también fueron niños hace tiempo. Hechos un manojo de nervios, los veteranos octogenarios Obdulia, Pura, Marcelino y Paula, acompañados de la coordinadora de actividades, dieron una de esas lecciones que no se olvidan en la vida, que solo se pueden contar de abuelos a nietos. Los mayores habían preparado a conciencia su cátedra y decididos a ser cuentacuentos veteranos, con más de 80, llegaron con ilusión, emoción y ganas de agradar a los rapaces. Niños que para estas personas mayores, en muchos casos, son conocidos por compartir su vecindad en El Puente, compartir su pueblo o tener referencia por amigos comunes.
La veterana y salerosa Pura de Cervantes contó cómo era la vida de antes, cuando con cuatro años, tenía que ir al cargo de las vacas a cuatro kilómetros de casa, hacia el castillo de Doney. Era tan largo el trayecto que acababa por quedarse dormida y su perra Tula le lamía la cara para que se despertara. Pura contó que estaba orgullosa de lo pronto que aprendió a leer, pues tuvo la suerte de que en su casa residiera el maestro. Le preparaba las tareas y por las noches las corregía y así «desde muy chica aprendió a leer». Marcelino «del pueblo de las cascadas, Sotillo» en tono académico y formal relató a los alumnos la leyenda del Lago que se había preparado concienzudamente. Los narró cómo antes «estábamos aislados» pues no había carreteras y las que había eran de piedra. Contó cómo aprendió a leer con diez años, pues en la posguerra no había maestros. A muchos de ellos los mataron en la guerra. Además para los padres y los niños era difícil acceder a cualquier libro, a cualquier información. Cuando pudieron volver a la escuela, estos estudiantes de otros tiempos, escribían mojando las plumas en los tinteros, sentados en unos bancos corridos de madera. Para leer utilizaban candiles de carburo.
Obdulia, a sus 97 años no ha olvidado al lobo, recordaba el miedo que le daba. Un día, siendo muy pequeña, su madre «la arreó al monte» y se encontró con el lobo. Gracias a que había visto el dibujo del animal en un libro que le había comprado su padre, pudo identificarlo cuando se encaminaba sus ovejas. Lo que más temía era que el lobo atacara a su perrita que no paraba de ladrar. La niña pidió ayuda y un vecino que andaba cerca con las vacas vino a socorrerla pasando después un día estupendo tras su primer encuentro con el lobo. Paula fue la reina de las adivinanzas y acertijos. Los niños, con la boca entreabierta, no paraban de cavilar cada vez que ella les proponía uno de sus acertijos. Esta nonagenaria hizo una demostración con la pandereta e hizo bailar a todo el aula, niños y mayores. Pura les empujó a jugar con entretenimientos que tenía cuando eran niños, y que algunos de los más pequeños no conocían.
Como bien dicen los profesores «a veces nos empeñamos en crear unos mundos que entendemos que van a ser lo más atractivos para los niños, pero resulta que lo cercano lo amable, lo cariñoso, lo real contado por la persona idónea es lo que resulta para los alumnos y para los mayores lo más relevante». Compartieron no solo palabras si no también juegos, abrazos, dibujos y amistad. Los alumnos se encargarán ahora de preparar sus cuentos y sus juegos que llevarán hasta la residencia, un día de estos.

Fuente noticia: http://www.laopiniondezamora.es