“¿Ecologista? Solo si no hay más remedio”

El director del Fondo para la Protección de los Animales Salvajes es uno de los grandes especialistas en conservación del medio natural en España

 

 

 

El grupo de Hartasánchez empezó en un instituto de Gijón. / Paco Paredes

“Si te encuentras un oso, hay que procurar no asustarlo, los movimientos bruscos pueden provocar una reacción, pero lo normal es que se alejen, porque tienen tanto miedo como tú”. Mejor tomar buena nota. Lo dice Roberto Hartasánchez (Gijón, 1953), director de Fapas (Fondo para la Protección de los Animales Salvajes) y uno de los grandes especialistas en conservación del medio natural en España. La organización ha conseguido que el oso vuelva a criar en Asturias, región en la que, en la actualidad, vive entre el 70% y el 80% de la población de la cordillera Cantábrica, unos 200 ejemplares en total. “En el centro de Asturias, no había ninguna hembra reproductora en 2003, ahora tenemos 10”, describe.

Con estos antecedentes, uno se imagina a Hartasánchez enarbolando la bandera del gran ecologista. Frío, frío. “Si no hay más remedio, pues vale. Pero cada vez me identifico menos con los ecologistas que no aportan soluciones”, asegura con un hablar pausado, pero imparable. Porque, añade, la conservación de la naturaleza requiere cada día más aplicar conocimientos de biología, económicos o sociológicos y se aleja de los criterios sensibleros.

Lo que el paso del tiempo no ha logrado mermar en él, es ese amor que les llevó a él y a un grupo de amigos, a preocuparse por el medio que les rodeaba. Y el agradecimiento a su padre, médico, que le dejó dedicarse a lo que le gustaba. “Éramos unos chavales de 16 años del instituto Jovellanos de Gijón influenciados por Félix Rodríguez de la Fuente y empezamos a salir al campo por pura afición”. Fue el germen de Fapas. El primer reto llegó con la conservación del buitre negro en Picos de Europa. “Al principio llevábamos los cadáveres de las vacas para alimentar a los buitres en un coche”, sonríe. Aquello no podía ser. “Pedimos 100 pesetas para comprar un remolque para trasladar los cadáveres de las vacas”, cuenta. Necesitaban 17.000 pesetas y respondieron unas 20.000 personas. “Llegamos a la conclusión de que se necesitaba una organización que aglutinase estas inquietudes”.

Ahora, embutido en su vestimenta de faena, de la que no se desprende “salvo en contadas excepciones”, no se ve como el gran salvador del medio ambiente. Prefiere centrarse en lo pequeño. “Es donde está la clave”. Como el último proyecto en el que han acercado colmenas móviles a los lugares donde crece el arándano, fruto básico en la dieta de especies como el urogallo (en peligro de extinción), porque las abejas salvajes han desaparecido y, sin ellas, no hay polinización. El proyecto está financiado por la Fundación Banco Santander. Otro de los aspectos de la organización que hace sentir orgulloso a Hartasánchez. “Funcionamos sin ayudas públicas, el dinero llega de los 18.000 socios y de financiación privada”.

Lo peor de su trabajo, los políticos, responde sin titubear. “En este país no hay unos planes medioambientales que perduren. “El que llega cambia lo anterior y eso, en la naturaleza, carece de sentido”. El otro gran problema, opina, es pensar que la actividad humana solo ha servido para destruir la naturaleza. “Pero es eso lo que ha configurado el medio al que se ha habituado la fauna y la flora. Y el abandono actual del campo y la montaña hace que estén desapareciendo especies”.

Su próxima cita es con el lobo. Pero sin extremos. “La solución no está ni en el exterminio de la especie que piden algunos ganaderos, ni la adoración que le profesan grupos conservacionistas”.