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El lobo aullador de La Fregeneda

Escrito por: Raúl Martín Domingo, 16 de Febrero de 2014 10:47

El lobo aullador de La Fregeneda - salamanca24horas

SALAMANCA24HORAS rescata del olvido nuevos relatos sobre los mitos, leyendas e historias prodigiosas de la tradición salmantina. Desde los albores de los tiempos, el ser humano ha tratado de ofrecer una coherente explicación a cada uno de los elementos que interfieren en este planeta llamado Tierra. Sin embargo, no siempre puede encontrar un motivo racional. Es ahí donde entra el folclore, impregnado de misticismo y fantasía, historias transmitidas en el serano, a la luz de la hipnotizadora lumbre
Los animales salvajes siempre han producido un temor especial a los habitantes del medio rural, un miedo directamente proporcional a la situación aislada y boscosa de un pueblo. De entre todos los seres que campan por la provincia salmantina, el lobo es con diferencia el más temido, a la vez que el más desconocido. Este mamífero carnicero, salvaje y dañino en ocasiones para el ganado, hoy día es una especie protegida, sobre todo al sur del río Duero, pero no hace mucho tiempo era fácil escuchar sus aullidos nocturnos, espeluznantes ecos que resonaban por la tierra en noches de luna llena. Tal era el efecto que genera en la conciencia humana, que muchas historias transmitidas oralmente de padres a hijos se centran en este mítico animal. Así ocurre con los extraños lobos de El Cabaco, la fuente del lobo en Béjar, o como en este caso, el lobo aullador de La Fregeneda.
Cuenta la leyenda que por el paraje conocido como la Quinta de Valicobo pasaban los lobos entre lo que hoy es la frontera entre España y Portugal. Aquella noche quedaron absortos con la imponente luna que dominaba sobre el punteado cielo. Había arrebatado el trono al astro rey para iluminar toda la comarca. Y el coqueto satélite, admirando la belleza del terreno que bañaba entre la oscuridad, quiso sentir el tacto de las verdes arribes, impregnar sus cráteres de vida. Por eso, decidió bajar a la tierra.
Con majestuoso descenso, la luna fue acercándose hasta el lugar donde se encontraban los lobos. Pero en un exceso de confianza no reparó en un frondoso árbol y quedó enredada. La manada, al ver tan de cerca el satélite, huyó despavorida. ¿Toda? No. Un joven lobo permaneció impasible, contemplando la grotesca escena. Una manca luna luchando por desembarazarse del árbol, y a cada empuje más se enzarzaba. Tras un instante de duda, el animal decidió ayudarla.
El lobo se acercó hasta el árbol, brincó entre sus ramas más robustas y alcanzó la luna. Al tenerla tan cerca, su instinto le llevó a acariciarla con el hocico. La luna se sintió reconfortada. Las caricias se repitieron durante un periodo de tiempo que les pareció interminable. Hasta que el lobo mordió con sus enormes fauces la rama que retenía a la luna y ésta quedó libre para poder regresar a las alturas. Pero, antes de partir, le arrebató la sombra al lobo. Quería tener un agradable recuerdo de aquella infausta experiencia. El animal no opuso resistencia, pero al regresar con la manada, los demás lobos lo apartaron. Era diferente al resto y fue repudiado. El joven lobo maldijo entonces a la luna y, en un arrebato, se desahogó con un cercano rebaño.
A la mañana siguiente, un pastor de La Fregeneda acudió como cada jornada en busca de los cabritos que cuidaba con celo. Adoraba su labor. Zurrón al hombro, salió bien temprano hacia la zona que se conoce como La Celbera. Pero al llegar se encontró con una escena dantesca. Todos los animalitos estaban muertos, decapitados, desangrados, destrozados. Aquella sólo podía haber sido obra de la más salvaje bestia que jamás hubiera pisado el planeta. Desconsolado por lo acontecido, el zagal regresó a su casa y se encerró. Aquella noche hubo dos llantos. El de la familia del pastor, que murió de pena, y el del lobo por la pérdida de su sombra. Desde entonces, todos sus descendientes aúllan a la luna llena para rogarle que se la devuelva.