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EL LOBO, EL MASTÍN Y LA CARLANCA.

Jesús Burgos Peñasco, artesano fabricante de carlancas para mastines, y su artículo de opinión sobre lobos y mastines.

 

Jesús Burgos Peñasco, artesano.

El Lobo, antaño señor de los puertos y collados, rey de las crestas enriscadas y autor de las mil emboscadas nocturnas, demonio que en las largas noches de invierno aterrorizó con su aullido a nuestros ancestros. El gran depredador de la Península Ibérica, ha vuelto por sus propios fueros, y ha vuelto para quedarse, y para reconquistar su tierra robada.

De nada sirvieron el rifle ni el veneno, ni el cepo ni el chorco. El lobo se enquistó en la tierra, se hizo invisible en la montaña, tan sólo alguna vez se intuía su presencia pero no se aseguraba,  y seguro en sus cubiles de  los Ancares, el Teleno, montaña Sanabresa y el Macizo Galaico, esperó paciente su momento; que la mentalidad de su gran enemigo cambiara, que se le echara de menos,  que miles de personas, al igual que yo, sintieran nostalgia de su aullido…
Y su momento llegó, y en tres décadas ha recuperado gran parte de su territorio perdido y ha montado sus cuarteles para quedarse, pero ha traído con él sentimientos encontrados, o se le odia, o se le ama, pero a nadie deja impasible…

El Lobo, el gran problema del lobo, ángel o demonio, peluche o fiera… y en estas posturas tan alejadas es donde radica el problema.
El lobo es un depredador muy instintivo e inteligente y por ello oportunista (como todos los depredadores) y si tiene la oportunidad, atacará antes a un ternero o a una oveja que a un ciervo o jabalí, pero no porque sea malvado, sino porque tiene más posibilidades de triunfar en el lance y salir ileso, y no le importa,  aunque sepa que ese ganado tiene dueño. Él ve presas fáciles en su territorio milenario, y mientras sean presas fáciles, seguirá atacándolas para saciar su hambre.  Es aquí donde el hombre tiene la obligación de intervenir, de trazar proyectos, de llegar a acuerdos, de legislar buscando el consenso entre ambas posturas, regular y hacer cumplir las leyes y las normas que se establezcan, porque nuestro lobo tiene que estar en nuestros montes, junto con nuestros ganaderos, que sustentan la base de nuestra economía.

 

No debemos caer en el error de alegrarnos unos, cuando es abatida una manada de lobos de forma ilegal, ni otros, cuando el lobo ha atacado al ganado en una región donde no lo hacía hace 50 años.

Hay que evitar en lo posible que esto ocurra utilizando las medidas legales necesarias, dificultando que vea al ganado como presa fácil, disuadiendo así al lobo de su ataque.
Es aquí donde entra la medida natural más antigua y efectiva, el Mastín Español.

Mastín español que durante siglos, escoltó de forma eficaz a los rebaños trashumantes que surcaban la península desde la Cordillera Cantábrica hasta las dehesas de Extremadura y Valle de Alcudia,  y del Calar del Mundo hasta Sierra Morena,  y que al desaparecer el lobo, le acompañó en su caída hasta casi la extinción,  pues los dos cánidos siempre han formado una ancestral y mística simbiosis.

Otro motivo añadido para proteger al lobo, pues sin él, el mastín no tendría ya sentido.
Y sobre el mastín quiero hacer una aclaración, pues para el trabajo ganadero no vale cualquier mastín, y algunos criadores (no todos) han cruzado la línea y han adulterado la raza, mezclándola con otras grandes, buscando los beneficios económicos  por estética, y no por  funcionalidad.

El mastín de campo, el que se ve en los pueblos, el mastín puro, el mastín lobero, el rabón de orejas cortadas, el grande y tranquilo que da miedo cuando se enfada, ese a quien tanto respeta el lobo cuando lo ve desde lejos entre el rebaño, o lo oye «aupar» por la noche.
El que en muchas ocasiones pagó muy caro el exceso de valentía que caracteriza a esta noble raza, por no dudar que el solo podría con todos, cayendo en la inteligente emboscada de su enemigo, que valiéndose de su superioridad numérica lo rodeó y atacó violentamente desgarrando su vulnerable garganta hasta darle muerte…

El noble mastín, tantas veces solo ante el peligro, con mil batallas perdidas y ganadas, el gran Mastín Español, que cuando su amo lo arma con la afilada carlanca o carranca, consigue que el lobo se limite a observarlo desde lejos, esperando lo imposible, que el perro deje desprotegido al rebaño.