HACIA LO SALVAJE… ¡EL QUE SE ATREVA!

Este año la gran manifestación en defensa del lobo cuenta con el apoyo generoso del grupo Amaral, que no sólo ha difundido nuestra convocatoria sino que nos ha dado permiso para poner durante el acto su canción “Hacia lo salvaje”. Con una melodía pegadiza y unos versos honestos esta canción nos cuenta la historia de una joven que escapa de un entorno abusivo y busca la libertad en contacto con la naturaleza. Parece un mensaje directo y emotivo, ¿no? Pues bien, un vistazo a los comentarios sobre la canción en las redes sociales nos puede dejar simplemente boquiabiertos. Una interpretación que se repite entre varias personas se resume así: “Esta canción va de una chica que se va de su casa porque se cree lo más, pero al final cae en las drogas y se pincha de todo. ¿Por qué si no iba a oír voces?”

 

El relato que “Hacia lo salvaje” ha inspirado en estas personas nos dice mucho sobre la actitud de algunos ante la vida y la naturaleza. La historia imaginaria de la chica que se escapa y cae en el mundo de las drogas tiene un profundo trasfondo moralista, y escenifica el castigo a la búsqueda de la libertad. Como Adán y Eva expulsados del paraíso (por querer saber demasiado según unos, por querer disfrutar demasiado, según otros), la chica caída en desgracia paga un precio que a algunos les parece merecido. “Se cree lo más” es la clase de comentario que seguramente se escuchaba en las aldeas medievales frente a la hoguera en la que se quemaba a alguna bruja.

 

La letra de “Hacia lo Salvaje” habla de bosques, fieras y voces de tiempos remotos, y la reacción de algunas personas ante esos versos delata su visión de la fuerza de lo salvaje. En su Enciclopedia de la Fauna, Félix Rodríguez de la Fuente reflexionaba sobre la deforestación que acompañó a la romanización de Europa y atribuía la escala de esa destrucción al concepto que tenían los romanos del bosque: un lugar tenebroso en el que se refugiaban las fieras y las tribus bárbaras que amenazaban a su civilización. Esa floresta lóbrega también es el refugio del lobo, y no es casualidad que el héroe matalobos del cuento de Caperucita Roja sea, precisamente, un leñador. Ese concepto timorato de lo salvaje dominó la mentalidad europea hasta el siglo XIX, cuando el romanticismo promovió una visión más libertaria de la vida y la naturaleza. Pero fue la ciencia de la ecología la que, ya a mediados del siglo XX, abrió los ojos de la sociedad ante la importancia de los ecosistemas intactos como motor de los ciclos que permiten la continuidad de la vida como la conocemos, incluida la humana.

 

Pero esta revelación, como otras que provienen de la ciencia, ocurrió demasiado rápido como para ser asimilada por el conjunto de la sociedad. El precio de la libertad y del conocimiento es la responsabilidad, y su carga resulta demasiado pesada para algunos. Ante la magnitud del desafío conservacionista, con el paso de los años se ha establecido en sectores de la sociedad una reacción de miedo y negación. Hoy hay expertos, incluyendo ecólogos y biólogos, que predican el entreguismo ante la inercia aparentemente imparable de la destrucción ambiental. En un ejercicio de cinismo monstruoso, predican a sus alumnos en las universidades que el valor de la naturaleza salvaje es un mito romántico indigno del frío intelecto científico, y que desde el punto de vista de la evolución no vale más un bosque caducifolio, poblado por cientos de especies de aves, mamíferos y reptiles, que un vertedero postnuclear donde un variado manto de bacterias y hongos consumiese los restos de nuestra civilización desparecida. Para ellos, sólo un ingenuo sentimental puede dejarse llevar por el mero atractivo estético de la biodiversidad… Este relativismo moral de tres al cuarto es un auténtico cepo intelectual que atrapa a jóvenes incautos, encantados de participar de la aparente superioridad de sus profesores. Mientras tanto, otros científicos más comprometidos, con la ayuda de divulgadores como David Attenborough (y en su momento nuestro Félix) luchan sin descanso para poner frente a nuestros ojos la magnitud, tan hermosa como perturbadora, de lo que estamos perdiendo.

 

Hace décadas la sociedad abrió los ojos ante la situación del medio ambiente y lo que vio no le gustó, y ahora la tentación es volver a cerrarlos. Muchas personas quieren creer a toda costa que la tecnología encontrará la solución a todos nuestros males y que para que todo se arregle sólo hay que seguir haciendo lo que hemos hecho siempre… y tener fe en que todo irá bien. Ellos buscan volver al rebaño como si nunca hubiesen salido, y encuentran en la represión una sensación de seguridad. Pero otros reconocen que sin una lucha decidida nos encaminamos a un mundo en el que la pesadilla que ya viven millones de personas cada día se va a convertir en la realidad de todos. Como dijo Eva Amaral en una entrevista sobre “Hacia lo Salvaje”: “Si éste es el camino por el que vamos, me bajo del tren en marcha”.

 

No todos se atreven a apostar por lo salvaje, pero incluso para los que no se atreven, y aunque ellos no lo sepan, nuestra lucha es esencial. Por eso no podemos dejar de asistir este domingo a la manifestación en defensa del lobo. Ya no nos creemos el cuento de Caperucita, ni esperamos que el leñador nos libere ajusticiando al lobo feroz. Ya sabemos que arrasar la naturaleza nos deshumaniza, y defendemos la libertad de mirar a la realidad con los ojos bien abiertos. Todo el cinismo del mundo no nos obligará a cerrarlos otra vez. Vamos juntos… hacia lo salvaje.

 

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley