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LA CABEZA DEL LOBO, EN EUROPA

¿Recuerdan la escena de “El Padrino” donde el productor de Hollywood Jack Woltz despierta con las sábanas ensangrentadas y descubre la cabeza de su caballo “Khartoum” en su cama? Al día siguiente, Jack le da el papel estelar de su película al actor al que apoya la mafia… Esa escena dio una nueva imagen al concepto de chantaje, pero desde hace años el conservacionismo español tiene su propia versión: la cabeza del lobo. Se nos chantajea diciendo: “No pidáis la protección del lobo. Si la conseguís, al día siguiente nos encontraremos todo el monte quemado y hasta el último lobo envenenado”. Este escenario de pesadilla condiciona nuestras actitudes, y nos hemos acostumbrado a él como la sociedad napolitana se acostumbró a la camorra. Pero la reciente visita de “Lobo Marley” a Bruselas ha sido una ocasión para comprobar cómo esa retórica del chantaje se está adentrando en el parlamento europeo, de manos de un gobierno español influido por los sectores favorables a la matanza de lobos. Pero, ¿por qué estos sectores insisten tanto en que se sigan matando lobos? Antes de relatar los momentos más llamativos de nuestra visita, recordemos los fundamentos del “conflicto” del lobo en España, que se nos antoja muy complejo pero no lo es tanto.

 

Un factor importante en juego es el lobby cinegético. El lobo es el trofeo más codiciado y mejor pagado en el mundo de la caza mayor española, y se obtiene tanto de manera legal como ilegal. El objetivo principal de esta caza son los grandes individuos adultos, especialmente los machos alfa.

 

Otro factor relevante es la administración. El sector ganadero vive una crisis que se agrava por momentos, y las administraciones no tienen capacidad o intención de resolverla, pero tienen en el lobo el perfecto chivo expiatorio. Los ataques del cánido al ganado afectan a un porcentaje muy inferior al 1 % de la cabaña ganadera , pero el odio ancestral al lobo hace que sea mucho más cómodo y barato ofrecer su cabeza al ganadero que enfrentar los problemas estructurales del sector. Incluso el retraso en el pago de las compensaciones por daños refuerza el odio al lobo y actúa, paradójicamente, en favor de la estrategia de las administraciones morosas. Así, los partidos con opciones a gobernar, sobre todo a nivel regional y local, compiten entre sí por ofrecer más “control” sobre el lobo a cambio de votos. Es difícil imaginar un voto más barato.

 

Ante las dificultades del sector ganadero, y ante la propensión de las administraciones a señalar al lobo como culpable, está servida la ocasión para que los sindicatos agroganaderos presionen, denunciando más y más daños, en muchos casos no demostrados, contando además con la amplificación continua de los sectores más amarillistas de la prensa.

 

Y todos estos factores inciden sobre la ecología del lobo ibérico, un depredador jerárquico cuya estructura social está al servicio de la caza de grandes ungulados salvajes. Los adultos dominantes son depositarios de la experiencia en la caza y mantienen la cohesión de la manada. Cuando se mata sistemáticamente a ejemplares adultos se desestructura el grupo, se pierde la experiencia de esos ejemplares, y disminuye la capacidad de cazar presas salvajes. Los ejemplares supervivientes se ven empujados a buscar presas más fáciles, como el ganado doméstico, especialmente cuando ese ganado no cuenta con las mínimas medidas preventivas.

 

Este cóctel de factores crea una situación de tensión continua. Los “controles” y la caza de trofeos se unen al furtivismo para mantener a la población de lobos en un constante estado de desestructuración, y los ataques al ganado no descienden sino todo lo contrario. El lobby de la caza mayor, aunque por razones obvias no quiere la desaparición total del lobo, sigue manipulando al sector ganadero, presentándose como su salvador ante los ataques del cánido para así compensar la creciente mala imagen de la caza. Pero los ganaderos más radicales, azuzados por los sindicatos, no se conforman ya con los controles y piden el exterminio, y la administración les hace guiños, aún a sabiendas de que exterminar al lobo no sólo es una monstruosidad sino que es totalmente ilegal, al tratarse de una especie de interés comunitario en Europa. Esta situación se agrava aún más por el hecho de que muchos de los ganaderos que reclaman matanzas de lobos son, a su vez, cazadores, y una proporción creciente también son absentistas por lo cual no aplican ninguna medida preventiva y aumentan la probabilidad de que sus rebaños sufran ataques.

 

Entre tanto la sociedad española tiene la sensación creciente de que algo anda muy mal con el lobo ibérico y de que un cambio es necesario y, en previsión de ese posible cambio, los sectores que buscan perpetuar el “estatus quo” llevan su manipulación a los niveles más altos del poder. Resultado: es el mismísimo MAGRAMA el que presiona a Bruselas, no sólo para impedir la protección del lobo sino para permitir las matanzas indiscriminadas, incluso al sur del Duero.

 

Y aquí retomamos la historia inicial. En 2013, “Lobo Marley” lleva a Bruselas una pregunta parlamentaria exigiendo la protección del lobo en toda la Península. Al cabo de dos años nos llega la respuesta oficial de la Comisión, que es tristemente previsible: han recibido informes del gobierno español, de los cuales se concluye que el lobo ibérico en nuestro país está de maravilla y la gestión de la especie no contraviene ninguna de las previsiones de la Directiva Hábitats. En realidad esta gestión va en contra del mismísimo artículo 1 de esa directiva, donde se dice que una especie está en “estado favorable de conservación” cuando puede cumplir indefinidamente su papel vital en el ecosistema, pero la matanza de lobos está, precisamente, obstaculizando que cumplan ese papel vital.

 

La comisión cree a pies juntillas los informes del gobierno y decide que nada debe cambiar. No obstante nos ofrecen cinco minutos para defender simbólicamente nuestra posición ante el parlamento en Bruselas, una especie de regalo envenenado que sin embargo no podemos rechazar. Preparamos pues un breve alegato que, más que una exposición de datos técnicos, es una apelación a la sensibilidad y el sentido común de los asistentes… ¡y funciona! Cuando se da la palabra a los europarlamentarios presentes, dicen que nuestros argumentos son sólidos y que la petición debe mantenerse abierta. Pero entonces habla el representante de la comisión, que repite ante la sala los argumentos del gobierno español. “En España hay miles de lobos”, dice “y además la gestión del lobo debe basarse en el diálogo entre los sectores enfrentados”.

 

Escuchando estos argumentos, me preparo para rebatirlos aprovechando el minuto que la presidenta está obligada a concederme al final del debate. Mi razonamiento será sencillo: no se ha hecho un censo nacional del lobo en España en décadas, y las cifras que ofrece el gobierno en su informe no están firmadas por ningún investigador, sino que han sido estimadas (e infladas) por la propia administración. Y con respecto al diálogo, el enfrentamiento entre sectores tiene una base totalmente falsa: puesto que la matanza de lobos tiene el resultado opuesto al que se busca, está claro que los que ofrecen a los ganaderos la cabeza del lobo no les están ayudando, sino manipulándoles en nombre de intereses oscuros. Por ello las bases de un diálogo sobre matar o no matar lobos están viciadas de partida.

 

Cada vez que la presidenta de la comisión mira en mi dirección, levanto la mano para recordarle que me dé la palabra, aunque pienso que esto es redundante ya que al peticionario anterior (un alemán cuya alucinante petición era que se autorizase la caza del lobo en Sajonia) le cedió la última palabra sin que él se hubiese molestado en pedirla. Pero para mi asombro, la presidenta propone el cierre de nuestra petición sin darme mi turno. ¿Habré sido demasiado recatado al pedir la palabra? ¿Se habrá olvidado inocentemente de otorgarme ese derecho?

 

Quiero pensarlo así, pero cuando termina la sesión y los presentes empiezan a abandonar la sala, se forma un grupo alrededor de los peticionarios españoles, y comentamos las irregularidades de la sesión. Por el rabillo del ojo veo a la presidenta abandonar su asiento y subir los escalones en dirección a nuestra grada. Camina directamente hacia mí y me estrecha la mano. “Le felicito por su intervención y le agradezco la calidad de la misma y el esfuerzo por ceñirse al tiempo establecido”, me dice, y añade: “Y disculpe que no le cediese la palabra, pero es que andábamos tan mal de tiempo…” Así que su omisión no fue un descuido… ¡ella era perfectamente consciente de lo que estaba haciendo! Uno de los asistentes dice a la presidenta “este señor nos está explicando que las cifras de lobos que el gobierno ha dado a la comisión no están basadas en censos independientes”. Ella pone cara de sorpresa y dice “¿en serio?”. “Así es (le explico), los supuestos censos los hace la propia administración y los expertos tienen motivos para pensar que están inflados hasta en un 50 %”. Y ella dice “Pero un gobierno no va a dar datos falsos de esa manera, ¿verdad?” Los españoles del grupo nos miramos y sonreímos ante esa muestra de lo que queremos interpretar como inocencia. Entonces la presidenta se excusa porque tiene una entrevista en directo.

 

Algunos de los presentes me aconsejan que prepare una carta de protesta formal por las irregularidades en el cierre de nuestra petición, que encima se ha llevado a cabo sin quórum. Y aunque no me gusta ceder a la paranoia, recuerdo entonces algunas extrañas coincidencias previas. Por ejemplo, mi correspondencia con el Secretariado para organizar nuestra intervención se interrumpió el día anterior a la misma, cuando ellos dejaron de contestar a mis correos (¡aunque los avisos automáticos de recibo sí que me seguían llegando!). Contra lo previsto en las normas, nunca me enviaron las instrucciones para entrar al parlamento y obtener la acreditación, y de no ser por la ayuda de nuestros conocidos en Bruselas (a alguno le tuve que interrumpir repetidamente en sus reuniones para que acudiese en mi rescate…), ni siquiera habría podido acceder al edificio.

 

En la madrugada del día siguiente terminé de redactar la carta de protesta (que ya hemos enviado al secretariado), sobre cuya tramitación soy, ciertamente, escéptico. No aterricé en Bruselas con grandes expectativas, pero participar en una sesión en la que se daba la última palabra a un peticionario que advertía al parlamento sobre los peligros de que los lobos se comiesen a los niños y las niñas en Alemania, mientras que a nosotros se nos negaba ese derecho a sabiendas, me ha supuesto una experiencia formativa. Estas irregularidades y desequilibrios no ocurren por azar, y el juego del poder en Europa, bajo su cubierta de formalismo, se rige por los mismos intereses que nos son familiares en este país, y que nos están llevando a una desilusión creciente hacia las instituciones.

 

Pero no podemos darnos por vencidos. Es posible un futuro de modernidad, donde nuestro patrimonio natural no se venda al mejor postor al amparo de la existencia de zonas donde impera el miedo más que la ley. Sin embargo, sería ingenuo pensar que ese futuro va a llegar sin resistencias. De momento, la continuidad del estado actual de cosas se está pagando con la sangre de nuestros lobos, y esa sangre también mancha ya la moqueta de los pasillos de Bruselas. Pero al menos se ha roto el silencio que durante muchos años ha envuelto a la persecución sañuda contra el lobo. Y nuestra voz no clama sola en el desierto. Gracias a la “Alianza Europea para la Conservación del Lobo”, creada recientemente por inciativa de Lobo Marley y que ya integra asociaciones de Francia y Portugal, el mensaje de los defensores del lobo cada vez va a sonar más alto y más claro en Europa. Frente al chantaje y las maniobras más rancias de defensa del poder establecido, la ciudadanía tiene el recurso de la palabra, a través, por ejemplo, de las redes sociales. Y sería absurdo subestimar la fuerza de ese recurso.

 

Mauricio Antón, Vicepresidente de Lobo Marley