LA CAZA DEL LOBO EN LA HISTORIA DE ESPINAMA

Situado como está el Concejo de Espinama en medio del monte, al que ha ido quitando terrenos para sus prados y tierras, no es de extrañar que sus moradores, a lo largo de la historia, hayan tenido que enfrentarse a algunos animales salvajes que vivían en esos montes, en particular a los lobos.

Mastín con carrancas para protegerle del ataque de los lobos. Pulse para verla más grande
Los lobos eran muy abundantes en estos montes. Cuando el hombre hizo acto de presencia en ellos y llevó consigo ovejas, cabras, vacas y demás ganado, los lobos encontraron en estas especies una nueva fuente de alimentación. Para los espinamenses, la mayoría de los cuales vivía en condiciones muy precarias luchando contra un medio duro para procurarse el autoabastecimiento, la pérdida de algún animal era una tragedia y los ataques de los lobos suponían, por lo general, la muerte de varios, además de provocar abortos en parte de las hembras supervivientes al ataque. Por eso, desde muy pronto, los defendieron custodiándolos con perros y combatiendo a quienes los atacaban, esencialmente los lobos.

Aunque a buen seguro que estas cacerías tenían lugar desde muchos siglos antes -desde el mismo momento de la creación del pueblo-, las referencias que siguen son desde el siglo XVII hasta casi nuestros días.

Corría el año 1613 cuando Toribio de Caldevilla, como regidor del Concejo de Espinama, junto a los regidores de los concejos de Santibáñez, Argüébanes, Lon, Baró, Tanarrio, Mogrovejo y Pembes, y junto al Regidor General del Valle de Valdebaró, acuerdan dar poder a Don Pedro Laso de Mogrovejo, vecino de Mogrovejo, para que comparezca ante el Rey, las diversas Justicias y donde proceda para conseguir, entre otras cosas, «que no se estorbe de tirar con arcabuz a las personas que andan por los campos y por los montes a los lobos y oso, raposos y otros animales que por ser la tierra tan montuosa se crían tantos y ay tanta cantidad dellos que nos comen nuestros ganados» [sic].

Con tanta profusión de «alimañas» y tantos daños causados al ganado no es de extrañar que el Concejo decidiera, desde bien pronto, favorecer económicamente la lucha contra ellas y, así, en las Ordenanzas del Concejo de 1625 se incluye el siguiente capítulo:

«Capítulo 141.- Sobre el matar los lobos
Otrosí ordenamos que hallando alguna persona alguna cama de lobos o matando algún lobo que le den los Regidores veinte reales a cada cama de lobos que hallare o lobo grande que matare por cada vez porque de ésto viene gran provecho al dicho Concejo.
»

Las Ordenanzas de 1625 eran continuación de otras anteriores que tuvo el Concejo, que nos son desconocidas, por lo que perfectamente dicha disposición podía venir ya en las anteriores.

Fotografía de E. Bustamante publicada por El Diario Montañés el 5 de abril de 1935. Pulse para verla más grande
Esa «gratificación» a quien matare algún lobo o encontrare alguna cama de ellos se mantuvo en vigor durante siglos. En 1752, en el Catastro del Marqués de la Ensenada, se declara que el Concejo destinaba cada año «ochenta [reales] que se dan a los que matan lobos y coxen una cría de ellos«. Más adelante, en el siglo XIX, por ejemplo durante el periodo en que Espinama constituyó ayuntamiento propio, es frecuente la aparición en las cuentas de gastos de cantidades pagadas a algún vecino «por muerte de animales dañinos«. Así, en 1845, se pagaron 200 reales a José Sánchez de Linares y Marcelo Briz por la muerte dada a una loba y la captura de una camada de lobeznos y en 1847 a Inocencio Calvo cien reales.

De algunas de las cacerías realizadas a principios del siglo XX, tenemos noticia por su publicación en el periódico La Voz de Liébana. Así, el 14 de noviembre de 1906 se cazaron tres osos «en los montes próximos a Espinama y Cosgaya» por Gumersindo Alonso, Adolfo Ortega y Victoriano Cabeza Garrido (éste de Cosgaya). Emeterio Briz, de Las Ilces, por su parte, cazó «una terrible y carnívora loba«. Las pieles de unos y otra fueron expuestas en Potes. En diciembre de 1911, en una batida contra los lobos fueron Adolfo Ortega y Lino González quienes cobraron uno cada uno. En algunas de estas cacerías participó gente de la nobleza como en noviembre de 1913 cuando Andrés Moriana y otros forasteros mataron dos jabalíes y un lobo, escapándoseles dos osos.

De unos cuantos años después, es este texto publicado el 5 de abril de 1935 por El Diario Montañés acompañando a las fotografías incluídas en esta página:

Fotografía de E. Bustamante publicada por El Diario Montañés el 5 de abril de 1935. Pulse para verla más grande
«¡EL LOBU!… Rondó, en la última nevada registrada en las estribaciones de los Picos de Europa, los establos del pueblo de Espinama. Sobre la alfombra blanca tendida en las calles del pueblo, el lobo hambriento aullaba tristemente. Desapareció una noche y al día siguiente, por los callejos cubiertos aun de nieve, una pareja de lobos magníficos rondaba las casas intentando saltar los cercados donde estaban recogidos los ganados.
Durante varios días, los dos lobos merodeaban hambrientos, y por las noches ningún vecino podía salir de casa, porque sobre la alfombra blanca aparecían vigilantes chispitas luminosas que se acercaban sigilosamente… Hasta que un día los mozos de Espinama resolvieron dar la batalla a los carnívoros, y llevando como únicas armas fuertes garrotes, dieron una batida con el resultado que nuestros lectores pueden ver en estas fotografías (Fotos E. Bustamante)
«.

No fueron éstos los últimos lobos cazados en Espinama. Después de la guerra, se cazarían todavía unos cuantos más hasta que la especie sufrió una importante reducción de efectivos que la condujo casi hasta la extinción por la zona, pasando a convertirse en especie protegida, como lo es en la actualidad aunque esporádicamente pueda autorizarse la realización de batidas por daños.

Los muchos siglos de convivencia/lucha del hombre con el lobo hicieron que este animal entrara a formar parte de la cultura espinamense. En las largas noches de invierno, al calor de la lumbre, las historias de lobos contadas por los abuelos se transmitían a las generaciones siguientes. Historias como la de la leyenda que atribuye a los lobos la muerte de un niño en La Serna de Pido, motivo por el cual se habría colocado una Cruz en la peña allí situada, historia con la que pretendían meter miedo a los niños para que no salieran solos por el monte.

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