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Lechuzas: el arma secreta contra las plagas.

La Comunidad prueba en sus fincas la eficacia de esta rapaz contra los topillos que setrozan los cultivos

isabel B. permuy
El control de plagas en los viñedos se lleva a cabo con aves rapaces y lechuzas

Un sonido perturbador, fantasmagórico, parecido al fuerte sonido de las olas del mar azotadas por el viento, llama la atención de los presentes en la finca de «El Socorro» de Colmenar de Oreja.

El ruido proviene de una caja de cartón llena de agujeros. «Son los conocidos espíritus de las iglesias», sostiene Rodrigo García, vicepresidente de la Asociación Española de Cetrería y Conservación de Aves Rapaces (Aecca). Al abrirla, cinco criaturas atemorizadas y arrinconadas en una esquina incrementan la intensidad de esta especie de gruñido. Temen a los humanos. No los han visto antes. Son cinco pollos de lechuza que han sido criados por sus padres para mantener intacto su instinto de caza.

En breves instantes, Rodrigo García y un cuidador de Fauna Acción, la empresa dedicada a la cría y adiestramiento de diversas especies que ha donado los polluellos –de un mes de edad– los traspasarán a una caja-nido. Su habitáculo se instalará en esta finca experimental destinada desde 1998 a la investigación de la viticultura en la Comunidad de Madrid.

Se convertirán así en el nuevo pesticida contra los topos y topillos que destrozan los cultivos a través de galerías. «Es una forma pionera, ecológica y económica para que posteriormente la adopten en sus cultivos los agricultores interesados de la región», explica Cristina Álvarez, directora gerente del Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rural, Agrario y Alimentario (Imidra) de la Comunidad de Madrid.

Sus resultados están por comprobar. El objetivo de este proyecto precursor es que al menos una pareja críe y se instale en este terreno de veinte hectáreas y más de 150 variedades de cepas de vides para controlar la población de topos y topillos. Pero estas aves también pueden ser devoradas por azores, su principal enemigo. La naturaleza determinará su futuro.

Instalación en la finca

Las lechuzas basan el 90% de su alimentación en los roedores. De este porcentaje, la mitad son topillos y topos. Llegan a comer entre tres y cuatro ratones diarios, o el equivalente a 140 gramos. Suelen cazar por la noche. Gracias a su espectacular oído, con una capacidad auditiva veinte veces superior a la humana, son capaces de engullir a su presa sin verla.

Estas rapaces, que curiosamente no beben, tienen una esperanza de vida de 19 a 25 años. No suelen ir a cazar a más de 500 metros de distancia. Por eso se sabe que no se desperdigarán hacia otras zonas y que volverán a su caja-nido.

Una vez instalados los polluelos en su nuevo nido, Rodrigo García procede a colocar la caja sobre una casa de «El Socorro». «Es fundamental que no tengan contacto con el hombre, si no, no sobrevivirían», destaca. Para ello, se los alimenta con pollos y roedores muertos por un tubo de PVC, para que no vean que es una persona la que les da la comida. Su desarrollo va a ser grabado por una cámara web. Se continuará alimentándolos hasta que dejen de volver al nido para encontrar sustento.

Pedro, de la empresa de alimentación para rapaces «El Primo», se encarga de suministrar a estas pequeñas lechuzas los primeros pollitos de gallina congelados.

Tanto el Imidra como este experto en cetrería consideran que la inserción de lechuzas como pesticida o «plaguicida» es rentable para los agricultores: «Cada cesión de una lechuza cuesta 175 euros. La caja de ocho kilos de pollitos, en la que entran unos 200, sale por 14. Con esta caja alcanza para dos o tres meses». Un plaguicida para acabar con topillos puede costar más de 6.000 euros, informan técnicos del Imidra.

Beneficio ecológico

En esta finca ya hay instalado, además, un águila de Harris (de uso frecuente en la cetrería) para acabar con las plagas de conejos. Cada protector de estos roedores en las plantas cuesta 50 céntimos. En «El Socorro» hay cerca de 10.000, lo que equivaldría a 5.000 euros. La cesión de un águila de este tipo cuesta entre 350 y 450 euros. El ahorro es importante. Y no solo eso, como sostiene la directora gerente del Imidra: «Los efectos de pesticidas sobre los cultivos son más agresivos».

El Imidra tiene como objetivo fundamental la investigación en los ámbitos agrícola, ganadero y alimentario. Las líneas principales de trabajo en la finca «El Socorro», ubicada a 50 kilómetros de Madrid, son la gestión de riego y la transferencia en tratamientos sanitarios. El instituto de investigación y desarrollo trata, fundamentalmente, de fomentar la agricultura ecológica, muy necesaria en una región seca como la madrileña.

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