Tinta por barriles.

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Intento no dedicar mucha atención a telepredicadores, chamanes de uno u otro culto, amigos de las soluciones inmediatas, o cualquier otro experto en manipulación y tergiversación. Y es que hay mucho profesional decente al que prestar atención, tanto en mi ámbito más cercano como en otros más generales. Además, soy consciente de que mi tiempo antes de unirme a la necromasa es incierto y, sobre todo, finito.

Para elaborar un poco mi punto de vista, creo necesario explicar que mi trabajo consiste a priori en enseñar e investigar, al 50%. Como a muchos en la universidad española, me resulta especialmente difícil que la primera parte no se coma buena parte de la segunda; pero ese es otro cantar, y de muchos versos. Esas partes de las que consta mi trabajo no incluyen salir al paso de los farsantes. Esa sería una primera razón para justificar el no entrar al trapo, ni siquiera cuando me atacan personalmente.

Otra es que los mencionados telepredicadores, en sentido amplio, compran la tinta por barriles, gracias a los descuentos de muchos políticos y de algunos empleados de los medios de comunicación. Si les prestara atención a esa flotilla de voceras, no haría otra cosa y, por tanto, dejaría de formar parte un sector profesional para incorporarme a la comedia mediática. Y esta reflexión es reversible: ¿de dónde sacan tiempo esos auto-proclamados profesionales de uno u otro sector para sostener semejante producción de basura? A lo mejor no debo darle a esto último mucha importancia; al fin y al cabo siempre ha habido gente capaz de sacar mucho trabajando muy poco.

Es en virtud de la primera parte de mi trabajo que continuo esta entrada, con un enlace a una aportación reciente en la insondable caverna de la prensa asturiana. No es que el enlace ni el personaje sean especialmente relevantes; constituyen solamente un ejemplo por recientes, cutres, y porque me pasan de cerca:

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Soy codirector de esa tesis de cuento. Como parte implicada, no seré yo el que la evalúe, eso lo deben hacer otros. Eso es lo que ocurre con los trabajos académicos, que los evalúan otros profesionales. Las tesis doctorales pasan primero por la evaluación de un tribunal; después lo normal es que las partes que la componen sean publicadas en revistas científicas, tras pasar por otra revisión crítica de varios revisores y editores, generalmente anónimos. Y recomiendo leer un puñado de esas críticas anónimas para saber cómo nos las gastamos cuando criticamos y somos criticados los investigadores. El proceso no está libre de defectos, y es especialmente sensible a los ataques de la seudociencia, pero desde luego está sometido a un nivel de control inimaginable en otros sectores.

Los trabajos académicos en general y las tesis doctorales en particular se construyen en gran medida a partir de las críticas. Eso sí, esas críticas deben basarse en el mismo juego que el producto: datos, referencias bibliográficas adecuadas, métodos contrastados y contrastables, defensa de ideas; en definitiva, deben contribuir a mejorar el conocimiento general. Por eso no está al alcance de cualquiera criticar un trabajo de investigación; está sólo al alcance de aquellos capaces de contrarrestarlo con otra investigación equivalente. Y no me refiero aquí a las etiquetas profesionales; me da igual lo que haya estudiado o dejado de estudiar el difamador, me dan igual los títulos. No conozco de hecho al protagonista de la noticia enlazada, desconozco que cualificación hace falta para regir vastas extensiones de gramíneas destinadas a la producción de carne, y desconozco quién y cómo evalúa su CV para acceder a tal cargo. Pero si sé que no se tumba la investigación con los insultos o las valoraciones subjetivas propias de otros ámbitos (como el parlamentario), por ocurrentes que estas sean.

Por eso es buena idea basar la gestión del medio ambiente en ciencia: se construye despacio, pero no se destruye si no es construyendo algo nuevo encima.

Recomiendo por tanto a los profesionales de la biología, especialmente a los estudiantes, nula atención a esos farsantes externos a la profesión (a los farsantes intra-profesión hay por desgracia que prestarles atención). No es fácil; hace falta autocontrol y disciplina. Y tengo varias razones, si bien correlacionadas, para hacer (me) esa recomendación:

  • Prestándoles atención restamos tiempo a nuestra profesión; nuestro trabajo avanzará más despacio, y les estaremos concediendo a los manipuladores un tiempo precioso para seguir intoxicando al público despistado, y para seguir atrayendo la atención de los protagonistas de “Por un Puñado de Votos”.
  • Prestándoles atención podemos llegar a creer, incluso de forma inconsciente, que nuestro trabajo como investigadores es contrarrestar esas manipulaciones. Si eso ocurre, escribiremos los trabajos científicos, las propuestas de financiación, e incluso prepararemos las clases con un ojo puesto en La Caverna. Y el producto final será peor, y no gustará a los profesionales de la investigación encargados de juzgarlo, por ir cargado de sesgos cavernícolas. Y por tanto seremos peores profesionales.

Y lo recomiendo por experiencia. Al fin y al cabo, un vistazo a este blog, y a algunas versiones previas de alguno de mis trabajos de investigación me confirman que no he sido siempre capaz de aislarme lo suficiente.

Mario Quevedo

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