LOBO IBÉRICO: ¿CANTIDAD O CALIDAD?

Lobos-y-rebeco Mauricio Antón

Lobos-y-rebeco Mauricio Antón

El lobo ibérico es muchas cosas, entre ellas un negocio. Y por desgracia este hecho constituye el mal menor, comparado, por ejemplo con el exterminio. El problema es: ¿qué clase de negocio se puede y debe crear con el lobo? El interés económico más poderoso alrededor del lobo es hoy la caza, y todo el ruido mediático que generan los daños a la ganadería puede considerarse como un factor secundario y hasta cierto punto como una justificación para los cupos de caza del cánido.

 

Comparado con el minoritario negocio de la caza del lobo, el de la observación tiene un potencial socioeconómico mucho mayor, y sin embargo hoy está absolutamente supeditado a la caza, y ello por dos razones. La primera es que los grupos de presión cinegéticos ejercen un poder desproporcionado a su condición minoritaria. La segunda es el efecto nefasto que la práctica continuada de la caza tiene sobre la etología (comportamiento) del lobo. El lobo se sabe perseguido y se vuelve esquivo, prácticamente invisible, lo cual convierte la posibilidad de su observación en algo remoto y frustrante, a pesar del hecho de que “haberlos, haylos”. Esta circunstancia deja al sector de la observación totalmente capado de salida.

 

El modelo vigente de gestión del lobo en el norte de España ciertamente está permitiendo la presencia continuada del cánido (a pesar de las ocasionales amenazas de exterminio por parte de algunos sectores) y esto hace que el debate actual no sea tanto entre la persistencia o la erradicación del lobo, ni siquiera sobre la cantidad. A falta de un censo riguroso no sabemos con precisión cuántos ejemplares hay, pero la evidencia indica que, mientras haya recursos en el ecosistema, los lobos irán compensando en cada estación reproductora las bajas en sus filas.

 

Esto revela la falacia del control de la población de lobos como medida de protección del ganado. Los lobos, en condiciones naturales, controlan su propia población mediante un sistema jerárquico y territorial, pero el efecto de la caza es suprimir ese control natural y crear una situación donde se multiplica el número de parejas reproductoras aisladas, jóvenes y sin experiencia, mucho más proclives a atacar al ganado. Se crea así un círculo vicioso, donde el recrudecimiento de los ataques crea alarma y permite al sector cinegético acudir para “salvar” al ganadero de un problema que esa misma caza ha agravado.

 

Se suele decir que, sin el control que ejerce la caza, la población de lobos se multiplicaría, creando una plaga capaz de asolar las explotaciones ganaderas. Pero la ciencia nos muestra que un depredador no puede multiplicarse más allá de la capacidad de carga de su ecosistema. Si hoy se suprimiese la caza del lobo en toda la península, el número total de ejemplares no aumentaría perceptiblemente en las zonas en que sus poblaciones ya están asentadas, mientras que la recolonización de territorios hoy carentes de lobos resultaría siempre en densidades naturalmente bajas.

 

Así pues, el principal problema que crea la caza del lobo no es, curiosamente uno de CANTIDAD, sino de CALIDAD. La evolución ha modelado al lobo como un depredador de grandes ungulados salvajes y ése es su papel en el ecosistema. No sólo la anatomía del lobo, sino su sistema social, responden a ese nicho ecológico, y la estructura de la manada es tan importante como su talla y dentición para permitirle abatir presas tan poderosas como el ciervo o el jabalí. Pero si sometemos al lobo a una desestructuración social continuada, su comportamiento empieza a parecerse al de un chacal, con la pareja reproductora como único nucleo social y el oportunismo alimentario sustituyendo a la caza de grandes presas salvajes.

 

Esta desnaturalización del comportamiento del lobo tiene dos efectos graves. Uno es la pérdida de su papel regulador en el ecosistema, con el consiguiente aumento de los daños al ganado. Y el otro es la pérdida de la posibilidad de la observación del animal y de su comportamiento natural.

Los que hemos tenido el privilegio de observar a los grandes depredadores en libertad durante cientos de horas hemos podido comprobar cómo su posición en lo alto de la pirámide trófica les da un aire de suficiencia casi arrogante. Los grandes carnívoros en condiciones naturales y libres de acoso cinegético ignoran olímpicamente a los humanos, y esto se puede comprobar tanto en la sabana africana como en los montes andaluces donde el lince ibérico, tras varias generaciones de no ser tiroteado, ignora a sus observadores humanos de la manera más absoluta.

Liberar al lobo de la presión cinegética no tendría el efecto, como se dice, de aumentar la densidad de sus poblaciones. Al contrario, los principales efectos predecibles serían tres:

1.- Una menor incidencia de los ataques al ganado.

2.- Una mayor posibilidad para el estudio científico del comportamiento NATURAL de un animal social, parecido en muchos aspectos al hombre, y del cual aún lo tenemos todo por aprender.

3.- El retorno de la natural indiferencia del lobo hacia el hombre, que permitiría la observación del mismo como fuente de prosperidad económica para las zonas rurales y como enriquecimiento espiritual para sus habitantes.

Pero esta historia tiene un corolario, y es que la caza del lobo, que incluso en las mejores condiciones tendría efectos perniciosos sobre el ecosistema, ni siquiera se practica de acuerdo a las normas básicas de la ética cinegética. Para aumentar las garantías de abatir al lobo, se ofrecen al cazador unas condiciones tan inmorales como ilegales que le dan una ventaja ilegítima sobre su presa, concretamente el uso de cebaderos y casetas desde las cuales, más que cazar, se “ejecuta” al cánido.

El camino hacia una relación sostenible con el lobo y con los ecosistemas que lo soportan pasa por dos etapas: primero, perseguir, castigar y erradicar las prácticas ilegales en la caza del lobo; y segundo, cambiar la normativa para que el lobo por fin esté protegido en toda la península y de este modo recupere su papel natural en el ecosistema, y la sociedad pueda beneficiarse de su presencia. Así comenzará la auténtica convivencia. Lo que hoy algunos llaman “convivencia” (del lobo con el hombre, y de los sectores sociales implicados entre sí) es lo que un observador imparcial calificaría más bien como una combinación perversa de opresión y represión. Y los sectores acostumbrados a oprimir y reprimir no dan precisamente la bienvenida a la posibilidad de un diálogo en condiciones de igualdad. Pero se avecinan tiempos de cambio. Que cada cual se vaya preparando para ello.

 

Mauricio Antón

Secretario general de Lobo Marley