Sabemos que el lobo mata ovejas, aunque no tantas como se le atribuyen. Pero cada episodio es magnificado por la prensa local, la más expuesta a las presiones de ganaderos y cazadores, adversarios tradicionales del lobo y siempre interesados en presentarlo ante la sociedad como un depredador sanguinario. Es muy difícil desarraigar las leyendas negras, pero tanto los hechos como el futuro de la especie exigen un tratamiento periodístico mucho más objetivo. O, para ser realistas, menos sectario. Ya sabemos que las noticias positivas no tienen el mismo peso que las negativas. Pero, aún así, ¿por qué no se pone el mismo empeño en difundir las ventajas de compartir un país con lobos vivos y libres?
Si de economía rural se trata, ahí está el auge del turismo lobero. De la misma manera que la observación de aves o cetáceos es ya una fuente de ingresos digna de tener en cuenta en algunas zonas, ¿por qué no rentabilizar también al lobo? De hecho, ya se hace. Para sorpresa de propios y extraños, en las comarcas loberas del noroeste peninsular empieza a verse al lobo como un recurso turístico. Medios tan poco sospechosos como el Financial Times se han hecho eco de cómo ha cambiado la percepción social del lobo en los pueblos zamoranos de la sierra de La Culebra, donde casi la mitad de las visitas que se registran hoy en día son para tratar de ver al animal. Se estima que la mera esperanza de observar a un lobo en libertad está generando ya unos ingresos anuales cercanos al medio millón de euros en esa comarca. Muy por encima, por ejemplo, de los que aporta la caza legal de dicha especie en el mismo territorio. El gancho informativo de tan peculiar fenómeno se vio con toda claridad fuera de nuestras fronteras.
Todavía es pronto para que las visitas de los amantes del lobo se aborden en la televisión como la afluencia de turistas playeros en cuanto repunta el buen tiempo. De momento, los ataques al ganado tienen un interés mucho más morboso y nunca faltan jaleadores bien dispuestos a aprovechar cualquier oportunidad para arrimar el ascua a su sardina. Los que preferimos proteger mejor al lobo deberíamos ser al menos tan eficaces como la parte contraria. En nuestra era, que además de digital es muy monetaria, todo pasa por arbitrar unas fórmulas adecuadas para prevenir y, en su caso, compensar los daños causados al ganado. Estamos hablando de muy poco dinero para los presupuestos generales del Estado, aunque es cierto que debe circular mucho más ágilmente. Mantener a esta joya de nuestra fauna es una obligación moral, un acierto estratégico y un lujo barato, de los pocos que podemos permitirnos.
Fuente noticia: http://www.revistaquercus.es