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Sólo muelas no hacen mordisco

Por Mario Quevedo, en Cantabricus

Desconozco cómo se fijan las pasiones tempranas. No he leído nada sobre determinantes de cosas que se nos meten en los huesos siendo niños, y permanecen hasta que alcanzamos el equilibrio con el ambiente. Hasta que palmamos, vaya. Seguro que hay gente que investiga esas cosas. El caso es que ya de chavalín quería saber más de animales. Desde que recuerdo, me fascinan la predación, y los predadores. Yo de mayor quería estudiar lobos en la tundra, que siempre hay menos gente por el frío y la ausencia de bares; o en Yellowstone. Ahora ya no tanto; me conformaría con estudiar glotones en Glacier NP, o en Sareks. De mayor.

No obstante, esa es la parte romántica del interés en los predadores; es fruto quizá de la respuesta que unas imágenes produjeron en algún rincón del cerebro. Una respuesta esencialmente simétrica – aunque mucho mas sana en términos de autoayuda – que la provocada en los que odian o temen por defecto a esos mismos animales: no se basa en evidencias científicas. Al menos no en las evidencias acumuladas acerca del papel de esos carnívoros en los ecosistemas. No hay duda en ecología; sin los predadores superiores, un ecosistema no sólo no está entero, sino que se degrada. Sin las muelas la boca no funciona igual, y peligran el resto de dientes. Esas cosas intenté contarlas antes aquí, en otras entradas de Cantabricus. En resumen, en aquellos lugares donde han sido exterminados esos grandes predadores, siempre escasos en proporción a las plantas y herbívoros, el estado de conservación de la naturaleza es peor. Y podemos esperar o contemplar otras extinciones, así como otras alteraciones estructurales [1].

Ahora bien, los grandes carnívoros muerden. Osos, lobos, glotones y tú, todos mordéis. Y lo que muerde, en general, nos estorba. En el más comprensible de los casos, nos estorba por mera competencia; al fin y al cabo, una ración de calamares frescos fritos se disfruta mejor entre dos que entre siete. Así, quedan pocos grandes predadores, y en pocos sitios. En algunos casos, en regiones remotas, menos ocupadas o explotadas que la media, o en espacios y aguas protegidas [2], algunas poblaciones de grandes carnívoros se ocupan de sus asuntos sin notar que ya no llevan el peso del partido. El top predator lo es, se siente, y se comporta como tal. Y morirá de hambre, o por senescencia de sus tejidos, o por enfermedad; no teme especialmente a otros predadores.

Sin embargo, en la mayoría de los casos la presencia de grandes carnívoros es sólo una concesión, no sé si efímera. Permanecen porque los humanos lo consentimos, generalmente en espacios protegidos cuyo tamaño es insuficiente. En jaulitas [3]. A veces ese consentimiento viene incluso acompañado de concesiones importantes, como la actividad cinegética sobre esos grandes carnívoros, o los “controles letales” (a.k.a., te meto un tiro en la paletilla). Las justificaciones de tales concesiones son variadas, desde transmitir a determinados sectores de la sociedad el mensaje de quién sigue mandando, a la obtención de ingresos directos e indirectos de la caza.

¿Qué pasa en esos casos? ¿Es eficiente la labor de conservación?

Un artículo importante, recientemente publicado (y en open access) [4], mira hacia aquellos sitios donde todavía hay grandes predadores; se pregunta si su presencia es suficiente para garantizar su función en los ecosistemas, o si por el contrario las concesiones a la caza y el manejo letal pasan factura a la ecología de las bestias. Saving large carnivores, but losing the apex predator? es el título, “salvando los grandes carnívoros pero perdiendo los predadores superiores?”. Buenísimo, que esto de poner títulos no es fácil. Y este traslada muy bien la pregunta subyacente, planteando la disyuntiva entre las características propias de una especie o grupo zoológico (gran carnívoro) y su papel ecológico (predador superior).

Mencionan los autores algunos ejemplos de caza de grandes predadores: leones y leopardos, pumas, linces boreales, entre los grandes gatos, y también osos pardos y lobos. No es sorpresa, eh, no creo que a nadie le resulte difícil en España conjurar la imagen de algún “prohombre” con un gran carnívoro a sus pies. Tampoco debe sorprender a nadie que esa mortalidad tenga efectos directos sobre la dinámica de poblaciones de la especie cazada: reducción del número de individuos, ruptura de su organización social y de sus áreas de campeo, etc. Y me parece especialmente importante destacar el efecto de la caza de trofeos, que elimina los individuos dominantes, los que mayor y mejor contribución aportarían al futuro de la especie (en ecología resumido bien por el valor reproductor).

Más novedoso pero también intuitivo es que a los grandes carnívoros no les haga mucha ilusión terminar colgados del cenador de algún hortera, y que ajusten su comportamiento para minimizar los encuentros con cazadores o gestores de tiro fácil. Es decir, el predador superior ya no se comporta como tal, al menos no todo el rato. Osos, lobos, leones, modifican sus zonas de cría y descanso en función de nuestra presencia cuando esta conlleva mortalidad para ellos. Esas diferencias son especialmente notables cuando uno piensa en los osos pardos europeos, y los norteamericanos: misma especie, distinto historial cinegético, notables diferencias en comportamiento e inversión reproductora.

Y si el predador superior se comporta parcialmente como una presa, ¿sigue siendo el predador superior desde el punto de vista ecológico? No, no exactamente, dicen los autores, y presentan ejemplos. Esos osos que evitan determinadas zonas porque saben que llueven balas, y esos alces que las eligen en determinados momentos del ciclo vital porque saben que los osos saben que llueven balas. Y esos alces pueden así reducir la mortalidad  de sus crías. Los alces son herbívoros: la densidad de balas altera el uso del terreno del predador superior, liberando parcialmente al herbívoro. Las plantas en ese momento planean una manifestación de protesta. Y a esa manifestación se suman otras muchas especies que no son habitualmente presa de los grandes predadores, sino más bien suelen ser presa de los mesopredadores: zorros, mustélidos, gatos, etc., potencialmente favorecidos por la escasa presencia del sheriff muelas gordas en el valle. Me quedo con una frase del mencionado artículo:

“In the long run, hunting large carnivores may reduce the quality of traits that define apex predators”

“A la larga, la caza grandes carnívoros puede reducir la calidad de los rasgos que definen un superpredador”

Aunque corto, el artículo es una revisión: ese recurso usado de vez en cuando en ciencia para extraer de un montón de estudios individuales patrones, conclusiones comunes. Las revisiones permiten llegar donde los estudios individuales no pueden, por logística, por financiación, y porque los investigadores también tienen una esperanza de vida limitada. En otras palabras, el artículo contiene ~3 páginas de texto y 83 referencias. Y hasta aquí mi visión de esa revisión. Afortunadamente, el artículo está disponible para todo aquel que prefiera con razón beber de la fuente original, sin suscripciones, sin desplazamientos. A un click, esa unidad de distancia.

Notas y referencias:

[1] Estes JA et al. 2011. Trophic Downgrading of Planet Earth. Science 333; DOI: 10.1126/science.1205106 [2] Tiendo por mi entorno a referirme a carnívoros terrestres; sólo quiere eso decir que me suele resultar más fácil construir la historia y poner ejemplos. No quiere en ningún caso decir que los grandes carnívoros marinos funcionen de distinta manera, o estén libres de problemas. [3] Packer C et al. 2013. Conserving large carnivores: dollars and fence. Ecology Letters; DOI: 10.1111/ele.12091 [4] Ordiz A, Bischof R, Swenson JE. 2013. Saving large carnivores, but losing the apex predator? Biological Conservation 168; DOI: 10.1016/j.biocon.2013.09.024

PS 2013.11.17 8:40: Google Scholar encuentra pdfs de los dos artículos “de pago” enlazados arriba.

 

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