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SUPERSTICIONES, GRAJOS Y LOBOS

El chotacabras es un ave nocturna que recibió su sonoro nombre en los tiempos en que la gente le atribuía la insólita costumbre de mamar de las ubres de las cabras. Hoy sabemos que se trata de un ave insectívora vital para el ecosistema, pero imaginemos por un momento que una parte de la población aún creyese en la superstición medieval y se pidiesen “controles” para proteger a las cabras, ¿Qué actitud debería tomar la administración? ¿Deberían matar al menos unos pocos chotacabras, en un intento de mantener la concordia? Lo cierto es que hoy en día la ignorancia sigue atribuyendo comportamientos imposibles a otros animales, como meloncillos y buitres, retratándolos como azotes del ganado, pero la más reciente y sorprendente leyenda es la de los grajos asesinos, un alarde de imaginación digno de una película de Hitchcock. Un colectivo de ganaderos de ovino de la provincia de Burgos se ha quejado de que los “grajos” (denominación coloquial con la cual seguramente se refieren a las grajillas, o tal vez a grajas o cornejas) están matando ovejas en sus explotaciones. Esto sería una muestra casi entrañable de colorido local si no fuese porque los sindicatos agroganaderos se han apresurado a hacerse eco de la superchería y la han convertido en reivindicación, exigiendo a la consejería de Medio Ambiente de la junta de Castilla y León que “controle esta especie”. ¿Debería acaso la junta matar grajillas para aplacar a los sindicatos, aunque estemos ante observaciones tan carentes de base como las que valieron su nombre al chotacabras?

No es menos grotesco lo que está ocurriendo con el meloncillo en otras zonas de España, donde se acusa a este herpéstido de matar ovejas y hasta vacas. Cualquier zoólogo sabe que la dieta de las mangostas, incluyendo al meloncillo, se basa en el consumo de invertebrados, reptiles, anfibios y pequeños mamíferos, y que el ataque a grandes ungulados es simplemente una imposibilidad biológica. Pero esto no impide que la prensa local olvide todo atisbo de rigor periodístico y publique los relatos más inverosímiles, convertidos por los sindicatos en leña para el fuego de la perpetua reclamación de “controles”. Ahora bien, cuando los mismos medios que publican historias sobre grajos, buitres y meloncillos sedientos de sangre nos bombardean con incontables relatos sobre ataques de lobos, ¿cuánta credibilidad les podemos dar?

Lo cierto es que ante la ignorancia, bien o mal intencionada, caben dos respuestas: combatirla mediante la educación, o “dialogar” con ella en plano de igualdad. Por desgracia, desde la administración y desde algunos sectores del conservacionismo parece que se ha impuesto la segunda opción. Hace tiempo que se predica y se practica una supuesta equidistancia en la conservación de los carnívoros y en particular del lobo, y aquí entra en juego una peligrosa vertiente “social” de la política medioambiental. Se dice que la gestión de los carnívoros siempre será un tema conflictivo, y que por lo tanto hay que “ceder” ante las demandas de controles letales. Aun cuando se ha demostrado científicamente que matar lobos no disminuye sino que aumenta el número de ataques al ganado, se siguen sacrificando numerosos ejemplares en el altar de la ignorancia, para aplacar la desazón social.

Pero los hechos son tozudos. Aunque en España se están matando lobos desde hace décadas en un intento de apaciguar el malestar, no hay ningún indicio de que estos sacrificios estén creando la paz que se perseguía. Al contrario, cuando se percibe que la administración responde a las demandas con más matanzas, el siguiente paso es pedir aún más, como estamos viendo: el exterminio local y las siniestras “zonas libres de lobos”. Al aceptar negociar con la ignorancia hemos creado un monstruo insaciable que se alimenta del conflicto continuo. Los administradores de nuestro patrimonio natural se parecen a aquellos sacerdotes aztecas que pedían sacrificios humanos para propiciar a los dioses de la lluvia, y cuando no funcionaba, concluían que los dioses aún no estaban satisfechos y exigían aún más muertes.

Aún no es tarde para remediar estos entuertos. Desde las redacciones de la prensa regional se puede exigir profesionalidad a los periodistas. Desde las administraciones se puede recuperar la confianza en que las personas, si se les informa y se les respeta, pueden dejar atrás la ignorancia. Y desde el conservacionismo se puede abandonar la psicología del rehén y exponer los hechos con honestidad, en lugar de tratar a los paisanos como niños irritables a los que no se pueden contar las realidades de la ciencia porque no las entenderían. Claro que las pueden entender. Asumir que la ignorancia ha venido para quedarse y renunciar a remediarla es la muestra más flagrante de una mentalidad retrógrada y reaccionaria, cuando no un indicio del afán de utilizar esa ignorancia con fines demagógicos. La educación es una labor larga y esforzada, pero es la única garantía de progreso real, en asuntos de conservación y en todos los demás. Y matar lobos no puede ser la alternativa a la educación ambiental, aunque para una administración oportunista resulte, desde luego, bastante más fácil.

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley