EL ATAQUE DE LOS BUITRES ASESINOS

IMG_4903Junto con la expansión apocalíptica de los lobos y los ataques al ganado por meloncillos y cuervos sedientos de sangre, una de las leyendas que más cuerpo está cobrando en la pseudo-zoología ibérica contemporánea es la de los “buitres asesinos”. Se viene argumentando que la escasez de carroñas en el campo a raíz del mal de las “vacas locas” ha llevado a generaciones de buitres a vivir al límite de la inanición, haciéndoles más agresivos que nunca y proclives, en su desesperación, a comportarse como depredadores activos y atacar a reses vivas. Un relato atractivo pero que contraviene conceptos básicos de la ciencia. Para empezar, el buitre es un carroñero especializado, carente de las garras y el pico afilados que permiten a las águilas dar muerte a sus presas, y esa especialización, desde el punto de vista evolutivo, no tiene vuelta atrás. Un buitre no puede matar a una oveja como no quiera hacerlo a besos. Y para continuar, si una población de buitres se enfrenta a una escasez de recursos continuada, el resultado inmediato no será un cambio en el nicho ecológico de esta especie (definido por millones de años de evolución) sino que cada año sobrevivan menos pollos, hasta que la población se ajuste a los recursos disponibles. Sin embargo, existe al menos una publicación científica de prestigio que parece desafiar estos hechos y ha contribuido a propiciar la leyenda de los buitres asesinos.

 

En una carta a “Nature” de 2011 titulada “European vultures’ altered behaviour” (o sea, “El comportamiento alterado de los buitres europeos”), Margalida, Campión y Donázar afirmaban que “los buitres leonados de España y el Sur de Francia se han convertido en matadores de ganado, según las numerosas denuncias recibidas por las autoridades”. Esta primera frase del artículo ya hace saltar las alarmas: ¿un hecho científico queda establecido por la cantidad de denuncias? Según esa lógica, la cantidad de denuncias a la Inquisición demostraría sin duda que las brujas no sólo abundaban en la Europa medieval, sino que además volaban con más maniobrabilidad que los buitres ahora tan temidos. Esto no impide a los autores de la carta hablar de la necesidad urgente de dialogar con los ganaderos para solucionar este “conflicto emergente”.

 

Esta carta significó un espaldarazo para el concepto de los buitres como cazadores de ganado con todas sus implicaciones políticas, pero prácticamente no ofrecía detalles científicos. Para encontrar más datos habría que esperar a la publicación de un estudio más técnico de los mismos autores en la revista “Oryx” en 2014, con el intimidatorio título de “Vultures vs livestock: conservation relationships in an emerging conflict between humans and wildlife”. En dicho estudio encontramos la siguiente frase: “La caza oportunista de pequeños y medianos vertebrados se ha reportado como frecuente en el caso de algunas especies de buitres del Nuevo Mundo pero sólo de manera ocasional en buitres del Viejo Mundo. Los buitres leonados, sin embargo, son carroñeros obligados, especializados en el consumo de carroñas de grandes ungulados” (la traducción y las cursivas son mías). Dicho en otras palabras, no existe ni un solo reporte científico de un buitre leonado cazando presas vivas, y el artículo de Margalida y coautores tampoco lo aporta. Al fin y al cabo, si pudiese incluir un reporte semejante, no sólo publicaría en “Nature” sino que su foto saldría en la portada. ¿En qué datos se basa entonces el artículo en cuestión? Muy sencillo: en la comparación entre la cantidad de denuncias presentadas y las aceptadas, donde aquellas aceptadas por la administración se cuantifican como ejemplos de ataques reales.

 

¿No se les ocurre a los autores pensar que la aceptación por parte de la administración de una denuncia puede obedecer a criterios políticos y sociales tanto o más que a criterios técnicos? Sin duda que se les ocurre, y por ello se apresuran a admitir que la “falta de datos científicos” es un factor agravante de este “conflicto” entre buitres y ganadería. Postular un cambio en el comportamiento de alimentación de los buitres como origen de este conflicto es una hipótesis totalmente gratuita, especialmente si tenemos en cuenta las circunstancias que describen los autores como típicas de los supuestos ataques: éstos coinciden casi siempre con el parto de las reses abandonadas en el campo. ¿No es más razonable entonces pensar que el incremento en las denuncias refleja una combinación de dos factores, a saber, el aumento de la presencia de reses sin custodiar que dan a luz en el monte, y el conocimiento de que la administración está dispuesta a compensar las bajas tras la aportación de simple evidencia circunstancial?

 

El artículo en cuestión dibuja un escenario de conflicto creciente que requeriría complejas estrategias de diálogo entre sectores enfrentados (¡el paraíso para los políticos!), pero lo cierto es que una medida tan elemental como la custodia de las reses a punto de parir acabaría de un plumazo con las correspondientes bajas en la cabaña ganadera, con las denuncias, con el coste de las indemnizaciones, y con la espeluznante amenaza de los venenos a la que también se alude en el artículo. Lo cierto es que tras leer el texto atentamente y de cabo a rabo, queda claro que en él no se describe una realidad biológica, sino una situación sociopolítica en la cual el comportamiento real de los buitres tiene una incidencia mínima y de hecho es una simple excusa. Por desgracia, para llegar a estas conclusiones es necesario leer los artículos completos, mientras que las versiones comprimidas (como la carta a “Nature”) o directamente distorsionadas (como los titulares de prensa que acompañaron a la publicación en su momento) contribuyen a crear una ficción que se va asentando, no ya en contra, sino al menos parcialmente debido a la labor de algunos científicos.

 

En última instancia, la realidad más determinante en toda esta historia es el poder perverso de las compensaciones económicas por daños (y esto se aplica por igual a buitres o lobos) para desfigurar más allá de toda proporción las relaciones entre la sociedad y el patrimonio natural. Lo que es urgente no es tanto el enésimo diálogo entre sectores para retocar los montos y condiciones de las compensaciones, si no la implementación de un modelo alternativo que incentive la convivencia con la fauna sin eliminar, como hace el modelo actual, la motivación para proteger el ganado.

 

Mauricio Antón
Vicepresidente de Lobo Marley