EL CULTO A LA IGNORANCIA Y EL LOBO

lobo saca lenguaHace 37 años el escritor y científico Isaac Asimov escribió en “Newsweek” su demoledor artículo “A Cult of Ignorance” (“Culto a la Ignorancia”), en el que reflexionaba sobre el auténtico talón de Aquiles de la democracia americana. Aunque no sabemos si en sus peores pesadillas llegó a imaginar algo tan extremo como el triunfo del “Trumpismo”, lo cierto es que su artículo desgranaba las causas que finalmente lo han propiciado. Definía la situación con un párrafo lapidario: “En Estados Unidos hay un culto a la ignorancia y siempre lo ha habido. La veta del anti-intelectualismo es como un hilo que recorre nuestra vida política y cultural, mantenido por la falsa noción de que la democracia significa que ‘mi ignorancia vale tanto como tu conocimiento’”.

Es fácil para nosotros ver la paja en el ojo ajeno y pensar “claro, es que los americanos son así”, pero el ascenso de determinadas opciones políticas en Europa nos advierte de que ese culto a la ignorancia, y la manipulación interesada de la misma, son males universales. Al fin y al cabo, negar la evidencia es casi la opción por defecto en nuestros políticos cada vez que la ciencia colisiona con los intereses de los lobbies que les mantienen en el poder.

Todo esto resulta bastante desolador, pero no muy sorprendente. Quien más quien menos tenemos asumido que la ciencia siempre debe luchar para hacerse oír ante el empeño de los políticos por ignorar las verdades incómodas. Y es que para el científico tan importante es averiguar la verdad sobre su tema de investigación como defenderla y darla a conocer. La ciencia es investigación pero también educación… ¿o no? Pues lo cierto es que a veces los científicos se convierten, sorprendentemente, en aliados de la ignorancia.

Un ejemplo de ello lo vemos en el trabajo de algunos investigadores que asesoran a la Unión Europea en temas de conservación de grandes carnívoros. Por encargo de las instituciones europeas han producido publicaciones que éstas utilizan como referencia para tomar decisiones sobre la gestión de la fauna salvaje. Un vistazo a una de estas publicaciones revela el inquietante enfoque que sus autores tienen sobre la transmisión del conocimiento. El estudio, que lleva el intimidatorio título de “Guidelines for Population Level Management Plans for Large Carnivores” (“Directrices para planes de gestión de poblaciones de grandes carnívoros”) se publicó en 2008 y es el resultado de la colaboración de expertos en carnívoros de varios países europeos. El apéndice “Control letal y caza de grandes carnívoros” incluye un listado de los beneficios potenciales que, según este panel de expertos, puede tener el matar carnívoros como el lobo. Encabezan la lista los siguientes:

  • Permitir la continuidad de tradiciones arraigadas en areas rurales donde los grandes carnívoros existen
  • Aumentar la aceptación de la presencia de los grandes carnívoros entre los cazadores si ellos los ven como especies de caza gratificantes más que como competidores
  • Aumentar la sensación de “empoderamiento” entre los paisanos que tienen que vivir en el mismo territorio que los grandes carnívoros.

Lo curioso de esta lista es que ya llevamos tres presuntos “beneficios” y ninguno de ellos se refiere a aspectos biológicos o ecológicos, que constituyen la supuesta especialidad de los autores del estudio. Al contrario, parece que ellos se han quitado la bata del biólogo y se han puesto el traje del sociólogo, haciendo afirmaciones sobre lo que hará sentir bien o mal a la población local y pasando por alto el hecho crucial que realmente afecta a la ecología de los grandes carnívoros, y especialmente del lobo, que es el siguiente: cuando se matan unos cuantos lobos (además de su mortalidad natural) lo que se está consiguiendo es obligar a los cánidos a aumentar su ritmo reproductivo para compensar las bajas artificiales. En vez de una manada estructurada, controlada por una única pareja alfa, se genera una situación donde hay numerosas parejas reproductoras, cada una de las cuales tiene más dificultades para cazar presas salvajes y ataca más al ganado doméstico. Resumiéndolo en una frase, se matan algunos lobos para que el paisano sienta que “se está haciendo algo por él”, y con ello se están agravando indefinidamente sus problemas.

Aquí entra en juego el concepto que estos biólogos tienen del “mundo rural”. Con un paternalismo casi conmovedor, ellos piensan que el habitante del campo no está preparado, por razones estructurales, para entender realidades científicas básicas como la estructura de la pirámide alimenticia, y por lo tanto consideran que sería tiempo perdido intentar explicarle que el “control letal” es tan beneficioso como agitar un avispero en el salón de su casa. Para nuestros biólogos metidos a sociólogos de fin de semana, la divulgación se ha convertido en un imposible y sus interlocutores son como niños a los que, en vez de transmitir información, se les debe manipular emocionalmente hablándoles en el marco de sus “tradiciones arraigadas”. Me recuerdan a esos políticos que opinan que la ablación femenina es intolerable en nuestra civilización pero debe tolerarse en sociedades pastorales africanas porque ellas viven inmersas en la tradición y supuestamente no podrían asimilar la fría realidad médica.

Estos científicos se encuentran incómodamente atrapados entre dos realidades, y miran con un ojo al ganadero, fomentando implícitamente su esperanza de que cada lobo muerto le lleva un poco más cerca del exterminio de la especie, y con el otro ojo a la institución que paga el informe, cuyas normativas dicen que el lobo es especie de interés comunitario y por tanto no sólo debe continuar existitendo, sino que debe alcanzar un estado favorable de conservación en toda su área de distribución, lo que hace que ese exterminio, ansiado por algunos, sea inalcanzable.

Basándose en artículos como ése, la Unión Europea ha intentado por dos veces consecutivas (hasta ahora sin éxito), tumbar la petición de Lobo Marley de proteger integralmente el lobo ibérico, y es previsible que lo volverán a intentar dentro de unos meses. En Bruselas volveremos a oír la misma cantinela: que la conservación del lobo no es un asunto científico sino “social”, y que hay que entregar una cabeza de lobo cada tanto tiempo a los paisanos para mantener la paz… Pero lo cierto es que mientras no se trate a las personas como a adultos sólo se conseguirá prolongar la inadaptación a la realidad natural, y hasta un cierto infantilismo. Es como cuando Trump les dice a sus votantes que no pasa nada por saltarse las normas de París contra el cambio climático porque al final “todo irá bien”. Cargarnos nuestra biodiversidad con mentalidad cortoplacista desde luego es una buena manera de asegurarnos de que nada va a ir bien, ni mucho menos, y tratar a la sociedad como a una gigantesca guardería infantil no convierte a los científicos en maestros ejemplares, si no en ciegos que guían a otros ciegos, con el agravante de que los que guían, en este caso son ciegos “a posta”.

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley