LOBOS, CONFLICTOS IMAGINARIOS Y MUERTOS VIVIENTES

lobo al trote mauricio anton

lobo al trote mauricio anton

Hay sin duda quienes están interesados en generar conflictividad alrededor del lobo ibérico, y para ello incitan entre la población rencores ancestrales, aún a riesgo de despertar un monstruo que se les podría ir de las manos. Pero, ¿por qué ocurre esto? Pues porque nuestra sociedad está cambiando. La sensibilidad de los ciudadanos hacia la naturaleza crece inevitablemente a medida que aumenta el nivel cultural. Al mismo tiempo también aumenta la conciencia de los peligros que los abusos contra el medio ambiente implican para nuestra calidad de vida. Estos cambios son imparables, pero hay sectores que se resisten a ellos porque ven peligrar privilegios o prácticas (como por ejemplo, el matar lobos por diversión) cada vez menos aceptadas socialmente. Y para frenar el cambio, fomentan antagonismos anacrónicos, como la “confrontación” entre el hombre de campo y el de ciudad.

En realidad, la diferencia entre la vida urbana y rural no supone ya una frontera nítida. Al contrario, la vida en los pueblos cuenta hoy con muchos de los servicios que antaño se asociaban a la capital, mientras que los medios de transporte permiten a muchos habitantes de la ciudad pasar cada vez más tiempo en el medio rural y familiarizarse profundamente con él. Pese a estas realidades, los que buscan crear agitación para que nada cambie lanzan proclamas como: “hombre del campo, no dejes que los forasteros te digan lo que tienes que hacer con los lobos”, añadiendo algún guiño al victimismo, como por ejemplo “que no te den lecciones ellos, que hablan desde la comodidad de su regalada vida urbana…”. Estos argumentos combinan la falta del respeto más elemental a la inteligencia del lector rural con una falta de consideración no menor hacia las penurias de tantos habitantes de la ciudad que se desloman un día sí y otro también en sus trabajos (a menudo “trabajos-basura”) urbanos.

En una reciente conversación con un paisano en una zona lobera, cuando le sugerí que tuviese en cuenta los resultados de los estudios científicos sobre la ecología del lobo, éste me dijo “yo no necesito para nada a los científicos”. Pero ¿realmente quiere alguien ese mundo aislacionista, donde el hombre rural estaría privado del aporte de los científicos, desde las telecomunicaciones hasta la medicina moderna? ¿Queremos volver a la España del “que inventen ellos”? Estoy seguro de que no, así como nadie quiere un mundo donde el hombre urbano esté privado de los productos y el solaz del campo. Y creo que, incluso los que en un momento de resentimiento repiten tales proclamas, en cuanto tengan tiempo y tranquilidad para pensar se darán cuenta de lo poco realista de esas posturas.

Pero, ¿para qué se agitan estos fantasmas del pasado? Para entenderlo, debemos considerar la realidad del lobo y el negocio montado alrededor de su muerte. El lobo es un depredador que se encuentra en la cúspide de la pirámide trófica, y como tal, sus poblaciones están controladas por el sistema territorial, social y jerárquico del propio cánido. Los “controles poblacionales” a los que le somete el hombre, supuestamente para disminuir los daños a la ganadería, sólo consiguen desestabilizar su sociedad, haciéndole menos capaz de cazar presas salvajes y más proclive a atacar al ganado. La matanza continuada de lobos agrava y perpetúa el problema que dice aliviar, y lo hace principalmente en aras de mantener un negocio cinegético. Al fin y al cabo, los defensores de ese negocio tienen que mantener un difícil equilibrio, pues por un lado necesitan que siga habiendo lobos, pero no quieren que se extienda una actitud realista y más favorable al cánido entre la ciudadanía, ya que ésta inevitablemente llevaría a su protección y al cierre de los “chiringitos” de su caza.

Esa matanza de lobos tiene otra consecuencia nefasta, y es impedir el pleno desarrollo del turismo lobero, que podría contribuir a mantener una población humana activa en las comarcas donde el cánido persiste. Contra lo que algunos dicen, la caza del lobo no es compatible con su observación, primero porque, cuando se les caza, los lobos viven aterrorizados y se vuelven casi invisibles, y segundo porque ofende a la sensibilidad del observador el saber que el lobo que hoy muestra a su hijita a través del telescopio mañana será abatido a tiros. El turismo lobero fomentaría el desarrollo de múltiples modalidades de “empleo verde” durante todo el año, dando perspectivas de futuro a generaciones jóvenes, mientras que el predominio de la caza del lobo es un modelo que ya ha demostrado sus resultados: una creciente despoblación, por otro lado esperable, ya que el sistema de propinas y sobornos generado por unas pocas personas durante la temporada cinegética malamente puede contribuir a una economía dinámica y viable a largo plazo.

Pero tal vez el giro más irónico de esta historia sea la participación de personas, en teoría naturalistas, pero que se apresuran a culpar a otros conservacionistas de haber generado el conflicto por expresar “posturas radicales”. Según esta tesis rebuscada, el antagonismo entre el campo y la ciudad es inevitable, y los conservacionistas deben permanecer callados porque si no, la población rural resentida destruirá a los lobos y a su entorno natural. ¿Por qué un científico o un naturalista podría defender tal teoría? Sencillo: para congraciarse con las administraciones.

A las administraciones más ineptas o deshonestas les viene muy bien el actual sistema de la muerte del lobo: por un lado, el escenario inventado de “el campo contra la ciudad” les ofrece un yacimiento de votos fáciles sin más esfuerzo que el de explotar esos odios y presentarse ante el votante local como defensoras ante el abuso de los “urbanitas” que querrían proteger al lobo.

Así, ofrecen una víctima en sacrificio a la población frustrada y se ahorran el ofrecer verdaderas soluciones a los problemas del sector ganadero. Por otro lado, la matanza de los lobos genera cierta cantidad de dinero legal, pero también muchísimo dinero ilegal, y amparar ilegalidades desde la administración (o sea, la prevaricación de toda la vida) es una fuente de ventajas para quien ostente el cargo adecuado y carezca de las más elementales nociones de moral y ética. Así pues, además del mundo cinegético el lobo tiene otro enemigo: los sectores de la administración que se benefician del “status quo”, y que a su vez presionan a determinados naturalistas que deberían defender el patrimonio natural de todos y que en cambio proponen que nada cambie porque, según ellos, todo cambio sólo podría ser a peor…

Nunca he sido de los pesimistas que piensan que “todo el mundo tiene un precio”, pero tampoco ignoro que hay muchas personas que sí lo tienen, y a veces sorprendentemente bajo. Sin embargo una cosa que todavía me asombra, en personas que tienen una amplia formación científica a sus espaldas, es ver cómo se deslizan por la pendiente del cinismo más absoluto. Un biólogo que siga el juego a los enemigos de la naturaleza y que se justifique a sí mismo pensando que él ya sabe demasiado como para defender “ingenuamente” los principios del conservacionismo, para mí es lo más parecido a un muerto viviente. Tal vez he visto demasiadas películas de zombis, pero por si acaso, procuraría no dejarme morder por uno de esos individuos.

La problemática del lobo, que algunos fatalistas presentan como insoluble, es sólo la punta del iceberg. Lo que está en marcha es un pulso entre un modelo de sociedad en el que priman los intereses egoistas a corto plazo frente a otro en el que se tomen medidas para que las próximas generaciones hereden un mundo habitable. No podemos tener la sangre fría de dar la espalda a la realidad a sabiendas de que estamos negando a nuestros nietos disfrutar de lo que a nosotros nos ha dado la vida. Cuando los manipuladores dicen al votante rural “cuidado con los ecologistas, que vienen a quitarte tus derechos”, están fomentando el conflicto más irreal de todos. Porque la conservación de nuestro medio ambiente no es la lucha de un grupo humano contra otro, sino la lucha de algunos por lograr un futuro para los hijos de todos. Ese cambio es posible, pero una cosa está clara: no vendrá sin esfuerzo.

 

Mauricio Antón

Secretario general de Lobo Marley