MENOS LOBOS, SEÑOR PRESIDENTE

¿Quién no recuerda al primo de Rajoy, aquél que dijo que si los científicos no podían predecir ni el tiempo que iba a hacer al día siguiente en Sevilla, mal podrían predecir cambios en el clima? El comentario hizo titulares, pues era cuanto necesitaba nuestro actual presidente para negar la existencia del cambio climático, ese fenómeno que ocho años después, con motivo de la cumbre de París, él mismo llamaría “el mayor reto medioambiental”.

Por desgracia, el desconocimiento de la ciencia en el mundo político no es algo excepcional, y si no baste con repasar el repertorio de declaraciones del recién electo presidente Trump sobre temas ambientales. Hace poco otro presidente, en este caso el del Principado de Asturias, se ha ufanado durante el Debate de Orientación Política de que “nunca hubo un ejecutivo tan decidido contra el exceso de población de lobos” como el suyo. Con esta declaración obviamente busca el favor del sector ganadero que reclama más muertes de lobos, pero la idea misma de un “exceso de población de lobos” es un contrasentido científico. La limitación natural de las poblaciones de los grandes carnívoros es uno de los conceptos fundamentales de la ecología. En los años ochenta circulaba un libro de divulgación ecológica de Colin Delinvaux cuyo título lo decía todo: “¿Por qué son escasas las fieras?”. Pero antes aún, en los setenta, los niños de mi generación leíamos con avidez la enciclopedia Salvat de la Fauna, donde se explicaba con amenos gráficos la estructura de la pirámide trófica, algo tan elemental que por respeto a la inteligencia y al tiempo del lector me niego a explicar aquí. Pero la conclusión es obvia: no puede haber tal cosa como una “plaga” de lobos: si algo ha aumentado desproporcionadamente en los montes seguramente sea la presencia de ganado no custodiado.

Pero, ¿cómo hemos caído tan bajo en el reconocimiento de las realidades científicas? Declaraciones como las que nos ocupan no son anécdotas, sino síntomas de un negacionismo ambiental generalizado, que cobró fuerza a finales del siglo XX. Ya entonces la población veía con impotencia y creciente angustia la incapacidad de los gobiernos para resolver los problemas ecológicos. Esto es un caldo de cultivo para el escapismo, porque es difícil enfrentar la realidad cada día cuando no hay soluciones a la vista, y el ciudadano de a pie en el fondo desea que le digan que la vida puede continuar como siempre porque de algún modo “todo irá bien”. ¿Qué más podían querer los intereses que se benefician de la destrucción ambiental? Allá por los años noventa algún periodista con ingenio de andar por casa acuñó el término “ecologeta”, que denotaba un giro nada casual en la percepción social del conservacionismo. Si los protectores del medio ambiente, hasta entonces percibidos como defensores del bien común, podían ya ser vistos como villanos, entonces entrábamos en un mundo de relativismo moral, caracterizado por la total ausencia de responsabilidad. Bienvenidos al imperio del negacionismo, donde no existe el cambio climático, ni la crisis de biodiversidad, ni la del agua potable, ni la bomba demográfica. Aquí podemos derrochar todos los recursos que nuestro bolsillo pueda pagar, porque todo se arreglará sólo con que dejemos funcionar a los mercados.

Actitudes como la del ejecutivo asturiano no son menos graves que negar el cambio climático. Seguir usando al lobo como chivo expiatorio es muestra de ceguera ante los problemas de la biodiversidad, de la cual el lobo es símbolo y guardián, pero también de ignorancia ante los problemas reales de la ganadería, o bien de total falta de intención de solucionarlos. Y es que aunque mañana el ejecutivo ejecutase a todos los lobos asturianos, los males de la ganadería serían igual de acuciantes que hoy, y de paso, se habría añadido otro agravio medioambiental a la larga lista que nos aqueja. Y entre tanto, la producción de carne se encuentra en una coyuntura por la que ya han pasado otros sectores: por un lado, llevamos años subvencionando la producción de excedentes de difícil acomodo en un mercado saturado por mercancías importadas a precios ridículos; por otro lado, diversas organizaciones internacionales nos advierten de que el consumo de carnes rojas y lácteos debe reducirse en los países occidentales por el bien de nuestra salud. Y además la proporción de tierras que se dedican a alimentar al ganado es insostenible, por no mencionar la contribución de la ganadería a los gases de efecto invernadero.

Nos guste o no, todos estos elementos apuntan en una dirección: el futuro va a deparar ajustes importantes en el sector ganadero, y esto es algo que tanto la administración como los sindicatos del ramo deberían reconocer y enfrentar, por el bien de las personas que viven de esa actividad. Pero en cambio lo que hacen es distraerlas agitando el espantajo del lobo y presentando a los conservacionistas como el enemigo a combatir. Y mientras los líderes perpetúan falsedades por interés propio, algunos seguidores se muestran casi demasiado dispuestos a creerlas.

Hay una faceta psicológica de esta negación de la realidad que va más allá de sus aspectos prácticos. Hace años lo definió magistralmente Ramón Grande del Brío en su libro más conocido, donde decía que sólo una sociedad patológica puede plantearse friamente el exterminio de una especie como el lobo ibérico. Y la patología de nuestra sociedad no es otra que la muerte de la sensibilidad, el embrutecimiento programado de la población para favorecer los intereses de una minoría cuyas vidas seguramente son menos envidiables de lo que imaginamos. Aquél libro, “El Lobo Ibérico”, se publicó en la misma colección que “Por qué son escasas las fieras”, colección que marcaba una época en la que divulgar los conceptos básicos de la ecología se consideraba una obligación cultural. Después vendrían los negacionismos diversos, pero ahora la información está en todas partes, y es casi tan fácil de encontrar como las mentiras. Hoy como ayer un buen libro de divulgación es nuestro mejor aliado para saber qué suelo pisamos. No esperemos a que nos cuente la ciencia el primo de Rajoy o quien sea que haya asesorado al presidente del Principado, porque la realidad del mundo natural es bastante más interesante que los cuentos que ellos nos cuentan. Así que por favor, menos lobos, señor presidente, menos demagogia y más ciencia.

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley