VIAJE AL PAÍS DE LOS LOBOS PINTADOS

wild-dog-and-zebra-chobe-2016-2-low-res14 de agosto de 2016. Es el último día de nuestro viaje por el norte de Botswana y recorremos la llanura de inundación del río Chobe con las primeras luces de la mañana. De repente nuestro guía detiene el vehículo y señala un punto en la pradera: “¡Licaones!”. La cháchara casual entre los compañeros de viaje se silencia de inmediato: la sola mención de estos depredadores agudiza nuestra atención y dispara la adrenalina. Efectivamente, un pequeño grupo de cánidos viene trotando en la lejanía, y sus formas se van definiendo poco a poco.

El licaón es la versión africana del lobo: un cánido poderoso, sociable, y especializado en la caza de grandes presas. Su pelaje, que le ha valido el nombre de “lobo pintado”, es prieto como el de un galgo, y está decorado con un patrón de parches dorados, negros y rojizos, distinto en cada individuo, pero siempre rematado por una llamativa cola blanca. Sus poblaciones han experimentado un retroceso alarmante en toda su área de distribución, pero por suerte cuentan en Botswana con un auténtico bastión.

Nuestros licaones trotan sin esfuerzo aparente y con cada segundo están más cerca de nosotros. A través de los prismáticos apreciamos sus estómagos llenos y sus cabezas y cuellos manchados de sangre, señales inequívocas de una matanza reciente. Otros animales de la sabana también se han percatado: primero vemos un chacal que trota prudentemente en dirección opuesta a los licaones, y en seguida aparece una hiena manchada, menos recatada, corriendo al galope tendido. Según avanzan por la llanura los licaones pasan frente a una manada de cebras, que los miran con tanta atención como nosotros, pero que no huyen. Sin duda ellas también notan que estos carnívoros acaban de comer, y por tanto no derrochan energía en una estampida. Pero entonces tres cebras adultas hacen algo extraordinario: se separan de la manada formando un pequeño destacamento, y se dirigen hacia los licaones con un trote decidido; evidentemente quieren mantener a los cánidos alejados de la manada y de sus potros vulnerables. Los cánidos no desean enfrentarse a este trío formidable, y ponen tierra de por medio. Un licaón rezagado se apresura para alcanzar a sus compañeros y durante unos segundos crea la ilusión de estar persiguiendo a las cebras, pero éstas no pierden en ningún momento el control de la situación.

Cuando dejan atrás a las cebras, los licaones retoman su velocidad de crucero. Evidentemente se dirigen a su madriguera, donde regurgitarán parte de la comida para alimentar a los cachorros y a sus cuidadores. En su camino pasan a escasos metros de nosotros, y un ejemplar, sin cambiar el paso, nos dedica una mirada, breve pero suficiente para evaluarnos y de paso ponernos los pelos de punta. Sus ubres prominentes la señalan como la hembra alfa, líder de la manada y única reproductora. Finalmente el grupo abandona la llanura y se pierde de vista en las colinas, escoltados de nuevo por otra familia de cebras vigilantes. Nosotros nos dirigimos entonces al lugar de la matanza, y comprobamos que la hiena manchada, que se nos había adelantado, está dando buena cuenta de los despojos. Identificamos a la presa como un impala macho, un hermoso antilope del cual ya queda poco más que huesos, piel y cornamenta.

Durante los días anteriores habíamos observado varios rebaños de impalas y admirado su belleza y elegancia, y el triste final de este bonito antílope nos muestra sin paliativos la tragedia consustancial al orden natural de la sabana. Una cosa es saber que la vida en este planeta consiste en comer y no ser comido, y otra cosa es ver ese drama desarrollándose frente a nosotros, como parte de una inmersión sensorial sin intermediarios y sin anestesia. Las experiencias vividas en la sabana africana nos marcan profundamente, y por una buena razón: este ecosistema es la cuna de la humanidad, y nuestros sentidos y nuestra mente están sintonizados “de fábrica” a sus particulares frecuencias. Explorar una pradera salpicada de árboles acá y allá, atentos a todas las señales y peligros de la naturaleza, es una situación para la cual estamos configurados por defecto. Las diversas especies participan de una suerte de “redes sociales” de información, evaluando en cada momento las intenciones y procesos de los demás. Los humanos nos podemos integrar también a ese flujo, y entonces las horas pasan sin asomo de ese peligroso síndrome de la vida sedentaria al que llamamos aburrimiento. Así era la vida de nuestros antepasados en el Pleistoceno, pero hoy, cuando visitamos la sabana llegados desde el mundo “civilizado”, los dramas de la vida salvaje tienen sobre nosotros un impacto casi traumático: es como abrir una compuerta y asomarnos de repente a la sala de máquinas de la naturaleza. Nos damos cuenta de que las ruedas que mueven esa maquinaria gigantesca son las mismas en cualquier lugar de la Tierra, y esta conciencia nos devuelve el sentido de la proporción y de la responsabilidad de nuestros actos.

Presenciar el triunfo de los licaones en la lucha por la supervivencia nos alecciona, pero también libera nuestra mente de pesos muertos. Muchas de las cosas que nos agobian en el día a día palidecen ante este recordatorio de los mecanismos básicos de la vida. Tras experimentar la sabana en toda su crudeza, nos asombra que alguien se pueda todavía amargar por mantener un pulso social cuyo ridículo objetivo es no quedar por debajo del vecino. Y es que la naturaleza salvaje es la medicina de la psique, el antídoto contra esta demencia competitiva en la que vivimos inmersos y que está llevando a la sociedad al borde del abismo. Semejante medicina tiene un valor incalculable, y hay países que ya lo reconocen. Los lobos pintados de África forman parte de un patrimonio que en la economía de Botswana va ganando terreno a los diamantes, y la decisión de ese país de prohibir la caza de trofeos forma parte de esa toma de conciencia. Cada visitante que experimenta la sabana no sólo ha contribuido a la economía africana, sino que vuelve a su vida cotidiana como un embajador de la naturaleza, un poco más inmunizado frente a la presión de un consumismo ciego propiciado por la sensación de insignificancia y el aburrimiento que lastran a nuestra civilización.

Por mi parte, cuando regreso a tierras ibéricas pienso que no sólo la naturaleza africana, sino también la más próxima, tienen el potencial de enderezar la mente humana. El lobo ibérico aún ha de hacer por nuestro país lo que los lobos pintados están haciendo por Botswana: formar parte de un proceso de reconciliación de la sociedad con la naturaleza. Los grandes depredadores completan los procesos ecológicos, y un espacio natural que los contenga no sólo es saludable, sino también educativo, y capaz de darnos perspectiva, algo urgente en un mundo que padece de una miopía mental de muchas dioptrías. Claro que los lobos no pueden hacerlo solos: bastante tienen con sobrevivir cada día. Los cambios son posibles y los ejemplos están a la vista, pero sólo con la presión ciudadana será posible que nuestro país deje atrás actitudes medievales que están retrasando la puesta en valor de un patrimonio de primera magnitud como son nuestros lobos.

 

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley