SOBRE LOS ATAQUES DE LOBO EN SAN MIGUEL DE LA RIBERA

Todos recordamos el cuento del pastorcillo que gritaba “que viene el lobo”, y su sencilla moraleja: si faltamos a la verdad demasiado a menudo, al final nadie nos cree. Pero ahora que el lobo se ha convertido en sinónimo de ayudas económicas, el cuento toma otro cariz, y tergiversar la verdad una y otra vez puede ser perversamente rentable. En el caso de los ataques de este verano en San Miguel de la Ribera (Zamora), parece que el cuento le está saliendo a cuenta a unos en votos, a otros en afiliaciones y a otros en euros, pero los ciudadanos y nuestro patrimonio natural estamos perdiendo de manera escandalosa.

Una explotación ganadera de esta localidad viene denunciando ataques de lobo desde el pasado mes de julio, con una reiteración cuando menos extraña. San Miguel de la Ribera se encuentra al sur del Duero donde el lobo es especie estrictamente protegida, pero las denuncias del ganadero, apoyadas por un sindicato del ramo, bastaron para que la administración de Castilla y León ordenase la muerte de un lobo, una medida excepcional que requeriría el cumplimiento de condiciones muy estrictas, como certificar que los ataques provienen de lobos y no de perros (ya sean éstos asilvestrados o no), y demostrar que la explotación contaba con las medidas preventivas razonables. Igualmente debería demostrarse que el ejemplar que se abate es realmente el causante de los daños, ya que estas medidas están supuestamente encaminadas a eliminar ejemplares “conflictivos”.

No sabemos si se cumplieron tales requisitos, pero a los pocos días de la denuncia se eliminó un lobo (una hembra reproductora, para colmo), con tal celeridad que difícilmente hubo tiempo meterial para que se cumpliesen. No obstante, al poco tiempo se repitieron los ataques, pero en vez de levantar sospechas en la administración sobre las condiciones de la explotación (o sobre la eficacia de la medida tomada) dichos ataques motivaron que se aprobase la eliminación “exepcional” de otro lobo, que fue abatido en la segunda mitad de agosto, y de paso atrajeron considerable atención mediática. Lo interesante de esta cobertura mediática, que incluyó un reportaje televisivo sobre la explotación ganadera en cuestión, es que ha puesto en evidencia las condiciones de la misma. Los medios de comunicación tienen sobre algunas personas el efecto de desatar su locuacidad, y en este caso el cúmulo de despropósitos reflejados en las declaraciones e imágenes es llamativo.

Un punto aparentemente positivo es la presencia de mastines en la explotación, pero el propietario reconoce que los tiene atados porque “se salen a la gente”, y además ironiza diciendo que “cuando entran los lobos, los perros se hacen los dormidos”. También parecería positivo a priori el hecho de que la explotación está vallada, pero un vistazo a las imágenes de las instalaciones sugiere que las vallas no son ni de lejos adecuadas para impedir el paso de los lobos, lo que queda confirmado cuando el propietario admite que sus perros “salen a la gente”; al fin y al cabo, si las vallas no impiden a los perros salir, malamente impedirán a los lobos entrar. En cuanto a la obvia posibilidad de recluir al ganado en el interior de la nave, el propietario confiesa que no lo hizo porque le parecía “ un desbarajuste”, aunque parece un desabarajuste mucho mayor el desplegar los recursos de la junta para matar a dos lobos protegidos con el dinero del contribuyente. ¿Y qué hay del seguro preceptivo que cubriría los ataques de lobo? Nunca lo suscribió.

Estos detalles que llaman la atención del espectador casual deberían hacer que la administración ejercitase mayor precaución ante las demandas de la explotación ganadera, y le exigiese el cumplimiento de unas condiciones mínimas. Nosotros deseamos que no cedan a las presiones continuadas de la explotación y del sindicato de turno que piden todavía más controles letales, pero por desgracia, los precedentes son nefastos y en este momento todo parece posible.

La gravedad de estos hechos no se reduce a la pérdida que significa haber matado a dos lobos, incluyendo una hembra reproductora, en una zona donde su conservación es totalmente prioritaria. Lo que resulta más desalentador es comprobar que la administración mantiene una actitud de permisividad frustrante hacia el fraude, y que no sólo se salta la letra y el espíritu de la Directiva Hábitats sino que se gasta a la ligera el dinero de todos en satisfacer las demandas de explotaciones que obviamente no tienen especial intención de cumplir con su parte del pacto para la conservación del patrimonio natural.

Por otro lado, este episodio nos lleva a cuestionar una vez más la eficacia de los controles letales. Consumada la muerte de dos ejemplares, comprobamos claramente que no ha cumplido ninguno de sus supuestos objetivos:

1.- No se ha eliminado el problema de los ataques. De hecho, al matarse primero a la hembra reproductora se ha conseguido una desestructuración máxima de la manada, que, si acaso, aumenta las probabilidades de nuevos ataques, y además demuestra que la presunta condición “selectiva” de estas matanzas es pura ficción.

2.- No se ha moderado la hostilidad social hacia el lobo. En realidad, cuando la administración se muestra tan proclive a matar lobos y presenta esas muertes como la solución a todos los problemas, se está abonando la tendencia a exigir que se maten más y más.

Entre sus declaraciones, el propietario de la explotación de San Miguel de la Ribera exige sin rubor que no haya lobos o se los confine en reservas. Tales demandas son ilegales e inmorales y los actores involucrados en este desaguisado, desde los sindicatos y las explotaciones hasta la administración que les hace guiños permanentes, lo saben perfectamente, pero las usan como un elemento más de presión en el tira y afloja por los recursos del erario público. Esta miseria moral que sólo entiende las cosas en términos de dinero está radicalmente en contra del pundonor y la ética del oficio ancestral de la ganadería. Nada más lejos de nuestra intención que “criminalizar” a un sector al que siempre hemos respetado, y por eso pensamos que corresponde a la mayoría de ganaderos honestos el señalar a la minoría negligente y así limpiar el buen nombre de la profesión. De lo contrario se corre el riesgo de que la sociedad termine por no distinguir al pastorcillo que gritaba “que viene el lobo” de los que al menos esperan a ver antes de gritar.

 

 

El equipo de Lobo Marley