ZORRO: LA MATANZA SILENCIOSA

Un día sí y otro también los defensores el lobo escuchamos el mismo argumento: si tan sólo nos callásemos y dejásemos de exigir la protección del lobo ibérico, los que lo quieren muerto se olvidarían de él y dirigirían su saña contra algún otro objetivo. Así por fin las cosas volverían a estar tan “bien” como antes. ¿Tendrán razón? Para comprobarlo objetivamente convendría, por ejemplo, que existiese otra especie de cánido salvaje al que unos quisieran matar por diversión y otros por atribuirle daños a los intereses humanos, pero sin que ninguna organización denunciase su situación ante la sociedad. Si existiera esa especie, podríamos comprobar si el ensañamiento se producía incluso en ausencia de la “provocación” conservacionista.

 

Obviamente, esa especie existe, y se trata del zorro, el astuto cánido al que Félix llamaba cariñosamente “Maese raposo”. El zorro se encuentra en el lugar al que algunos quieren llevar al lobo ibérico: especie cinegética, sujeta a “gestión” de las autoridades y disponible en una auténtica barra libre para los que hacen de su muerte un pasatiempo. Eso sí, sin mayor conflicto social a su alrededor. ¿Cuantos zorros se matan en este país cada año? Nadie lo sabe, pero podemos resumirlo con la frase “todos los que se puede”. No hay cupo para su caza, y básicamente se dispara a cada ejemplar que se pone a tiro. Y a los que no se dejan ver se les mata por métodos legales e ilegales de “control de depredadores”, incluyendo entre los primeros diversos tipos de lazos y entre los segundos el veneno de toda la vida. Cualquiera que desee alegrarse el día con una buena colección de imágenes de crueldad y exhibicionismo medieval que teclée en Google “caza de zorro con perro”. Los zorritos muertos cuelgan por docenas, del hocico o del rabo, como proscritos ahorcados y exhibidos en alguna época siniestra de nuestro pasado, mientras el perro y sus orgullosos dueños posan ante la cámara. Hasta hay cuadrillas que se ofrecen por internet a “limpiar de zorros tu coto totalmente gratis”, simplemente por el placer de hacerlo. ¿Qué ocurriría si el día de mañana se generase un movimiento social de defensa del zorro? ¿aumentaría la saña contra el pequeño cánido? Francamente lo dudo. Tal vez las imágenes de las matanzas se exhibirían con afán más desafiante, y el periodismo amarillista las sacaría de las redes sociales para ponerlas a circular en los medios como muestra de un “conflicto” que les vendría de perlas para arañar unas migajas de audiencia. Pero al zorro ya es difícil tratarle peor.

 

¿Cómo puede el raposo sobrevivir bajo tal castigo permanente? Las claves de su supervivencia son precisamente las cualidades que le diferencian del lobo. El zorro representa una fase anterior de la evolución de los cánidos, un modelo más adaptable y generalista que resiste mejor en tiempos de crisis. Los lobos, como los licaones y los cuones, son los representantes de esa familia más especializados para la caza de grandes presas, para lo que han desarrollado sistemas sociales más complejos, y esa especialización los hace más vulnerables ante el acoso humano. El zorro en cambio ha mantenido la talla pequeña, la dieta más omnívora y la sociedad más restringida propia de los cánidos primitivos, por no hablar de su astucia proverbial. De hecho, cuando se les causan bajas cuantiosas, los zorros reaccionan aumentando el tamaño de las camadas, con lo que mantienen la densidad. Los zorros y sus presas llevan millones de años evolucionado en los ecosistemas holárticos y ajustándose mutuamente, por lo cual el depredador nunca va a empujar a la extinción a su presa. Otra cosa es que los humanos quieran mantener densidades artificialmente altas de las especies que les divierte matar, soltando por ejemplo perdices críadas en cautividad y especialmente vulnerables a la depredación. En todo caso, si hay un factor que está afectando a las poblaciones de lo que se llama “caza menor” no es la acción de los zorros, sino las prácticas agrícolas agresivas que arrasan cada vez más la biodiversidad de nuestros campos. Al final, el principal efecto de las campañas de “control” es mantener al zorro en un estado de estrés perpetuo, que le hace más vulnerable a padecer enfermedades como la sarna y aumenta con ello el potencial de conflicto con el ser humano. Pero la actual política de “manejo” del zorro tiene otros efectos que nunca aparecerán en los informes de sus gestores: el primero es una cantidad astronómica de muertes gratuitas, cruentas y absolutamente evitables; y el segundo es una extraña satisfacción en sectores de la población que experimentan esas matanzas como ocio deportivo, como protección rutinaria de su negocio o incluso como justo castigo a las fechorías de Maese raposo. Algún cínico juzgaría que los miles de zorros masacrados cada año son un precio barato a pagar a cambio de esa “paz social”. Pero para muchos gestores del patrimonio natural el único hecho relevante es que el zorro aguanta el embite y si su población no está en peligro de extinción inminente, entonces no hay nada de qué preocuparse.

 

Esta visión fría y productivista de la biodiversidad tiene hondas raíces en nuestra cultura: ya el Antiguo Testamento sentó las bases al decir que todos los animales de la Tierra estaban para servir al hombre. Con el tiempo en Oriente surgieron movimientos como el budismo, que denostaban el sufrimiento evitable de cualquier ser vivo, pero en Occidente la estrategia favorita de los filósofos fue eludir la responsabilidad por el daño que hacemos a los demás. Y es que para una sociedad que ha negado la condición humana a personas de otras razas, a infieles, o incluso a las mujeres, justificar los abusos sobre cualquier otra especie es pan comido. Descartes y sus discípulos torturaban a animales domésticos y acallaban su conciencia aduciendo que los chillidos de la criatura no eran muestras de dolor sino más bien los chirridos de una máquina estropeada. Hoy, nuestra autojustificación usa estrategias más sofisticadas, principalmente la de quitar toda relevancia científica al individuo, que es quien vive, sufre y muere. Desde el punto de vista de la biología se pone el énfasis en escalas distintas a la del individuo, ya sea en una escala menor (“lo relevante evolutivamente son los genes, que definen la especie”), o en una escala superior (“lo relevante ecológicamente es la población”).

 

Ante cualquiera de estos enfoques la matanza de incontables zorros es irrelevante, y la necesidad de regir el comportamiento humano por algún tipo de ética es algo que no afectaría al frío ojo de la ciencia. Todo asomo de empatía se caricaturiza comparándola con las fantasías de Walt Disney, como si reconocer nuestra obvia afinidad con los demás pobladores del planeta fuese una ridícula muestra de infantilismo. Sin embargo la empatía y la sensibilidad ambiental serán esenciales en el futuro cercano para poner freno a las diversas modalidades de autodestrucción social y ambiental que tenemos en marcha. Por otro lado, la relevancia del individuo en la evolución de especies complejas tales como los carnívoros es una realidad cada vez más patente. En el estudio de la evolución se habla desde hace años de “behavioural leads” o “guías de comportamiento”, un fenómeno que implica que los cambios en el comportamiento se pueden adelantar a los cambios genéticos y de hecho crear el contexto adecuado para que las mutaciones adecuadas se seleccionen en el futuro. Así, las innovaciones desarrolladas por un individuo pueden tener consecuencias de largo alcance para toda la especie, algo que a los humanos debería resultarnos familiar. Los ejemplos son múltiples y fascinantes, pero a nuestros efectos lo relevante es que en animales tan sofisticados como los zorros, el individuo sí importa.

 

Está claro que la naturaleza es dura y aún sin intervención humana los zorros mueren por diversas causas, pero eso no nos exime de responsabilidad cuando los aniquilamos inútilmente. También los humanos estamos destinados a morir y no por ello sería aceptable abrir la veda para matar al vecino por cualquier diferencia de opinión o por falta de mejor cosa que hacer. La condición humana es en parte un bagaje genético, pero humano lo que se dice humano, no sólo se nace, sino que se hace cada día, tomando las opciones que nos dignifican y no las que nos degradan. Y el trato que damos a nuestros zorros, por no mencionar a nuestros lobos, no es precisamente dignificante.

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley