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EL AÑO DEL ZORRO

 

Como cada año por estas fechas, en lo profundo de nuestros bosques se escucha la llamada de los zorros en celo. Como animales mayormente monógamos, muchos ejemplares renuevan en esta estación un vínculo de pareja que les permite sacar adelante otra generación de cachorros, a los cuales inculcar la experiencia de unos adultos que pueden vivir casi una década en estado salvaje… o al menos eso dice la teoría. En nuestra triste realidad, pocos zorros superan la etapa de padres primerizos.

 

El zorro posee una inteligencia y complejidad que apenas vislumbramos. Su astucia toma formas inauditas, por ejemplo cuando en vez de atacar directamente a un grupo de patos, se pone a jugar con un palito en la orilla, dando muestras de divertirse de lo lindo. Esto despierta la curiosidad de las aves, y cuando el zorro abandona su juguete y se retira tras la vegetación, los patos nadan hasta la orilla para ver qué podía ser tan interesante, momento en el que el carnívoro salta desde su escondite. Podría argumentarse que el pato no es el ave más inteligente del planeta, pero el cuervo es un buen candidato a ese puesto, y sin embargo el zorro también tiene una estrategia para atraerlo: hacerse el muerto, manteniendo los ojos cerrados para mayor realismo y juzgando la aproximación del córvido por el oído. En el último momento el supuesto cadáver vuelve a la vida y el pájaro que anticipaba un buen almuerzo se convierte, él mismo, en comida.

 

Se solía considerar al zorro como un carnívoro solitario, pero su vida social es flexible y varía según las circunstancias. Cuando se les deja tranquilos y disponen de recursos, es común que las hembras del año anterior se queden en el territorio de sus padres y ayuden en la crianza de los cachorros, sacrificando temporalmente la posibilidad de tener descendencia a cambio de ayudar a la supervivencia de sus hermanos pequeños. Este comportamiento está en el germen de las sociedades complejas de otros cánidos como el lobo o el licaón. Con el tiempo, una hembra ayudante puede abandonar el territorio paterno y crear su propia familia, o bien un individuo antes dominante puede adoptar el papel de ayudante, ciclos que, por desgracia, requieren más tiempo del que concedemos a nuestros pobres zorros para madurar en la vida.

 

El hostigamiento que padece el zorro en España le impide desarrollar facetas sofisticadas de su comportamiento, y es que a fuerza de matarlos por millares los convertimos simplemente en fábricas de hacer más zorros. La gestión de esta especie mediante los demenciales “controles de población” tiene el efecto de intensificar su ciclo reproductivo de manera que las hembras tienen muchos más cachorros de lo que harían normalmente, los cuales a su vez ocupan rápidamente los territorios dejados vacantes por los adultos masacrados. Un zorro en libertad puede llegar a los 9 años, pero en las circunstancias actuales pocos superan los 3, y mucho de lo que la ciencia podría aprender sobre su comportamiento es barrido cada año por una marea de plomo. La excusa para seguir matando zorros es su reputación de animales dañinos, algo cuando menos irónico si recordamos que su dieta consiste primordialmente en roedores, para controlar a los cuales nuestras administraciones siembran los campos de venenos letales para toda forma de vida. Los gestores de cotos de caza insisten en que los zorros perjudican a las aves de caza menor, pero en ese caso el factor relevante es que esas aves son criadas como animales de granja, y es esa práctica, perjudicial para las poblaciones silvestres, la que debería erradicarse en primer lugar.

 

Pero incluso estas pretendidas justificaciones no explican totalmente la incalculable sangría de zorros. Quien quiera entender la motivación profunda hará bien en armarse de valor y visualizar un vídeo emitido por “Jara y Sedal”, la revista de caza patrocinada por TVE:

 

https://www.youtube.com/watch?v=b33aqRAKltE

 

En esta pieza definida como “trepidante” por los editores de la revista, y para la cual muchos elegiríamos otros calificativos, podemos ver a una colección de hombres hechos y derechos entregados a la matanza de zorros con un entusiasmo que va más allá del cumplimiento de su pretendida labor de “gestión”. Cualquiera que haya observado tranquilamente a los zorros en su ambiente percibirá el abismo que media entre la sutileza del comportamiento de un animal perfectamente integrado en su ecosistema y el tosco deleite con que los miembros del sector armado arrebatan unas vidas cuya complejidad difícilmente entenderían. El impulso que les anima no es exclusivo de nuestra cultura y de hecho hermana a nuestros escopeteros más raciales con los aristócratas ingleses de casaca y caballo pura sangre. Lo podemos resumir en diez sílabas: reventar zorritos les divierte.

 

Hay tres razones por las que no existe un vídeo similar en el cual los lobos sean las víctimas: 1.- El lobo es mucho más escaso y vulnerable como especie y aunque quisieran, los cazadores no podrían organizar una escabechina comparable, por más que insistan en que “hay demasiados lobos”; 2.- Aunque siempre hay quien no se puede aguantar de presumir en las redes con el cadáver de un lobo, generalmente los clientes más pudientes, que son los que pueden pagar un buen “trofeo”, prefieren pasar desapercibidos; y 3.- Una alta proporción de las muertes de lobos son ilegales. Lo que se ve en el vídeo de los zorros, en cambio, es legal, demostrando claramente que la ley tiene que cambiar.

 

Aunque el lobo sea la especie más vulnerable, los zorros están indefensos como individuos ante el acoso humano, y la cantidad de sufrimiento inútil que se despliega en nuestros campos cada año es una medida del embrutecimiento en el que se está sumiendo una parte de nuestra población, mientras el conjunto de la sociedad avanza. El año pasado el congreso español reconoció la obviedad de que los perros y otras mascotas no son objetos sino seres sintientes, y resulta incoherente seguir permitiendo que sus parientes libres sirvan de diana para unos instintos destructivos que, más que desahogo, lo que requieren es una reeducación urgente. Por lógica, éste debería ser el año del zorro, y del lobo, el año en el que terminase esa sangría cruel, pero no será la primera vez que la política vaya bastante a remolque de la lógica.

 

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley

SENSIBILIDAD

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Recientemente hemos visto a un biólogo experto en lobos participar en un programa de caza en televisión. Sus anfitriones le invitaron con el propósito de que justificase la caza como la mejor herramienta para “gestionar” al lobo ibérico, y el experto no se hizo de rogar. Cuando salió el tema de la difícil convivencia entre la caza y la observación de lobos, nuestro biólogo se apresuró a decir que estas dos formas de “explotación económica del lobo… no chocan desde el punto de vista real, ya que las dos son compatibles”. Cabe suponer por tanto que cualquier pega que le pongamos a la caza del lobo debe reflejar un punto de vista “irreal”… “A la gente que quiere ver lobos no le gusta nada que se cacen lobos, se sienten ofendidos”, asegura, y crea la impresión de que los observadores del lobo tienen una piel demasiado fina, un fenómeno para el cual él también tiene una explicación: “Mucha gente ve en los lobos a perros, y cuando se matan lobos es como si mataran a su perro, y eso les ofende especialmente, más que si se matara a otros animales”.

 

Bajo estas declaraciones se oculta un notable paternalismo, y es que lo mejor del discurso está en el subtexto: “Mucha gente ve en los lobos a perros” dice, y deja implicito que los expertos listos saben que los lobos no son perros y que identificar ambas cosas sería un burdo subjetivismo (aunque, en realidad, biológicamente los perros no son más que lobos domesticados). “Esto les ofende… más que si se matara a otros animales” dice, e implica que sólo a alguien aquejado de un grave sentimentalismo le puede ofender más que se mate a un animal que a otro. El mensaje oculto es que si un científico como él sabe que da igual a qué animal se mate, entonces todo el que se ofenda por la muerte del lobo está por debajo de sus estándares de objetividad científica. Y ya de paso pone en el mismo bando la supuesta objetividad del científico y la dureza del cazador, y ambos sonríen ante el sentimentalismo de los que se oponen a la caza del lobo.

 

Para el biólogo y sus anfitriones cazadores, la sensibilidad que exhibimos los ciudadanos de a pie sería una tara, una especie de velo sonrosado que nos impide ver la cruda realidad que ellos sí perciben.Y en esto coinciden con una actitud tradicionalmente ibérica, para la cual volverse insensible y correoso es parte necesaria del proceso de maduración de la persona, sobre todo si se trata de un varón. Según esa visión convencional, una persona “curtida” no se anda con remilgos, y de hecho en nuestro entorno es tristemente común que se identifique la sensibilidad con la sensiblería, o en un leguaje más coloquial, con la gilipollez.

 

Pero la realidad es la opuesta: la sensibilidad es una herramienta de conocimiento, que nos permite percibir matices y orientarnos en nuestro entorno. Cuanto mayor es la sensibilidad mayor es la finura de los estímulos que podemos captar, lo cual se aplica tanto a la biología como a la tecnología, como bien saben los fotógrafos de naturaleza siempre desesosos de captar al lobo con cámaras cada vez más sensibles. Y una de las formas más refinadas de sensibilidad es la empatía, que se sirve de las sofisticadas “neuronas espejo” para darnos información sobre los estados de ánimo e intenciones de otros seres. Pero esta capacidad tiene un precio, ya que la máxima de la empatía es “tu dolor es mi dolor”, y entonces un exceso de dolor a nuestro alrededor puede terminar abrumándonos. La solución a este problema es asumir con madurez la existencia del dolor ajeno y nuestra parte de responsabilidad en el mismo, pero a muchas personas les aterra dar ese paso, y prefieren cerrar los ojos ante la evidencia. Es una reacción infantil, como la del niño que se tapa los ojos y dice “no estoy” o el que se tapa las orejas y dice “habla chucho que no te escucho”. Algunos se han acostumbrado a identificar esa negación de la evidencia con ser curtidos y “realistas”, pero su condición es comparable a la insensibilidad congénita al dolor, esa neuropatía periférica que hace que las personas sufran todo tipo de heridas y lesiones sin darse cuenta siquiera.

 

Un buen ejemplo es el de un empleado de la Junta de Castilla y León que hace poco se puso como foto de perfil en una red social una instantánea de si mísmo posando ante un lobo muerto. El cánido yace en el suelo con la cabeza sujeta mediante un palo mientras la sangre que mana de sus heridas se extiende por el suelo de cemento en siniestros regueros. Es tentador interpretar esa imagen como un desafío a las personas sensibles que puedan verla, pero lo más triste es pensar que ese servidor público probablemente se sorprendería si le dijésemos que su foto nos pone los pelos de punta. Para él simplemente refleja un día exitoso en el trabajo. Gracias a un largo proceso de embrutecimiento cultural, la capacidad de empatía puesta a punto por millones de años de evolución ha quedado obnubilada en este sujeto, que ya no percibe la sordidez de una imagen que, de niño, le habría dado pesadillas durante noches. Podemos pensar que nuestra vida sería mejor sin dolor, pero el dolor es una señal que nos permite evitar males mayores. Percibir en toda su hondura lo que le hacemos a otros seres vivos es una herramienta que nos ayudará a preservar la biodiversidad a nuestro alrededor, y de ese modo sobrevivir como especie.

 

Hacia el final del programa, los anfitriones sacan a colación el sangrante episodio en que un celador de la reserva de Riaño llevó a unos cazadores a matar los lobos de una manada que precisamente estaba siendo observada por un grupo de turistas. Entre sonrisas cómplices nuestro experto admite que esa situación demostró cierta “falta de tacto” por parte de los cazadores. Tacto, sensibilidad… esas cosas que los participantes del programa consideran secundarias, y de las cuales depende, hoy más que nunca, nuestra supervivencia. Los argumentos del sector cinegético para justificar la matanza de lobos con tecnicismos son muy sencillos de rebatir, y lo haremos las veces que haga falta, pero que se quiera descalificar a los que defendemos al lobo intentando que nos avergoncemos de nuestra sensibilidad es el colmo del ridículo. Ojalá que no la perdamos nunca.

 

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley

LOBO MARLEY, FUNDADOR DE LA ALIANZA EUROPEA PARA LA CONSERVACIÓN DEL LOBO, PIDE QUE ESTE SEA CONSIDERADO SÍMBOLO DEL PATRIMONIO NATURAL EUROPEO

reunion bruselasLOBO MARLEY, FUNDADOR DE LA ALIANZA EUROPEA PARA LA CONSERVACIÓN DEL LOBO, PIDE QUE ESTE SEA CONSIDERADO SÍMBOLO DEL PATRIMONIO NATURAL EUROPEO.

Esta mañana la Alianza Europea para la Conservación del Lobo, fundada por LOBO MARLEY y compuesta por entidades conservacionistas de Portugal, Francia, Bélgica, Alemania y España, se ha reunido con La Comisión Europea, con el apoyo de los europarlamentarios Florent Marcellesi, Xabier Benito, Lola Sánchez Caldentey, Pascal Durand y Frederique Ries para exigir la conservación y protección del lobo en toda Europa. Esta especie mantiene una población perseguida secularmente en los diferentes países de la UE en los que todavía pervive. Los Gobiernos de Estados miembros como España o Francia, transgreden permanentemente la Directiva de Habitats que les obliga a conservar la población lobuna, al ser una especie catalogada de interés comunitario. Todos los países incumplen las diferentes normativas dejándo al lobo al borde de la extinción en numerosos y sangrantes casos.
 
El vicepresidente de Lobo Marley, Mauricio Antón y el Presidente Luis Miguel Domínguez, han señalado aquellos aspectos específicos correspondientes a la subespecie endémica de la Península Ibérica. Han denunciado la letal situación a la que se enfrenta el Lobo Ibérico, con la connivencia de Gobiernos como el de Castilla y León, que permiten la caza ilegal e inhumana del lobo utilizando cebaderos y casetas en contra de la propia Ley de Caza que regula la actividad cinegética.
 
La Alianza Europea para la Conservación del lobo inicia su trabajo internacional con cinco países, pero próximamente se verá incrementada por nuevas incorporaciones, con dos objetivos muy nítidos: NO a los contraproducentes controles letales de población llevados a cabo por las administraciones y DECLARACIÓN inequívoca de el Lobo en todas sus poblaciones europeas, como ESPECIE PROTEGIDA TOTALMENTE.
 
Como resumen de todo ello se ha elevado oficialmente la petición formal de que Canis lupus, sea declarado símbolo del Patrimonio Natural Europeo. Parafraseando el lema oficial que define el espíritu constitucional de la Unión Europea ; «Unida en la diversidad» Lobo Marley suma un matiz esencial : «unida en la BIODIVERSIDAD».

DESPEÑAR JABALÍES MOLA

Estos días circula por las redes sociales un vídeo que muestra a una turba embrutecida de supuestos senderistas despeñando a un jabalí vivo por un precipicio en la ruta del Cares, entre vítores y grititos de excitación de los asistentes. Ante este espectáculo se pregunta uno cómo hemos llegado a tal degradación de la condición humana. En tiempos se solía creer que las manifestaciones de violencia respondían en última instancia a injusticias y desequilibrios materiales, y nos cuesta entender qué oscuros impulsos convierten a un grupo de personas aparentemente normales, que disfrutan de un sano esparcimiento en la naturaleza, en una horda sedienta de sangre.

 

La razón es tristemente obvia: hay otras fuentes de violencia que no están ni en la miseria de unos ni en el afán opresor de otros, si no que provienen de un profundo vacío mental y de la percepción más o menos borrosa de la propia inutilidad. El aburrimiento puro y duro se ha convertido en una de las causas fundamentales de la destructividad en el ciudadano occidental. Décadas de paz y prosperidad han traido, irónicamente, una proliferación de individuos cada vez más infantiles e irresponsables. Personas que han olvidado el privilegio que significa tener un plato de comida en la mesa se indignan con furia visigoda ante humillaciones y agravios imaginarios, pero si se les enfrenta a problemas serios como la debacle medioambiental, entran en pánico y miran a otro lado negando la evidencia.

 

Tenemos un déficit de humanidad y una deuda educativa importantes, pero todos los esfuerzos que se hagan por inculcar valores a las nuevas generaciones se ven saboteados por el ejemplo que dan las clases dominantes. Actividades recreativas como los toros y la caza de trofeos son señas de identidad de nuestras presuntas élites, y al margen de todos los disfraces culturales con que se las quiera vestir, estas “aficiones” envían un mensaje simple y contundente a la ciudadanía: MATAR MOLA. Esta contradicción entre la educación y el ejemplo causa una especie de cortocircuito neuronal, y las personas simplemente vuelven a la casilla de partida de la evolución mental, es decir al planteamiento cavernario de toda la vida: “chico, tú abusa antes de que otros abusen de tí”.

 

Por si este vídeo poco edificante no fuese bastante, las redes nos obsequian hoy con otra imagen en la misma línea: el hijo del presidente actual de los Estados Unidos posa en algún país africano frente a un elefante recién abatido, y exhibe ante la cámara la cola recién cercenada del paquidermo. Incluso este acto de ostentación no basta al joven heredero, que querría llevarse el macabro despojo de vuelta a casa para presumir ante la clase de amigos que valoran semejante hazaña. Pero la ley actual en su país prohibe la importación de esos trofeos y el joven exigió la ayuda de su todopoderoso padre, que ahora se ha propuesto modificar la ley para permitir la importación de fragmentos amputados de elefantes a los Estados Unidos.

 

De vuelta en España, pocas actividades resumen tan bien la sed de muerte y el abuso de poder como la caza de lobos como trofeos. Las autoridades de nuestro país, en vez de defender nuestro patrimonio natural, tocan una y otra vez a la puerta de Europa para pedir que el lobo sea declarado especie cinegética en territorios en que la ley comunitaria establece su protección estricta. De este modo entregarían el regalo más codiciado para aquellos a los que les pica el dedo en el gatillo con sólo pensar en disparar al rey de los depredadores ibéricos. Los niños mimados de nuestro sistema nos están enviando un mensaje claro de violencia y dominación, y lo malo es que ni siquiera nos damos cuenta de que ese mensaje está calando. Es urgente desterrar de nuestra sociedad pasatiempos anacrónicos basados en la violencia gratuita que sólo contribuyen a embotar la sensibilidad de las personas. Y es que la sensibilidad, como la cultura, es algo que enriquece nuestra vida y nos hace libres. No dejemos que una minoría ociosa nos la arrebate.

 

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley

 

 

 

 

¿VOTAR O IMPONER?

licaones-khwaiEl dilema entre la autoridad o el consenso no es exclusivo de la especie humana. Para muchos animales la toma de decisiones que afectan al grupo es un proceso más complejo de lo que solemos creer. Entre los grandes cánidos sociales la solución parece ser el despotismo, o al menos eso dice la teoría convencional. En una manada de lobos, de cuones o de licaones, el liderazgo de la pareja reproductora (el macho y hembra alfa) se considera incuestionable, y sus decisiones son ley… ¿o no?

 

Una investigación reciente aporta datos que cuestionan esa concepción tradicional. El estudio, titulado “Sneeze to leave” (“Estornuda para salir”) ha sido publicado en la revista “Proceedings B” por Reena Walker y colegas, y se centra en el ritual colectivo que celebran los licaones salvajes cada vez que se disponen a salir de caza. No todas las ceremonias culminan en una salida, y las razones para el éxito o el fracaso de cada iniciativa eran un misterio. El equipo de investigadores del “Botswana Predator Conservation Trust” realizó una serie de observaciones exhaustivas y los resultados fueron soprendentes. Durante las ceremonias previas a la caza, los licaones emiten unos sonidos semejantes a estornudos, cosa que ya se sabía, pero lo que no se sabía es que el número de esas vocalizaciones está directamente relacionado con el éxito o fracaso de la propuesta de salir de caza. Dicho en otras palabras, los “estornudos” equivalen a votos, y sólo si la propuesta cuenta con el apoyo suficiente se producirá la partida. De lo contrario, la manada seguirá echándose la siesta.

 

¿Significa esto que nos encontramos ante un sistema de “un licaón, un voto”? No exactamente. Por ejemplo, si la propuesta de partir proviene de la pareja alfa, entonces no hacen falta tantos “estornudos” para crear el quórum necesario, indicando que en la sociedad canina todavía hay votos y votos. Pero una propuesta proveniente de los subordinados también puede tener éxito si hay suficientes “estornudos”. Las implicaciones de estos hallazgos para nuestra comprensión de la sociedad canina, y de la evolución de los comportamientos sociales en los mamíferos, son incalculables, pero para mí no es menos importante el contexto de la observación. Yo he tenido la suerte de presenciar la ceremonia de preparación a la caza de los licaones en Botswana desplegándose a escasos metros de nuestro vehículo, pero debo confesar que cualquier vocalización que emitiesen los cánidos carecía entonces de significado para mí. Y es que sólo la repetición de las observaciones en condiciones óptimas ha permitido a los científicos acumular datos visuales y auditivos precisos hasta poder sacar conclusiones estadísticamente significativas.

 

¿Existe un mecanismo de decisión colectiva comparable en los lobos ibéricos? Por desgracia es imposible saberlo. La “gestión a tiros” que sufren nuestros lobos incluso en parques nacionales ha modificado su comportamiento convirtiéndolos en seres nocturnos y esquivos, al extremo de hacer imposibles observaciones de la finura necesaria para obtener ese tipo de datos. Lo que llamamos aquí estudio de campo de la biología del lobo consiste primordialmente en contar cacas y huellas y someter las cifras a artificios matemáticos para justificar indefinidamente la susodicha gestión a tiros. Las observaciones directas están lo bastante limitadas en el espacio (distancias astronómicas) y en el tiempo (encuentros fugaces) como para convertir cualquier dato en mera anecdóta. Por esta razón la mayor parte de las observaciones detalladas sobre el comportamiento del lobo ibérico provienen de ejemplares en cautividad, situación en la cual es inimaginable que se desarrollen procesos complejos como los descritos en los licaones de Botswana.

 

Pero la presión a la que sometemos al lobo ibérico no sólo imposibilita la observación de comportamientos complejos; amenaza con destruirlos. La continua matanza de ejemplares acorta el tiempo medio de vida, acelera el recambio generacional, y dificulta el establecimiento de pautas sociales complejas. En la sociedad canina como en la humana, la estabilidad es condición necesaria para la sofisticación. Hay razones para temer que la continua persecución convierta a nuestros lobos de complejos cazadores sociales de presas salvajes en meros depredadores oportunistas de ganado doméstico. Esta presión puede afectar al genoma favoreciendo la selección de ejemplares con pautas etológicas distintas, algo comparable a lo que ocurrió con los elefantes en amplias regiones de África, donde décadas de caza abusiva llevaron a la selección de ejemplares sin colmillos que hoy predominan en esas zonas.

 

Parece pues que las sociedades caninas buscan un equilibrio entre la experiencia y autoridad de los individuos dominantes por un lado y el consenso entre todos los miembros del grupo por otro. Pero los humanos, con nuestra sofisticación mental, hemos encontrado una ingeniosa solución al dilema entre voto e imposición, y se llama demagogia. Consiste en manipular al personal haciendo guiños a sus instintos primarios, y una vez preparado el ambiente convocar al voto, sabiendo de antemano que el resultado va a favorecer al manipulador. Éste es un mecanismo contra el cual todos nos creemos inmunes, pero tan efectivo hoy como el primer día. Y un ejemplo estupendo lo encontramos en las declaraciones recientes de altos cargos del PP asturiano con respecto al lobo, pidiendo que se lo declare especie cinegética “para ayudar al campo”. “Estamos sin matices del lado del ganadero”, dicen los líderes del partido, y esa falta de matices es el signo inequívoco de demagogia, sobre todo refiriéndose a asuntos donde los matices lo son todo. Es fácil percibir la influencia del lobby cinegético detrás de esta toma de posición, que a su vez pone a los demás partidos en una penosa competición por ver quién hace el ofrecimiento más ecocida. Sabemos que disparar a los lobos es el sueño dorado de muchos cazadores, y que su lobby llegará hasta donde haga falta para conseguir ese fin, movilizando toda su considerable influencia política. Si por el camino arrasan nuestra biodiversidad, perpetúan los daños a la ganadería y eliminan la posibilidad de adquirir concimiento científico… qué se le va a hacer. Pero nosotros tenemos un arma para defender nuestro patrimonio y nuestro futuro. Manipulable o no, nuestra arma sigue siendo nuestro estornudo… perdón, quise decir nuestro voto.

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley

¿POR QUÉ LOS HOMBRES MATAN LOBOS?

figura de Biology Letters¿Por qué algunas personas parecen poseídas por un afán irreprimible de matar lobos? Hace años yo pensaba que la respuesta era simple: porque éstos se comen a las ovejas. Pero hoy sabemos que matar lobos es el peor método posible para evitar los ataques al ganado, y que de hecho los aumenta. Y no es lo mismo querer librarse de las molestias que causan los lobos (para lo cual existe un abanico de medidas preventivas) que el deseo de matarlos, para el cual, sobre todo a día de hoy, debe haber otro motivo. Esta cuestión me intriga desde hace mucho, pero hace unos días estuve en el lugar idóneo para ponderarla: el palacio de Riofrío, en Segovia.

 

Esta antigua residencia real, construida en el siglo XVIII, está rodeada de una impresionante finca donde sus majestades gustaban de darle al gatillo, y algunas de sus estancias se reformaron a mediados del siglo XX convirtiéndolas en un “Museo de la Caza”. Su exposición incluye abundantes cadáveres de lobos cuya contemplación puede ser deprimente, pero también instructiva. En una de las paredes palaciegas, por ejemplo, nos encontramos clavada una piel de lobo con las patas extendidas y colgada boca abajo. Parece una suave aunque siniestra alfombra pero, abajo del todo, la cabeza resulta estar “naturalizada” y nos enseña los colmillos en una mueca de ferocidad, como si el lobo desollado estuviese a punto de reptar pared abajo para mordernos los tobillos.

 

Este despojo forma parte de la colección de trofeos de algún aristócrata borbónico, mostrada aquí como punto culminante de la historia de la caza. Desde las paredes de la sala contigua nos contempla una multitud de cabezas de carnívoros, con belfos retraídos que dejan ver más dientes de los que parecerían caber en esas bocas, mientras sus ojos nos siguen con mirada iracunda. Muchos de ellos son, por supuesto, lobos, pero también hay una nutrida muestra de linces ibéricos, cuyos gestos histéricos contrastan con las serenas expresiones faciales que se contemplan cuando se observa al gran felino en libertad. Este aquelarre de cabezas crispadas seguramente responde a los estereotipos de la taxidermia cinegética de su tiempo, pero el museo presume de contar además con una colección de modernos dioramas, que muestran las especies “cazables” en actitudes y ambientes naturales. Así pues, nos dirigimos hacia el diorama de los lobos, que muestra una manada en la penumbra de una noche invernal. La escena está dominada por un gran ejemplar adulto en actitud de aullar. Pero el hocico levantado hacia el cielo no muestra el gesto inconfundible de un lobo que aúlla, sino que (¡de nuevo!) los labios se retraen descubriendo toda la dentición, como si el animal estuviese poseído por algún virus demencial que convierte a los carnívoros de este palacio en furias gesticulantes.

 

¿Es posible que un taxidermista experimentado, perteneciente a la prestigiosa saga de los Benedito, no supiese cómo aúlla un lobo, o ya puestos un pastor alemán? No lo creo. Esta inexactitud no revela desconocimiento, sino el mismo sesgo ideológico que conforma otras taxidermias cinegéticas, y que a su vez nos sugiere una respuesta a la pregunta que abre este artículo… pero no quisiera saltar a conclusiones basándome en impresiones personales.

 

Por suerte, el afán de algunos por cazar grandes carnívoros es algo que interesa y desconcierta a científicos de diversos países, y recientemente, investigadores de universidades de Estados Unidos y Canadá liderados por Chris Darimont han publicado en la revista “Biology Letters” un estudio con el sugerente título de “Why Men Trophy Hunt”, es decir, “¿Por qué los hombres practican la caza de trofeos?”. En la introducción, los autores se preguntan por qué algunos cazadores del mundo “desarrollado” insisten en matar animales escasos y no comestibles como los carnívoros. Tras un estudio de las costumbres venatorias en diversas tribus de cazadores-recolectores, emerge una probable causa evolutiva: estos comportamientos aparentemente absurdos encajan en la teoría de la ostentación costosa (“costly signalling”) según la cual los machos de nuestra especie asumen los costes elevados de cazar presas grandes y peligrosas para luego disfrutar del privilegio que implica esa demostración de superioridad. El cazador presume de su valor al enfrentarse a la fiera… y de poder pagar el coste económico de su caza. Los autores señalan que faltan datos detallados sobre el público potencial de esta ostentación pero sospechan que se dirige a la familia, los amigos, miembros de las asociaciones cinegéticas, y las redes sociales.

 

La teoría del artículo de Darimont y colegas (del cual he tomado prestada la expresiva caricatura adjunta) encaja con el hecho de que el lobo sea el trofeo más caro de la fauna ibérica. Ahora bien, si el cazador desea jactarse de haber matado fieras peligrosas, casi haría mejor disecando el rottweiler del vecino (siempre que el can estuviese entrenado), y por esa razón los taxidermistas exageran las expresiones de ferocidad de sus lobos. Y es que la ostentación del cazador necesita desesperadamente del mito del lobo feroz. A los principescos residentes del palacio de Riofrío no les quitaba el sueño que el lobo matase ovejas, pero sí les agradaba su reputación de ferocidad. Aquellos aristócratas no tenían que rendir cuentas de sus caprichos venatorios ante nadie, pero hoy, cuando la opinión pública es un factor a tener en cuenta, el lobby cinegético sigue fomentando la imagen del lobo feroz incluso mediante elaborados vídeos, para justificar ante el público la perpetuación de un hobby cada vez más impopular. El capricho de unos es el negocio de otros, y ambos enmascaran sus motivaciones, intentando convencernos contra toda evidencia de que matando lobos evitan que éstos se coman las ovejas. Pero en el mismo “publirreportaje” aseguran a los ganaderos que gracias a la caza hay menos lobos y a los conservacionistas que gracias a la caza hay más lobos. Tal incoherencia confirma que sus presuntos motivos son, en realidad, excusas.

 

Siempre es una satisfacción cuando, como en este caso, las piezas del rompecabezas parecen encajar, pero las hipótesis de la ciencia siempre dejan algún cabo suelto. Si la necesidad de presumir de matar fieras es una cualidad masculina, ¿cómo entender el fenómeno de las damas de buena posición que matan lobos? Ellas lo hacen con más discreción, pero también han de tener su público. Tal vez esto sea un recordatorio de que la psicología humana no es sexista y ser “macho” no depende del género con el que se ha nacido, sino que es, al fin y al cabo, una cuestión de actitud.

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley

 

RECTIFICAR ES DE SABIOS COMO EL LOBO

Logo Lobo Marley RetinaCon buena intención y motivos mas que suficientes, LOBO MARLEY aceptó apoyar la concentración en Leciñena del próximo día 6 de agosto para pedir la protección del lobo en Aragón.

 

Dicho acto fue convocado por la asociación Wilderness y al mismo se nos dijo que acudiría todo el movimiento conservacionista y ecologista del territorio aragonés y que la presencia de LOBO MARLEY sería fundamental.

 

Dijimos que sí con el corazón y la cabeza, una vez mas puestos al servicio de una sociedad que quiere proteger honestamente su patrimonio natural.

 

Siempre confiamos en el trabajo en común , en equipo, como los lobos, pero con el paso de las semanas la cosa se ha ido complicando amenazando con desvirtuar nuestro verdadero objetivo que es sumar y no restar.

 

Muchas han sido las voces que nos han alertado de la posible presencia de grupos neonazis y fascistas en dicha concentración revistiendo su inhumana ideología de componentes conservacionistas y ello además de revolvernos el estomago haría un daño irreparable a nuestro interés común.

 

Mantenemos de siempre que al lobo se le persigue por racismo y solo faltaba que los racistas se salieran con la suya en un materia para nosotros tan esencial como es la defensa de la naturaleza desde el respeto a TODAS LAS PERSONAS y a nuestra fauna.

 

Por ello, en el afán de prevenir y no de curar lo incurable, LOBO MARLEY se desvincula totalmente de la concentración del día 6 de agosto y CONVOCA UNA CONCENTRACIÓN en Leciñena para el día 14 de Octubre a las 12 h.

 

Os invitamos a todos a acompañarnos con una única consigna: LOBO VIVO, LOBO PROTEGIDO EN ARAGÓN.

Es el momento, ahora que algunos quieren convertir a esta joya de nuestra naturaleza en especie cinegética en Aragón y presionan al Gobierno para ello. Consideramos imprescindible explicar con claridad nuestra postura desde la movilización cívica y responsable.

 

Ninguna intención de provocar, en todo caso de seducir con argumentos y el peso de una sociedad, en la única dirección posible que es dotar al lobo en Aragón de un MARCO LEGAL inquebrantable y proteccionista.

 

Cualquier ser humano, cualquier entidad, organismo o asociación de Aragón o no, que considere que el Lobo ha de ser incluido en el Catalogo de Especies Amenazadas de Aragón ESTÁ INVITADO EN ESTE MISMO MOMENTO.

Todo ello a favor y de la mano del mundo rural aragonés, sabiendo como sabemos que son los primeros interesados en proteger su naturaleza con el lobo como especie bandera a la cabeza.

 

Huelga decir que este cambio de fecha y de convocatoria nada tiene que ver con los endebles cantos de sirena que algunos grupos oxidados antilobo elevan a los cuatro vientos con la ayuda de una megafonía tan arcaica como inservible.

 

¡Os esperamos felices y certeros en la TIERRA DEL LOBO que siempre fue y será ARAGÓN!

 

 

Luis Miguel Domínguez

Presidente de LOBO MARLEY

DISNEY

Los Lobos No Lloran cartelCuando los enemigos del lobo quieren descalificar a los que proponemos su protección, nos tildan de meros “urbanitas” desconocedores de la dura realidad de la naturaleza. Dicen que por nuestra falta de experiencia en el medio natural vemos al lobo como a un “peluche”, y que por eso nos horroriza que se le acribille. Ellos (los cazadores y otros partidarios de pegar tiros) presumen de conocer ese medio a fondo y aseguran que matar lobos no es otra cosa que seguir las implacables leyes de la vida. Nos acusan, en fin, de vivir instalados en un ilusorio “mundo Disney”.
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Mi reacción inicial al leer comentarios de esa clase es pensar “¡pero qué imbecilidad!”, pero acto seguido tomo distancia y hago examen de conciencia. ¿Y si tuviesen razón? Al fin y al cabo, usar el nombre de Disney para desvalorizar la empatía se está convirtiendo en una práctica común, no sólo entre los cazadores sino también entre biólogos y ecologistas deseosos de marcar distancias frente a otras posturas, especialmente el animalismo. Así pues me pregunto: ¿estaré perdiendo de vista algún aspecto fundamental de la cruel realidad natural?
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Para buscar la respuesta empiezo por repasar mi propia experiencia. Mi profesión me ha llevado a estudiar a los animales desde varias perspectivas diferentes. He pasado mucho tiempo en la sabana africana observando su fauna salvaje, y he visto a los elegantes antílopes exhalar su último aliento entre las garras de los grandes felinos, con sus dulces ojos muy abiertos hacia un cielo inmisericorde. He visto a los ñúes y las cebras morir ahogados o pisoteados por sus propios compañeros de manada en medio del caos de la migración. Pateando las montañas cantábricas, he visto la delicada pezuña de un corzo emergiendo íntegra del excremento de un lobo, como recordatorio de la implacable función depredadora del cánido. He estudiado a los animales en la sala de disección, donde el primate o el felino que casi parecía dulcemente dormido al principio de la sesión va quedando reducido a sus partes constituyentes: músculos, huesos, tendones y un cubo de casquería. Siguiendo humildemente los pasos de Leonardo da Vinci, he aprendido sobre la estructura interna de mis modelos al precio de convertirlos en macabras lecciones de anatomía. Pero mis principales objetos de estudio son los animales prehistóricos, y participar en excavaciones paleontológicas no es otra cosa que enfrentarse a tragedias que tuvieron lugar hace miles o millones de años. Sin esas tragedias no tendríamos objetos de estudio.
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En definitiva, mi estudio de la vida ha tenido siempre el contrapunto de la muerte como compañera inseparable. Por lo tanto, y a expensas de las lecciones que el destino aún me depare, soy consciente de que la naturaleza, sin ser cruel, parece desde luego indiferente al sufrimiento de sus criaturas.
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Y aquí llega al “quid” de la cuestión: una vez reconocida la dureza de la vida natural, ¿debo convertirme en cómplice de esa dureza, y dedicarme a sembrar la muerte y el dolor a mi alrededor, dado que ambas cosas de todas maneras ya existen ahí fuera? En última instancia la respuesta a esta pregunta implica una decisión moral, pero para quienes carecen de ese factor ético lo único que funciona son las prohibiciones o límites externos. Dicho de otro modo, hay personas incompletas, carentes de ese elemento sofisticado llamado empatía, que siempre intentarán sentirse poderosas abusando de cualquier ser que no pueda defenderse, y en un mundo en el que la mujer y las minorías étnicas o culturales hacen valer sus derechos cada vez más, las víctimas más accesibles son los animales. La muerte y sufrimiento evitable impuestos hoy por el hombre a millones de criaturas no son consecuencia de la compleja estructura del universo natural como algunos dicen, sino de la estructura (poco compleja) de muchas mentes humanas.
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Hace ya cuarenta años mi amigo el pintor venezolano Eliseo López me contó como dejó la caza después de ver, ya como adulto, la película “Bambi”. Obviamente él sabía que los animales no hablan ni se comportan como los personajes de ese cuento infantil, pero de todos modos le sirvió como excusa para desarrollar el respeto y la empatía hacia otras formas de vida y convertirse en una persona más plena y sensible. Por mi parte nunca he visto la película y confieso que me suelen irritar las historias de animales que hablan, pero considero que si ha operado en otras personas el mismo cambio que en mi amigo, entonces está más que bien empleada, y sólo por ello estaría dispuesto a verla un día (cuando no tenga tantas cosas urgentes que hacer).
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Por otro lado, la Disney ha producido películas que enriquecen nuestra visión de la naturaleza sin humanizar a los animales, y probablemente el mejor ejemplo sea esa pequeña joya cinematográfica titulada “Los lobos no lloran”. Dirigida en 1983 por Carroll Ballard, esta película cuenta la historia de un biólogo enviado por el gobierno canadiense al ártico para estudiar los lobos y justificar la práctica de matarlos para defender a la población de renos, codiciados a su vez por los cazadores. Una vez instalado en la zona de estudio, el científico descubre que en realidad los lobos mantienen un complejo equilibrio con sus presas, que no sólo incluyen a los renos sino una proporción soprendente de pequeños mamíferos. La historia se basa en el libro autobiográfico “Never Cry Wolf” de Farley Mowat, en el cual se mezclan elementos de realidad y de ficción, y por ello el relato debe tomarse “con un grano de sal”.
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Pero más allá de su variable exactitud documental, la película  de Ballard combina de tal manera la belleza y la sobriedad en el relato que podemos verla tres décadas  después de su estreno como una obra básicamente contemporánea, o atemporal. Es una historia iniciática sobre una persona que descubre la naturaleza, la cultura ancestral y, en última instancia, a sí misma. Así pues, la próxima vez que alguien me acuse de vivir en un mundo “Disney”, me acordaré de “Los lobos no lloran”. Recordaré la escena, dura y maravillosa, donde el protagonista, manchado de la sangre del reno matado por los lobos, le arranca la costilla que mostrará la enfermedad que lo debilitaba y lo convirtió en la víctima a derribar. Recordaré los animales que he visto sufrir y morir como parte del ciclo natural que lleva millones de años funcionando y determinando la adaptación de las especies, un ciclo que nunca podría confundir con el capricho sádico de personas ociosas provistas de armas de fuego. Y si eso significa vivir en un mundo “Disney”, prefiero habitar en él que en un mundo de brutalidad insensible disfrazada de realismo costumbrista.
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Mauricio Antón
Vicepresidente de Lobo Marley

EL CULTO A LA IGNORANCIA Y EL LOBO

lobo saca lenguaHace 37 años el escritor y científico Isaac Asimov escribió en “Newsweek” su demoledor artículo “A Cult of Ignorance” (“Culto a la Ignorancia”), en el que reflexionaba sobre el auténtico talón de Aquiles de la democracia americana. Aunque no sabemos si en sus peores pesadillas llegó a imaginar algo tan extremo como el triunfo del “Trumpismo”, lo cierto es que su artículo desgranaba las causas que finalmente lo han propiciado. Definía la situación con un párrafo lapidario: “En Estados Unidos hay un culto a la ignorancia y siempre lo ha habido. La veta del anti-intelectualismo es como un hilo que recorre nuestra vida política y cultural, mantenido por la falsa noción de que la democracia significa que ‘mi ignorancia vale tanto como tu conocimiento’”.

Es fácil para nosotros ver la paja en el ojo ajeno y pensar “claro, es que los americanos son así”, pero el ascenso de determinadas opciones políticas en Europa nos advierte de que ese culto a la ignorancia, y la manipulación interesada de la misma, son males universales. Al fin y al cabo, negar la evidencia es casi la opción por defecto en nuestros políticos cada vez que la ciencia colisiona con los intereses de los lobbies que les mantienen en el poder.

Todo esto resulta bastante desolador, pero no muy sorprendente. Quien más quien menos tenemos asumido que la ciencia siempre debe luchar para hacerse oír ante el empeño de los políticos por ignorar las verdades incómodas. Y es que para el científico tan importante es averiguar la verdad sobre su tema de investigación como defenderla y darla a conocer. La ciencia es investigación pero también educación… ¿o no? Pues lo cierto es que a veces los científicos se convierten, sorprendentemente, en aliados de la ignorancia.

Un ejemplo de ello lo vemos en el trabajo de algunos investigadores que asesoran a la Unión Europea en temas de conservación de grandes carnívoros. Por encargo de las instituciones europeas han producido publicaciones que éstas utilizan como referencia para tomar decisiones sobre la gestión de la fauna salvaje. Un vistazo a una de estas publicaciones revela el inquietante enfoque que sus autores tienen sobre la transmisión del conocimiento. El estudio, que lleva el intimidatorio título de “Guidelines for Population Level Management Plans for Large Carnivores” (“Directrices para planes de gestión de poblaciones de grandes carnívoros”) se publicó en 2008 y es el resultado de la colaboración de expertos en carnívoros de varios países europeos. El apéndice “Control letal y caza de grandes carnívoros” incluye un listado de los beneficios potenciales que, según este panel de expertos, puede tener el matar carnívoros como el lobo. Encabezan la lista los siguientes:

  • Permitir la continuidad de tradiciones arraigadas en areas rurales donde los grandes carnívoros existen
  • Aumentar la aceptación de la presencia de los grandes carnívoros entre los cazadores si ellos los ven como especies de caza gratificantes más que como competidores
  • Aumentar la sensación de “empoderamiento” entre los paisanos que tienen que vivir en el mismo territorio que los grandes carnívoros.

Lo curioso de esta lista es que ya llevamos tres presuntos “beneficios” y ninguno de ellos se refiere a aspectos biológicos o ecológicos, que constituyen la supuesta especialidad de los autores del estudio. Al contrario, parece que ellos se han quitado la bata del biólogo y se han puesto el traje del sociólogo, haciendo afirmaciones sobre lo que hará sentir bien o mal a la población local y pasando por alto el hecho crucial que realmente afecta a la ecología de los grandes carnívoros, y especialmente del lobo, que es el siguiente: cuando se matan unos cuantos lobos (además de su mortalidad natural) lo que se está consiguiendo es obligar a los cánidos a aumentar su ritmo reproductivo para compensar las bajas artificiales. En vez de una manada estructurada, controlada por una única pareja alfa, se genera una situación donde hay numerosas parejas reproductoras, cada una de las cuales tiene más dificultades para cazar presas salvajes y ataca más al ganado doméstico. Resumiéndolo en una frase, se matan algunos lobos para que el paisano sienta que “se está haciendo algo por él”, y con ello se están agravando indefinidamente sus problemas.

Aquí entra en juego el concepto que estos biólogos tienen del “mundo rural”. Con un paternalismo casi conmovedor, ellos piensan que el habitante del campo no está preparado, por razones estructurales, para entender realidades científicas básicas como la estructura de la pirámide alimenticia, y por lo tanto consideran que sería tiempo perdido intentar explicarle que el “control letal” es tan beneficioso como agitar un avispero en el salón de su casa. Para nuestros biólogos metidos a sociólogos de fin de semana, la divulgación se ha convertido en un imposible y sus interlocutores son como niños a los que, en vez de transmitir información, se les debe manipular emocionalmente hablándoles en el marco de sus “tradiciones arraigadas”. Me recuerdan a esos políticos que opinan que la ablación femenina es intolerable en nuestra civilización pero debe tolerarse en sociedades pastorales africanas porque ellas viven inmersas en la tradición y supuestamente no podrían asimilar la fría realidad médica.

Estos científicos se encuentran incómodamente atrapados entre dos realidades, y miran con un ojo al ganadero, fomentando implícitamente su esperanza de que cada lobo muerto le lleva un poco más cerca del exterminio de la especie, y con el otro ojo a la institución que paga el informe, cuyas normativas dicen que el lobo es especie de interés comunitario y por tanto no sólo debe continuar existitendo, sino que debe alcanzar un estado favorable de conservación en toda su área de distribución, lo que hace que ese exterminio, ansiado por algunos, sea inalcanzable.

Basándose en artículos como ése, la Unión Europea ha intentado por dos veces consecutivas (hasta ahora sin éxito), tumbar la petición de Lobo Marley de proteger integralmente el lobo ibérico, y es previsible que lo volverán a intentar dentro de unos meses. En Bruselas volveremos a oír la misma cantinela: que la conservación del lobo no es un asunto científico sino “social”, y que hay que entregar una cabeza de lobo cada tanto tiempo a los paisanos para mantener la paz… Pero lo cierto es que mientras no se trate a las personas como a adultos sólo se conseguirá prolongar la inadaptación a la realidad natural, y hasta un cierto infantilismo. Es como cuando Trump les dice a sus votantes que no pasa nada por saltarse las normas de París contra el cambio climático porque al final “todo irá bien”. Cargarnos nuestra biodiversidad con mentalidad cortoplacista desde luego es una buena manera de asegurarnos de que nada va a ir bien, ni mucho menos, y tratar a la sociedad como a una gigantesca guardería infantil no convierte a los científicos en maestros ejemplares, si no en ciegos que guían a otros ciegos, con el agravante de que los que guían, en este caso son ciegos “a posta”.

 

Mauricio Antón

Vicepresidente de Lobo Marley

 

EL ATAQUE DE LOS BUITRES ASESINOS

IMG_4903Junto con la expansión apocalíptica de los lobos y los ataques al ganado por meloncillos y cuervos sedientos de sangre, una de las leyendas que más cuerpo está cobrando en la pseudo-zoología ibérica contemporánea es la de los “buitres asesinos”. Se viene argumentando que la escasez de carroñas en el campo a raíz del mal de las “vacas locas” ha llevado a generaciones de buitres a vivir al límite de la inanición, haciéndoles más agresivos que nunca y proclives, en su desesperación, a comportarse como depredadores activos y atacar a reses vivas. Un relato atractivo pero que contraviene conceptos básicos de la ciencia. Para empezar, el buitre es un carroñero especializado, carente de las garras y el pico afilados que permiten a las águilas dar muerte a sus presas, y esa especialización, desde el punto de vista evolutivo, no tiene vuelta atrás. Un buitre no puede matar a una oveja como no quiera hacerlo a besos. Y para continuar, si una población de buitres se enfrenta a una escasez de recursos continuada, el resultado inmediato no será un cambio en el nicho ecológico de esta especie (definido por millones de años de evolución) sino que cada año sobrevivan menos pollos, hasta que la población se ajuste a los recursos disponibles. Sin embargo, existe al menos una publicación científica de prestigio que parece desafiar estos hechos y ha contribuido a propiciar la leyenda de los buitres asesinos.

 

En una carta a “Nature” de 2011 titulada “European vultures’ altered behaviour” (o sea, “El comportamiento alterado de los buitres europeos”), Margalida, Campión y Donázar afirmaban que “los buitres leonados de España y el Sur de Francia se han convertido en matadores de ganado, según las numerosas denuncias recibidas por las autoridades”. Esta primera frase del artículo ya hace saltar las alarmas: ¿un hecho científico queda establecido por la cantidad de denuncias? Según esa lógica, la cantidad de denuncias a la Inquisición demostraría sin duda que las brujas no sólo abundaban en la Europa medieval, sino que además volaban con más maniobrabilidad que los buitres ahora tan temidos. Esto no impide a los autores de la carta hablar de la necesidad urgente de dialogar con los ganaderos para solucionar este “conflicto emergente”.

 

Esta carta significó un espaldarazo para el concepto de los buitres como cazadores de ganado con todas sus implicaciones políticas, pero prácticamente no ofrecía detalles científicos. Para encontrar más datos habría que esperar a la publicación de un estudio más técnico de los mismos autores en la revista “Oryx” en 2014, con el intimidatorio título de “Vultures vs livestock: conservation relationships in an emerging conflict between humans and wildlife”. En dicho estudio encontramos la siguiente frase: “La caza oportunista de pequeños y medianos vertebrados se ha reportado como frecuente en el caso de algunas especies de buitres del Nuevo Mundo pero sólo de manera ocasional en buitres del Viejo Mundo. Los buitres leonados, sin embargo, son carroñeros obligados, especializados en el consumo de carroñas de grandes ungulados” (la traducción y las cursivas son mías). Dicho en otras palabras, no existe ni un solo reporte científico de un buitre leonado cazando presas vivas, y el artículo de Margalida y coautores tampoco lo aporta. Al fin y al cabo, si pudiese incluir un reporte semejante, no sólo publicaría en “Nature” sino que su foto saldría en la portada. ¿En qué datos se basa entonces el artículo en cuestión? Muy sencillo: en la comparación entre la cantidad de denuncias presentadas y las aceptadas, donde aquellas aceptadas por la administración se cuantifican como ejemplos de ataques reales.

 

¿No se les ocurre a los autores pensar que la aceptación por parte de la administración de una denuncia puede obedecer a criterios políticos y sociales tanto o más que a criterios técnicos? Sin duda que se les ocurre, y por ello se apresuran a admitir que la “falta de datos científicos” es un factor agravante de este “conflicto” entre buitres y ganadería. Postular un cambio en el comportamiento de alimentación de los buitres como origen de este conflicto es una hipótesis totalmente gratuita, especialmente si tenemos en cuenta las circunstancias que describen los autores como típicas de los supuestos ataques: éstos coinciden casi siempre con el parto de las reses abandonadas en el campo. ¿No es más razonable entonces pensar que el incremento en las denuncias refleja una combinación de dos factores, a saber, el aumento de la presencia de reses sin custodiar que dan a luz en el monte, y el conocimiento de que la administración está dispuesta a compensar las bajas tras la aportación de simple evidencia circunstancial?

 

El artículo en cuestión dibuja un escenario de conflicto creciente que requeriría complejas estrategias de diálogo entre sectores enfrentados (¡el paraíso para los políticos!), pero lo cierto es que una medida tan elemental como la custodia de las reses a punto de parir acabaría de un plumazo con las correspondientes bajas en la cabaña ganadera, con las denuncias, con el coste de las indemnizaciones, y con la espeluznante amenaza de los venenos a la que también se alude en el artículo. Lo cierto es que tras leer el texto atentamente y de cabo a rabo, queda claro que en él no se describe una realidad biológica, sino una situación sociopolítica en la cual el comportamiento real de los buitres tiene una incidencia mínima y de hecho es una simple excusa. Por desgracia, para llegar a estas conclusiones es necesario leer los artículos completos, mientras que las versiones comprimidas (como la carta a “Nature”) o directamente distorsionadas (como los titulares de prensa que acompañaron a la publicación en su momento) contribuyen a crear una ficción que se va asentando, no ya en contra, sino al menos parcialmente debido a la labor de algunos científicos.

 

En última instancia, la realidad más determinante en toda esta historia es el poder perverso de las compensaciones económicas por daños (y esto se aplica por igual a buitres o lobos) para desfigurar más allá de toda proporción las relaciones entre la sociedad y el patrimonio natural. Lo que es urgente no es tanto el enésimo diálogo entre sectores para retocar los montos y condiciones de las compensaciones, si no la implementación de un modelo alternativo que incentive la convivencia con la fauna sin eliminar, como hace el modelo actual, la motivación para proteger el ganado.

 

Mauricio Antón
Vicepresidente de Lobo Marley